Redacción/NOTICARIBE PENINSULAR
CIUDAD DE MÉXICO.- “Está reventado esto, hay que estar esperando días”, dice desesperado Juan Torres, que desde hace 50 años trabaja en una funeraria a espaldas del Hospital General. “Estos quieren cremar pero no, va a estar en chino”, dice en referencia a un par de personas que acaban de dejar su local.
“Yo les doy la opción de que mejor sepulten, pero el problema es que la gente se aferra”, según el funerario, la necesidad de incinerar a los fallecidos por COVID-19 es una invención de muchas funerarias. “Es que eso es mentira, la gente les vende eso, las autoridades venden eso. Pero es que no hay dónde cremar, ahorita lo que se debe hacer es sepultar, así salen del problema, sin tanto rollo”.
En la mayoría de las funerarias que rodean el Hospital General de la Ciudad de México el cuento es el mismo, para poder incinerar un cuerpo hay una lista de espera que hasta hace algunos meses era de un día o dos a lo más, sin embargo, hoy es de cuatro hasta cinco.
Según los lineamientos de manejo de cadáveres por COVID-19 en México, no es mandatorio incinerar los cadáveres de personas que fallecieron por COVID-19, sin embargo, se recomienda esta opción. El documento, publicado el 21 de abril del 2020, señala que durante la fase 3 de la emergencia se dará destino final a las defunciones en el modo de inhumación o cremación, aunque desde terminada la jornada Nacional de Sana distancia, en marzo de ese año, el sistema de fases para la prevención sanitaria por la epidemia quedó sustituido por el sistema de semáforos epidemiológicos en cada estado.
Humberto García se acercó a la funeraria que atiende Juan Torres. Es mediodía y lleva desde la madrugada del día anterior en vela. Su padre, Juan García, falleció a la una de la mañana y ahí empezó su penar. La dificultad para encontrar un lugar dónde cremar a su papá endurece su duelo.
Ante la dificultad, uno de los hermanos de Humberto está en Chimalhuacán, de donde su papá era, para buscar un espacio en algún panteón local.
En la mayoría de los velatorios de la zona la historia se repite. La urgencia es tanta que son pocos los trabajadores de funerarias que tienen un par de minutos para compartir sus experiencias durante la pandemia. Detrás de los velatorios De Gante, un hombre sumerge la nariz en los expedientes en su escritorio, tiene al menos siete carpetas diferentes con un bonche de papeles dentro.
“Hace como 10 días que estamos saturados. Yo ahorita ya no voy a poder recibir servicios, porque ya no tengo lugar. Cuando me hablan los clientes les tengo que decir ‘¿Saben qué?, discúlpeme, pero ya no hay. Hasta la otra semana, ya está lleno’. La cosa es que yo ya no puedo comprometer espacios para la otra semana, porque quién sabe si los cuerpos vayan a aguantar”.
Encargado de crematorio.
La charla se interrumpe por una llamada telefónica de los tres teléfonos que tiene a la mano, sobre el escritorio.
“La verdad es que ya no quiero contestarles, porque no tenemos espacio para atenderlos”, confiesa detrás del escritorio.
La mayoría de estas funerarias dependen de los servicios de terceros para la cremación. Normalmente echan mano de los crematorios de los servicios de salud del Estado, como los del Instituto Mexicano del Seguro Social, aunque con la pandemia han tenido que echar mano de servicios particulares.
Para sorpresa de clientes y funerarias, los precios de las inhumaciones aumentaron hasta el doble desde la “primera ola” de coronavirus en el país. Desde entonces, los precios no han bajado, y por impresionante que parezca, el costo es menor en crematorios privados que en los de instituciones públicas.
La mejor oferta que ha conseguido hasta el momento Humberto para los servicios funerarios de su padre difunto es de 9 mil pesos, aunque ha visto lugares en los que cobran hasta 11 o 12 mil pesos. No sabe si es mucho o poco, quienes atienden los servicios funerarios son muy reservados con los precios que cobran, aunque la mayoría dice que oscilan entre 6 y 10 mil pesos.
Ante la alta demanda de cremaciones, los hornos de las pocas funerarias con servicios crematorios en esta zona no paran. Entre los servicios propios y los de otras funerarias, una de las crematorias de la zona reporta hasta 14 cremaciones al día en dos hornos. Si cada cremación toma entre 2 y 3 horas, esto significa que los hornos trabajan casi 16 horas constantemente. Antes de la pandemia, dicen los trabajadores del ramo, sólo se solía cremar por la mañana, por restricciones ambientales de la ciudad.
En uno de estos crematorios, los trabajadores son insistentes en cuanto a las medidas de sana distancia, pero el dolor de las personas parece nublar cualquier medida sanitaria. “Les decimos que no más de dos personas pueden venir a la cremación, pero nunca nos escuchan”, dice el empleado de uno de los crematorios.
Como si fuera una invocación, en el instante por la puerta entra un tropel de personas, una familia en busca de servicios funerarios. Su familiar, aseguran, no murió de covid, por eso se tomaron la libertad de asistir tantas personas. Eso sí, todos con cubrebocas y una bomba para fumigar cosechas con la que se sanitizan constantemente.
El destino para su familiar es el mismo: “Él falleció el martes, es jueves y nos están diciendo que podrían cremarlo hasta el viernes… tal vez”, dice uno de los familiares decepcionado.
Con información de Pie de Página