Por Jorge Manriquez Centeno
“ROSAS EN EL MAR”
Estoy escuchando una melodía: “Rosas en el mar”.
Intempestivamente, así como las rosas reciben los primeros rayos del sol y abisman el horizonte, pienso en mi hermana Guadalupe Esther, Lupe, como le decíamos de cariño, y el mar se abre camino.
Te veo, carnala. Vas entrando sigilosamente al cuarto donde vivimos. De repente, me das un beso en la mejilla, y el “buenos días, dormilón”, me despierta. Me enojo, me doy la vuelta diciéndote: “Hoy es domingo, no hay clases ni trabajo, dame chance de dormir otro ratito.” “Qué ratito ni que ocho cuartos, vámonos a Chapultepec.” Sonríes. Sabes que la llave que abre mi hueva es Chapultepec: significa correr entre los árboles, ir al zoológico, hacer muecas en la “Casa de los espejos”, estar en los juegos mecánicos, diversión a lo grande, que aún revolotea en mi memoria, así como comer esos sandwichitos que ya los vi, están en ese tupperware, esperando ser zangoloteados por mi hambre.
Eres una rosa en el mar, más cuando dices: “Esta canción es un himno a la libertad.” Sonrío, no entiendo ni papa porque estoy bien chamaco, y me gusta verte así, contenta, cantando, tanto que voy hacia ti, y te abrazo mucho, mucho.
(Hoy me falta ese abrazo fuerte, fuerte.)
…
Suelo pensar que a mi hermana Lupe se la llevó el viento.
Voy a la ventana y la abro. Hay viento fresco. Siempre que la recuerdo me devuelve la sonrisa, y las piedras van formando los cauces de los ríos, caminos sobre la mar… Sólo los ríos pueden romper los abismos del mar.
Me gusta gritar en los acantilados, y que la brisa del mar me devuelva nuestros recuerdos, hermana.
…
Estamos a finales de los años sesenta y principios de los setenta. Estás sonriendo en esos mundos sutiles, ingrávidos y gentiles. Eran nuestros mundos, cuando ibas a visitarnos los fines de semana a la vecindad donde vivíamos. Aunque lejos, siempre estabas con nosotros. Regresabas como las olas hacia la playa, y ayudabas a hacer nuestros castillos. Estás jovencita. Recuerdo que, cuando veías que algo nos faltaba, venía de ti ese algo en pocos días, si estaba en tus posibilidades, como llevar mandado, pagar las clases de corte y confección de Teresita, mi atuendo de primera comunión, el pastel de cumpleaños de mi hermanita Silvia (la Gorda), mi ametralladora que pensaba que me la habían traído los Reyes Magos, pero no, fuiste tú, Lupe, quien apoquinó la lana, como me diría mi madre años después, cuando el uso de la razón pobló mi mente.
Quisiera que me leyeras los cuentos de los hermanos Grimm, e imaginar, otra vez, aquella larga cabellera rubia de Rapunzel, y que me hablaras de la importancia de la libertad, y de escapar de nuestros falsos castillos.
Quisiera que estuvieras con nosotros, pero no puedo hacer nada para que te quedes todos los días en nuestro cuarto. Cuando te alejas y te vas a aquella casona donde vives, nadie de nosotros entiende por qué no duermes en alguna de las literas, y te quedas a cenar, aunque sea ese atolito calientito que, por las noches, sabe a gloria.
Nadie entiende el silencio de mi madre, y sus palabras: “Somos muchos, allá tendrá un mejor porvenir, hijo.”
No puedo hacer nada para que sonrías, como dice esa canción que, ahora, traigo pegada, y tarareo para recordarte:
La niña está triste.
¿Qué tiene la niña?
¿Qué puedo yo hacer
para que sonría?
Pero nadie podía hacer nada para que sonrías. A leguas se nota que estás triste.
Mi madre hace el quehacer de casas de parientes. Cuando le toca ir a la casa donde vives y hacemos talacha, me gusta que no te apenes de vernos lavando trastes, limpiando ventanas, trapeando el condenado piso, que siempre tiene polvo: se esparce como el piar de los pájaros al amanecer, pero es un piar con muchas cagaditas que, cuando se secan, cómo cuesta despegarlas del piso, como si fueran sus nidos.
Me da gusto que desayunes con nosotros en el antecomedor, donde nos enseñaste a usar los “cubiertos”, y que no te importe que te regañen.
Me gusta que te enojes cuando mi tío de la residencia donde vives quiere que le dé masaje a sus condenados piesotes, ahí sentado en ese banquito que todo me empequeñece, más de lo que estoy porque me siento tan vaciado cuando estoy dándole apretoncitos a esos dedotes, que me imagino que son patitos y los aprieto suavemente para que hagan cuac cuac, pero quien se ríe son sus talones y los que llaman plantas de los pies, que para nada tienen ramas con hojas. Esas plantas de los pies se mueven y mueven, como si hubiera viento, cuando les doy sus repasones con piedra pómez.
Me gusta cuando me ves en el patio de la vecindad y estoy chapoteando en una tina. Es tanta tu imaginación que, al echarme jicaradas de agua, me dices: “¨¡Cuidado no te vayas ir más allá, a lo hondo de la alberca, que te puedes ahogar, Tote. Imagínate qué sería de mi sin ti, hermanito!” Y me aprietas los cachetes —siento esos apretoncitos—. Para seguirle la corriente, le contesto: “De menso. Aquí estoy nadando seguro con los rayos del sol y contigo, hermanita.”
Me gusta cuando vas por mí a la escuela primaria y me invitas helados con un cucurucho que sabe a gloria También nos compras útiles escolares a Teresita y a mí, y dices que el dinero lo has ahorrado de los domingos que te dan en aquella casa del tío donde vives. “Lo bueno es que Ana, Adriana y Silvia (la Gorda) todavía están chavitas. Si no, de seguro que no te alcanzaría carnalita.” Sólo sonríes y las vas acurrucando en los cuentos que les platicas, más a la Gorda, porque no sabemos de dónde le salen tantas lágrimas, y llora sin parar cuando quiere algo, pero hoy está atenta, escuchando la narración.
Al poco rato, me ayudas a repasar las tablas, sobre todo la del 9, que es una recabrona, y no la puedo memorizar. Sí, ya sé, no debo decir groserías.
Vamos caminando rumbo a la escuela por esa larga y angosta calle que iba y regresaba del “Pueblo” hacia la vecindad donde vivíamos. En ese transcurso, hay niños berreando, jugando “bolillo” y canicas, echando volados…, y madres yendo al mercado, vecinos que saludan. Otros pierden el tiempo, que más tarde quisieron recuperar, pero niguas. Otros van al trabajo. No les hacemos caso. Sólo somos tú, Teresita y yo, sonriéndole al mundo.
Luego, nos ayudas a hacer la tarea, comes con nosotros, y tienes que regresar a tu casa. Aunque chamacos, todos quedamos en silencio. “Solo me di una escapada para ver cómo estaban. Lo bueno es que por allá veré a nuestra mamá”, dices, y no entendemos el funcionamiento del mundo.
“UN VELERO LLAMADO LIBERTAD”
En otras hojas hablo de tu viaje a Francia con tu esposo, tus hijos e hijas, mis sobrinos, sangre de mi sangre. Tu vida en Apizaco, ciudad a la que se fueron a vivir.
Las ráfagas de este aguacero me traen de vuelta algunas escenas de aquellos años de finales de los sesenta, donde estaba bien chaval. Bueno, ya había pasado la etapa del gateo.
Recuerdo que un día de esos mi hermana estaba con nosotros en el cuarto de la vecindad, y nos dijo que no saliéramos al patio por nada del mundo, dado que era el día del “cordonazo de San Francisco”, y todos sabíamos que eso significaba agua a lo bestia, y las bestias desatadas pueden bufar desgracias.
Pero salimos al patio. Como dije, ella estaba jovencita y yo de a tiro bien chamaco. Con esa fortaleza y con el chance que nos daba el merecido descanso de mi madre que dormía en ese momento “como roca”, corrimos al patio de la vecindad y le dimos muchas vueltas, así como en ventisca, y chiflamos como el viento a lo largo de toda la calle Vicente Guerrero. Dimos la vuelta en la pulcata “La bella Carolina”, agarramos por la Avenida Morelos, ligeritos como hojas detrás del viento, y llegamos hasta el kiosko del “Pueblo” de la Magdalena Mixhuca, donde gritamos al unísono con los rayos y las centellas que se dejaron sentir en ese cielo estrujado por nuestra algarabía. Más calmados, como la lluvia que se tornó en chipi chipi, regresamos a la casa.
Me acuerdo que, cuando estábamos en el kiosko del “Pueblo”, a mi hermana Lupe le dio por cantar una canción, que luego sabría que se llamaba “Please release me”, y su voz era tan clara que no quiero que termine esa melodía, por eso la vuelvo a escuchar en el YouTube, y de ahí escucho “Cantares”, de Serrat, y le digo: “Sigue cantando, Lupe, cantas rebonito”, y me sonríe, y ahora entona una melodía de Palito Ortega, que, por supuesto, estoy oyendo, y es “Prometimos no llorar”. La estás cantando. Ríes. Finges llorar. Finjo llorar. Estamos llorando y chingue a su madre, hoy estoy llorando al recordarte, Lupe, hermana, a quien sigo imaginando con el viento fresco de esas melodías que tanto te gustaban.
De repente, me despeinas y vuelves a peinar, y me abrazas refuerte, y quiero sentir, otra vez, ese abrazo, justo ahora que me siento tan mal, que el cielo esta como inclinándose y derramando todas sus espinas, porque en el cielo no solamente hay nubes y estrellas, sino también muchas chingaderas, sobre todo cuando me ponía a pensar por qué esta todo tan torcido, por qué nuestro padre, Juan Güero,que es un alma de Dios, se va por el rumbo de la tomadera. Hoy, frente al espejo, me despeino y me vuelvo a despeinar, y mi cabello, mi rostro, no son lo mismo sin ti. Hoy las piedras están rompiendo los espejos.
Recuerdo que otro día íbamos caminando por ahí e intempestivamente me detuve y le pregunté: “Ese güey que viene ahí, el Alcancía, ¿es tu novio?” Volteas. Y, de repente, ríes a carcajadas. Y, dices: “El Tote está celoso, el Tote está celoso. Oye, Tote, tate, el hecho de que te enojes no significa que seas grosero, para eso vas a la escuela. Lo otro es que no seas metiche. Tú sigue estudiando. Eres muy inteligente y tienes un gran futuro en tus manos, hermanito. Sigue echándole ganas y no debes olvidar que: ‘Eres el arquitecto de tu propio destino’”
Abro las manos. Esculco el silencio que me va tijereteando inmisericordemente por la falta de dinero para pagos, abonos, refrendos. Lo mejor es seguir pensando en ese Tote, tate, y ese tate era de tatemón, o sea cabezón, y era cuando me enojaba con mi hermana: “No me gusta que me llames de esa manera, soy y seré el Tote”, y el abrazo y la respuesta era inmediata: “Claro que sí, hermano Tote, te amo tanto, carnal tate”, y va la secuencia de “no me digas tate, soy el Tote, imagínate, que mis amigos me cambien el apodo por Tatemón o Cabezón, que está regacho: de aquí hasta el fin del Universo seré el Tote”, le digo. Contesta: “Claro que sí, será como tú te sientas mejor, Tote.”
¡Qué recuerdos, caray! El agua de río siempre está en la cuenca de tus manos. Fluye a raudales, así es que deja de quejarte pinche Cabezón, Tote, Tate, o como gustes llamarte.
Veo tu rostro en el espejo. Sonríes y afirmas: “Eres el Tote, siempre serás el Tote.”
Hoy, este día, uno de septiembre de 2023, pasados poco más de 50 años, me río, ja, ja, ja, como antes, y es una risa bien chingona, tanto que me dices: “Tote, que guapotote estas” y seguimos platicando, ahí, en esa orilla donde estoy cayendo, pero fluyendo con estos recuerdos … Hoy el cielo es un inmenso mar y hay olas que, suavemente, regresan a esta orilla donde te estoy recordando, hermana.
Hoy me imagino que cantas “Un velero llamado libertad”, y estás en el vano de la puerta, y nos avisas que iras a navegar, y me gusta verte con tu camisa a rayas, pantalón vaquero Levi´s, y saber que recorrerás el mundo en un velero llamado libertad, y descubrirás gaviotas y pintarás estelas en el mar.
Hoy veo tu sonrisa en el cielo.“En el cielo siempre hay arcoíris, Tote. Debajo de las piedras, hay arcoíris. Observa bien. Todo está en el camino que quieras labrar”, me aconsejaba, Lupe, mi hermana mayor, siempre positiva, aún y cuando le decía que veía un cielo vacío cuando se iba y nos dejaba solos. Ahora me doy cuenta de que todo era al revés.
Mirando el cielo, hoy trato de delinear un arcoíris con tus buenas vibras:
“TOTE, ALZA LAS PIEDRAS”
Es un sueño
y
arrastra
tierra fuera del río,
y estás a mi lado
y no puedo abrazarte.
Es un sueño
que golpea las estrellas,
y hay mesas blancas
rebosantes de comida,
fruta,
y leche
sólo para ti,
hermana,
y un enorme televisor
con caricaturas
sólo para ti.
Apagas la televisión
para seguir caminando por ahí.
Me llevas de la mano,
y hacemos estelas en el mar.
Frente al espejo no paro de reir, porque voy de bajada, y sé qué de bajada o subida, la vida sigue.
…
Sí, debajo de las piedras está lo que no dijimos.
Quisiera regresar el tiempo para decirte, en el momento justo, en el que vale: “Te amo, carnala.” Hoy te digo te amo con la fuerza de este cielo que me está esperando. Ya quiero irme a ese cielo para abrazarte con las nubes, con el sol, con las estrellas, con las gaviotas regresando, siempre regresando, pero contigo. Quiero regresar para no volverte a perder.
Es tan difícil vivir en este silencio que trato de rodearlo, pero siempre llego al mismo punto. Creo que es momento de navegar, pero contigo, y con Adriana, una de nuestras hermanas menores. Quiero estar con ustedes, pero me dicen: “Regresa, regresa, aún no es tiempo.” Son voces que me preguntan: “¿Cómo estás?” y, sin esperar la respuesta, al unísono, me dicen: “Espera a que arriben las gaviotas.”
(En otras hojas hablo de mi hermana Adriana, una de las más pequeñas, pero la más alta de todas mis hermanas. Suelo pensar que mi hermana Adriana es alta, como una jirafa, porque le gusta mirar los girasoles.)
…
…
No puedo regresar en el tiempo. Sé que no se vale decirle te amo a unas hojas, pero es lo único que tengo. Tomo unos tragos para ir recogiendo los pedazos de espejo. Sigo escuchando música de Serrat, Piero, Rafael, Sandro, Domenico Modugno, José Luis “el puma” Rodríguez, Leo Dan, Mocedades, José Luis Perales, otros inmensos cantantes, así como música de trova, que tanto te gustaba y escuchabas cuando ibas a vernos.
Cuando llegabas al cuarto, lo primero que hacías era abrir la ventana y decías: “A esta casa le falta aire fresco. Huele a humedad, debe ser porque ayer llovió y no han sacado esas cubetas con agua. A ver, Tote, despabílate, anda a tirar esa agua al excusado. Sagrario y yo barreremos y trapearemos la casa.” Luego, escuchaban música de esa grabadora que nos regalaste, Lupe, y la Yayo, otra de mis hermanas, está contigo, y están a dúo cantando y cantan fenomenalmente bien en inglés y en español, y ahora están entonando melodías de Engelbert Humperdinck, y hoy lo sé, es “Spanish Eyes”, la estoy escuchando, y la estoy cantando: “¿Me escuchas?”, pregunto. Nadie responde.
Prosigo con Serrat, de quien decías que, antes que cantante era un poeta y, en ese tiempo, no dilucidaba el significado de esa palabra, y hoy te contesto: “Claro que sí, Serrat es inmenso como esas estelas en el mar que vamos dejando y que suelen diluirse en un abrir y cerrar de ojos, pero quedan las luces y las sombras del canto a la vida. Serrat es ‘Penélope’, ‘Tu nombre me sabe a hierba’, muchas melodías más, que abarcan el mismísimo tiempo, el hueco y la cima donde deambulamos todos los días en esto que llamamos vida.”
Te abro la puerta, y te digo: “Adelante, pasa, he estado esperándote.” Sonríes y ahora sí me respondes: “Tote, siempre estaré con ustedes.” Y con esa música, me das un fuerte abrazo. Te doy un fuerte abrazo. Un abrazo de vida. Me desprendo del silencio que me ha venido rodeando. Siento que estoy viviendo, carnala.
Sigo oyendo esa música y son rolas inmensas, como esa honda que va lanzando recuerdos: vamos caminando por esa larga calle que nos lleva a la iglesia, y cantamos: “Hoy corté una flor/ y llovía y llovía, / esperando a mi amor/ y llovía y llovía… Y te la sabes de memoria, yo te sigo el paso, pero sólo me sé esa parte, ja, ja, ja, y me gusta cuando te hago los coros y te digo “y llovía y llovía”, y reímos a carcajadas. Sigues cantando con esa energía y forma precisa de ver el mundo, en donde “uno cosecha lo que siembra”, y cuánta razón tenías, hermana, por eso hoy te daré una rosa para que esté contigo en el arcoíris que nos regalaste.
Estoy oyendo esa rola y estoy haciéndote los coros con ese “y llovía y llovía”, pero no es lo mismo. Y no sé por qué estoy cantando “Llueve sobre mojado”. Veo tu sonrisa, hermana, escucho tu voz, tu sonriente voz. Estoy riendo en el vacío.
…
…
…
Pasando el tiempo, nos cambiamos de casa, nos fuimos a vivir a la Colonia Obrera. Fuimos creciendo. Nos dispersamos. Luego te casaste, viajaste a Francia. Tus hijos, hijas, sobrinos del alma. Tu repentina partida. En otras hojas escribo de ello.
…
…
…
…
Aún estas sentado en esa banqueta, acunándote las rodillas con los dos brazos. Ese hueco te rodea, Tote.
Escribes:
GUADALUPE ESTHER
Hermana,
hoy que estás con nosotros,
pero sola,
sola,
extrañamente sola,
te alejas,
tendida entre ruegos
te alejas.
No quisiste regresar de tu sueño enfermizo
y los rezos
se doblegan.
Te busco en los retratos,
en tu recámara,
en tus hijos,
pero sólo quedan unos muebles inútiles,
y mis ojos que solo encuentran hierba en tu lápida.
(Guadalupe Esther:
¿En cuál arco iris estarás?)
Agosto 2, 1989.