Hugo Martoccia
La semana que hoy culmina ha sido la primera en mucho tiempo en la cual MORENA Quintana Roo se pareció a un partido político organizado alrededor de la disciplina jerárquica y la conjunción de la operación táctica y la visión estratégica alrededor de un objetivo. O sea, por primera vez en mucho tiempo actuó como debe actuar un partido, y no como células de poder desordenadas, contrapuestas e indisciplinadas.
Hubo una serie de hechos que condujeron a ese momento inédito. Esa serie comenzó el 28 de julio cuando Mara Lezama definió, desde un discurso en Solidaridad, la ruta política de la 4T para recuperar ese municipio, y continuó con las instrucciones precisas de la propia gobernadora de cómo el partido debía seguir esa ruta.
La designada fue la dirigente de MORENA, Johana Acosta, que emitió un durísimo mensaje contra la alcaldesa de Solidaridad Lili Campos. Ese hecho, que podría considerarse casi menor en cualquier otro partido, fue en realidad mayúsculo para MORENA. Por primera vez el partido más grande del estado se encolumnó detrás de un mensaje unívoco que salió desde donde debía salir: la cabeza de la dirigencia.
Luego, hubo intentos, algunos mejores, otros peores, por seguir las palabras de la dirigente, pero, como sea, la situación fue la óptima; todo MORENA (e incluso el PT hizo su propia jugada) se movió bajo una directriz política que partió de su dirigente, y, más allá, de su gobernadora. Se insiste: funcionó como debe funcionar un partido, independientemente de que se esté o no de acuerdo con el fondo del mensaje o con esa batalla política en particular.
Pero problema está en los alrededores del poder. Hubo contadas voces que, por lo bajo, criticaron la postura de Johana. Las críticas fueron desde el tono del mensaje hasta la oportunidad o la supuesta falta de coordinación con otros actores. Todas las críticas parecieron, más bien, el lamento de muchos que se vieron desplazados de la escena mediática. Y quedaron desplazados, debe decirse, por su tibieza.
Por eso llamó la atención que varias de esas críticas apuntaran a lo “fuerte” del mensaje. Varios parecen asustados de entrar a una confrontación real en Solidaridad. Quizá, se acostumbraron demasiado a los acuerdos impresentables con Carlos Joaquín, cuando nadie criticaba nada de ese pésimo gobierno, y creen que eso es hacer política.
No; esos acuerdos fueron, en el mejor de los casos, un mal necesario. Hoy son simplemente un mal insostenible.
La imagen que quedó fue la de la dirigente saliendo al combate contra la “derecha” (¿no defiende así Mario Delgado a AMLO y a la 4T de los embates de los “conservadores”?) y a un nutrido grupo de “notables” morenistas temblando de miedo porque quizá no les gusta enfrentarse al neojoaquinismo, que tan bien los trató en el sexenio pasado.
Pero esto no sucede porque sí. Es un problema que se generó por el reparto de cuotas de poder dentro de MORENA, que realizó en su momento la propia Mara.
Lo que sucede, debe decirse, no es culpa de un capricho de la gobernadora. Fue lo que tuvo en sus manos en ese momento para armar la estructura institucional de un partido que no tenía absolutamente nada. Pero ya es hora de que eso se ordene. Y quizá el camino es lo que sucedió esta semana.
Si no, las cosas se van a complicar. Mara pasa hoy lo mismo que López Obrador pasó al inicio de su sexenio. Es bueno recordarlo para saber cómo podría solucionarse.
Liderazgos compartidos
Cuando López Obrador tomó la Presidencia de la República, dejó el partido en manos de Yeidckol Polevnsky. El problema fue que a la dirigente no se le dio todo el poder. Ese poder también quedó en parte en manos de Bertha Luján, desde la presidencia del Consejo Nacional. Y MORENA fue un caos.
Fueron largos meses de una lucha feroz, que terminó con el partido manejado desde el INE y el Tribunal Electoral.
Quintana Roo fue incluso un ejemplo de que tan roto estaba el partido. Cuando se registraron los candidatos a las diputaciones locales de 2019, la dirigencia local decidió por sí misma no inscribir algunos de los nombres que Yeidckol envió, porque los locales estaban alineados con Bertha Luján y querían poner otros candidatos. Hasta ese nivel llegó la confrontación.
Mara se metió en una situación similar. Cuando organizó el partido, le dio la dirigencia a Johana y el Consejo Político a Jorge Sanen. El problema es que Sanen siempre actuó (se supone que bajo el cobijo político de la gobernadora) como un sub dirigente, que ve los asuntos “del norte del estado”.
Y eso es un problema porque ni siquiera es del todo real. Hoy, por ejemplo, Benito Juárez es el municipio de la 4T que menos Comités para la Defensa de la Transformación tiene. Sanen tampoco tiene un control absoluto del Consejo; ese control es de Mara. En ese contexto, parece innecesario dotarlo de un poder delegado de esa magnitud. Porque eso desordena a MORENA.
No se trata, debe decirse, de sacar a Sanen de la operación política o de los trabajos partidarios. Sanen es sólo un nombre, y todo suma y es necesario. Lo que parece insostenible son los dobles o triples comandos de poder en el partido.
Alfonso Durazo, que es nada más y nada menos que gobernador de Sonora y ex funcionario de primera línea de AMLO, no le discute el liderazgo a Mario Delgado en MORENA. El papel de Durazo es manejar el complejo Consejo Político Nacional morenista. Mara ni siquiera tiene ese problema, porque el Consejo lo maneja ella.
Y el problema no es sólo Sanen. El diputado Humberto Aldana nunca se conformó con haber dejado la dirigencia, y sigue moviendo su propia gente y agenda. Yensunni Martínez no deja entrar a nadie al sur. Juanita Alonso maneja, a través de su esposo, la secretaría general del partido, pero nunca salieron de su visión insular para operar políticamente.
Y hay un largo etcétera de divisiones que incluye, por ejemplo, a la cada vez más aislada Anahí González, y hasta al otrora líder moral Rafael Marín.
El partido, entonces, está compartimentado en espacios de poder casi egoístas, que tiran cada cual para su lado. Y todos dicen que responden y tienen órdenes directas de Mara.
Ningún partido político exitoso en la historia de occidente ha tolerado semejante horizontalidad en el ejercicio del poder interno. Eso no existe; los partidos políticos, al interior, se manejan de manera vertical y con disciplina. Se reparten y acomodan liderazgos, para equilibrar fuerzas; pero no se reparte el poder entre todos de manera igualitaria y además confrontada. Eso conduce a la desorganización y al caos de atribuciones que es hoy MORENA.
Mara tiene el poder suficiente para manejar el partido como quiera, pero debe decidir cómo ordenarlo. ¿Quién debe manejar MORENA? ¿Johana, Sanen, Aldana, alguien más? Esa decisión sólo la puede tomar Mara. Pero el partido debe ordenarse de manera urgente en una estructura vertical y disciplinada. Esta semana que pasó demostró que ese es el mejor camino.
¿Cuál es el riesgo si no lo hace? Simple y trágico a la vez: Repetir, o empeorar incluso, el papelón de 2022 cuando MORENA apenas arañó el 30% de los votos y el Verde logró el 22%. Parafraseando al Rey Pirro: con otra “victoria” de esas, MORENA está acabado.
Verde y PT suman confusión
Más allá de MORENA, el resto de la 4T tampoco parece encontrar un camino sólido.
Hay una feroz andanada en contra de la comisionada del PT, Paty Casados, por grupos internos que se dicen arropados desde diversos ámbitos de poder. El tema llegó al despropósito de que en Tulum hubo dos casas del PT funcionando, y con la inexplicable anuencia de la dirigencia nacional.
Por ese motivo, la coordinadora de los senadores petistas, Geovanna Bañuelos, pasó por el estado la semana pasada. Hizo una parada especial en Tulum, en donde el referente del partido, Jorge Portilla, está enfrentado sin concesiones con el presidente municipal Diego Castañón. El alcalde quiere a su propio PT domesticado, y allí se han generado los conflictos.
El PT quiere saber qué espacio le da la 4T en Quintana Roo, y si realmente son aliados. Nadie olvida, en ese partido, que el “oficialismo” de la 4T prefirió en 2021 que Chepe Contreras gane en Bacalar en vez de la candidata petista, y que en 2022, mientras la “alquimia electoral” que se organizó en la misma cúpula del poder le dio al Verde al 22% de los votos, al PT, que también estaba en ese acuerdo, sólo le “dieron” los 3 puntos que ya tenía. O sea, no le dieron nada.
Geovanna es hoy un referente importante de la nomenklatura del PT nacional, y hablará esta semana con Mara para ver si la relación entre ambas partes encuentra caminos menos tóxicos para transitar.
Aún ante esa situación, el PT cumplió su papel, y Paty Casados salió esta semana que concluye a respaldar a Johana en su mensaje sobre Solidaridad. El que no apareció en esa batalla fue el Verde Ecologista, sumido en sus profundas contradicciones en ese municipio.
Y no se trata sólo de los acuerdos de ese partido con Carlos Joaquín (¿se animarán a darle a ese grupo otra candidatura en 2024, destrozando por completo el mensaje de la 4T en Quintana Roo?) sino también de las peleas internas. Como nunca, el Verde está dividido en dos bloques que parecen irreconciliables.
Solidaridad fue un ejemplo. El partido tiene a la diputada Estefanía Mercado como su candidata natural en el municipio para 2024. Sus posibilidades son muchas, pero la estructura institucional del partido la maneja Renán Sánchez, que tiene una mala relación con Estefanía.
Entonces, el que salió a defender el espacio Verde en Solidaridad en estos días cruciales fue Francisco “Paco” Elizondo, que tiene peso nacional en el partido, pero, a su vez, una mala relación con Mara Lezama.
Y ese pequeño ejemplo es apenas la punta de un iceberg que podría desarticular la casi legendaria verticalidad en el ejercicio del poder dentro del Verde Ecologista.
Como se ve, Mara Lezama debe solucionar complicaciones en todos los frentes políticos. Podría decirse que la gobernadora tiene el control formal de toda la política en el estado, la propia y la ajena. Pero la telaraña de hilos conductores con los que se maneja ese poder parece tener aún varios cabos sueltos, y requiere de una estructura organizativa más sólida. Ordenar a MORENA es el primer paso obligado para ordenar toda la política.