Por: Gilberto Avilez
(Primera de tres partes)
El fin de la autonomía cruzoob, o esbozos de un largo y sostenido despojo a su territorio
En el origen de la Guerra de Castas, hubo algunas posturas de los rebeldes que establecieron un mejor trato y una mayor presencia del elemento indígena en la sociedad yucateca; se trataba de una perspectiva, si se quiere, hasta multiétnica. Otra postura se escoró en expulsar a los blancos al mar sin más ni más, tomar el poder y alzarse con el país. Pero hubo otra perspectiva más radical y sangrienta, como la que enarboló Cecilio Chi, que buscaba no solo expulsar sino eliminar a toda la sociedad blanca de Yucatán y, al parecer, purificar el país.
Pero desde el primer momento del conflicto, un hecho que no podemos negar, es que había por parte de varios caudillos mayas, una búsqueda infructuosa por recuperar una tierra que estaba entrando a un proceso capitalista con el avance de la frontera del azúcar en los montes del oriente y sur de la Península, tocando las nuevas empresas agrícolas iniciadas desde principios del siglo XIX, antiguos espacios autónomos que casi habían pasado los tres siglos de colonia en una plácida calma chicha.[1] En la medianía de la década de 1840, las zonas del “episodio azucarero” en Yucatán fueron los escenarios principales de la Guerra profetizada por los chilames. La Guerra de Castas se inició en el verano y otoño de 1847, y su “sonido y furia” vendría a ser la pica que pondría -no punto final porque los pequeños trapiches subsistirían en la segunda mitad del siglo XIX y la industria azucarera florecería al final de ese siglo- sí la clausura del primer acorde del capitalismo en Yucatán (el azucarero).
Cuando los mayas rebeldes fueron expulsados de los pueblos que habían ocupado durante los primeros seis meses de 1848, se refugiaron a los “bosques orientales” y al sur de una extensa zona conocida, en tiempos coloniales, como “la Montaña”. Ahí, en esas soledades, esperaron las arremetidas, las correrías e incursiones de las tropas yucatecas dispuestas a eliminar cualquier rastro del levantamiento indígena. Cuando se funda Santa Cruz, la historia de resistencia iniciaría con más brillos, hasta el punto de que los cruzoob, escindidos de los mayas pacíficos, crearon una territorialidad indígena, a contra pelo del estado regional yucateco, y del México de la segunda mitad del siglo XIX. Los indígenas sublevados al otro lado de la línea fronteriza que corría de Peto a Valladolid, una sociedad autónoma en la segunda mitad del XIX, es la prueba más evidente, la más prístina, para objetar las interpretaciones como la de que los indígenas sólo lucharon para suprimir contribuciones y obvenciones.
En 1849, Venancio Pec (el que le dio muerte a Jacinto Pat), Bonifacio Novelo y Florentino Chan, caudillos de la visión nativista signados por el pensamiento de Cecilio Chi, haciendo uso de la memoria colectiva para el restablecimiento de una territorialidad indígena, señalaban que “todos los montes del Rey que están por el Norte o por el Oriente, ni en manos del indio esté el venderlos ni el español, que queden para que hagan milpa los pobres; eso está sabido en el antiguo Mapa”. La referencia que hacían estos caudillos, se refería seguramente al mapa de distribución de la tierra elaborado durante la convención de Maní de 1557 “y que los indios todavía consideraban válido a mediados del siglo XIX”.[2] Esto del “antiguo Mapa”, forma parte del artículo 9º del Tratado presentado por Florentino Chan, Venancio Pec, Bonifacio Novelo y Manuel Antonio Gil a la Comisión Eclesiástica que había enviado el gobierno yucateco para buscar la paz entre los sublevados; estos caudillos, claramente pedían la división del territorio peninsular.
El artículo dos de dicho tratado, decía lo siguiente: “Que nos dejen este pedazo de tierra para estar, porque no acertamos á estar entre los españoles; sino hasta después que se asiente y no haya guerra en parte ninguna, iremos á reunirnos, pero poco a poco y con estimación”. El artículo 8º apuntaba: “No es necesario que yo pida monte alguno para ningún pueblo, en firmado el Sr. Gobernador este papel, cada uno sabe su pueblo, y si tiene comprado algunos montes, sea cualquiera, sea español sea indio, aunque venga entre ustedes, siento así que estamos en mutuo amor”.[3]
Esta propuesta de la territorialidad indígena, ya se le había hecho saber los mayas rebeldes al gobierno mexicano y al yucateco, a través del Superintendente de Honduras Británica. Unos meses antes de ser asesinado, Jacinto Pat se dirigió al Superintendente de Belice, el Coronel Charles St. Fancourt, y le solicitó su mediación para volver a la paz a Yucatán. El Superintendente, en ese sentido, se puso en comunicación con el gobierno mexicano y alegó que, para terminar la guerra, México les cediera a los rebeldes una parte de la Península. Esta irrisoria propuesta, por increíble que pareciera para los yucatecos, fue aceptada por el supremo gobierno mexicano, que venía de perder medio territorio con los Estados Unidos, y todavía pensaba perder más. En nota del 8 de agosto de 1849, la actitud de México se le hizo saber al gobernador Barbachano en una nota de gobierno, donde se le instruyó que de inmediato se contactara con Fancourt para lo consecuente. Barbachano así lo hizo, pero en otra nota de respuesta del día 20 de octubre del mismo año, le hizo saber al gobierno mexicano las terribles consecuencias que acarrearía tal arreglo, entre ellas, que esa futura región indígena independiente cayese en manos de los ingleses. Por fortuna, las razones de Barbachano no fueron tiradas en saco roto, y no se habló más del asunto.[4]
Todavía el 15 de noviembre de 1849, en conferencia entre una partida numerosa de mayas rebeldes y el Superintendente Fancourt en las aguas de la Bahía de la Ascensión, estos le hicieron saber hasta las coordenadas, los puntos y las mojoneras de la territorialidad que defendían y pedían al gobierno yucateco que aceptara esas condiciones territoriales para el fin de la guerra. A Fancourt le hicieron saber que no querían ya la reducción de contribuciones, una de las causas que alegaron al principio como origen de la guerra de castas, y tampoco otra cosa de lo que habían pedido en los tratados de paz que presentaron sus caudillos. Los mayas sostenían que no tenían confianza alguna en los blancos, pues siempre lo que les había ofrecido jamás lo habían cumplido. Que lo único que deseaban era que el gobierno de Yucatán les dejase el terreno que en la actualidad ocupaban tirando una línea al Norte desde Bacalar hasta las playas del golfo de México. Y que los blancos que estuviesen establecidos dentro de esos límites, podían quedarse en sus terrenos, pero sin ejercer autoridad alguna.[5] Fancourt les hizo entender que Yucatán no concedería ningún derecho de soberanía ni les permitiría sustraerse de la obediencia de Mérida, y menos les entregaría una parte del territorio de la península que podían ocupar separadamente. Y al preguntarle cómo gobernarían aquel territorio, los mayas dijeron que no podían gobernarse por sí mismos, pero querían que el gobernador de Belice también los gobernase. Entonces, Venancio Pec, a nombre de los indios presentes como ausentes, alegó que si consideraban “demasiada la extensión del territorio pedido por ellos, que se contentarían con que fuese menor lo que han de recibir, pero que si no han de poder disfrutar de la parte que se les ha de demarcar, libres del dominio o intervención del gobierno general emigrarían todos y cada uno de ellos al establecimiento británico de Honduras”.[6]
Mapa 1. Territorio exigido por los mayas. Fuente Villalobos (2006:40).
Aunque el gobierno yucateco y el mexicano no cedieron a las estipulaciones territoriales de los mayas, en los hechos estos conformaron una territorialidad indígena que abarcaría una considerable parte (como 2/3) de lo que es actualmente el estado de Quintana Roo. En un mapa que presenta la investigadora Martha Herminia Villalobos González, en su estudio forestal sobre la guerra de castas, se logra observar los territorios indios que en 1870 tenían una relativa autonomía del estado mexicano. Frente a los territorios indígenas de Icaiché, Lochá e Ixcaná (la mayoría, en los límites con Campeche), el territorio de los cruzoob era mucho más extenso, teniendo como punto lejano al norte a la Maroma, entrando Tulum en su territorio, así como las tres bahías de la Ascensión, del Espíritu Santo y Chetumal. El punto al sur era el fuerte de Bacalar, que desde su recuperación mediante una degollina en 1858,[7] se había convertido en un centro de acopio para los tratos comerciales con los ingleses. Ese extenso territorio, era los límites de lo que podríamos nombrar como la república de Chan Santa Cruz.
Mapa 2. Territorios indios en 1870: Fuente Villalobos (2006: 72).
La historia ya nos ha indicado, que en los apartados montes de lo que actualmente denominamos como Quintana Roo (las 2/3 partes de Quintana Roo, menos las islas), una nueva sociedad, como producto de la guerra trabada por los indígenas para su liberación, de manera libre, autónoma y en frontal oposición a sus dominadores, por más de 50 años reformuló las tramas de significados[8] de su cultura milenaria, retejiéndola hacia nuevas formas de organización social sin la urdimbre exógena del tutelaje y la dominación de los grupos dominantes; recuperando, o creando para sí, un territorio vital que sería conocido como territorio cruzo’ob: el territorio, apunto aquí, de la autonomía maya.
Desde su fundación y sucesivas refundaciones durante un lapso considerable de tiempo (1851-1901), Chan Santa Cruz y su dominio territorial se convertiría en el centro y brújula de la alianza autónoma de los mayas rebeldes insumisos. Fue tanto el sentimiento libertario de los “cruzoob” pobladores del “imaginario vacío” como fue visto el Territorio Federal durante buena parte del siglo XX, que todavía en los años 30 del siglo XX, en varias cartas de los jefes mayas del cacicazgo de X-Cacal a Silvanus Morley, establecieron claramente sus ideales autonómicos y territoriales:
“Nosotros que estamos aquí en el poblado queremos que nos sea entregado para todos los fines el territorio de Santa Cruz tal como hace mucho tiempo. Porque nosotros estamos acostumbrados a gobernarnos a nosotros mismos en este pueblo. Porque nosotros no queremos que vengan mexicanos a gobernarnos. Estamos acostumbrados a gobernarnos en nuestro pueblo hace mucho tiempo, y así en el presente. Por lo tanto también esto te digo, señor don jefe: no creas que todos nos hemos rendido a los mexicanos”.[9]
[1] Cline, Howard F. 1978 “El episodio azucarero en Yucatán (1825-1850)”, Yucatán: historia y economía. Revista de análisis socioeconómico regional, núm. 5, Mérida, Yucatán., Universidad de Yucatán, enero-febrero, pp. 3-23.
[2] Bracamonte, Pedro. 2000“La jurisdicción cuestionada y el despojo agrario en el Yucatán del siglo XIX”, Revista Mexicana del Caribe, Vol. V, Núm. 010, México, Universidad de Quintana Roo, p. 162.
[3] “Comisión eclesiástica de Valladolid”. Boletín Oficial del Gobierno de Yucarán, 6 de febrero de 1850.
[4] Enciclopedia Yucatanense. Volumen III. Mérida, 1947, pp. 263-64.
[5]Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias su estado actual. 1866, 1990, Melchor Campos García (edición, estudio y transcripción), Mérida, Yucatán, Universidad Autónoma de Yucatán, p. 84.
[6] Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias su estado actual…p. 85.
[7] Sobre la caída de Bacalar en 1858, véase mi artículo para Noticaribe Peninsular, en la siguiente liga electrónica: https://noticaribepeninsular.com.mx/la-matanza-de-bacalar/
[8] Geertz, Clifford. 1996. La interpretación de las culturas, Gedisa, España, p.20.
[9] Sullivan, Paul. 1991. Conversaciones inconclusas. Mayas y extranjeros entre dos guerras, México, editorial
Gedisa, p. 75.