Agustín Labrada
“A Yokop se llega por dos caminos de herradura”. Así inicia Jorge González Durán su libro Memoria de la guerra vieja, cuya prosa surcan otros caminos que conducen a revivir los recuerdos de Evaristo Tuz, quien va trenzando una imagen (fragmentariamente épica) del pueblo maya y sus ilusiones para sostener la libertad.
Esos caminos crean una hibridez genérica —donde convergen entrevista, poema en prosa, historia novelada, reportaje histórico…— para, desde la memorización, relatar sucesos —algunos vividos por el héroe protagónico— sobre la Guerra de Castas, que ensangrentó a esta península entre los siglos XIX y XX.
Justo en esa época aparecieron las primeras narraciones sobre este conflicto entre mayas independientes y yucatecos blancos y mestizos, como Los misterios de Chan Santa Cruz, de Pantaleón Barrera; Cecilio Chi, de Severo del Castillo; Nati Pat: los indios bárbaros de Yucatán, escrita por el francés Ernesto Morton…
Esas obras comparten dos características con el libro de Jorge: los escenarios del Caribe quintanarroense y el contexto de la epopeya real, donde se insertan pasajes imaginarios, aunque las primeras pertenecen a la escuela romántica y Memoria… se ubica en un realismo histórico que matizan giros poéticos de aires indígenas.
Evaristo Tuz, envejecido y pobre, recuerda y lo hace con un lenguaje lírico y solemne que también usan el narrador que encauza la entrevista y los mismos personajes históricos, quienes afloran de modo relampagueante en algunos puntos del relato. Ese lenguaje se torna algunas veces homogéneo y angosto, y les resta verosimilitud a ciertos capítulos.
Afuera adivina a un niño que quiere capturar mariposas con su sombrero. Siente que quizás ese niño sea él, una tarde, en un lugar olvidado. Un niño descalzo deambulaba por la plaza, alrededor de la ceiba, mientras los hombres con sus armas marchaban al monte a combatir y vigilar las milpas para evitar que fueran quemadas por sus enemigos…
Desde ese lenguaje próximo a la novela lírica, afanes de libertad, pasiones justicieras y otros afluentes emocionales entran en la piel de los acontecimientos humanizando zonas dramáticas y conflictos. Pero el texto no logra escindirse de la tradición, la selva no se convierte en puro trasfondo, ni el personaje protagónico en símbolo.
Al ser más oscuras las relaciones humanas que los peligros de la naturaleza, tanto en los enfrentamientos militares contra el ejército como en el círculo de los jefes indígenas, el espacio natural impone su rol protagónico. Ofrecer ese testimonio es un modo de exigir una transformación social desde esta narrativa que busca sus referentes en la Historia.
Fue así cómo perdimos pueblos y ciudades que estaban en nuestro poder y nos fuimos replegando a la selva, único terreno donde estábamos seguros. Cecilio Chi fue asesinado, también Jacinto Pat. Las rencillas de los jefes, sus recriminaciones y reclamos agudizaron el sentimiento de derrota: lo que fue un gran ejército se dividió en grupos rebeldes sin dirección…
Personajes pertenecientes a la realidad, como Juana de Arco y Napoleón, no son verosímiles en la literatura, pero la literatura ha exhibido con luz hechos que ocultan gobiernos e historiadores como en Cien años de soledad, donde García Márquez cuenta la matanza de empleados bananeros ocurrida en Colombia hacia 1928.
Un mérito de Jorge consiste en incorporar con gracia ecos de las tradiciones orales, ignorados por métodos científicos de la historiografía, donde se subordinan esas fuentes porque no pueden documentarse. Aún así, historia y literatura se cruzan desde hace mucho tiempo, como en La Ilíada y su relación con los estudios sobre Grecia.
En Chancen vive el comandante Eulogio Can, uno de los hombres más valientes de la región. Ahora debe ser un viejo como yo, quizá ya haya muerto porque hace tiempo no tengo noticias de él. Lo recuerdo como si fuera a vivir para siempre. Cuando estábamos en los combates contra el comandante federal Ignacio Bravo, Eulogio era el jefe de una compañía…
Los pasajes más hondos ascienden cuando el narrador se enfila a su paso íntimo por la guerra, y pone en segundo nivel el relato global, como en el capítulo sobre el ataque a un pueblo invadido por el ejército, donde Evaristo Tuz debe incendiar un polvorín. Se describe aquí una dura batalla.
Este y otros segmentos narrados en primera persona adquieren mayor energía dramática que el resto de la narración y, aunque se trate de bloques más o menos dispersos, constituyen la médula del cuerpo textual. En estas circunstancias, siempre conmueven más las confesiones que hace un indio cruzoob que el panorama histórico y su aura épica.
La pelea fue dura… Con el machete en la mano, me fui escurriendo entre heridos y muertos, entre gritos sobre las piedras calientes impregnadas de sangre. Así logré acercarme a una choza en llamas. Adentro, vi a cinco soldados federales calcinados, se achicharraban unos sobre otros, como si el miedo a la muerte los hubiera juntado.
Autores más recientes también escriben sobre la Guerra de Castas como Miguel Ángel Suárez en La rebelión de los cruzoob, y Javier Gómez en Cecilio Chi. Son novelas de orientación costumbrista y ambientaciones locales, que retornan sobre los hechos —acuñados por la microhistoria—con un tratamiento novelístico bastante convencional.
La obra de Jorge González Durán no es novela y tampoco cuento, sino un puñado de acciones y atmósferas que no siempre siguen un orden cronológico, y cuyo único objetivo consiste en advertir que los mayas mantienen una vocación de independencia y una fe en sus profecías muy profunda, sin miedo al rasguño occidental.
Al no ser una narración canónica, Jorge tampoco diseña a sus personajes plenamente verosímiles, a fondo, con perfiles sicológicos individualizados. A propósito, como efecto estético, o por descuido, se expresan de modo análogo Evaristo Tuz, Cecilio Chi, Felipe May, Jacinto Pat… y el propio entrevistador. Prevalece el mensaje por encima de la fábula.
Un libro raro resulta Memoria de la guerra vieja no sólo por la fusión de tantos géneros en tan pocas líneas, sino también porque lo épico y lo político se urden desde la poesía. Esa prosa estilizada y el tema de la libertad universalizan el texto, curiosamente desde un entorno y un asunto que se sitúan en los márgenes.
Así, mediante la literatura y el discurso ideológico, la historiografía y el periodismo asediado por líneas ficcionales, este libro muestra la ambigüedad de los seres que en sus hojas viven y esculpen —entre imaginación y crónica—génesis, desenvolvimiento y saldos de una guerra que finalmente todos pierden, un conflicto sin fin, un trágico horizonte.