Por Agustín Labrada
Cuando alcancé los treinta años, no sentí ese golpe de esquemática transición que esgrime la mitología occidental como cruce de juventud a madurez. Fue un día más —intenso porque estuve en la casa donde vivieron los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo en México— como estos en que barrimos hoy las fronteras entre dos milenios.
Aún así, todos los cumpleaños desprenden —tras su fantasía escenográfica— una sensación mítica, porque el tiempo nos encariña y nos seduce con palabras y actos que luego son historia. Esto lo apunto tras haber asistido a la fiesta de la mejor orquesta cubana que llaman “Van” en la discoteca “Azúcar” de Cancún.
Acompañado por el productor discográfico Ali Ko, llegué a la discoteca la fría madrugada del doce de diciembre de 1999 y allí estaba “Van” llenando el aire con los acordes del songo y de la timba, haciendo bailar a múltiples parejas y seres solitarios en un rito que sellaba toda angustia, bajo la dirección de Juan Formell.
Sí, era la misma orquesta que hizo célebres canciones como “Yuya Martínez” y “La compota de palo” —que me remontan a la infancia—, “Aquí el que baila gana”, “La Habana no aguanta más”, y “Muévete”, popularizada por Rubén Blades. “Van” tocaba también sus éxitos actuales: “Esto te pone la cabeza mala” y “El tren se va”.
—Cuando se habla del ritmo songo, hay una referencia bien clara a una renovación artística. ¿Cómo puede explicarse esto en términos musicales? —le pregunté a Formell en una parcela de tiempo robada al espectáculo, donde se juntan (bajo la alegría) el ron caribeño y los gestos que forman un lenguaje.
—Yo siempre digo que el songo es un ritmo, aunque en realidad es un género, pero a nuestra orquesta no le interesó venderlo como un género nuevo, porque creo que los principales géneros ya fueron inventados. El songo es una mezcla del son cubano con corrientes modernas de la música internacional. El songo es el sonido de “Van”.
Al comenzar tu proyecto, ¿de qué premisas musicales partes como referencia y experimentación?
Yo, que venía de un mundo musical distinto con inclinaciones hacia el rock y el jazz, entré en la “Orquesta Revé” en 1966. Era una charanga típica con flautas y violines. Pero en lugar de adaptarme al fenómeno de esa estructura, traté de adaptar a la orquesta mis ideas que rompían con muchos esquemas de la música bailable.
Estuve en la orquesta cerca de año y medio. Me separé no por problemas personales, sino estilísticos, y conmigo se fueron varios músicos con los que fundé “Van”. Era un proyecto premeditado y funcionó de tal modo que hemos prevalecido en el gusto del público durante treinta años que festejamos hoy en México.
¿Cuál fue su contexto sociohistórico y cultural?
Era un momento muy difícil en Cuba para su música porque reinaba entonces un fenómeno musical-danzario llamado mozambique, con Pello “El Afrokán”, que fue importante, pero no servía como baile de salón, sino como conga callejera de los carnavales y aquello lo ponían cada media hora en todas las emisoras de La Habana.
Otro error fue que prohibieron a los “Beatles” en la radio y toda la música en lengua inglesa. La gente se sentía agredida con tanto mozambique y otros ritmos de moda que estaban en lucha como el pilón de Pacho Alonso y el pa’cá de Juanito Márquez. El panorama era incierto y la gente ya no podía bailar con música cubana.
Por eso, cuando yo empiezo con “Van Van”, hago una música que respeta los valores del son cubano y las tradiciones nuestras, pero con la intención de renovar el sonido y darle un aire más internacional. Por eso metí la guitarra eléctrica y en vez del timbal un drum completo, con batería y, después, los sintetizadores.
Según el novelista Leonardo Padura Fuentes: “…la importancia de la obra de Formell también trasciende lo musical para participar de lo literario. Las letras de sus sones y guarachas, extraídas de la realidad cubana y devueltas a ella en pegajosos montunos, han ido conformando una singular crónica de la vida del país.
“Tras la simpleza aparente de muchos de sus textos, enmascarado en el aura simpática de un costumbrismo picaresco, Formell ha sabido reflejar una compleja circunstancia social a la que, más de una vez, ha debido referirse por caminos subliminales para llegar a decir verdades conocidas, pero no reconocidas…”
Sobre ello me comentó Formell: “Así es, pero eso no lo descubrí yo, sólo he seguido las huellas de Miguel Matamoros, Benny Moré, Ñico Saquito, Ignacio Piñeiro y Benny Moré. El músico cubano siempre hace una descripción de su época. La música popular cubana ha servido para definir parte de la historia de Cuba.
“Mis canciones son como obras de teatro, donde los personajes son la misma gente que está bailando. Cuando se habla de la ‘Sandunguera’, alguna mujer del público se siente identificada. Cuando mencionas la ‘Titimanía’, seguro que algún hombre adulto se refleja en esa figura. Uno se gana al público con las crónicas.”
¿Quiénes son tus guías musicales antes de formar “Van Van”?
Te decía que me gustaba mucho el rock y el jazz, y sobre todo los “Beatles”, pero también escuchaba mucho a Arsenio y Chapotín, y a Benny Moré. Creo que esa es la corriente que seguí en la música cubana bailable. Todavía le tengo mucho respeto a “Aragón” y al “filin” de José Antonio Méndez y César Portillo de la Luz.
¿También influyó tu familia?
Mi padre era músico y cuando yo cursaba el bachillerato me enseñó algunas técnicas importantes del oficio como copiar, hacer arreglos y trabajar en la instrumentación y la armonía. No pude siendo muchacho asistir a ningún conservatorio, a ninguna escuela de música, y aprendí por mi cuenta a tocar guitarra.
Muchos piensan que incluiste los trombones en la orquesta para acercarte a la salsa.
Harold Gramages, quien es una personalidad de la música cubana, definió este asunto con mucho acierto. La mayoría de las orquestas cubanas tienen un defecto y es que suenan con mucha estridencia. Tienen tonos muy agudos, sobre todo las charangas, porque el violín es un plano agudo y la flauta es un plano agudo.
Como planos graves se quedan el piano y el bajo, pero les falta la tesitura central, y los trombones vienen a suplir esta carencia. Yo introduje los trombones en 1982 por esa razón de originalidad sonora y los utilizo muy diferente a cómo lo hacen los salseros. Justamente en los trombones y el bajo eléctrico está el sonido “Van Van”.
Mientras disfrutaba de esa caribeñidad de fin de siglo, recordé que durante una gira de la orquesta por Norteamérica, el periodista Peter Watrous señaló en “The New York Times”: “Escuchar a ‘Van Van’ es como toparte con un hermano gemelo, que te había sido arrebatado al nacer y enviado a criarse a media vuelta del mundo.”
La alusión tiene que ver con el bloqueo económico y el distanciamiento lacerante entre la isla y Estados Unidos, pero esa lejanía ha tenido sus comunicaciones subterráneas hasta el grado de que muchas grabaciones de “Van Van” son pirateadas y consumidas en Miami por los tantos latinos que allí se expresan con calor y baile.
Curiosamente, el mismo periódico neoyorquino había situado a la orquesta (años atrás) como una de las cinco agrupaciones más importantes de la salsa en el mundo, aunque su director Juan Formell insista en que el sonido habanero de los noventa se nombra timba, un intermedio entre el son cubano tradicional y la polémica salsa.
Los cantantes Pedro Calvo, Roberto Hernández y Mario Rivera, cada uno en su estilo, movieron con sus voces la esencia danzante de los convocados al ritual con viejas canciones y las historias finiseculares que en el idioma de la timba son como un rap cubano: duras y desafiantes. Treinta años cumplió “Van Van” mientras llovía en Cancún.