Agustín Labrada
En tiempos del coronavirus, muere en Madrid el cantautor Luis Eduardo Aute, un mes después de que falleciera mi madre en Cuba y en un entorno de dolor globalizado, donde la esperanza se ciñe a tener algo de fe en la medicina y permanecer en casa.
A Aute, quien oxigenó la música y fue poeta, cineasta y pintor, le debemos canciones tan hermosas como “Al alba”, “De alguna manera” y “Las cuatro y diez”; y discos como Aire / Invisible, Alevosía, Nudo, Fuga, Albanta, Espuma, Intemperie …
Crecí escuchando sus canciones desde que mi madre, mientras lavaba ropa en el patio, cantaba el tema que hizo famoso la Massiel “Rosas en el mar”. También oía versiones que aún interpretan otros artistas, dándole un nuevo brillo, multiplicado la creación.
Aquellas líneas poéticas, filosóficas y trascendentes fueron habitando sus composiciones —diseminadas en múltiples géneros musicales, con temas en los que predominan la ternura, el erotismo, la añoranza…— y convergieron con mi sensibilidad.
Recuerdo que, en 2002, al volver de un encuentro de periodistas en San Cristóbal de las Casas, bajamos en coche con la música del disco-tributo ¡Mira qué eres canalla, Aute!, así que no puedo escindir esas canciones de las montañas de Chiapas.
Allá, en el fondo de los valles, mis colegas y yo distinguíamos casas en miniaturas, unas vacas remotas, un México aparentemente lejano, como hubiese podido serlo para Aute, pero él superó esa distancia y México estuvo cerca de su corazón.
Bastan dos ejemplos: una de las siete historias de su largometraje Un perro llamado dolor, donde reinterpreta las relaciones de pintores con sus modelos e incluye a Frida, y la canción “Cinco minutos”, dedicada a la actriz mexicana Katy Jurado.
Dentro del filme, dibujado escena por escena, dice Luis Eduardo en ese capítulo mexicano: “A León Trotski lo mató Diego Rivera en un ataque de celos, al encontrarlo en la cama con Frida, mientras Sergei Einsenstein lo filmaba desde la ventana.”
El cantautor, oriundo de Manila, estaba “enamorado” de Katy desde que la vio actuar en la película norteamericana de Sam Peckinpah Pat Garrett & Billy the Kid, hacia 1973, y la pudo conocer años después en una fiesta que se hizo en Tepoztlán.
En otra fiesta, el Festival Internacional de Poesía de Granada 2015, el azar me hizo coincidir con el maestro. Estuvimos hospedados en el mismo hotel, desayunábamos en el mismo restaurante e íbamos a las mismas actividades artísticas.
Una noche, en la Casa de los Tres Mundos, donde recalábamos tras las jornadas del día y éramos recibidos con cervezas Toña y botellas de Flor de caña, donde se cantaba y bailaba en diferentes idiomas, se acercó con un mojito en la mano y me dijo:
—Esto está insípido, Agustín. Me debes un buen mojito, cubano a la cubana.
No pude hacerle el mojito en Nicaragua, pero sí acompañarlo desde el público a la presentación de su poemario AnimaLhada, en el Convento San Francisco, y en el concierto que ofreció, junto con Luis Enrique Mejía, en la Plaza de la Independencia.
Escucharlo en vivo fue una experiencia mágica como mágico resultó que aquel mismo día, en un pueblo —a veinte kilómetros de la costa atlántica— llovieran peces, según nos dijo Luis Enrique Mejía antes de cantar “Nicaragua, Nicaragüita”.
Nos volvimos a ver al año siguiente —en el Encuentro Internacional de Poesía en Paralelo Cero 2016, organizado por Xavier Oquendo, donde la comunidad artística ecuatoriana le hizo un homenaje en el teatro “Prometeo” de Quito—y su saludo fue:
—Aún estoy esperando mi mojito.
Aute cantó en ese cálido homenaje. Fue una de sus últimas actuaciones, antes de que ese mismo año sufriera dos infartos. Era un hombre mayor que se comportaba como el joven eterno que cantó contra el franquismo, y en favor de la libertad y la belleza.
En la Universidad Central de Ecuador, desde donde se veía un sugerente ángulo de la ciudad, cruzamos algunas impresiones y me confesó su apasionamiento por Cuba “…donde el ritmo y la sensualidad se desatan y son un muro contra la tristeza.”
También me dijo que la mayor alegría del hombre es enamorarse, porque se trasciende la realidad y se armonizan todos los engranajes; que un orgasmo (en ese estado de gracia) puede ser la máxima prueba de la posible existencia de Dios.
Tras los infartos de ese 2016, de los cuales no se pudo recuperar, ya no estuvo físicamente en los escenarios, pero sus melodías siguieron navegando hasta la sangre de distintas generaciones, como un escudo contra la adversidad, con su intensa metáfora.
Más tarde, en diciembre de 2018, Víctor Manuel, Jorge Drexler, Silvio Rodríguez, Massiel, Ana Belén, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Pedro Guerra, Ismael Serrano … le rindieron un homenaje maravilloso en el Wizink Center de Madrid.
Luis Eduardo llegó a grabar diecinueve discos de estudio y sus amigos cantantes realizaron versiones de sus obras, tan espléndidas como la emotiva interpretación que hace José Mercé de “Al alba”, desgarradora en el torrente colorido del flamenco.
Otra versión memorable es la creada por Silvio Rodríguez de “Me va la vida en ello”, donde el trovador cubano hace dúo (de voz y de guitarra) con él mismo, transmutando la pieza original en un regalo prodigioso para los melómanos del orbe.
Aunque supe de su largo padecer, confiaba en que se recuperaría este hombre de tres universos, quien vino al mundo en Filipinas, radicaba en España y estuvo casado con una mujer de Guayaquil, de esta América que lo acogió entre redes de afecto.
“Abril es el mes más cruel”, sentenció hace décadas el poeta T.S Eliot sin pensar en lo profético de sus palabras, ahora que se nos confina en los hogares mientras en la lejanía crece la primavera y esperamos ansiosos a que se extinga este oleaje de muertes.
Nacido un trece de septiembre, como mi hijo Alejandro, se nos fue Aute el sábado cuatro de abril, cuando la humanidad se protege contra un enemigo universal y yo me siento culpable por no haberle preparado, como él merecía, un excelente mojito.