Por Jorge Manriquez Centeno[i]
Por aquellos lejanos años de 1980, 81, 83, sentía que el tiempo transcurría a cuentagotas. Si por mi fuera, hubiese borrado esos años para estar de bote pronto en la Facultad: ya sea Filosofía y Letras o Ciencias Políticas.
También empecé a aquilatar la literatura con las redondeces que aún le veo por todos lados.
Hay recuerdos nítidos, entrecortados como pesadillas o sueños como arcoíris. Otros se los ha llevado el viento, que puede regresártelos al caer las hojas. Con la literatura intento delinearlos. Solo eso queda, nada más, nada menos.
Maestros de vida
En este relato o como quieran llamarlo, hablo de flores.
Estamos a principios de los años ochenta y una maestra de Literatura —de quien no recuerdo su nombre y apellidos, ni sus facciones— está por impartir sus clases.
En otras hojas hablo de ella, pero su recuerdo es recurrente, por ello, sigo pinchando la memoria, pero no logro esbozar su fisonomía, solo escucho que dice claramente: “Silencio. Digan presente cuando escuchen sus apellidos y nombre.”
Y su voz es maravillosa, maestra, y hace clic de inmediato, y percibo que este momento es significativo.
Todo es un tronar de dedos, escucha esos ecos y acércate a la puerta para que la puedas abrir.
Y abro la puerta y la maestra está hablando, y su voz es especial, como ese sonido metálico de las monedas que caen y que, con ese encanto, sabes que algo chingón está pasando. Es una moneda que no se fue a la alcantarilla, sino que traes en tu bolsillo y puede germinar algo: intuyes que es un momento genial. Y nos va dando “santo y seña” de algunos libros que va relatando, y en un año imparte la asignatura de Literatura Universal, y otro año da la materia de Literatura Mexicana e Iberoamericana, o algo por el estilo, y cada clase son dos horas de los martes y jueves, que se eternizan en el silencio respetuoso de los estudiantes, en las preguntas que la animan, y las tareas grupales le van dando forma a esos días plagados de emocionantes historias.
Debe mencionarse que ese grupo, como los de todos los tiempos, está integrado por gente “de sal, de chile y de manteca”, es decir, desmadrosos, serios, atolondrados, simpáticas alumnas y simpáticos alumnos, es decir, diferentes, pero nada más llega esa maestra, y el “buenos días” es uniformemente hermoso, más sus palabras maestra, su forma de abordar las historias y su erudición son tan increíbles como la gota de agua formando un arcoíris, y estamos a su alrededor, y no le importan esas clases extra muros, y no nos interesa la siguiente clase, por eso estamos escuchándola, maestra, y sabemos que algo está germinando en muchos de nosotros: me veo reflejado en esas miradas ávidas por conocer las tramas, los personajes, y su sicología, ya que, todas las personas somos el eco de lo que nos rodea, por eso estudien para que sean hombres de bien, dice, y nos quedamos sorprendidos de nuestro propio silencio.
La juventud es rebeldía, gritos destemplados o aldabazos de silencios imponiéndose a tu andar en la vida, todo depende por donde deambules. Si los cauces del río están bien delineados, los caminos te pueden conducir a ti mismo, por eso debes escuchar a esas personas valiosas que te están orientando por la vida. Ábreles el corazón para que la savia de sus consejos y sus buenas vibras te lleven a Roma, ese lugar victorioso al que todos queremos arribar.
Y su voz es clara y caudalosa como los manantiales que va describiendo en algunos relatos, o aletargada cuando vamos subiendo el cerro alto de Luvina, y palpamos esas piedras grises, son ásperas como las almas en vilo que brillan en los espejos.
Cuando el cerro esté empinado, aférrate a esas raíces para poder trepar hasta la cima. Y cuando bajes, cuídate de no correr para evitar rodar con el viento.
“El éxito es la punta donde pones el compás para poder darle la vuelta a los problemas, malos augurios y desesperanza, Jorge. Debes conocer dónde estás parado para seguir avanzando o rodear esas malas compañías, e irte por el camino correcto. La vida son círculos que nos envuelven o nos hacen felices”, parece que escucho a la maestra, y sigo preguntando otras cuestiones, que, estando más allá de los libros o lecturas de la clase, de ahí se desprenden para orientarnos en eso que se llama vida propia, que a veces es prestada o es reflejo de otras.
“Vive cada momento con la fascinación de los latidos de tu corazón, a tu ritmo, pero siempre con tus propios reflejos, decisiones”, vuelvo a escucharla maestra, y le digo: “gracias”, y en ese flashazo percibo su cabello blanco, blanco como la nieve, y la encaminamos a la entrada de la prepa, y en el patio la retengo con una pregunta sobre un personaje de La Ilíada, Aquileo que tanto llegué admirar, y la pregunta y la respuesta demoran otros instantes fenomenales: “Aquiles es el de los ´pies ligeros´, el más veloz de los hombres, gran guerrero, casi invulnerable, que nos recuerda que nada es para siempre. Muere al ser herido en el talón por una flecha envenenada, de ahí surge la frase ´el talón de Aquiles´, ya que cada uno de nosotros, como mortales humanos, somos vulnerables a determinadas situaciones, hechos”, dice, y sigue platicando la trama de esa obra inmortal.
Veo que se encamina hacia el gran portón de la escuela, observo su lento caminar, su pequeña joroba lo aletarga.
(Ahora pienso que debí acompañarla hasta su carro y seguir platicando otro rato más, que ella nos prodigaba a montones, pero no lo hice, el hubiera no existe, ¡caray!)
En la entrada de la prepa
Luego de aquellas extraordinarias pláticas, o cuando terminábamos alguna clase, varios amigos y amigas íbamos a la entrada de la prepa y seguíamos conversando de aquellos libros, de la tarea tan complicada de mate o de física. Sucedía que, a menudo, nos lanzábamos a jugar billar al centro de Coyoacán. Luego, nos encantaba escuchar rock progresivo, que masificábamos en nuestros cerebros y nos recostábamos en el pasto, y tarareábamos rolas de AC/DC, y Angus Young nos tenía electrizados con esas rolas, provenientes de aquella enorme grabadora del Cocodrilo, que, a veces, la llevaba a la prepa, y cuando andábamos rolando por ahí, la colocaba en su hombro y los decibeles nos energizaban, y estábamos a toda madre, porque la música nos hermanaba.
Eran días de gym ejercicios y rutinas deportivas al máximo con mi amigo Alberto, para después pasar a ver a Melina, y caminábamos por Coyoacán, por su centro, edificios históricos, plazas, bares, cantinas, hermosos edificios, calles empedradas, y fuentes de donde surgían luces nocturnas, y multicolores ríos de risas y buenas vibras.
(¿Dónde están carnales de toda la vida?)
Y en el centro de las vidas de aquellos chamacos estaba la prepa 6, y si pudiera escribir una oda en su honor, lo haría.
Si pudiera escribir una rola en su honor, lo haría.
Estudiar en la Preparatoria 6 “Antonio Caso”, de la calle Corina 3, Coyoacán, con número de cuenta 8022515-9, son de las cosas, hechos, que nunca olvidaré: aún puedo recorrer tus edificios, biblioteca, auditorio, aulas, zambullirme en la alberca, estar platicando en tus patios, andadores o en la sombra de aquellos árboles, con el viento que refresca mi memoria,
Desde esos años estaba como encantado con Coyoacán y sus magnificentes lugares: con problemas o sin ellos, con o sin novia, citas de trabajo o de desmadre con amigas o amigos, mi primera opción para pasar el rato era Coyoacán. Coyoacán de mis amores, con tu “Fuente de los Coyotes” que me fascina, tus calles, mercados, capillas, conventos, museos, librerías, parques, iglesias, casonas, bares, y por supuesto inmuebles de la UNAM, como Rectoría, las “islas”, tantas cosas más.
Los voy rodeando y me voy regodeando con ellos.
Me gustaba mucho ir al centro de Coyoacán y degustar nieves con sus increíbles variedades, esquites, chicharrón con limón y salsa búfalo, elotes tatemados y con su limoncito y chile piquín, beber mezcal en cualquiera de tus cantinas o tomar un café bien cargado para despertar las neuronas y estar escribiendo, y en ese parque esta un organillero tocando una melodía. Sus gotas metálicas me impiden continuar la lectura.
Le doy una propina al organillero, y camino por esas calles empedradas, grandiosas calles empedradas que redondean mi memoria… Quiero regresar, regresar, tan sólo regresar… Pronto regresaré…
La lógica de la vida
De aquellos años, recuerdo también las clases de Lógica del maestro Froylán López Narváez, que imponía un rigor excelso a su cátedra, además de que, por la recomendación de ese teacher, empecé a estudiar periodismo en el Palacio de Minería, y fuera de la clase hablábamos de salsa, cumbias, ritmos que nos encantaban y traíamos a flor de piel, como decía, pero eso es otra historia que relato en otras hojas,
Con el maestro López Narváez no había que darles vuelta a las cosas: teníamos que estudiar, y volver a estudiar para realmente aprovechar la invaluable oportunidad de forjarnos un futuro. Decía que ese espacio que ocupábamos merecía todo nuestra dedicación y fortaleza para seguir adelante y vencer todos los obstáculos que se nos presentan en la vida. De no hacerlo ese espacio era inmerecido, injustamente inmerecido dado que había cientos, miles de jóvenes que no tenían y no tendrían ese chance de estar en la escuela por sus adversas circunstancias socio económicas.
Recuerdo que pase las de Caín en las clases de Algebra. El libro de A. Baldor era como la losa de piedra que llevaba el pípila sobre su espalda. Pero para mí no era un resguardo, sino un enorme peso. No le entendía ni papa a esas clases, sólo por el apoyo de Melina pude pasar de panzazo esa materia, al igual que la correspondiente a Calculo Diferencial e Integral. En el pizarrón veía puros números, letras inconexas. Melina me los fue explicando con la lógica de la vida: poner “palitos y bolitas”, para que el atarantado que tenía enfrente las fuera dilucidando. Muchos días machacando variables, derivadas, cocientes, y tantas cosas más que no quiero recordar, porque ya se me olvidaron. Ja, ja, ja, ja. Pero en esos momentos logré entenderle a esa materia, y al final del año pasé el examen extraordinario. Cosa diferente aconteció con el Cocodrilo, que tuvo que cursar otro año, al reprobar ese examen, con lo cual, no pudo ingresar a la Facultad que le correspondía.
Con ese entrañable amigo pasé días inolvidables, y me encantaban nuestras conversaciones de rock progresivo, de melodías de Yes, Emerson, Lake & Palmer, Rush, Génesis, así como de otros grupos como AC/DC, Pink Floyd, que tanto nos llegaron a gustar, y en las que participaban otros cuates como Roura, cuyo nombre no recuerdo, el Ranita, otros más, con los que cantábamos tantas rolas, que hoy estoy escuchando en el YouTube.
Me acuerdo que los fines de semana vendía en el tianguis de Dr. Neva de la Colonia Doctores, dado que requería lana para poder sobrevivir los días escolares, ya que todo cuesta, y hasta el boleto de metro había que financiar.
En uno de esos años, había un maestro de Física, cuyo nombre no recuerdo, pero que hablaba y hablaba las dos horas de su clase, y nos llevaba por el rumbo de los tipos de movimiento, las leyes de Newton, cinemática, otros temas, cuyo examen de opción múltiple aprobé quien sabe por qué arte de magia, pero lo pasé y eso fue fenomenal, como esa pendiente que había visto en mi camino y era difícil de superar.
Química por el mismo rumbo de la Física. Ni se diga…
Y recuerdo el alfabeto griego alfa, beta, gamma, delta, épsilon, dseta, eta… y sigo recordando maestra de Etimologías Grecolatinas, cuyas clases eran excepcionales, pero eso sí, terminaban y ni un minuto más.
Las clases de Historia Universal, eran grandiosas, según recuerdo, tanto que me llevaron a comprar esas fabulosas enciclopedias que hablaban de las grandes civilizaciones como Mesopotamia, Egipto, Roma, o de la Segunda Guerra Mundial, otras más, ilustradas con maravillosas fotografías a todo color.
Fueron innumerables lecciones sobre acontecimientos decisivos de la historia de la Humanidad, que, creo, hicieron más humanos a aquellos chamacos, incluyendo al Tote, que hoy veo que entra a su salón de clases, abre su libreta, y está a la espera del arribo del maestro de Historia Universal, que es como un titan, un grandioso maestro, que sabe las anécdotas más increíbles del devenir del hombre. Falta un tiempecito, para que el gusanito de las fiestas y desmadre que todos los jóvenes traen por dentro, se desarrollé cual mariposa Monarca. Bueno, en términos generales, por ahí dijimos que no todo es blanco o negro, hay sus asegunes.
Partys
Por ese tiempo, el maestro Chucho de Geografía, organizó una colecta, un “boteo” para ir a hacer un recorrido por la Volkswagen de Ciudad Sahagún, y con el fruto proveniente de esa recaudación de dinero, alquilamos el autobús, y también compró cervezas a discreción. Resultado: primera borrachera formal de carácter grupal. No recuerdo cómo regresamos, mucho menos el recorrido y su relación con esa materia. Sólo me acuerdo que el maestro Chucho nos dijo que no había que comentar nada, y cómo éramos respetuosos de la autoridad, pues no dijimos nada.
Ja, ja, ja, ja, las risas y la música siguen andando en ese autobús escolar.
Obviamente se desencadenaron otras fiestas grupales, salidas al Bosque de Chapultepec o más cerca, al centro de Coyoacán, y la música, los bailes, las pláticas le dan vuelta sin cesar al rehilete de esos días, y estábamos felices hasta en las crudas, pero seguía extrañando a mi amor platónico de nombre Melina. Como suele ocurrir en esos trances, más que estás chamaco, tomaba por ella y para embotarme de ella, más como ocurrieron los hechos, de lo cual hablo en otras hojas. Lo que recuerdo, es que lo de las fiestas se dio en tercero de prepa, casi al salir de la escuela. Y lo más maravilloso de esos días, es que muchas de esas pláticas, las rodeábamos con conversaciones sobre algunos libros, tramas, que estaban aleteando en mi conciencia o en aquellos parajes de Coyoacán donde solía escribir. Por ahí quedó una libreta, hojas, con supuestos escritos, cuyo valor literario es un enigma.
Hoy te recuerdo, Melina, y sonrío. Y es una sonrisa arando el horizonte, donde siembro tu recuerdo y brotan flores de todos los colores.
Y pasamos los exámenes, y por poco repruebo el año escolar, pero, como dije, pasé de panzazo el examen extraordinario de Calculo Diferencial e Integral. Y con ello logré mi pase automático a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Si hoy tuviera que tomar esa decisión, entraría a Filosofía y Letras. Pero el hubiera no existe.
Y el centro de las organizaciones de las partys era el Salón 616.
El 616 era un salón excepcional. Derivado del rompimiento con Melina, o más bien su alejamiento porque se fue a otra ciudad a vivir, estaba más ensimismado que nunca y no me gustaba platicar con los “mayores”, tal y como suele ocurrir con cualquier chico que ves por la calle, realmente nada del otro mundo, pero bueno, me creía especial, y la música imponía altas dosis de silencios, o gritos entre los cuates, igualmente encandilados por esos decibeles. Nuestras conversaciones eran sobre música y literatura, sobre todo las clases de esa maestra excepcional, cuyas pláticas nos llevaban por todos lados.
Me adentré en otro mundo, con mis amigos de la prepa 6, que estaban ahí, esperando adentro/afuera de mi salón de clases. Éramos del “616”. Estábamos alejados de los demás grupos. No sé cómo llegue a ese grupo. O si estaba ahí no lo sé, pero los del grupo éramos como una pandilla en el buen sentido de la palabra, es decir, nos reuníamos al terminar las clases para platicar de cuanta cosa se imaginen, dado que los chavos deambulan por todos los rumbos, y éramos un grupo de niños desaforados, que nosotros mismos nos llamábamos “desadaptados”. Ese era nuestro grito de rock. Ya por entonces también nos gustaba el punk rock. Grupos como Sex Pistols, The Clash, Ramones, otros más, encandilaban nuestras conversaciones, y pareciera que todos esos chavos y chavas fueron concentrados en ese ruidoso grupo.
Bueno no todos, ya que, como dijimos, había “de sal, de chile y de manteca”. Tal vez era mayor la concentración de desastrosos. Tal vez…
El techo del salón estaba prácticamente desprendido, por esas manos que buscaban pedazos de “cartón yeso” para aventárselos disimuladamente a los de adelante, en plena hora de algunas clases.
Como mencioné, en ese grupo pasé malos momentos al desaparecer, así de la nada, Alberto, luego Melina, amigos entrañables, cuya historia narro en otras hojas, y lo vuelvo a comentar para recordarlos.
¿Dónde están?
Quisiera saludarlos y platicar con ustedes, al menos una vez…
La vida son bonitos círculos que, por intervalos, vamos formando como si estuviéramos jugando al “Ula Ula”. Estoy escuchando esas rolas, y voy caminando hacia el Metro Chabacano, cuya estación estaba cerca de la casa de mi abuelo Magdaleno, por donde vivíamos. De ahí, me voy hasta la Estación General Anaya. Como la venta no fue buena el domingo pasado, no hay lana para el microbús, por tanto, me voy caminando hacia la prepa. Paso por un convento, y sigo caminando, veo casonas históricas, y me voy deslizando por una calle empedrada. Me sigo de largo. No tengo ganas de ir a clases, y llego hasta el centro de Coyoacán, veo un mercado doblando la calle donde está “La Guadalupana”, y caray tengo ganas de comer unas buenas verdolagas, que de verlas se me hace agua la boca, pero no hay mucha money. Me como dos quesadillas de pata y bebo una coca cola bien fría en ese pequeño mercado. Luego, observo una enorme mansión, hermosa, y pienso que padre sería estar tendido en ese pasto cortado a la brush, andar en esos enormes jardines, fuente brotante, donde debe fluir cualquier inspiración. Lo mejor es ir al Jardín del Arte: me pierdo en los trazos de un pintor… Estoy entre la vendimia del Mercado de Coyoacán, espacioso y copioso de recuerdos…
Después vendrían otras historias transcurridas en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, otros hechos… Eso es otro cantar.
Soy el reflejo en el que me veo por aquellos lejanos días, años, de principios de los ochenta, de esos maestros inigualables, y de otros más, que mi memoria irá recobrando. Bueno, eso espero.
…
2023
Para llegar a mi tienes que recorrer un camino empedrado. Las flores me rodean. Veo a mi familia. Mis amigas y amigos entrañables me están llevando ramos de flores.
Me imagino estar platicando con mi maestra de Literatura. Estamos por empezar, otra vez, la lectura de Pedro Páramo.
Estamos sonrientes.
¿Quién no estaría sonriente?
Nota
[i] Correo del autor de este texto: jorge.manriquez.centeno@gmail.com.,