Jorge Manriquez Centeno
Caminas en las “islas” de Ciudad Universitaria, y estás feliz, cabrón, por el simple hecho de estar un día de finales de 1984.
Observas árboles de todos los tamaños, edificios universitarios, estudiantes, profesores y puestos de fritangas.
Vas por esos caminos rectos de cemento, que están delimitados por cuadros grandes de pasto. Observas que el pasto es rozagante, luminoso, tal vez porque está lloviendo y es una vivificante lluvia.
No te importa mojarte. Te vale una, dos y tres chingadas mojarte. Avientas una piedra y trazas un círculo en el cielo.
Por ahí está el Papirolas guareciéndose de la lluvia y transformando papeles y periódicos en jirafas, aviones, camiones. El Papirolas tiene el cielo y el mar en sus manos.
Al verte, te dice: “¿Qué pasó, flaco, por qué tan sonriente?”
—Amigo, están bien chidas tus creaciones.
—Observa este avión y verás que se lo lleva el viento.
—El viento arrasa con todo.
—Pero todo, tarde que temprano, regresa a tus manos.
Sin decir “agua va”, el Papirolas avienta hacia el cielo el avioncito de papel, impulsado por tu mirada.
Al perderlo de vista, dices: “El viento arrampla con todo.”
—Flaco, no sé dónde leí “El tiempo arrampla con todo”, que ahora tú acomodas a tu antojo.
—Tienes razón, no sé dónde lo leí, pero por lo mismo ya es de mi repertorio.
Cuando te topas al Papirolas, te quedas largo rato admirando sus creaciones, su plática: sabes que es uno de esos seres increíbles que le da sentido a los sucesos en que se distiende la vida.
Sigue lloviendo. Es un momento perfecto. Te estás mojando a raudales, más que, al rato, hay rayos y truenos, quizás por aquel avioncito que va cayendo en picada. El viento lo va arrastrando por todos lados, gotea felicidad.
Estás de pie, viendo caer la lluvia.
Escuchas música.
Los años le van bajando el volumen a esas melodías, pero de vez en cuando volteas, y las alcanzas a escuchar con la intensidad de entonces, pero tienes que mirar hacia adelante, caminar de frente, no hay marcha atrás, y sabes que no es lo mismo cuando doblas la esquina, y ya no están esas personas que estuvieron ahí, en esos precisos, preciosos instantes, contigo, andando por esas calles, avenidas, casas, lugares, momentos de antes, que cuesta tanto mirar con la distancia de los años.
Los recuerdos se pierden entre las gotas de la lluvia.
Todo sale del mar: las llantas, los huesos, las flores, la espuma de los días. Sigues mirando cómo va cayendo el avioncito en picada, siempre en picada, amigo, hasta absorberte.