Jorge Manriquez Centeno
Mi hermana Silvia, la Gorda, piensa que si se porta mal no vendrá a darle las buenas noches el “Ratón Vaquero”, cuando a mí me encabronan esos bichos peludos, aunque hablen en inglés, y me enoja que le sigan su juego, y ya hasta la Yayo le compró una ratita blanca, que disque es vaquera, y cuando se fue de la casa, y luego encontramos a ratoncitos medio blancos y negros, supimos que la ratita blanca hizo de las suyas, o más bien le hicieron, y tenía otro hogar, y nunca más la volvió a ver la Gorda, porque le dije que se fue al gabacho, que ni sabía que era y la Gorda empezó uno de sus conciertos de berridos.
Entonces la Yayo le compró un periquito que le decíamos “Buenos días”, porque era lo único que sabía decir: “Buenos días”, aunque fuera de noche, y desapareció por la tarde cuando se acabaron los buenos días.
Luego, cuando fui a Guanajuato, me traje un pato, y nos gustaba que todos le chiflaran y contestara: “Cuac, cuac, cuac.” De ahí que le pusimos “Cuac Cuac”, y le seguimos chiflando a cada rato para que nos contestara: “Cuac, cuac, cuac”, así como levantando el vuelo, y voló porque nunca más lo volvimos a ver.
Y la Gorda inició su concierto de berridos y lloriqueos, más fuertes, más prolongados, tanto que ninguna canción la podía consolar, hasta que mi tío Carlos nos trajo un pollito y el pollito hacia “pío, pío”, tan bonito que todos lo cuidamos y hasta tapamos con una cobija para mantenerlo bien abrigado, tanto que el pollito creció, dio el “estirón”, como decían de los niños, y se hizo una gallina, con la que jugábamos por todo el patio, rodeándola con nuestras risas.
Una vez estábamos cenando bien rico, ya saben que me gustan mucho las piernas, más frititas con sus papitas, así cortaditas, bien crujientes, con un poquito de arroz, y sus frijolitos, y me estaba haciendo mi taquito y que le pregunto a mi madre: “Mamita, ¿está muy duro el pollito, verdad?”, y a mi hermanita Teresita le entró la sospecha, y dijo: “¿Dónde está Pánfila?”
Creo que yo le puse ese bonito apodo, y pues que mi mamita, con las voces que me llegan hasta ahorita, nos dice: “Me las tuve que ingeniar. Es la cena, hijitos, no había para más”. Y no nos gustaron esos “ingenios”, y salimos llorando en una verdadera sinfonía en “si mayor”, uniéndonos como hermanos, y “guacareamos” grupalmente todos los restos de Pánfila en el patio, quien se fue por ahí, por la coladera, donde se han ido tantas cosas.