Agustín Labrada
En su tiempo, fue el Romanticismo una revolución intelectual que en filosofía opuso las efusiones emotivas al razonamiento abstracto; en historia, fue revalorada la Edad Media, despojándola de su manto oscurantista; y en la vida pública, se alienta el patriotismo…
También se asumen el folclor, la religiosidad, el arte del pueblo…; y se crean una nueva literatura, un nuevo teatro, una nueva plástica, una nueva música…profundamente sentimentales y casi siempre cursis de acuerdo con los parámetros de la posmodernidad.
Algo de eso flota todavía si no en los discursos nacionalistas sinceros y las dignificaciones históricas, sí en la canción, donde prevalecen ideas románticas como la infelicidad, el amor imposible, las fugas hacia parajes exóticos, los dolores del alma…
Flota, sobre todo, esa analogía entre naturaleza y mundos interiores de los artistas, que se traduce en símbolos y mensajes alegóricos y a muchos seres estremece como estremece el viento a una muchacha o a las ramas de un sauce en el atardecer.
¿Qué es un esquimal? ¿Qué es un francés? ¿Qué es un pakistaní? Son seres humanos que comparten similitudes biológicas, pero se atan a gentilicios, lenguas y códigos simbólicos con los que esculpen identidades, delimitadas por pertenencias a territorios y pasados comunes, donde se entretejen narraciones, hábitos y reglas.
Aparte de la tradición oral, la escuela y los medios informativos difunden los perfiles identitarios, pero también manipulan emociones heredadas y formulan nuevas necesidades y modos de leer el universo con valores muy flexibles, que lo mismo se usan para asir imaginarios regionales que para respirar un sueño cosmopolita.
Generalmente, esa zona del Romanticismo, de matices chauvinistas, se aplica ideológicamente desde el poder y quienes ejercen ese poder se contagian de una enfermedad que trae consecuencias lamentables para otras personas y destinos, pues a la larga, como una ley no escrita, esos dictadores se despiden del mundo en un trágico fin.
Hitler, Stalin, Pinochet… son sólo tres casos de seres enfermos que proyectaron sus frustraciones en el autoritarismo, avaricias sin límites, violación de derechos humanos y libertades públicas para imponer sus locuras y adquirir respetabilidad a la fuerza, sostenida sobre el miedo de sus pueblos, siempre quejosos y volubles.
Las reminiscencias feudales laten en nuestros días, no sólo en actitudes de políticos y dueños de empresas, caciques campestres y mafiosos urbanos, sino también en el servicio público donde los funcionarios (entelequias de las monarquías occidentales y coloniales) disfrutan aplicar su efímero poder contra las víctimas.
Jerarquías, estupideces, relatividades donde el bien y el mal no dependen de su esencia, sino de su lectura. ¿Quién manda y quién cumple las órdenes? El autoritarismo es un mal y muchos seres desean que se vuelva ceniza como las guerras que incitaron sus héroes protagónicos, como los himnos cargados del veneno más bélico.
En ese contexto, aunque hoy suene como lema cada vez más vacío, a causa del abuso que se la ha dado para fines políticos, la palabra progreso alguna vez tuvo significados hondos: mejoramiento de la condición humana y victoria sobre el dogma medieval que se erigía en el teocentrismo, manifestándose en la escolástica.
Este término ha sido interpretado, con diversos grados, por filósofos y sociólogos a lo largo de los siglos. Para los científicos de esa etapa en que el capitalismo crece, el progreso tiene un carácter racional, pero los pensadores del periodo en que el capitalismo entra en crisis ciñen el concepto a fronteras de culturas.
Para ellos la regresión se da de forma subjetiva. Atañen, por ejemplo, que Alemania de ser un país civilizado retrocede a la barbarie nazi debido al papel ideológico que despliega Adolfo Hitler. En cambio, Carlos Marx sostiene que el progreso sólo puede cristalizarse en el futuro (muy futuro) universo del comunismo.
Así, la idea del progreso, que en el Renacimiento ayuda al hombre a salir del oscurantismo, con el paso de las centurias se transforma en ideología predominante del capitalismo, asume su esplendor con la Revolución industrial y comienza a ser cuestionada en el siglo XX tras sus catástrofes políticas, bélicas, sociales y económicas.
Asimismo, el progreso se identifica desde la Revolución francesa con la izquierda en contraste con posiciones conservadoras y reaccionarias, pero el propio acaecer histórico demuestra que aquéllos revolucionarios que toman el poder terminan convirtiéndose en su praxis en gente de derecha que estanca a sus pueblos.
Nuestra existencia podría ser mejor, la íntima y la gregaria, la familiar y la del país, la del mundo y la del porvenir, sin esas ataduras mentales, sin esos prejuicios clasistas, sin esas etiquetas absurdas… que siguen impulsando al imbécil rebaño hacia el despeñadero mientras se quedan con el oro los brujos de la tribu.
De acuerdo con muchas corrientes religiosas y esotéricas, y la subjetividad que impera, el mal que se destina a otros (tarde o temprano) regresa al emisor; y lo mismo sucede con el bien, aunque a veces se vuelven confusos esos límites enmarcados por las tradiciones, cuando se justifica cualquier acto que respalda el poder.
Hace algunos años, al recibir un doctorado honoris causa, el cantautor español Joan Manuel Serrat dijo que defender con ahínco la justicia y la democracia es, en el fondo, un gesto de defensa propia contra la reinante hostilidad que, disfrazada o no, nunca termina de morir, aunque en el doloroso proceso se culmine en violencia.
Un indígena mexicano que no era precisamente filósofo, nombrado Benito Juárez, tras su lectura de la obra del filósofo Inmanuel Kant, ha dicho tal vez la frase más precisa en torno a la convivencia humana: “El respeto al derecho ajeno es la paz”; pero, por desgracia, hoy se pacifica con guerras y en ese camino mueren inocentes.
Vivimos una dinámica ingobernable, donde las fuerzas armadas son ineficientes para detener los crímenes que cada día pueblan las calles del planeta. Soñamos con una autonomía sólo palpable en los panfletos con que figuras públicas, de todos los partidos y naciones, afirman que todo está bien, mientras se abre el abismo.