Agustín Labrada
Ahí vamos en esta carreta, un autobús de segunda rumbo a la Ciudad de México, sobre el paisaje coloreado por el lodo y las mariposas que se suicidan contra el parabrisas y las ventanillas cuando se va la tarde. Pues yo hago este viaje dos veces a la semana en el puro contrabando, compro en Chetumal y vendo en el defe, compro en Tepito y revendo en Chetumal y de eso vivo, hijo. ¿Y la policía? Mordidas y mordiditas. ¿Y los conductores? ¿No los ves? Son mis amigos del alma. Vivo en la carretera el blues del autobús. ¡Calla a ese muchacho, por favor! Aquí no puede uno dormir, si no llora el niño, hablan los menonitas sin parar y huelen a queso. Ahora llega la migra a retrasarnos y se hace más noche (noche peninsular, jardines inservibles). Ya hombre, todos somos mexicanos. ¿Cómo se te ocurre que esos delincuentes asaltan para ayudar a los zapatistas? Si así fuera, asaltarían a los ómnibus de lujo de todo el país. Además, ¿qué rico tiene güevos para irse hasta la capital en esta madre? Éste es el autobús de los jodidos. La vez pasada me metí un collar bajo la blusa y uno de los ladrones metió sus manos y tocó mis tetas. Las acarició y dijo échale silicón a ver si crecen, y yo le dije chinga a la puta de tu madre y me partió la cara con la culata de un revólver. Afuera todo está sombrío y las casas iluminadas son, a lo lejos, como estrellas temblorosas. Adentro hablan los menonitas con su aire de agricultores medievales. Tres o cuatro murciélagos sobrevuelan el autobús, el ruido del motor los ahuyenta y se pierden entre la flor crecida del tajonal. De día, esas flores amarillas parecen conducirnos a través de un largo cementerio. Dice el chofer que se escapó de uno de los asaltos, corrió hasta encontrar una patrulla federal de caminos y le dijeron que tenían pocos tiros y eran sólo dos para enfrentar a una banda. ¡Qué barbaridad! No te lamentes, el norte está peor. Si matan a un cardenal y a un candidato a presidente, ¿qué seguridad esperas para ti? Oye, ¿y esa playera? EZ. ¿Qué significa?, ¿Ejército Zapatista o Ernesto Zedillo? Elsa Zamora, mamón. Así se llamaba mi madre que en paz descanse y que pronto veré en el cielo. ¿Tienes el SIDA? ¿Acaso crees que me voy a dejar madrear por unos rateros campechanos? A mí hay que matarme. Sombras sobre las siembras que cimbran en la zozobra de la brisa y de la bruma. En Navidad, nos tiraron un tronco con lucecitas de todos los colores. Tuvimos que frenar y nos llevaron en una caravana –con otros autobuses– por un camino pedregoso hasta un potrero, y allí nos pelaron a todos. Después, nos dejaron ir. Los asaltantes estaban asustados, se rumora que hay otra banda que asalta a los que asaltan, ya a esta hora salen a robar y andan encapuchados como los guerrilleros de Chiapas. Dicen que venían del sur en un carro colorado, traían cuarenta pendejos y un chofer apendejado. Oiga, ¿me deja en esa curva? Lo siento. ¿Y quién aguanta los gritos de ese chamaco? ¿Y quién aguanta la jerigonza de los menonitas? ¿Y quién aguanta el rezo de esas monjas? ¿Por qué no nos asaltan de una vez? Una vaca, sagrada en la India, se atraviesa en la carretera. El conductor la esquiva, los viajeros se sacuden, se derraman alimentos de raro origen sobre cabezas inocentes. Más se perdió en la guerra, mijito. Pero en la guerra había pólvora, nadie se embarraba con mole poblano. Pasan los arbustos, el cielo oscuro, la noche ciega rozando los cristales. Fíjate no más, parece que el Cristo baila con ese juego de luces arriba del volante. Pasan las rocas, los puentes, los senderos que una vez cruzaron los mayas en su guerra. Pasan las chozas campesinas, los maizales, la amenaza. Con la lana que se paga un domingo en las carreteras de cuota, se podría pagar la deuda y comprar muchos kilos de mota. Pasan las nubes, las lechuzas y el viento; pasan las ilusiones, los pecados, la angustia. Vuela el autobús sobre el asfalto y una señora se orina en su asiento. Pasan las cruces de las iglesias rurales con su signo de muerte. El autobús cruza el solitario camino y suelta un humo que carga el terror de unos pasajeros a quienes deben indemnizar por perjuicios síquicos y morales. El sur también existe. Si vamos a morir, ¿por qué no hacemos el amor como hacían los franceses en la Segunda Guerra Mundial? Vete al diablo. Allá vamos en un camión tercermundista a la ciudad más grande del mundo. México lindo y querido, si muero lejos de ti. Si me quedo sin un centavo me largo a la Selva Lacandona, me cae que allí se come todos los días. Cuando Dios hizo el Edén, pensó en América. Me llamas a este teléfono y me invitas a una fiesta. Total, cualquier día moriremos en un incendio, en un terremoto o de miedo en un autobús, que ya llega (casi íntegro) a la polvorienta terminal de Escárcega.