Por Jorge Manriquez Centeno
1
El tío Ismael imponía su presencia. Era alto. Adusto. Siempre trajeado. Cuando lo llegaba a ver el Tote, lo veía hacia arriba, pero lo tapaba el sol.
Una vez llegó por la mañana a la residencia donde el Tote formaba parte del “servicio activo”, pero estaba corriendo por el patio, con los ladridos de la Monina persiguiéndolo. En tono severo, le dijo: “¡Hey, tú, son horas laborales, tienes que trabajar!” “¡Perdón, tío!”, fue la respuesta. Su tío le pidió que trajera dos sillas. Sentados, uno enfrente del otro, le narró el cuento de la Cigarra y la Hormiga, que se lo sabía casi de memoria. Habló de las malas mañas de la cigarra, “esa como flojera que todos llevamos dentro y a la que hay que vencer para que el invierno no nos deje en la intemperie, ni mucho menos mendingando como a la cigarra.”
Era detallista: un día, se le acercó al Tote y le dio una maleta con figuras de madera. Dentro de la maleta esas figuras eran un rompecabezas. Al momento, le dijo: “Ten, has un descanso, juega un rato.” El Tote sacó las figuras de madera, y jugó y jugó, ya saben cómo es la imaginación, a cuanta cosa se les ocurra porque no recuerda ya a qué jugó. Al rato, llega el tío y le dice que le pase la maleta.
El Tote mete las maderas “sin ton ni son” y le entrega la maleta.
–No, dame la maleta como te la di
–Sí, tío espérame, por favor.
–Regreso en diez minutos.
–Gracias, tío.
La misma escena se prolongó varias horas hasta que el tío se sienta con él y empieza a ordenar pacientemente las figuras, y, le comenta:
–La vida es la maleta; las horas, los días, y las cosas que la van formando son las maderas, aprende a ser ordenado y verás que serás un hombre de bien.
–Sí, tío, perdón –fue un perdón al punto del llanto, ya saben la sensibilidad del chamaco por haber quedado mal con el tío aquel que veía como al “Rey Sol”.
–Sigue con tus quehaceres.
–Gracias.
–Welcome to life –creo que dijo, y si no pues fue algo parecido, pero en inglés.
Otro día, el tío se estaba fumando un puro en el patio de su casona. Al ver a su sobrino, se le acerca para preguntarle:
–¿Sabes leer y escribir?
–¡Claro, tío! –dijo emocionado, aunque debió decir, “más o menos”, dado que apenas y se sabía las vocales, y a duras penas deletreaba algunas palabras. Estaba contento, y se dejó llevar, como dicen, por el momento, presuponiendo que algo bueno estaba por ocurrir.
––Ten, te obsequió esta máquina de escribir, para que aprendas mecanografía, oficio que me permitió sobrevivir cuando estaba joven y los inclementes rayos del sol me estaban pegando en plena cara, sin tener nada a la mano.
–Gracias, tío.
–Todas las tardes practicarás, ya te diré cómo hacerlo.
–Muchas gracias –el Tote iba a decir: tío “divino”, porque sí, era bien chingón tener esos pedazos de acero, letras, rodillo, que ni sabía cómo utilizarlos, pero eran de su propiedad. Tenía esa palabra en la punta de la lengua y no pudo escupirla.
Esa máquina Remington, aunque tenía unas letras desdibujadas, fue el primer regalo de valor en la vida de ese chamaco. Era más que las monedas que le daban otros tíos maternos, aunque había algunos que ni lo pelaban. Además, los “Reyes Magos” eran “piojos”, sólo le traían una ametralladora, que, con el paso de los días, su sonido se iba apagando, así como su sonrisa.
(Más de 50 años después, el Tote, ahora enclaustrado en sus recuerdos, con unas copas de más, rememora que, por entonces, llegaba a la casona del tío, un familiar de que decía ser su primo político. Aquel individuo que, afortunadamente, después se fue a vivir al extranjero, no tenía nada de político: siempre que veía a solas al Tote se le quedaba mirando de “arriba a abajo”. Se le acercaba. Lo despeinaba y le daba un “corredizo”, a manera de juego. La última vez que lo vio, le dijo: “Mira qué facha tienes escuincle. Pinche pantalón de `brinca charcos´, tu jodida playerita. ¡Ah qué caray!, estás bien vaciado. ¡Sí la terca de tu madre me hubiera hecho caso, otra cosa sería de ti!” Su nombre, rostro, aquella entonación punzante de las palabras, trae el olvido. Hoy el Tote está pensando, y sí, pinche culero, hijo de la chingada, quizás tuviste razón, hoy me siento como vaciado.)
El tío Ismael empezó a platicar con el Tote de comportamientos, reglas a seguir en la vida como “no pongas los codos sobre la mesa”; “camina derecho, no te encorves”; “antes de hablar, primero escucha bien a las personas”. Y, ¡cosa divina!, le regaló varios “overoles” y playeras, y le dijo: “Como te ven, te tratan”.
En sus descansos de “servicio”, el Tote practicaba en esa máquina, pero con la orientación de su tío: “La cuestión es aprender a escribir con todos los dedos de las dos manos, y no como esos buenos para nada, que escriben con un solo dedo de cada mano”, le decía.
Reiteraba: “Cada dedo tiene las letras, los signos correspondientes.”
“¡Si, tío!”
“Lo entiendes: cada dedo tiene las letras, los signos correspondientes.”
“¡Si, tío!”
“Repítelo: cada dedo tiene las letras, los signos correspondientes.”
“Cada dedo tiene las letras, los signos correspondientes.”
“Otra vez”:
Y otra, y otra, como tuerca trasroscada, tanto que ese chamaco soñaba con esas palabras.
A practicar con la mano izquierda:
Meñique:
qqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqq aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz
Anular:
wwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwww
sssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
Medio:
eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddddccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccc
Ahora, con la mano izquierda con las letras respectivas.
Planas y planas.
Otros días: “Ejercicios” entremezclando los dedos de ambas manos, pero simétricamente. Muchas planas más.
(La memoria va dictando estos recuerdos que pareciera que estoy escribiendo en aquel armatoste, viendo aquellas hojas, cosas, que la vida te va poniendo a la vista, y muchas veces ni cuenta te das de su valía.)
“Esta máquina puede ser puro fierro, pero también se puede convertir en un oficio digno”, decía ese tío que imponía su presencia, cual arcoíris cruzando el horizonte.
Eran hojas y hojas de “ejercicios”, dado que hasta contrató a otro muchacho para que el Tote tuviera más tiempo para hacerlos. Aunque prosiguió con algunas labores como limpiar los carros, el patio central, y divinidad, bañar a la Monina.
El Tote sólo descansaba los fines de semana. Inclusive los sábados, que trabajaban hasta las 12, el Tote le pidió permiso a su tío para quedarse otro rato a “trabajar” en “su” máquina de escribir. A lo que su tío le contestó: “Qué bien que pienses de esa manera. Vas bien. Cuando salgas, cierras el portón”.
El tío hasta le llegó a poner un paño en los ojos para que practicara sin ver. El pequeñísimo Tote es “David”, y lleva en sus manos la “honda” de sus sueños con una gran piedra, para enfrentarse a ese gigante, y todo lo va entendiendo re bien porque su abuela Dolores le está platicando, por las noches, esa historia, y el Tote va decidido a derrumbar a aquel gigante, lleva su enorme resortera, porque los niños chilangos todo lo resolvían a resorterazos o a “tiritos” en las calles.
El tío no es de gritos. Dice una y otra vez las cosas para que caigan en tu cerebro por la inercia de la repetición. Bueno, si tiene interés, si no, ni caso les hace a las personas, ya que antes ni saludaba a su sobrino.
De esa forma, el pequeñísimo Tote aprendió a manejar ese armatoste de acero y letras que quedó por ahí, en algún rincón de la memoria, pero no el aprendizaje, que le ha sido de gran utilidad en estos años.
2
Lo que más le gustaba al Tote era cuando acompañaba a su tío Ismael a dar la vuelta por ahí”, en su “Plymouth”. Estar al lado de ese “gran señor”, elegantemente vestido, y grande como un viejo tronco enraizado en el mar, porque aquel chamaco lo veía y se deslumbraba por su porte, su forma correcta de hablar, con “cultura”, como decían. Más sentarse a su lado, en ese vehículo, con sus asientos de cuero; escuchar música clásica o melodías de Frank Sinatra, era otro nivel, tanto que hasta el viento era tan ligero como las hojas que se dejaban arrastrar por todas esas calles que iban atravesando con ese portento de carro. El Tote se empequeñecía como Gulliver en el país de los gigantes. Y hablaba pensando bien las cosas, porque para el tío no existían esos “chidos”, “netas”, “bueyes”, “transas”, “cinchos”, que siempre andaban corriendo por su mente, por eso era precavido cuando le contestaba.
(Por cierto, mi tío Ismael se refería a Frank Sinatra como el “amigo Frank”, y hablaba de él como si fueran grandes cuates.)
Al Tote le gustaba que en esos “viajes” (así los llamaba), su tío pasara al puesto de periódicos de un parque, y leyera las noticias, mientras su sobrino saboreaba una nieve de limón con su barquilla, ésos como cucuruchos, que al mordisquearlos crujen deliciosamente entre tus dientes. También le encantaba degustar una paleta con sus trozos de nuez con su cubierta de chocolate.
Y quería gritar de alegría, así como cuando corría con un palo por el patio de la vecindad y gritaba: “¡Birdman!”, y, absorbiendo la energía de la luz del sol, se les iba a los golpes a los villanos que, con sus maldades, querían oscurecer al mundo. Al tranquilizarse, se daba cuenta de que los forajidos eran árboles, paredes y lavaderos, pero la mente es una fábrica de ilusiones como estar dentro de la chocolatera “La Corona”, como un domingo estuvo con sus amiguitos el Pato y Andrés, a instancias del primero, que hábilmente forzó un acceso, y se hartaron de chocolate durante varias horas. Hasta sacaron su “itacate” para compartirlo con sus familias, que nunca supieron nada del origen de aquel tesoro.
Otras veces su tío Ismael lo mandaba a llamar, y lo acompañaba a su lujosa sala a tomar té con galletas. Estaban ricas las condenadas porque tenían canela. Venían en unos recipientes circulares de latón, que al abrirlos dejaban ver bolsitas transparentes y triangulares, llenas de galletas. Además, siempre le llevaba galletas a sus hermanas pequeñas Ana y Adriana, quienes jugaban con esos botes de aluminio circulares, y cuando los destapaban, le encantaba ver sus caritas iluminándose. El Tote las degustaba en aquellos grandísimos sillones, que parecían llevarlo a distantes lagunas, ya que su tío le comentó que su suavidad provenía de “las plumas de ganso que los formaban por dentro”. El Tote se imaginaba todas esas plumas de esos gansos que, seguramente, estaban todos rapados. Eran como el “patito feo” del que todos se burlaban, y él quería proteger.
Aquel enorme patio siguió siendo el escenario de muchos juegos del Tote y la Monina, su amiga inseparable. Los meses transcurrieron, y el tío iba platicando con aquel chamaco, y esas pláticas fueron puliendo el cariño de ambos personajes.
Por ese entonces, lo empezó a llamar “hijo”. Todo se fue dando de forma natural, digamos. Antes, déjenme decirles, entrar a ese rango tenía sus pruebas.
3
Cierto día, el Tote estaba limpiando la “sala de estudio” de su tío, cuando, de repente, ve en el bote de basura, así solos, entre papeles inservibles, tres grandes fajos de billetes. ¡Dinero! De inmediato, pensó: “Dios mío, soy rico”, dejándose llevar por la mala conciencia que ya había despuntado como brote de flor en un tronco seco. Pero ese “Dios mío”, también invocó a la buena conciencia. Esas cosas mejor es no pensarlas. O te vas por la derecha o por la izquierda. Sin intermitentes. El pequeñísimo Tote se fue por la derecha. Le entregó los fajos de billetes a su tío.
–No me equivoque contigo, hijo. Desde este día, nada te faltará. Trabajarás en mi empresa, y veré por tus estudios.
Su tío, aquel ser tan lejano, diciéndole esas cosas. Fue como una iluminación, de ésas que te deslumbran por ver el sol y sabes que estás en el cielo, pero el pequeñísimo Tote solo se atrevió a decirle “Gracias, tío”, y le estampó un beso a su enorme anillo, mojándolo con la saliva de su agradecimiento.
Cuando el Tote regresó a la vecindad donde vivía, corrió y corrió en el patio hasta el cansancio, gritando cuanta chingadera se les ocurra, y esos gritos eran como los tañidos de las campanas de la iglesia, que después le gustaría escuchar… Siguió corriendo… Y cada vez que recuerda esas bonitas palabras, sigue corriendo.
Como por arte de magia, las labores domésticas se aligeraron.
Pasan los meses.
EL Tote trabajó de “office boy”, o sea, de mensajero, “lleva y trae”, y llegó a utilizar la máquina de escribir para llevar un control de los mandados. Lo que más le gustó fue que le dieron un salario semanal en un sobre amarillo; ya sabes, cuando eres chamaco te sientes genial. Además, descansan tus manos, rodillas, ya que el otro ayudante absorbería todas sus funciones de limpieza, menos las comentadas.
El Tote empezó a quedarse algunos días a dormir en un cuarto de servicio que se ubicaba en el techo de la empresa. El tío lo mandó acondicionar. Tenía baño propio, con una regadera, que le hizo olvidar los baños a “jicarazos” y cagar a gusto. Había cama, burós y la lámpara tenía una cadenita, que, antes de acostarse, jalaba varias veces para darse las buenas noches. Su tío le dijo que tenía que ir a la primaria, que no podía perder más años, ya que tres años eran muchos.
El Tote, pretextando estar cansado o hacer algún trabajo encomendado por el tío, se empezó a quedar a dormir casi a diario en aquel cuarto de servicio. Iba los domingos a ver a su familia. En ese cuarto, se veían bonitas las estrellas. Claro que verlas desde la ventana abierta, o recostándote en el piso de la azotea, bien alimentado, con perspectivas de un buen futuro, ¡hasta la luna tiene luz propia!
4
Diciembre. El Tote fue invitado a festejar el año nuevo al lado de su tío y con su hijo adoptivo, quien ni lo peló, así como con muchos invitados.
Y ahí lo tienes de miserable. Pequeño y toda la cosa, contra viento y marea, y más feo, a pesar de las lágrimas de su madre, que, por más que se esforzó, no pudo contener, el Tote se fue a pasar el año nuevo a la reluciente casona de su tío.
Ver sus salas, es decir, una grandísima, y otra a desnivel, con mesa especial para el juego de naipes, su enorme comedor, la disposición de la vajilla, puesta con anterioridad por su madre y seguramente por algunas de sus hermanas, le valió. Se sentó, como todo un potentado, a tomar su ponche de frutas, comer pavo, y muchas cosas, sin saber cómo pincharlas con tantos tenedores, y luego entonó al unísono, despacito, ese:
¡Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres dos, uno…! ¡Happy new year!, aventó el gorrito, alzó su copa con un poco de sidra, brindó, y dio muchos abrazos de bienaventuranza a sus nuevas amistades, con esa alegría de vivir, que es muy especial. Qué digo especial, ¡de poca madre! porque eso era.
El Tote no se acordó de su madre, ni de sus hermanas. Esa vida cuadraba con él.
La vida continúa, los padres no le dijeron nada, sus hermanas evidentemente sí, cual desgraciado era. A sus adentros, el pequeño Tote estaba feliz. Ahorita que lo estoy viendo, sonriendo en aquel cuarto propio, tendiendo “su” cama, con sábanas frescas y secas, me estoy riendo con ese canijo, para qué decir lo contrario.
Así fue, y no es canción. Tenía un mundo por delante.
El Tote estaba caminando entre las aguas. Y por los aires, porque dentro de poco, le anunció su tío que lo acompañaría a Guadalajara para expandir su empresa: “Por fin, hijo, se nos hizo el negocio”, le platicó un tío sumamente contento, con su puro en la mano y su buena copa de coñac. Pero el humo blanco iba subiendo, perdiéndose entre el atardecer.
A punto de dar otro paso. ¡Viajar en avión! No se la podía creer. Ya se veía entre las nubes, despegándose de esta tierra que hasta hace poco no le gustaba.
15 de enero. El día es inconfundible, como dolor de parto.
El tío Ismael muere de un infarto fulminante. Sí, aquel ser que saludaba todas las mañanas, tardes y noches con gran devoción con un beso en la mano, no existía más. Dejó de vivir. Hasta ahí llegaron sus pasos en esa casona. Verán: Velorio. Rezos. Entierro. Novenario. (El tiempo borró las imágenes llorosas de esos días.)
El hijo adoptivo le ordenó que ayudara a servir los malditos tiempos de comida, el café, y volver a los trotes de limpieza de tiempo completo. Ver a su madre, a pocos metros, lavando trastes, luego trapear y restregar esos pisos que siempre les caía el terco polvo, mugre, le abrió los ojos, pero no supo qué hacer, decir, en esas situaciones en que te doblas y no sabes dónde estás parado: Las piedras caen y te llevan consigo.
Suele pasar que muchas personas no saben qué hacer en esos momentos. Menos el Tote, que, irremediablemente, retornó a sus días de limpieza, pero a los pocos días después, adiós. Su hijo único, receloso por las atenciones de su difunto padre hacia aquel mocoso, sin más, lo despidió. También a su madre.
Ni modos, así es la vida, los aprendizajes que te pone enfrente con su gran pizarrón. Debes borrar todo y volver a empezar. A veces debes pasar un paño mojado para que no quede nada, y volver a escribir.
El Tote debió de ser precavido. ¡Tal vez!
El hecho es que, de repente, estaba sin un trabajo seguro, más su madre, que lo lamentó por muchos días, máxime que Juan Güero, el padre del Tote, por aquellos días andaba en una de sus grandes “guarapetas”.
“Hijo, ahora qué vamos a hacer”, el Tote recuerda ahora aquellas palabras de su madre, a las cuales contestó alzando los hombros, que por esos movimientos le empezaron a embarnecer.
Al día siguiente, la madre estaría formada con el Tote y su hermana Teresita en el “Monte de Piedad” para “empeñar” algunas de sus “cosas”. Bueno, al menos había una “tablita” de salvación. Otros no tienen ni astillas.
El punto es que, de repente, estaban sin trabajo. “Ipso facto”, así como poner punto y aparte en una oración. Aunque no sea lo correcto, según las reglas del buen español, te vale, tú eres el que escribe y haces lo que se te dé tu chingada gana.
El primo del Tote solamente les entregó un sobre que contenía exactamente su pago semanal, y ni las gracias les dio. Con un fulminante “chasquido de dedos” salieron de esa residencia, contra sus deseos, como ocurre en muchas ocasiones.
De nuevo a la realidad. No era de allá.
… 21 de octubre de 2023. Es un día esplendoroso: después de mucho tiempo alzo la vista para ver el sol. Sonrío y te saludo tío Ismael.
Jorge Manriquez Centeno es reseñista y está en proceso de publicar su obra poética y narrativa. Es egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), así como de otros estudios de posgrado.