Por Agustín Labrada
La imagen del río que fluye y se mezcla vale para el blues por su condición expansiva que comparte colores de otros ríos como el tango argentino, la ranchera mexicana, el bolero cubano: abordan en sus letras desgracias íntimas y situaciones amorosas, tienen raíces populares y flexibles para la alianza genérica. Son aguas que culminan en un mismo mar.
El blues —que suele cantarse en bares e iglesias donde se humaniza el culto— lentamente se ha ido universalizando al fusionarse tanto con el jazz y el country (para que naciera el rock) como con otros géneros musicales. Su influencia llega a movimientos estéticos como la Nueva Trova Cubana y el rock mexicano; y justamente en México una de sus principales exponentes es Betsy Pecanins.
Nacida en Arizona, de padre estadounidense y madre catalana, la cantante eligió México como país de proyección artística y aquí ha sido reconocida por la prensa. Para la revista Proceso, Betsy: “Es uno de esos espectáculos fuera de serie.” El periódico La Jornada la define metafóricamente: “Esclava del blues, mariposa del canto.” De ahí la derivación semántica de vuelo: libertad y belleza.
Vasto es su currículum y en él se recuerda que hacia 1987 protagonizó un concierto con la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, dedicado a George Gershwin, en el Teatro de la Ciudad; en 1989 fue una de las voces principales de El diluvio de Noé, obra dirigida por Benjamín Britten, y en 1994 interpretó la voz de Lucha Reyes en la película de Arturo Ripstein La reina de la noche.
Su producción discográfica comprende: Viendo tus ojos, El sabor de mis palabras, Fuego azul, Nada que perder, Recuento, El efecto tequila, La reina de la noche, Sólo Beatles, Betsy Pecanins canta blues y Esta que habita mi cuerpo, el tributo con que cerró con gloria el siglo XX para seguir desafiando la magia que encierra todo escenario, donde se siente el blues en su profundo espíritu.
¿Tu afán por el blues cómo se manifiesta?
Yo no elegí el blues. Cuando empecé a cantar, en un círculo de amigos, había una presencia de blues muy fuerte. Yo frené esa tendencia a “blusear” todo el tiempo. Compuse y trabajé en catalán, en español, en inglés, antes de dedicarme de lleno al blues. El blues me llega a través de la gran influencia negra que tiene la música moderna, desde el soul, el rock, los Beatles… Si me encasillan como una cantante de blues es para mí un halago, aunque no soy una “blusera” ortodoxa.
¿Esa inquietud por las fusiones musicales de dónde surge?
Se debe a que he crecido en el ambiente de una familia multicultural y eso hace que tenga varias influencias. He vivido, desde muy chica, en tres culturas: la española, la estadounidense y la mexicana. La multiculturalidad no la busqué y me rebasa.
¿Puedes nombrar escuelas o influencias que contribuyeron a redondear tu carrera como cantante?
Son muchas, pero finalmente lo que establece mi estilo es mi trabajo personal. Cuando era chava, no estaba segura de poder cantar profesionalmente el blues. Desde luego que creo tener influencias de Muddy Waters, B.B King, Janis Joplin, Aretha Franklin… y una lista mayor. Hay muchas influencias que conforman mi canto, pero lo que redondea mi estilo es el trabajo en el escenario. La técnica es muy importante, pero más importante aún es lo que uno va a decir.
¿Las fuentes artísticas y extraartísticas que se alían en tus canciones cuáles son?
La intensidad de la vida en todos los niveles y en el blues. El blues es el primer canto de los negros norteamericanos no religioso. Es un canto cotidiano de dolor y de tristeza. Es una mezcla de la música sajona con la música africana. El blues es un rito de libertad donde hablamos de las cosas que nos duelen. El blues tiene un romanticismo áspero e irónico, y a través suyo se tiene muchas lecturas. Se habla del racismo, los derechos humanos, la posibilidad de elegir una religión, el derecho a saber quién eres en este mundo. Eso se alía en mis canciones.
¿Es difícil ponerle música a un poema y equilibrar la canción en su lado literario y su parte melódica?
He participado en ese proceso. Me gusta trabajar con los poetas y hacer del texto una canción, no un poema musicalizado. Por ejemplo, entre la poetisa Miriam Moscona y yo hicimos una canción, pero la puse a trabajar hasta que su letra tuviese estribillos y convergiera con la melodía. También he tenido experiencias con poemas de Javier Sicilia, Carmen Boullosa, David Huerta… y es algo hermoso.
¿Algunas fibras de tus raíces catalanas han enriquecido esas experimentaciones?
Mi segundo disco salió todo en catalán. Fue una época muy importante de mi vida. Mi primer concierto lo hice en Barcelona, mi primera maestra de canto era catalana y aprendí mucho de ella. En ese disco, los textos de las canciones son poemas de autores catalanes que vivieron la etapa de la prohibición: no podían publicar ni seguir ciertas tradiciones. Fue mi primer trabajo como compositora el disco Viento con voces.
¿Pierde su riqueza el blues cuando se canta en español?
El blues se puede cantar en el idioma que quieras, pero hay que encontrar el blues. De todas formas, yo no interpreto el blues tradicional, no tengo banda. Incluyo percusiones, bajo, guitarra acústica, cello y armónica. Es una manera muy particular de vivir el blues. Para nosotros la naturalidad está en buscar ese blues en español.
¿La elección de tu perfil humorístico responde a intenciones críticas sobre el entorno social y la memoria histórica?
El sentido del humor es fundamental para las cosas de la vida, para los buenos y los malos tiempos. Es importante saber usarlo para criticar y para curarte. El blues recurre mucho al sentido del humor, aunque sea un canto profundamente contestatario, triste y sensual. Es, aparentemente, una fiesta para mirar el mundo con humor y vivir con dignidad.
¿Te ha enriquecido artísticamente incursionar en el cine?
Muchísimo, porque tuve que sentirme segura de mi trabajo. Al abordar la canción ranchera, hubo crítica. Hubo puristas que se sintieron realmente ofendidos porque, según ellos, me estaba divirtiendo con la patria. En realidad, son géneros muy parecidos el blues y la ranchera. Usan un lenguaje muy directo, muy triste, muy doloroso. Se escucha hasta el último pedazo de vida, y a la vez tienen un lado de humor, y una carga enorme de sensualidad.
Cuando se me invitó a participar en la película de Arturo Ripstein La reina de la noche,había que acercarse lo más posible a la voz de Lucha Reyes, con mariachi, en un estilo tradicional. Esa fue la oportunidad perfecta para acercarme a la canción mexicana. En esa época, un gran amigo —que ha hecho arreglos— y yo teníamos un concierto de puro “Beatles” con piano y cello y fue un divertimento que nos rebasó y se convirtió luego en gira y disco.
En una noche de copas, nos dijimos que sería padrísimo trabajar en la canción ranchera temas como “Fallaste corazón”. Ahí empezó y tardamos mucho. No es cualquier cosa trabajar eso, rearmonizar y encontrar la forma para hacerlo. Hay que tener en cuenta que él es un músico que no viene del blues, él viene de una formación clásica, jazzística e inclusive afroantillana, pero si tienes el blues adentro, puedes “blusear” lo que quieras.
Cuéntame de ese proceso de versión.
Hay que lograr una naturalidad en la elaboración de la música, en el acompañamiento. Por ejemplo, en “Por un amor” el arreglo nuestro se caracteriza por la sencillez y se nota mucho en la línea que hace la guitarra eléctrica en el medio. No hay que pasarse ni ponerse demasiado “blusero”. Hay que encontrar el equilibrio que se da en los espacios. Esto responde a la técnica, pero más que nada a la intuición y el gusto.
Algunos críticos estadounidenses aseguran que se ha estancado el blues.
Yo no diría que hay un estancamiento del género, diría que el blues nunca fue hecho para convertirse en hit comercial. Ha tenido momentos de mayor y de menor auge, pero está todo el tiempo presente, sigue siendo una fuente inagotable de información para la balada y el rock. Si los rockeros no entienden lo que es el blues, hacen un rock con grandes carencias. Es producto también de lo que es masivo y el fenómeno de la moda.
Antes, cuando se hacían festivales de blues en México, en Estados Unidos el blues estaba en un momento de capa caída. Muchos “bluseros” tradicionales que mantienen vivo este estilo a veces no tenían una actitud muy abierta hacia la fusión del blues con otros géneros y se morían de hambre. Para ellos, venir a México era una inyección de energía verdadera al ver el calor y la manera de vivir de los mexicanos. Luego hubo un nuevo auge del blues en Estados Unidos.
¿Concibes como un todo tu proyección escénica, el contenido textual, la estructura melódica de tus canciones, la coreografía, el vestuario…?
Para mí la escena es algo tremendamente personal y ahí va implícito lo que me pongo, cómo me muevo, y lo que estoy sintiendo en esos momentos. Los músicos también tienen muchísimo que ver, si no se involucran los músicos no sale bien la función. A ellos los voy encontrando en el camino y nos entendemos por afinidad. Nos vamos convirtiendo en una familia. La gente más creativa es siempre la más dispuesta a jugársela por el blues.
¿Tus experiencias más profundas como cantantes son…?
Muchas y respaldadas por el trabajo desde la alegría extrema hasta la desesperación. Cuando no tengo voz, me lleno de tristeza. Si la voz cambia, tengo que cambiar. Una tiene que sacar y aprovechar la riqueza de cada momento. Este es un trabajo que nos exige cambios y riesgos siempre. El riesgo es doloroso y es también padrísimo. Es bueno todo cambio, aunque al principio pueda costar.
¿Hay alguna referencia familiar que motivara tu vocación siendo niña?
Referente a la música no mucho, pero sí un gran amor hacia el arte. Siempre ha habido una gran actividad en mi casa con artistas de diferentes manifestaciones y eso es siempre una inspiración. Mi nombre real es Elizabeth Taylor. Como comprenderás, ir por el mundo con ese nombre me ha traído vivencias chistosas. Mi madre siempre quiso tener una hija que se llamase Elizabeth, pero nunca pensó que se casaría con un hombre de apellido Taylor.
Una vez, siendo niña, viajaba con mi madre rumbo a México para visitar a nuestra familia. Cuando estábamos en el avión, la azafata (emocionada) leyó en la lista el nombre de Elizabeth Taylor, y por un micrófono anunció a todos los pasajeros que tenían el gusto de estar viajando con la gran actriz Elizabeth Taylor. A mi madre no le quedó otra alternativa que levantarme con mis dos años para que todos me vieran.
¿Las principales cantantes mexicanas que quedarán en la historia se nombran?
Lola Beltrán, Lucha Reyes, Eugenia León, Tania Libertad, Margie Bermejo, Cecilia Toussaint… Esas mujeres van a dejar una huella muy honda. Lo importante es qué han dicho, qué han proyectado, qué han querido decir cuando cantan.
¿Conoces a algunos jóvenes que sigan tu estilo?
Cuando oigo a alguien que se echa “La chancla” en el arreglo que yo hago o canta “Cartero” a mí me da mucho gusto. También pasa con “No me amenaces”. Una vez, un travesti me invitó a su show donde interpretaba dos imitaciones mías: fantásticas y chistosas. Además de dejar huella, una aprende de otros cantantes.
¿Sigues un entrenamiento?
De voz sí, trabajo la vocalización con una maestra y entrenadora, pero en la escena soy bastante autodidacta. Manuel Montoro, un director de teatro, una vez me dio dos o tres clases, pero en el escenario son distintos el actor y el cantante. El actor tiene que convertirse en el personaje que no es, y muchas veces cuando las actrices se ponen a cantar se ven tiesas. El desplazamiento escénico va creciendo y se va dando solo. Hay cosas que hacemos que salen solas y es también como estar al borde del precipicio. Si te quedas muy atrás, se nota lo que estás haciendo. Si te pasas, caes en la exageración y en el ridículo. Cruzar esa cuerda floja tiene que ver con la intuición.
Si un día escribes tus memorias, ¿qué recuerdos vas a privilegiar?
Los amores.