Por Manuel Enríquez
✓ Literatura abstracta y provocativa
✓ La fórmula del cuento
✓ Sabiduría en 7 palabras.
Un cuento magnífico, sublime, es aquel que detona el pensamiento como cuando detona un átomo, es decir, es aquel que desata en cadena la reflexión hasta el infinito si se quiere y, claro, si se puede.
Hay uno que lo logra con intención notoriamente provocativa y que, curiosa y paradójicamente, es el segundo cuento más corto del mundo.
En efecto, lo limitado y el infinito son contrarios, son opuestos como dos extremos; sin embargo dicen que en algún momento se tocan:
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”
Ese es el principio y también el fin del cuento, corto y limitado cuantitativamente pero de cualidad infinita.
No sólo invita a liberar la imaginación y la reflexión en cadena sino que estimula la construcción de lenguaje.
Es el hondureño Augusto Monterroso el que logra esta fórmula infinitesimal en el género literario que es el cuento, así como lo hizo Albert Einstein en la física al plantear la fórmula E=mc2, símbolos que conducen a la detonación en cadena del átomo.
Provocativo Monterroso porque a primera lectura despierta la necesidad de descifrarlo, de entenderlo, el deseo de que continúe o de continuarlo uno mismo.
Resulta una provocación disfrazada de invitación porque más bien obliga a la interpretación y es ahí donde justamente se detonan los átomos:
Hay que interpretar, como dice él, hay que pensarlo y repensarlo. El requisito básico es liberar la fuerza imaginativa y reflexiva hasta dónde queramos, podamos, o seamos capaces:
¡!He ahí lo maravilloso de la fórmula!!
Con siete palabras logra la maravilla aleccionadora, como los cuentos de “Pepito” que detonan la alegría a partir de la imaginación: cuentos cortos y de ingenio magnífico, con la única diferencia de que con Monterroso no es un mexicano el que se lleva la gloria, sino un hondureño.
Tan infinito quizá es el cuento de Augusto, como lo son cualitativamente también las novelas de Cervantes, de Dostoievski, Tolstoi, Dante Alghieri, o de Goethe, o también en otros géneros como las investigaciones de Marx, o los testimonios en la Bliblia, los poemas de Borges, o de tantos otros escritos de ese calibre.
Einstein logra el infinito con 5 símbolos, y los grandes genios de la literatura, como los mencionados, lo consiguen en cientos y cientos de páginas maravillosamente escritas por los dos lados y con letra chiquita.
Acá, Monterroso, lo alcanza con 7 palabras.
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
–Pa’la máquina. –Como dicen los veracruzanos.
Dije, bueno, de qué se trata…
Entonces se me ocurrió otro:
Y no despertó, ya no había amor (7 palabras).
Imaginemos cómo sería un mundo sin amor, sencillamente ¡Taría cabrón!. ¿Cómo viviríamos, cómo caminaríamos, por quién y para qué? ¿Cuál sería el fundamento de nuestros sentimientos? ¿Habría paz? ¿Cuál sería el sentido de la vida? Se podría hacer toda una novela al respecto.
¿Qué significa el dinosaurio para Monterroso? ¿Qué significado le da en su cuento a eso de despertar? ¿Cuánto tiempo estuvo durmiendo? ¿Dormía en una cámara de esas en las que uno despierta 100 o 200 años después? ¿Quién dormía, Jesucristo, Gandhi, Hitler, Musolini, quién, o Steve Jobs o Richard Freyman o el doctor Norio Taniguchi, o el mismísimo Einstein que despertaría después de la tercera guerra mundial?
Cualquiera de ellos que despertara, muy probablemente diría de la actualidad que “…el dinosaurio todavía estaba allí”.
Lo primero que provoca el segundo cuento más corto del mundo, es una pregunta
¿Cuál es entonces el cuento que ocupa el primer lugar?
Monterroso provoca pensar en continuar el cuento, en desarrollarlo, recontarlo, en hacer quizá mejor una novela a partir del mismo, o una historia, o un ensayo o lo que salga…
Pero ¿sobre qué?
Quizá una historia sobre la evolución del amor, o del espíritu humano, para llegar a preguntarnos si al despertar el dinosaurio continúa allí.
La siguiente imagen es un aspecto de la obra de Diego Rivera, el hombre controlador: