- De cómo llegué a ella.
- Trabajaba en las tabernas de Roma y se paraba en la Plaza Navona.
La suavidad que se percibe en la palma de una mano al rozar lentamente y apenas la superficie del mar, es sublime, sólo equiparable en aproximación a una caricia de amor.
Por Manuel Enríquez
Estaba “solo” bajo las palmas de una palapa, en una playa de La Riviera veracruzana, entre Boca del Río y Antón Lizardo. Las manecillas marcaban veintitantos minutos antes de las 6 de la mañana de un domingo.
(Esa hora, ciertamente para muchos, resulta de “locos” porque la mayoría de las personas “cuerdas” descansan y duermen a esa hora y ese día hasta muy avanzada la mañana, a menos de que se trate de estar ahí por haber continuado la fiestecita de la noche anterior como solía hacerlo en tiempos no tan remotos. Pero ésta vez no fue por eso).
¿Por qué estaba ahí a esa hora, ese día?
Resulta que últimamente, cuando no hay nubes, he ido a ver cómo el amanecer pinta de hermosas tonalidades la superficie marina: de rosa champagne, de bronce, de bermejo, de amarillo y luego de plateado, como si le derramarán al mar botellas gigantes con liquido de esos colores; colores que minutos después regresan a sus envases, o como si una mano artística pero invisible le diera un rápido y enorme brochazo a la superficie desde alta mar hasta acariciar apenas la playa cuando las tintas se aferran sobre las olas hasta que rompen.
Amanecer que permite ver cómo se define, poco a poco, el trazo ligeramente convexo en el horizonte marino del Golfo de México al límite alcanzable para ojo humano, conforme cede la ”temible” oscuridad.
Es nada más y nada menos que el maravilloso espectáculo gratis para madrugadores de la costa oriente:
Mar que engendra una bola de fuego con cuyos rayos que le nacen y se expanden en finas rrectas translúcidas, emprende el vuelo al cénit y luego en dirección crucero hacia el poniente, horizonte lejano de 180 grados desde el cual continúa sin escalas hacia el oriente, una, otra y otra vez, y así “infinita” y silenciosamente en intervalos medio ovaloides de 12 horas con fuego nuevo todos los días.
Esos momentos para el ser atrapado en cuerpo, constituyen un encuentro físico, alimento místico, teológico, natural, astronómico, poético, fisiológico y dador de vida y de ánimo. Es un momento grandioso, puntual y esperanzadoramente
inquebrantable.
Voy para disfrutar de mar, cielo y arena, tanto de sus texturas como del revoltoso sonido que en intervalos de ir y venir genera el oleaje y el graznido de las gaviotas cuando sobrevuelan el mar listas para ir a pique como flechas por su presa. Este concierto, a esa hora en la playa, irradia y llena de paz, potencia los sentidos y más si no hay murmullo ni presencia de gente (el acceso a esta playa es privado, lo que reduce todavía más la posibilidad de presencia humana).
De modo que ahí está gratis en la playa lo que considero necesario para el espíritu de vez en cuando: momentos de plenitud libertaria del alma frente a la banalidad y frivolidad cotidiana.
En fin, se trata de todo eso, por eso voy a esa hora, y para sentir plenamente la arena húmeda en los pies y sumergirme en el mar para reconocerme, sentir como la energía que posee el mundo marino fluye en mi cuerpo de pies a cabeza en corrientes ondulantes un tanto frías.
ANTES DE SABER DE LA ITALIANA, LEÍA A JUDIT
Poco antes de que apareciera ANTOGNETTI, la bella italiana, de esa mujer pública que ofrece servicios íntimos en la Plaza Navona, y que es título de esto que escribo, me encuentro ahí, frente al mar, e intercalo:
En efecto, intercalo entre leer un texto que aborda teorías sobre la mentira desde el punto de vista filosófico, lingüístico y teológico -donde por cierto desde éste último enfoque en algunos evangelios justifican el ocultamiento de la verdad (¿ocultar la verdad para someterla a un proceso de “descubrimiento” sería mentir?*)- y enterrar las plantas de los pies en la arena mojada sintiendo su textura y la fricción rasposa como suave masaje, lo que permite refrescar el planteamiento.
Sigo la lectura y me detengo en uno de los párrafos que me lleva a repensar la apología de la mentira que la biblia hace en el antiguo testamento.
Según el texto que tengo en mis manos**, dicha apología se demuestra en el pasaje de Judit cuando decapita a Holofernes, general de los asirios enviado por el Rey de Babilonia, para invadir el ficticio pueblo de Betulia, tribu de Judit.
(Betulia estaría, según el relato bíblico, en territorio de Judá, dónde se encuentra también vecinalmente el pueblo de Jerusalén).
Sí, Judit, és también una bella mujer, con seductores atributos físicos que en ese momento utiliza para engañar con escalofriante frialdad.
Bellísima por fuera Judit pero hecha un monstruo sanguinario por dentro.
Por el paradójico contraste de Judit, me quedé pensando entonces de lo que realmente somos, de las “dos o más caras” que podríamos ser o, dicho de otra forma, de lo que seríamos capaces de ser y hacer en determinadas circunstancias. Me preguntaba entonces cuánto somos capaces de hacer cada de uno, de qué depende para transformarnos y qué es lo que aparentamos ser. Me cuestioné si somos capaces de auto descubrirnos al vernos en el espejo, si somos capaces de observarnos y sumergirnos en nosotros mismos y sentirnos plenamente como cuando nos sumergimos en el mar. Me preguntaba qué es lo que personificamos ante los demás en situaciones cotidianas, de conveniencia o de peligro; ¿Realmente nos conocemos? ¿Aceptamos lo que somos? ¿ Nos perciben acaso los demás como queremos que nos perciban o tienen otra idea de nosotros de la que no tenemos idea? ¿Somos entonces lo que aparentamos? ¿Somos lo que deberíamos ser o, en su defecto, por qué no somos eso que deberíamos? En principio, qué es lo que deberíamos ser y desde el punto de vista de quién, de qué y por qué.
Entonces veo el mar, medio sacudo la cabeza y decido dejar ese laberinto del ser o no ser porque a mi no me gustan los enredos.
Judith, cómo decía, era muy bella por fuera pero también capaz de ser contrastantemente horrible por dentro, sanguinaria, cruel, mentirosa, traicionera, alevosa o, todo lo contrario, también heroica y maravillosa.
Leo:
Con el poder de sus sensuales dotes, sugiriendo estar dispuesta a entregarlos al placer vertiginosamente carnal, Judit hace beber en exceso al general.
Holofernes no intuye el peligro que representa esa dama y cae en lo que en teoría constituye una elemental y notoria trampa: ¿erotismo y alcohol si combinan?
Quedó pues el general embebido por el talento físico que sugestivamente le mostraba su “presa” y embriagado por el vino protocristiano.
De esa manera, con pérfida premeditación, Judit comienza a tener al general a su merced. Ella está plenamente consciente de su plan y él, en los hechos, ni lo sospecha tantito, carece de la mínima intuición y, si la tiene, entonces carece del carácter para hacer a un lado sus instintos masculinos ante el poder seductor de los senos firmemente ondulados y respingados de Judit.
Simplemente, el general Holofernes, subestimó a su seductora presa al igual que al poder embrutecedor y adormecedor que causa el consumo en exceso de la uva manufacturada.
Así, con uva y extraordinaria sensualidad femenina, en poco más de un par de horas cayó redondito Holofernes para quedar completa e inoportunamente desprotegido: se durmió borracho.
Fue entonces cuando la hermosa mujer de la biblia sacó a relucir la misteriosa coexistencia de contraste radical que hay o puede haber en la mayor parte de los seres humanos en ciertas circunstancias: entre los bello y lo monstruoso, entre lo
delicado o fino y lo brutal y grotesco; entre lo piadosa y lo cruel, entre la inocencia y la perversidad, entre lo pacífico y lo brutalmente violento.
Las apariencias son sólo el exterior, constituyen la envoltura de lo que puede haber o hay adentro, como grandes virtudes morales, éticas o simplemente humanas o de conducta, u otras maravillas o genialidades, o, por el contrario, de carencias
importantes y horripilancias que yacen en el alma, algunas dormidas otras despiertas.
A propósito de qué es lo que hay realmente en el alma, me acordé entonces del tema que ahora trato de explicar: cómo llegué a la la prostituta ANTOGNETTI: DE MADELENE
Me enfilo entonces a narrar cómo conocí a la italiana vendedora de su cuerpo.
Estaba en esas, en qué Judith no pierde su belleza tanto de cuerpo como de rostro ni siquiera en el mismo momento del acto de arrancarle la cabeza a su víctima.
Borracho ya el general, Judit toma la filosa espada de su víctima que estaba a un lado del sillón donde yacía, le pidió a Dios que le diera la fuerza para asesinar y una vez hecho esto procedió para tal objetivo con indescriptible frialdad al propinarle dos machetazos al general:
El primero no llevó la fuerza suficiente para guillotinar a Holofernes pero si la necesaria para trozar algunos órganos del cuello y dejar al descubierto la aorta que saltaba como tripa en movimiento ondulante por el fluir de la sangre, cuyos borbotones se intensificaban al ritmo de las últimas palpitaciones del agonizante corazón asirio.
Acto seguido, con la mirada aterradora y fija en su víctima -aunque algunas obras de arte presentan a Judit observando seductoramente al espectador de la pintura mientras asesta el segundo sablazo- la bella dama empuña nuevamente el florete pero ahora lo hace con ambas manos al tiempo de agarrar más vuelo y dejar caer por segunda vez el machetazo con tal energía y velocidad sobre el cuello de su víctima agonizante que no sólo fue salpicada de sangre en sus prendas y en sus sonrosadas mejillas de rostro blanco, sino que de inmediato hizo rodar la cabeza del jefe militar, misma que giró entre sus largos mechones y aún con los ojos abiertos, y golpeando en el suelo como si rebotara.
Semiparalizada por unos segundos al ver el sangriento escenario, con gotas rojizas en la cara y manchas de sangre en su atuendo, y otro tanto formando un charco en el suelo, Judit reacciona con monstruosa frialdad para agarrar por los cabellos la cabeza cercenada, levantarla y envolverla en una sábana, para luego entregársela a su fiel y vieja sirvienta quien la mete en una canasta tipo picnic a fin de cargarla hasta el ficticio pueblo de Betulia.
Con el “botín” escurriendo de plasma, ambas escapan sigilosamente del campamento militar asirio, mientras la mayoría de los soldados duermen plácidamente y desgastados por el frenesí de la fiestecita que tuvieron y en la que gozaron de todo tipo de excesos: carne, vino, juegos, baile, lujuria.
Ambas damas llegaron a Betulia mostrando como trofeo de victoria la cabeza decapitada del general Holofernes. Ese sanguinario acto que se consumó con engaños, lo elevaron a rango heroico en el antiguo testamento.
Fue tan impactante dicho capítulo que los mismos católicos quedaron impresionados, al igual que intelectuales y artistas: 144 veces ha sido representada en obras de arte la decapitación de Holofernes.
Pero ahora sí vuelvo al tema de cómo llegué a la respetable vendedora de presencia física, de caricias y de placer, es decir, a la prostituta Madalenne Antognetti:
Caravaggio fue uno de los grandes artistas que plastificó el momento de la decapitación de holofernes y lo hizo con tal pasión que proyectó en el acto sanguinario, su propia circunstancia.
Una de las interpretaciones de la obra caravagesca en “La decapitación de Holofernes”, es justamente que el rostro de la víctima en la pintura es el mismo rostro del pintor, es decir, del propio Caravaggio y que el rostro de la bella verdugo que lo decapita, es decir Judith, resultaría ser el de su amante Madalene Antognetti, quien ofrecía sus servicios en tabernas de Roma y en la plaza Navona, y a la que frecuentaba visitar.
Caravagio se refleja en Holofernes e nmortaliza su circunstancia: estar a merced del indomable erotismo encarnado en Antognetti -que representa a Judit- quien le vende a Caravagio su cuerpo, su plática o, a veces, tan sólo su presencia para que lo acompañe.
Antognetti es la italiana por la que acusan al pintor de asesinato luego de haberla defendido de delincuentes como el jefe policiaco que abusaba de ella y de su hermana pero que además lo hacía de forma inhumana.
Así era el bebedor y pendenciero Michelangelo Merisi, mejor conocido como Caravaggio, quien solía cargar y andar siempre con su espada en la cintura, además de ser gran maestro del arte que habría inspirado a otros grandes como Rubens y Rembrandt. Incluso algunos expertos afirman que con Caravaggio, a pesar de que se ubica a finales del siglo XVI y principios del XVII, se dan las primeras señales de lo que sería el arte moderno unos 250 años después.
Antognetti fue musa para diversas obras de Michelangelo Merisi. La recogía en la plaza Navona o en las tabernas de Roma y la llevaba a su estudio donde disfrutaba su naturaleza y luego la representaba en diversas ocasiones como la Santa Virgen.
¿Qué fue ANTOGNETTI para Caravagio, prostituta para el mejor postor y a la vez pura del alma tanto como para ser representante de la santa vírgen?
¿Es posible ser ambas cosas?
¿Era congruente de alma y ser al no ocultar lo que realmente hacía y como era?
¿Quiénes y cuántos realmente somos lo que aparentamos o queremos aparentar?
¿Quién es más puro: el que aparenta lo que no es o el que es sin aparentar, sin engaños?
FINAL
En ese preciso momento de la libertaria reflexión, caigo en la cuenta que mejor es dejar ya la lectura, hacer una pausa del tamaño de lo necesario, y disfrutar de la suavidad ondulante del agua fresca del mar. De sumergirme y sentir las corrientes marinas antes de que el sol apriete. De agasajar el tacto con la mayor suavidad que hay en el planeta al rozar apenas con la palma de las manos la superficie de mar.
Quizá dicha suavidad máxima es sólo equiparable a la caricia a un bebé por su inocencia o a la caricia en la mejilla de la mujer de la que uno está enamorado
porque, casi concluyo, dónde hay amor, dicen, está Dios. Ésto, muy probablemente, sea la razón del misterio del amor, independientemente de la química. Decido entonces meterme al mar, sumergirme y disfrutarlo mientras pueda y cuánto pueda.
*”Todavía tengo muchas otras cosas que deciros, pero no podéis sobrellevarlas ahora”, dijo Jesús (Juan 16: 12). Hay ocasiones en que una persona de fiar, como Jesús, no pueda ni deba decir toda la verdad porque puede haber otras personas “incapaces de sobrellevar el fulgor y el peso de la verdad” (Ver: Vicente Vide Rodríguez, “Análisis filosófico y teológico de la mentira…”, revista Personitas, vol 4, núm. 2, pp. 153-175, 2016; internet, 59 hoja: https://doi.or/https//dx.doi.org/10.21501/23461780.2011
** Análisis filosófico y teológico de la mentira…”, revista Personitas, vol 4, núm. 2,