Por: Fabián G. Herrera Manzanilla
Una vez casi agotadas, tanto las noticias y los memes alusivos al debate entre los tres candidatos a ocupar la titularidad del Poder Ejecutivo Federal, verificado el 7 de Abril y el eclipse del 8 de Abril, ambos acontecimientos registrados en el año en curso, respectivamente, procedo a citar textualmente la impresión causada por un evento astronómico similar próximo a cumplir 101 años.
Cuyos principales puntos en los que se proyectó que sería visible como total fueron: Isla de Todos Santos, Ensenada, Trinidad, Isla de la Guarda, Isla Tiburón, Hermosillo, Guaymas, Baroyeca, Álamos, El Fuerte, Guadalupe y Calvo, Tamazula, Nazas, Cuencamé, Nieves, Mazapil, Catorce, Matehuala, Cedral, Charcas, Doctor Arroyo, Tula, Tampico, Campeche, Quintana Roo y otros diversos puntos de la República Mexicana.
Es una cita textual como he referido, de la autoría de Homero Lizama Escoffié, un joven que bordeó el Caribe Mexicano en los primeros años de la década de los veinte y que, en 1927, plasmó para nuestra fortuna, todo lo que vio y atestiguó en su derrotero hasta llegar a la histórica Payo Obispo, hoy Ciudad Chetumal, para ocupar un puesto en el Juzgado de Distrito con sede en la capital. El libro lo titulo: “En las Riberas del Caribe. Bosquejo histórico-geográfico del Territorio Federal de Quintana Roo”.
“El 10 de septiembre de 1923, fué esperado y observado con gran entusiasmo y admiración el fenómeno cósmico del eclipse total de Sol efectuado por la Luna.
En el Observatorio Meteorológico de Payo Obispo se hicieron algunas observaciones a este respecto.
El eclipse comenzó a las 2 horas y 15 minutos de la tarde. El Sol fué cubriéndose en uno de sus bordes por una nube semi-circular; este fenómeno fué prolongándose en forma de dos placas circulares y excéntricas que buscasen un mismo centro de reunión. La luz del Sol debilitándose por instantes, se hizo más suave, tenue y sutil y de una fluídez irreal, como ha de ser la de las «Noches Blancas» de Escandinavia descritas tan elocuentemente por la pluma milagrosa de Antonio de Zayas.
El paisaje recibía una claridad incipiente de luna, sobre los espesos montes y los caminos blancos, iluminados por un fulgor de leyendas medioevales.
A medida que la Luna se aproximaba y cubría más al Sol, la luz de este adquiría cierta diafanidad de dilataciones amatistas que enturbiaban las perspectivas del horizonte.
Disminuyó el calor. El cielo despejado y sereno favoreció aquella visión de semblanzas polares, revestidas de una penumbra irreal.
Este fenómeno duró hasta las 3 horas, 25 minutos y 5 segundos de la tarde, en cuyo momento el astro del día entró en un período álgido de belleza y majestad: el disco del Sol y el de la Luna quedaron concéntricos, cubriendo el planeta de la noche al astro esplendente del día, y quedando la tierra envuelta en un velo de extraña y admirable semiobscuridad que permitió ver en el firmamento, claramente 5 estrellas, entre las que sobresalió por su magnitud y esplendor, Venus, la estrella del Alba y del Ocaso.
El efecto visual de este fenómeno, fué el de un disco de nieve sobre el fanal ignescente, quedando sombrío el espacio, en un ensombrecimiento de enigma, sublime, que dejó a la tierra sumida en el letargo natural que precede a la Aurora, pero sin los esplendores iniciales del Oriente que también quedó envuelto en la semi obscuridad.
Pudo haberse dicho que la Aurora nacía del Cenit y no del horizonte. Tal era aquella combinación de claro-obscuro en la cúpula azulada. Un silencio espectante se apoderó de todos los seres. Las aves de corral corrieron, confundidas, en busca de sus refugios. Y con gran emoción se vió el final de la totalidad de aquel eclipse incomparable, que concluyó a las 3 horas, 27 minutos y 30 segundos. Tardó, pues, la totalidad, 2 minutos, 25 segundos.
Entonces, contraria la graduación luminosa, en vez de disminuir fué aumentando, pero con titilaciones más débiles a medida que el Sol declinaba en el Ocaso.
Al principiar el término de la totalidad, las primeras rutilancias del Sol fueron como las de una enorme bujía suspendida en el espacio. Una luz blanca y penetrante se esparció en derredor de los discos encontrados; y, el esplendor de las estrellas rutilantes, fué amortiguándose, hasta desaparecer. La luz blanca convirtióse en rútila; la rútila, en amatista; la amatista, en lapizlázuli; el lapizlázuli, en ocre y éste, en emergencias de rosa y púrpura confundidas.
Terminó la parcialidad del eclipse a las 4 horas, 29 minutos y 2 segundos de la tarde. La atmósfera se obscureció con celeridad. En el Ocaso flotaron algunos velos y franjas anaranjado violeta, que se imprimieron y esfumaron lentamente, en el azul firmamental; mientras el astro glorioso del día, convertido en ánfora ignífera, se ocultó entre las últimas reminiscencias demacradas de la tarde moribunda…”
Las imágenes que ilustran esta quizá algo extensa reseña textual en su mayoría, están ampliamente descritas en los pies de fotos correspondientes.
Homero Lizama Escoffié en sus años lozanos.
Mapa correspondiente al eclipse del 10 de Septiembre de 1923.