Jorge Manriquez Centeno
In memoriam Víctor Manuel Escobar Verduzco, mi hermano
I
“TIENES UNA VIDA POR DELANTE”
De repente, todo es absurdo, como esas hojas que levanto y vuelvo a levantar y me van arrastrando.
El silencio se entrecorta por una melodía que atraviesa la ventana, y es “Like a rolling stone”, de Bob Dylan.
Escribo: Y me dijeron que “había una vida por delante, un horizonte plagado de arcoíris”, pero veo los colores y no logro reunirlos a mi alrededor. Mis pisadas los dispersan.
Todo va cambiando. El temblor de 1985 prácticamente dejó a mi familia en la calle. Estamos en la calle, literalmente.
Las ventas en el tianguis disminuyeron al cien por ciento.
Estamos, estoy, en modo de sobrevivencia.
Hemos andado por varios lados y como que no encajamos, tenemos que seguir talachando para ir hacia adelante.
Empiezo a leer un libro: “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco y dividido en partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos. ‘¿Qué ha ocurrido?’, pensó.”
Dejo el libro por ahí. Luego lo leeré.
¿Qué ha ocurrido? No encuentro la respuesta y, aunque todo parece ir muy mal, sé que, en algún momento, veré el mundo con otros ojos.
“Otros están peor que nosotros”, dice mi madre. “Cierto, hay que seguir adelante”, le contesto.
LOS CASTILLOS HAN CAÍDO, SE LOS HA LLEVADO LA MAREA
¿Cómo se siente?
Hubo una época que vestías bien,
reías de todos los que te rodeaban,
de los amaneceres,
y te emborrachabas con las líneas de las palmas de tus manos,
y construiste castillos en el cielo,
pero fueron papalotes que regresaron con el mismo viento,
y seguiste cayendo en mañanas sedientas,
y había ángeles verdes,
lunas frenéticas,
perros rascando el asfalto y ladrando tu presencia,
teporochos gritándole,
y la cerveza sabe mejor con vodka y Red Bull,
y en la barra de la cantina no acodaste tu conciencia,
la doblaste con tus ramas,
y en la esquina del viejo barrio
el Barros te grita: “Chido, carnal, ya pronto nos iremos por ahí.”
Claro, hay un mundo bajo las piedras.
Quieres regresar.
No puedes hacerlo.
No puedo irme a ningún lado… Discúlpame, carnal.
Me levanto, pero los castillos han caído, se los ha llevado el mar.
Sólo puedo verlos a través de la ventana.
Quiero salir e imaginar las cosas, redondearlas con los recuerdos.
…
Estoy caminando… En mi “walkman”, estoy escuchando “Like a rolling stone”.
II
COVID- 19
Vas caminando por el boulevard, el “bule” como le llaman coloquialmente.
La bahía de Chetumal está desolada.
Extrañamente desolada.
Como antaño, y cíclicamente te ha pasado, te sientes muy, muy cansado.
El dolor de cabeza es recurrente. Tienes el ánimo hasta el suelo, tanto que quieres dormir todo el día, estar en modo “dormitando” para no pensar en pagos, rentas, abonos, que continúan su curso, a pesar de esta pandemia que todos le llaman covid-19 o coronavirus: es un virus infame que nos ha quitado la risa, pero tenemos vida, dicen por ahí, al saber de las muertes cercanas y lejanas, cuyas noticias llegan por los grupos de WhatsApp o por las redes sociales.
Tratas de dormir, pero tu mente está trabajando al mil por hora. No puedes quitarte las imágenes de amigos, amigas, conocidos y desconocidos que están falleciendo o intubados, a la buena de Dios.
Tu mente empieza a trabajar al mil por hora. Y hay mensajes indescifrables.
…
…
Este pinche cubrebocas me oculta medio rostro, pero deja al descubierto mis lágrimas. Silenciosas, porque nadie ve de frente, todos pasan de lado, sin darte los buenos días en el súper. La distancia nos supera. Es una distancia terrible, hermanos. Nos abisma.
Voy caminando con mi sombra. A pesar de que es de día, se va alejando.
No estamos a salvo. Hay que extremar precauciones. Hay zonas de Chetumal, como en otras ciudades, que están acordonadas. Tristeza y lo que sigue al ver el malecón del “bule” sin gente.
El sol brilla extrañamente sin la gente. Es indolente y áspero.
Lo mejor es regresar a casa. Hoy es un día negro.
Hay muchos días que registra mi conciencia como días negros. Hay que evitarlos para no caer por el foso de la desesperación, donde vas haciendo de todo para romperte el alma o a la inversa. Es ese tocar fondo, que hay que darle la vuelta.
Todos tarde que temprano tocamos fondo: vomitamos en cualquier alcantarilla, y nos vamos diluyendo o la cerramos para poder seguir caminando.
…
Los años te dan experiencia, mi estimado, por eso regresas a tu casa, vas y pláticas con los tuyos, y te refugias en las series del Netflix.
Bebes otro café, trapeas y trapeas el desdichado piso limpio, pero empiezas a toser…
Es una tos seca, extrañamente seca, que va en crescendo. No quieres sus graves y agudos, que se van conjugando para dejarte como trapo deshilachado.
EL DOLOR DE CABEZA Y LA TOS TE CLAVAN COMO ESTACA
Dolor de cabeza.
Insoportable.
Descanso obligado.
Paracetamol, como suave preludio del hueco sin refugio de los días que vendrán a consecuencia del covid-19.
Mi oxigenación está baja. Estoy sobrellevando estos momentos.
Expectación.
Temor.
La tos no te deja descansar.
La tos te hace pensar que estas vivo, pero se te clava como estaca.
En estos días, no tolero la música. Siempre tenía un tipo de música para cada momento.
Hoy los estoy perdiendo.
Cierro los ojos y no encuentro la luz de antaño, cuando podía refugiarme de esos amaneceres de negras serpientes y terribles desengaños.
Todos tenemos esos días que se tienden debajo de la cama y no te dejan caminar.
Hay que ir al lugar indicado para encontrar la luz, pero tienes que estar confinado.
Estoy levitando amargura.
Esta pinche tos seca me maltrata terriblemente, pero mi oxigenación se mantiene estable.
Baja, pero estable.
Elena, mi esposa y mis hijas Adrita y Elenita, resultaron positivas en el examen de laboratorio. Empiezan a sentir los embates del coronavirus.
Teresita, mi carnala, libró el embate del virus.
De la familia cercana, un primo, Lupillo, ha fallecido. Lupillo, cómo no recordar a un primo trabajador, positivo. “Dios lo tenga en su santa gloria”, pienso y rezo.
Otros familiares paternos y maternos la libraron. Espero que estén bien.
Pienso en San Judas Tadeo, de quien mi madre era devota. Tomo su imagen y, como antes, la froto suavemente con mi imaginación y empiezo a rezar un padrenuestro, como antaño solía hacerlo cuando nos estaba yendo de la chingada. Estamos en un caso extremo, por ello recurro a tu intermediación, a tu ayuda, tú que lo puedes todo, San Juditas, santo de las causas imposibles y perdidas. Ayúdanos, ayúdame, te lo pido con toda mi devoción.
En verdad, me siento fatal, la tos me tiene boca abajo varios días, ya que, según el doctor, “esa posición facilita la respiración”. Horas y horas en esa posición, dominado por los estertores del cuerpo.
…
…
Gracias a Dios, mis hijas y mi esposa la libran. Eso me da como un respiro.
Sigo postrado, con la respiración baja pero estable.
Días después, salgo del cuadro delicado.
Me dan de alta, con el necesario reposo de varios días.
Prácticamente sin hacer nada.
Quiero regresar a Zacatecas, estar en el cerro de la “Bufa”, y gritar con toda la fuerza de mi corazón, pero me es imposible.
…
…
Me caigo, me levanto, renazco, y no sé por qué estoy tarareando “Just like heaven”, de The Cure, seguramente estoy pensando en ti.
III
¿COMO TE SIENTES?
Bebo un café bien cargado.
Voy al “cuarto de estudio”.
“Ya vendrán tiempos mejores”, pienso.
Tomo la lap.
Empiezo a revisar los relatos que estoy escribiendo.
Me reanimo.
Calibro el YouTube.
Veo videos de varias rolas de Bob Dylan, y leo unas palabras alucinantes: “Like a rolling stone”, hago clic, y es el golpe inicial de la baqueta sobre la caja, y el pedal que hace vibrar el bombo, y el órgano, el bajo, la guitarra, y la voz de Dylan se van entrelazando gloriosamente.
La escucho varias veces.
¿Cuántas veces habré escuchado esa rola?
¿Cuántas veces me ha arrojado a los brazos de la desdicha?
¿Cuántas veces me ha liberado?
¿Cuántos momentos me ha disparado? Hoy me dispara muchos recuerdos…
Hubo un tiempo en que estuve solo, sin hogar y fui un completo desconocido y me sentía mal, y me fui caminando por todos lados con las manos en los bolsillos vacíos, atravesé pasos a desnivel, anduve entre sueños en el metro, estuve vagando por todos lados, siempre encontrándome, desencontrándome, y me dieron ganas de recostarme contigo, amigo Andrés, Barros como te mal apodaban, en esos cartones donde dicen que te vieron dormir afuera de la escuela primaria “República Popular de China”, y perdernos en esos laberintos.
Ahora, estoy tomando unos tragos en “La Flor Asturiana”, y alguien me saluda y eres tú, amigo Víctor Escobar, hermano, y, como antaño, conversamos sobre la oficina donde trabajamos, y de ahí platicamos largo y tendido sobre la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, “políticas”, como la llamamos y nos hermana, y en la que pronto impartirás tus cátedras, y hablas de tu doctorado de ciencia política que estudiaste en Francia, que tanto me deslumbra por su literatura, y nos vamos por ese rumbo … Te digo que me disculpes por no ir a tu misa, conocí a destiempo tu partida. Sólo sonríes. Seguimos tomando los tragos y, de repente, volteo y estoy solo en la barra, completamente solo, escuchando “En el muelle de San Blas”, y le estoy diciendo que me perdone por no haber ido esa vez a Zipolite, y de no haberlo acompañado en otra ocasión a San Blas, que tanto te gustaban, y como antes, hablamos de los poetas malditos, de nuestro libro que estamos escribiendo, y, más al rato, está casi declamando en francés los primeros párrafos de El extranjero y de Pedro Páramo que se sabe de memoria, y, de ahí, canta “Mr. tambourine man”, y habla de Dylan, como si lo conociera.
Estamos platicando y empiezo a desvariar y Rubén, nuestro mesero de siempre, me dice: “Lic., lo acompaño en su dolor”, porque estoy hablando de ti como si tu fueras él, y me doy cuenta, y aquella paella deliciosa que comíamos todos los viernes hoy sabe del carajo, y esos tragos tan felices hoy son tan desdichados que nadie puede acompañarme, sólo tú, carnal.
Te extraño tanto, que quisiera que estuvieras una vez, sólo una vez más para platicar de Pedro Páramo, La tregua, El extranjero, otros libros más, y de esa amiga que conociste que, según esto, era cirquera, pero se parece tanto a Laura Avellaneda, que por eso te gusta tanto y por su increíble elasticidad a la hora de hacer metáforas, como decías, y reímos y seguimos conversando tantas cosas que se han quedado por allá.
Quiero ir a tu encuentro, pero no me es permitido porque es tiempo de decir adiós, pero sigo imaginando y escuchando contigo rolas de Dylan y de los Rolling Stones, y me parece que estoy en tu departamento de la Colonia Malinche. Y estamos hojeando aquel, este libro, “que tienes que leer. No hay modo de irse de este planeta sin leerlo”, dices, y esas palabras son hoy un golpe en el corazón, por eso estoy releyendo ese libro, hermano, y pareciera que estás conmigo, y, con unos tragos de más, cantamos “Like a rolling stone”, que para ti y para mi mí es la mejor rola de todos los tiempos. Discutimos los segundos, terceros lugares, pero esa melodía, indiscutiblemente, ocupa el primer lugar en nuestras preferencias… Es tarde, más bien de noche, y como muchos fines de semana proseguimos charlando, escribiendo nuestro libro, alternadamente, y me quedo a dormir en tu depto, y el lunes, muy temprano nos alistamos para la chamba. Reviso tú closet, y escojo esa camisa de manga larga con cuello con botones, de cuadros pequeños con diversos tonos de color café, y utilizo aquel saco, que tanto nos gusta. Son tuyos, “pero no pasa nada”, dices, y hacemos a un lado las corbatas. Esa ropa sigue colgada por ahí.
En la oficina, sacamos un “bomberazo” que nos lleva toda la semana. Vamos a comer por cualquier lado… Hoy es viernes de quincena y no tenemos que regresar por la tarde a laborar. Comemos en “La Flor Asturiana”, nuestra cantina preferida, luego vamos a “La Olga”, cerca de tu rumbo… Al día siguiente, estamos de plano muy crudos, y nos lanzamos a “La Polar”. Repuestos, continuamos escribiendo nuestro libro. En otras hojas hablo de ello.
Hermano, es momento de cerrar los ojos y soltar los pájaros.
Salir, salir y no escuchar esas melodías que tanto nos gustaban, pero mi memoria me las trae de regreso. El tiempo se escurrió, carnal, ya no podrás cantarlas, pero nadie las podrá arrancar, sólo el tiempo cuando me lleve entre sus olas y sean un susurro.
…
Tomo el metro y me voy hasta la Estación Allende, y un grupo de personas con discapacidad visual está tocando unas cumbias, y son unos rolones fenomenales.
Hubo un tiempo en que comía cerezas, y me encantaba darles vueltas dentro de mi boca. Se me hacía agua la boca y era genial tomar esos tragos, escuchar grupos de música en vivo en la Zona Rosa, Wings, otros lugares.
Muchos años después, en los noventa, en el templete de un “bayú”, como los llama mi carnal Agustín Labrada, en el Chetumal de mis amores, bailaríamos “Sopa de caracol” con unas “bailarinas” beliceñas, y los clientes aplaudían con voces verdes, gritos verdes, y las ramas fueron creciendo en ese “bayú”, ya que escuchamos a los Creedence, que ciertamente adquirieron otras dimensiones cuando recordamos a mi hermano Luis, el Torero,como le decíamos. Esto está en otras hojas.
IV
POR OTROS RUMBOS
Otros días, otras rolas.
De repente pienso en mi hermana Lupe. Suelo pensar que se la llevó el viento.
Cuando escucho melodías de Serrat o de Engelbert Humperdinck, me acuerdo de ella. Voy a la ventana y la abro. Hay viento fresco. Siempre que la recuerdo me devuelve la sonrisa, y escucho música a todo lo alto.
A veces no tienes hojas donde escribir, pero puedes escuchar a Serrat y es una voz gloriosa, y te “cae el veinte”: todo quedó atrás como estelas, caminos sobre la mar, y aunque cansado, sabes que debes seguir deambulando por estas carreteras, curvas, retornos, y te caes y levantas, y te quieres extinguir con ese fuego que quiere arrasar contigo, pero, si te fijas bien, debajo de las piedras puede haber lluvia. Álzalas para que florezca esa hermosa risa, viento fresco que puede con todo…
Pienso en mi hermana Adriana, mi padre, otros seres queridos que han fallecido y están en mi memoria. Recuerdo cuando bailaba swing con mi madre…
Todo ello está en otras hojas.
…
…
Escucho: “Papá, ¿me vas ayudar a hornear galletas?”, y es mi hija Adrita, a quien le contesto sonrientemente: “Por supuesto, hija de mi corazón.”
Mi otra hija Elenita, me pregunta: “Papá, ¿al rato vamos al súper? Mi respuesta irradia alegría: “Por supuesto, hija de mi corazón.”
Elena, mi esposa, me pregunta: “¿Vas a querer ceviche o vamos a comer empanadas en Calderas?” Como es temprano, contesto: “Por supuesto amor de mi corazón, las dos cosas: desayunamos empanadas y luego vamos a comer un delicioso ceviche en el ´Zurdito´”
Las risas de Elena, Elenita y Adrita no se hacen esperar.
…
…
Sigo escribiendo…
…
…
“Like a rolling stone”: por supuesto que estarás en el epitafio de mi lápida. Mentalmente, lo delineo, y no importa que físicamente no esté, dado que incineraran mi cuerpo.
Cuando el tiempo, ese implacable destructor, me lleve al olvido, por supuesto que estaré en ese más allá escuchando y cantando “Like a rolling stone”, y estaré riendo, embriagándome, llorando… y seré feliz rodando, siempre rodando…
Solo la imaginación permanece…