Por Manuel Enríquez
Un dominico de cierto nivel en la iglesia de Santa María Della Grazie, en Milán , Italia -de cuyo nombre es mejor no indagar porque no valdría el esfuerzo-, una tarde cualquiera, quiso hacer sentir menos al gran maestro del arte e inventor, Leonardo Da Vinci.
El pintor llevaba varias semanas sin tocar el cuadro que realizaba a petición del Duque de Milán, Ludovico Sforza. Parecía que el artista -como en otros proyectos- abandonaría esa obra que estaba resultando -como casi todo lo que hacía- magistral.
Se trataba de “La última cena” a la que Jesús había convocado a todos sus apóstoles y en la que Da Vinci se empeñó en reflejar el momento exacto de los rostros de curiosidad, irá, asombro o de indignación de cada uno de ellos cuando su maestro les revelaba quién lo traicionaría tres veces.
Leonardo casi terminaba la obra, sólo le faltaba la cabeza de Jesús y la de Judas. Sólo faltaban esos rostros para concluir esa gran obra de arte. Pasaban las semanas y el artista no hacía “nada”, nada de nada
Fue entonces cuando el prior, prepotente, como si arriara esclavos, acosó a Da Vinci para que se pusiera a trabajar. Pero el genio no cayó en ninguna provocación, se mantuvo callado, sin decirle nada, prácticamente “ni lo fumó”.
Ardido el dominico, sin tener la mínima idea sobre cuál es la esencia de un artista, y menos aún de un genio, se atrevió no sólo a acosarlo más sino a acusarlo y lo hizo ante el Duque de Milán, que era el mecenas de ese gran artista del renacimiento.
A grado tal influyó el sacerdote en Ludovico, que éste mandó a llamar a Da Vinci, quien, sencillo, modesto, pero travieso, acudió y…., zaas…!!. Con mucho cuidado y con tacto, el Duque le preguntó qué era lo que le oocurría.
Y fue justamente en ese momento en que Leonardo serenamente les dio una gran lección de agudeza en la observación y sobre lo que es o debe ser en esencia un verdadero genio del arte:
Giorgio Vasari, a quien los conocedores lo registran como el primer historiador del arte renacentista, lo cuenta así:
“…aún faltaba hacer dos cabezas. Una era la Cristo, para la cual no podía buscar modelo en la
tierra, y el se sentía incapaz de concluir la belleza y la gracia celestial de esa divinidad encarnada”
¿El gran artista se declaraba “incapaz”…? Ahhh caray!!
Continúa Giorgio:
“La otra cabeza era la de Judas, que también le daba qué pensar, pues no creía poder representar el rostro de un hombre capaz de traicionar a su maestro, Creador del mundo, después de haber recibido tantos beneficios de él”
Sencillamente genial la confesión de Leonardo.
Pocos minutos antes Da Vinci le explicaba al Duque que “…los hombres de genio están en realidad
haciendo lo más importante cuando menos trabajan, puesto que están meditando y
perfeccionando las concepciones que luego realizan con sus manos”
Pero, ingenioso, el artista tranquilizó al Duque de Milán.
Le prometió que ya no buscaría más el modelo para reflejar el rostro de la traición de Judas porque, dijo, se inspiraría en el rostro del sacerdote dominico que lo acusó con sus mecenas….
Ludovico no aguantó la carcajada ante la solución planteada por Da Vinci.
Esa era el genio. Pero….
¿Qué decir nuevo sobre la genial vida y obra de éste artista e inventor? Prácticamente es imposible o, al menos, esa es tarea de los mega-ultra-conocedores de Da Vinci. Y, como no es mi caso, entonces:
¿Qué decir y por qué el empeño de hacerlo?
Ante la incapacidad de descubrir el hilo negro en el tema, me ciño entonces sólo a recordar dos anécdotas que igual ayudarían un poco a subrayar su lado humano.
¿Por qué?
Primero es con motivo de que hace apenas unos días, el 15 de abril (de 1452) se conmemoró la fecha de su nacimiento. Segundo porque ese mismo día, en su honor, fue declarado como el Día Mundial del Arte. Y, tercero, porque en los siguientes días, el 2 de mayo, se conmemorá el día de su fallecimiento (en 1519). Aprovechamos con esos tres motivos.
Leonardo era bromista, pero un crudo bromista, tan crudo que que quizá rayaba en la locura. Jugaba en ocasiones con las vísceras de los que destripaba. Hacía autopsias para saber, conocer, dibujar el cuerpo humano, por fuera y por dentro, fue así, entre otras muchas cosas, uno de los primeros ilustradores de la ciencia médica.
Una ocasión en su taller-laboratorio de necropsias, arrinconó a sus discípulos, pero ¿cómo creen que lo hizo?:
Aarró unas tripas -no queda claro si fueron tripas de algún animal como caballo o de un ser humano que tenía sobre la plancha-, y las infló tanto que sus jóvenes estudiantes tuvieron que arrinconarse en busca de refugio ante la posibilidad de que la víscera estallara frente a ellos.
Leonardo fue un genio. Así terminó sólo diciendo que fue múdico, hacía piesía, fue urbanista, realizó más de 100 inventos que van desde una máquina hidráulica, pasando por trajes de buzo y armamento bélico. Fue astrónomo, físico, arquitecto, pintor, escultor y hasta cantante. Su cerebro fue hiperactivo:
Se adelantó a Copérnico, a Galileo, a Newton, a Kepler, a Hume , a Bacon, a Descartes. Da Vinci fue de los primeros en plantear las bases de lo que ahora es el Método Científico, arriesgando su vida por ir en contra de lo aristotélico y, por consiguientes, convertirse en fuerte candidato a la hoguera del cinquecento.
Por eso y por muchas razones más hay que recordarlo. Honor a quién honor merece.