Por Gilberto Avilez
Los españoles en América estaban en las Antillas desde 1492, y a lo largo de 25 años, primero con los viajes colombinos en busca de estrechos para las tierras de Cipango y Catay, poco a poco se fueron expandiendo como la peste, entrando más y más a nuevas islas vírgenes en busca de esclavos indígenas para sus empresas, como la isla Juana, hoy Cuba, que en 1512 fue conquistada por Diego de Velázquez, y desde ahí partirían los tres primeros viajes de descubrimiento y expedición a una tierra al norte de La Habana, que en las primeras cartas de navegación la creyeron isla: la Isla de Yucatán.
Y desde 1510, los españoles ya tenían un pie fuertemente asentado en tierra firme, con la fundación de Santa María la Antigua del Darién, de cuyo puerto partirían veinte españoles en el año aciago de 1511 hacia la isla La Española, veintena que en los arrecifes nombrados de las víboras o de los Alacranes, cerca de Jamaica, naufragaron, y en una barquichuela sin provisiones, pudieron a duras penas salvar el pellejo, y las olas del mar antillano los llevarían a las costas de Yucatán, llegando solo siete de ellos pues los otros morirían de sus hambres y, algunos, comidos sus cadáveres por sus compañeros. De esos siete náufragos, la historia de Yucatán tiene registrado los hechos y los días del cura de Écija, Jerónimo de Aguilar, la primera lengua de la Conquista de México antes de Malinche, y del marino y soldado Gonzalo Guerrero, quien renegaría de su bautismo y se convertiría en batab de Chetumal y sería uno de los factores –por el conocimiento militar y tecnológico del enemigo, sus antiguos compatriotas- para la demora de la conquista de Yucatán.
Sin duda, de las tierras de Yucatán se tenía noticias o sospechas de su existencia, desde tiempos de Colón, quien en su cuarto viaje de 1502, ya se había topado con una canoa de comerciantes mayas. Y también en 1508, en el viaje explorador de Juan Díaz de Solís y Vicente Yañez Pinzón, estos marinos muy seguramente cabotearon las costas de la Península de Yucatán. Pero tal vez un suceso extraño ocurrido en 1514 en la isla de Cuba, fue el factor que se necesitaba para el final descubrimiento de Yucatán y, por ende, de la Conquista de México. En ese tiempo, urgía un paso hacia las tierras de las especiarías, urgía saber de yacimientos de oro, y se necesitaba de nuevos brazos indios para las empresas de poblamiento en Cuba.
Decían venir de otras islas que están más abajo que la de Cuba
En 1514 las crónicas de la época cuentan que habían sido vistos en Cuba unos indígenas muy, muy diferentes a los pocos nativos de aquella isla antillana que quedaban, pues la población indígena había sido casi exterminada de la isla por la guerra, la peste y la explotación. Pues bien, estos indios extraños, decían venir de “otras islas que están más abajo que la de Cuba”, aproximadamente a cinco o seis días de navegación hacia el norte. Es factible que estos indios extraños se trataran de comerciantes mayas, con una fineza en las ropas y tratos debido a su pertenencia al estrato más alto de la pirámide social indígena, siendo expertos en la navegación en el Golfo y el Caribe desde mil años atrás, que con sus recias canoas hechas de un solo y árbol enorme, y embreadas con chapopote para que no pase gota alguna del mar, habían formado una serie de circuitos comerciales a lo largo de la Península de Yucatán y, sin duda, hasta las tierras centroamericanas y las islas del Caribe. Tal vez habían arribado a comerciar con los pocos indios tainos que quedaban, o es más creíble que se tratasen de espías mayas que habían llegado a esa isla para saber con qué enemigo se enfrentarían.
Recordemos que Guerrero y Aguilar estaban en tierras mayas desde 1511, y seguramente dieron hartas noticias de los “castilanes”, esa palabra que sería dicha por los bravos mayas chontales de Champotón y por los mayas de Ecab. Estos sucesos no pasarían desapercibidos, e inmediatamente, el flamante gobernador de la recién conquistada Cuba, Diego de Velázquez, enviaría una carta al rey Fernando el Católico, avisándole de aquel portento: de aquellos indios extraños que habían sido vistos en Cuba.
1517 fue el año del katún fatídico cuando los castilanes vieron las costas de Yucatán
Pues bien, de estas historias, viajes y hechos previos a 1517, se conoce muy poco. La historiografía sobre el descubrimiento y conquista de Yucatán, comienza sus relatos en el año fatídico de 1517, con la primera expedición que Diego de Velázquez enviaría para tratar de buscar aquellas “otras islas que están más abajo que la de Cuba”, aproximadamente a cinco o seis días de navegación hacia el norte, como lo habían señalado aquellos indios extraños. La primera expedición la encabezaría Francisco Hernández de Córdova, quien zarpó de La Habana el 8 de febrero de 1517, con una tripulación de más de 100 soldados y marinos, llevando consigo al experimentado piloto Antón de Alaminos, que ya tenía noticias de Yucatán desde tiempos de Yañez y Solís, y al soldado Bernal Díaz del Castillo, futuro “coronista” de la conquista de México. Iban en busca de nuevos esclavos para reemplazar a los tainos y siboneyes de Cuba, tan diezmados con epidemias y trabajos demoledores. En ese mismo febrero de 1517, para finales de ese mes (aunque algunos dicen que fue para el primero de marzo), los castellanos vieron por vez primera las costas de la Península de Yucatán, cerca del actual cabo Catoche. Ahí, sus ojos medievales contemplaron la grandeza de una civilización más longeva que la de esos árabes-ibéricos: alineados sobre la costa, vieron a la gran ciudad maya de Ecab, bautizada como el Gran Cairo en “Ca otoche”, llena de edificios de piedra, torres erguidas, y pirámides relucientes al sol caribeño, un centro urbano densamente poblado, el primero en su tipo descubierta por la mirada atónita de los españoles. Ahí, en Ecab, comenzaron los primeros desvaríos lingüísticos de los españoles, al nombrar a ese punto de tierra como Cabo Catoche, cuando en realidad los mayas que habían ido a sus barcos anclados frente a Ecab, solo los invitaban a su pueblo (Co’ otoch), a Ecab. También frente a esas costas de lo que hoy es la punta norte de Quintana Roo, al indagar por el nombre de esa tierra recién descubierta por el invasor, los mayas de Ecab respondieron “ma tinaatik u taan”: no entiendo tus palabras, castilán.
Al bajar de sus bajeles, e internarse a Ecab, requerimientos estúpidos de por medio para barnizar con una pátina legaloide sus violencias de conquista, la rapiña europea a los tesoros del mundo mesoamericano había iniciado con el primer enfrentamiento entre estos extranjeros y los mayas. Fue la primera vez en que el arco y la flecha, así como el pedernal indígena, se habían confrontado, repelido y afrontado a las armas de fuego de los españoles. La sangre corrió a raudales en uno y otro ejército. Un cura español, un rapiñador profesional debido a su fe, que venía en los barcos de Hernández de Córdova, fue el que inició el saqueo material y cultural que ya lleva más de 500 años en estas tierras del oriente de la Península: con su ágil cuerpo de roedor, se introdujo en algunos templos de Ecab para apoderarse de varios idolillos, diademas y sortijas de oro de los mayas, los cuales mostró con ojos de azufre lasciva a su jefe Hernández de Córdova. Pero no conformes con eso, y a pesar de esta primera derrota, los españoles hicieron prisioneros a algunos mayas de Ecab, de los cuales a dos bautizarían con el nombre de Julián y Melchor, Juliancillo y Melchorejo, con la intención de utilizarlos como intérpretes en incursiones futuras. Estos serían los primeros “lenguas” de la conquista de México, antes de Aguilar y la Malinche.
Juliancillo y Melchorejo, o de las primeras resistencias mayas a los invasores
El cautiverio de estos dos mayas de Ecab, lo vivieron juntos durante dos años, y ambos resistieron de una forma sutil a la conquista. Melchor era un pescador de la región de Catoche, y Julián seguramente labraba la tierra. Las crónicas indican que, en la expedición de Grijalva de 1518, Julián ya había muerto, seguramente que de tristeza por el cautiverio y la lejanía de su pueblo. Solo Melchor resistió hasta lo último la dura prueba de los años primeros de conquista de la Península de Yucatán, y, al parecer, vivió luego en libertad, azuzando a los distintos cacicazgos mayas a no pactar con el invasor. Y fue de dos formas dicha resistencia de Julián y Melchorejo. La primera consistió en que, siendo “lenguas” de las tres expediciones españolas –más la de Grijalva-, ambos, Juliancillo y Melchorejo se dieron el lujo de oír lo que quisieron oír, decir lo que quisieron decir, callaron lo que pudieron callar, y dieron a los mayas de la Península de Yucatán información valiosa acerca del mundo de los españoles, de sus armas, sus caballos, su condición mortal, incluso su dios del madero. Y esto en el proceso en que estuvieron cautivos de los españoles, y posteriormente, cuando Melchorejo, que no así Juliancillo, logra huir de la presencia del invasor para seguramente comenzar otro foco de resistencia entre los suyos. Esta primera forma de resistencia, que podemos decir, metafóricamente hablando, que consistió en torcer la lengua y las palabras de los españoles, lo cuenta en un pasaje de su célebre obra, Bernal Díaz del Castillo, y estriba en el hecho de que, para los españoles, estos primeros “intérpretes” no eran de “fiar”, pues en Champotón, Grijalva, al plantearle a algunos principales del pueblo sus intenciones de paz y de que no tuviesen miedo a la presencia de los españoles, los envió como embajadores para los suyos. Y cuenta Bernal que “fueron y nunca volvieron, e creíamos que el indio Juliancillo y Melchorejo no les hubieran de decir lo que les fue mandado, sino al revés”. Es decir, sabiendo perfectamente la importancia de la comunicación durante los primeros años de conquista de la Península, estos mayas, Juliancillo y Melchorejo, no fueron para nada los pasivos cautivos mayas que la historiografía nos ha referido. Practicaron, desde el primer momento, eso que James C. Scott estudió a la perfección y nos dio argumentos para entender las resistencias de los pueblos mayas: el discurso oculto de los dominados. Y ese discurso oculto, practicado por Juliancillo y Melchorejo, consistió en cambiar y modificar el discurso que los conquistadores quisieron implantar y hacer saber a los suyos, en las tres expediciones de descubrimiento que van de 1517 a 1519.
Te puede interesar: | TIERRA DE CHICLE | Esperando a los “bárbaros”: la derrota de Crescencio Poot y Zacarías May en 1855
Como hemos dicho, Juliancillo muere en la expedición de Grijalva de 1518. Pero Melchor sería el cautivo maya que vuelve con los suyos para enarbolar la otra forma de la resistencia indígena en la Península, fuera de los grilletes de su cautiverio. Este se embarca con Cortés en 1519 y, como sabemos, ese año los españoles contactan a uno de los náufragos españoles que estaban cautivos en lo que hoy es Quintana Roo. La llegada de Jerónimo de Aguilar a Cozumel, su dominio pleno del maya, no solo fue advertida por Cortés como un regalo del cielo, sino que la inteligencia de Melchorejo lo hizo saber desde ese primer momento, que ya habría que pasar a nuevos derroteros en su resistencia hacia los españoles. Sabiendo que era sospechoso de “infidencia” ante los españoles, Melchor buscaría el momento idóneo para librarse de su cautiverio. Y aquí hay que hacer una acotación histórica: todos los estudiosos de la conquista de Yucatán hablan del factor Gonzalo Guerrero para que la resistencia maya ante la conquista española no fuera de tan pocos días, sino que se alargara por más de dos décadas, comparado con la casi frugal resistencia mexica. Por una ignorancia entendible, se olvidan de Melchorejo, el valiente maya de Ecab que hizo trabar la lengua de los invasores, creando discursos y contra-discurso ocultos que jugaron a favor de los mayas y en contra de los españoles. Melchorejo, en tres años de vivir entre los “castilanes”, conociendo cerca a los tres capitanes generales de los descubrimientos y conquistas –desde el malogrado Hernández de Córdova, pasando por el tibio Juan de Grijalva y llegando hasta la monumental presencia de Cortés-, al convivir y comer con la soldadesca, al escuchar seguramente historias de España y de otros pueblos indígenas de América que hicieron la guerra esos desmadejados soldados de España, al empaparse de las empresas de conquista y colonización castellana, al andar por las calles lodosas de una Habana aldeana, al oír misa y entender con rapidez y constancia la lengua del invasor, al aprender de sus técnicas militares y sus armas de fuego y sus caballos, al somatizar seguramente sus pestilencias y enfermedades, al probar sus vinos y panes de trigo pero más de cazabes, Melchorejo había pasado de ser un simple pescador de una frontera marina del mundo maya, a convertirse en una amenaza seria para la corona española. Melchorejo fue el primer ejemplo prístino de rebeldía maya, y no sería el último.
El momento propicio para el fin de su cautiverio, se dio en el asalto que Cortés efectuó al pueblo de Potonchán, a las orillas del Grijalva. Ahí, atacando la ciudad, los españoles se vieron rodeados por grandes escuadrones de indios que los atacaron sin cuartel. Pero fue en la famosa batalla de Centla, que se dio días después, cuando Melchorejo aprovechó las circunstancias para, no huir, sino librarse de sus celadores. Fue tanta la importancia de este cautivo maya, que su al fin lograda libertad llegó a oídos mismos del gran Cortés, que supo por varios indios recién capturados que Melchorejo abandonó a los españoles para volver con su gente. Su libertad, ganada a puro coraje, tenía un solo objetivo: que los mayas “diesen guerra de día y de noche” a los españoles, y seguramente en su largo peregrinar por las selvas tabasqueñas y yucatecas hacia su amada Ecab, Melchorejo, el maya rebelde, logró convencer a varios caciques indígenas para santa causa que enarbolaba: la guerra a muerte al invasor.
Fuentes
Braojos, Melchor. “Melchorejo y Juliancillo. Las ‘lenguas’ mayas”. En La Higuera mágica. La civilización hispanoamericana paso a paso. 05/11/2023.
Betancourt Pérez, Antonio. 1970. Historia de Yucatán. Primer tomo. Mérida. Ediciones del Gobierno de Yucatán.
Chuchiak IV, John F. 2014. “La conquista de Yucatán”. En Quezada et al (coordinadores), Historia General de Yucatán. Yucatán en el orden colonial 1517-1811. Volumen 2. Universidad Autónoma de Yucatán. Mérida, Yucatán, México, pp. 29-57.
Díaz, Daniel, “Juliancillo y Melchorejo”. Relatos e Historias en México. Número 103.
Favila Vázquez, Mariana. “La tecnología náutica en el México prehispánico”. Arqueología mexicana, número 174, mayo-junio 2022, pp. 24-31.
León Guerrero, María. “Expediciones descubridoras de la península del Yucatán: de 1508 a 1517.
Peniche Rivero, Piedad, 1990. Sacerdotes y comerciantes: el poder de los mayas e itzaes de Yucatán en los siglos VII al XVI. México. FCE.