Gilberto Avilez Tax
Hace cosa de menos de un lustro, nadie sabía quiénes eran Johana Acosta y David Hernández Solís. Hoy, aunque la primera será dirigente estatal de Morena Quintana Roo, y el otro, secretario de organización de dicho partido, sabemos lo mismo: una ínfima nada. No sabemos ni sus cartas credenciales, académicas o de trabajo político que no sea el porta-matracas de sus parejas, aunque se digan fundadores de un partido que, en el caso de Quintana Roo, no guarda figuras de peso venidas de sus entrañas, sino que los personajes más bullangueros vienen de las antiguas bases del prianismo tropical.
Acosta y Hernández son cuñados, sus parejas gobiernan la capital de la zona maya y la capital del estado. Dicen los primeros, dicen los segundos, que sus elecciones, primero como consejeros estatales hace unas semanas, y ahora como parte del Comité Estatal de Morena en Quintana Roo, fueron prístinas, sin nada de “moches”, “gratificaciones”, o “movidas” en lo “oscurito” para dejarlos “bien parados” con el maíz a los “coyotes” y a los otros consejeros estatales.
Ambos alegan legalidad, pero su Presidente, el Presidente de México, el Caudillo, les dijo y se los restregó en su cara: legalidad no es lo mismo que moralidad, y las acciones –el amiguismo, el compadrazgo, los amancebamientos, los derechos matrimoniales o de concubinato- para obtener algún puesto público (y los partidos políticos están financiados con recursos públicos) son prácticas arraigadas del viejo régimen en este régimen que se dice nuevo y transformador; forman parte de la pustulosa política del viejo régimen que se resiste, supuestamente, a ser desterrado. Bueno, ese es el discurso del señor Presidente, aunque es un discurso hueco porque tal pareciera que el gran y único requisito para formar parte de las filas de Morena, es ser una lacra política comprometida con los usos y costumbres del viejo régimen. Y en Quintana Roo, las lacras políticas se dan por racimos en todos los municipios y en todos los municipios está la cuota de nepotismo y hasta de “enqueridamientos”. Entre ellos se entienden, pero la verdad es que, como dijo apenas ayer en sus redes la Encargada del Despacho de la Presidencia Municipal de Benito Juárez, Lourdes Cardona Muza, cuando supo de los resultados del Comité Estatal de Morena, el fondo, y no solo la forma, ya se desfondó plenamente con este avorazamiento sin brida de querer controlar el menor disenso posible:
“La esposa, el esposo, el incondicional y la marioneta. Esa es la lectura para las bases. Por el bien del Proyecto que no cuiden solo sus ranchitos y a sus jefes. Que vean por el proyecto que ha costado muchos muertos y muchos años de lucha” (Lourdes Cardona, 21 de febrero, Facebook).
El canibalismo desde dentro
Los Ayuntamientos vistos como ranchitos y al servicio de mis jefes o nuevos jefes, son reinos municipales que entran a formar parte de nuestro patrimonio personal, y en donde solo tienen cabida mis incondicionales, mis marionetas, mis focas aplaudidoras; y este modelo ya se envía a una dirigencia estatal que, por lo visto, no pide experiencia en lides políticas, en elecciones complicadas, en perspectiva amplia de análisis. ¿Basta invocar al santón de la Chontalpa para hacer de dos o tres oligofrénicos políticos, estadistas consumados al día siguiente? Es como si fuerzas extrañas, “verdes” o conservadoras, terminen de vapulear a ese partido del Presidente en una suerte de canibalismo desde dentro, poniendo a inexpertos sin gran destreza en el ajedrez político local, a dirigir un partido. Es como darle el auto a un ciego porque uno quiere que se destroce el Cadillac.
El regreso del Chacmeexismo guinda y el “no somos iguales” en Chetumal
Y en menos de un año de gobernar, en Carrillo Puerto y en Chetumal se han dado muestras fehacientes de que no se distinguen en mucho de los anteriores gobiernos conservadores, y en el caso de Carrillo Puerto, vemos que lo que acotamos hace un año en esta columna, de que el “Chacmeexismo”, pintado de guinda, no sería tocado ni un centímetro, hoy es una realidad indubitable, y tal pareciera que vemos el regreso del Neo-Chacmeexismo guinda en Carrillo Puerto.[1]
En cuanto a la lideresa de Chetumal, sabemos claramente de su destreza desde que por “legalonas” formas, bajó de la candidatura a un grillo insulso, tomó la batuta y, con el “fua” de la tranca amloísta (que no morenista) a una ciudadanía frágil y cerrada en su burocratismo como es la chetumaleña, se agenció una presidencia municipal que legítimamente no le correspondía. Sabemos, de sobra, que la traición (que lo digan sino el Senador Pech, o que lo diga el espíritu del viejo Pastrana), la componenda, el cochupo, los amarres de cualquier tipo, las maquiavélicas formas tropicalizadas, no son coto exclusivo de viejos lobos de la política de Chetumal, también existen en el reino de los “no somos iguales”.
Eso de “no somos iguales” no lo han visto así los ciudadanos de los pueblos de la zona limítrofe de Quintana Roo con Campeche. Andrés Blanco Cruz, el abogado chetumaleño oriundo de esos confines del estado –viene de San Antonio Sodá-, desdice ese discurso de “superioridad moral” del gobierno chetumaleño. Al promover recursos legales para hacer valer los derechos humanos de la gente de la zona limítrofe, Blanco Cruz ha puesto en una real posición a dicho Ayuntamiento, que alega sinrazones jurídicas para no coadyuvar con el vital líquido a dichas comunidades: “Si tuviéramos un gobierno municipal responsable con sus obligaciones no habría necesidad de estos procesos jurídicos”.
No somos iguales, pero la buena vida, la fortaleza presidencial en la Colonia Bicentenario de Chetumal, nos hacen pensar que sí lo son, como gotas de agua idénticas a personajes como el Abuxapqui, Marito, Morcillo o Corita.
La hibrys del Curvato
No son iguales, pero la hibrys política que se fermenta desde Palacio Nacional con el Caudillo de Presidente que tenemos y que piensa que es el nuevo Moisés cruzado con Juárez redivivo, en Quintana Roo ya se ha convertido en una lepra. Existe un “síndrome de hibrys” que está pudriendo por dentro no solo a Palacio Nacional sino que también tiene su cuota de atole en palacitos municipales como los del Ayuntamiento de OPB y de Felipe Carrillo Puerto. Porque Hibrys y desmesura significa querer controlar un partido por interpósita personas familiares, con tal nomás de hacerla de termita en sus maderámenes. Recordemos que la hibris es un vocablo griego que significa desmesura, soberbia, o como sentenció el Estagirita, el que desea mostrar siempre su “superioridad”. Esta casta larvaria de Morena en Quintana Roo, han golpeado con fuerza y reiteradas ocasiones, a las bases, esas que solo se acuerdan en días de elecciones.
En el 2008, David Owen, neurólogo inglés y miembro de la cámara de los Lores, acuñó el término síndrome de hibrys, para describir a aquellos mandatarios que muestran una tendencia a la omnipotencia y que son impermeables a toda crítica. ¿Nos suena familiar quién tiene este síndrome? Por supuesto que sí, pero el Caudillo no es el único que se aleja de la realidad y no admite disenso alguno y sus actos son de lo más infalibles, según estas visiones irreales de los que se pierden en las delicias del poder tropical. ¿O no es ejemplo claro de hibrys lo que dijo la presidenta municipal de Chetumal, al no considerar ponerse el saco de las palabras que sentenció su presidente, cuando habló de las lacras de la política? Apuntemos lo que dijo:
“Yo no tengo injerencia en ese proceso. No tuve mano en ello, yo no estuve, no metí mano. Entre los principios básicos de nuestro partido, es no al influyentismo, no al amiguismo, algo que yo he respetado toda mi vida en el proceso del partido….Soy ajena al proceso. Él decide hacerlo y decide participar, al final los 40 consejeros, que formaron parte de una reunión privada, deciden escogerlo, y yo no tuve nada que ver. No hay nepotismo porque no impongo”.[2]
Lamentablemente, la presidenta de Chetumal cree en esas palabras, en sus palabras: que no hay influyentismo, que no hay amiguismo, que fue ajena al proceso, que su marido tiene un “carisma político” de altos vuelos y más que envidiable, y que aquí no existe nepotismo alguno porque nada se impuso, todo fue en el orden de los democráticos “Estatutos” de su partido. Es decir, las palabras resultan estériles para entender esta santidad democrática, esta nueva versión del glosario político del Curvato. ¿Nepotismo?, ¿cuál nepotismo? Aquí solo truena la voluntad de las masas.
Octavio Paz, nuestro Nobel de la literatura que nunca leerán estas grandes mentes de estadistas emergentes, era de la idea -la cual comparto- de que la corrupción comienza por las palabras, por la manera de tergiversarlas, de prostituirlas. Cuando una sociedad se corrompe, decía Paz, “lo primero que se gangrena es el lenguaje. La crítica de la sociedad, en consecuencia, comienza con la gramática y con el restablecimiento de los significados”.[3]
Moción para reformar el artículo 63 bis de la Ley General de Responsabilidades Administrativas: atacando al nepotismo en todas sus bandas
Se debe reformar el Artículo 63 Bis de la Ley General de Responsabilidades Administrativas, y establecer que los parientes y/o familiares de gobernadores, presidentes municipales y demás miembros de primer nivel de los tres órdenes de gobierno, no podrán ejercer cargos dentro de estructuras partidarias que forman parte los segundos, mientras éstos duren en sus mandatos y con un tiempo considerable posterior al mismo. Esto como forma de atacar un nepotismo sutil, que se escuda en versiones legaloides actuales. Y este es el caso de las lacras que hoy infectan la política en el estado de Quintana Roo, aunque digan y perjuren que no son lacras esas lacras, y que no es nepotismo su nepotismo.
[1] Véase mi artículo de agosto de 2021, en esta liga: https://noticaribepeninsular.com.mx/tierra-de-chicle-el-chakmeexismo-se-pinta-de-guinda-en-felipe-carrillo-puerto-video/
[2] https://noticaribepeninsular.com.mx/soy-ajena-al-proceso-yensunni-defiende-nombramiento-de-su-pareja-como-directivo-de-morena-en-qr/?fbclid=IwAR2slvO3bWgaKCrAf1BJM7B6K2TNaGMa-HCp1boJs86wUeohwcDCnJMWnT0
[3] Paz, Octavio. 1970. Posdata. México. Siglo XXI Editores, pp. 76-77.