Gilberto Avilez Tax
La actual Bacalar, cabecera de uno de los más recientes municipios de Quintana Roo, frente a los ojos de la historia, no la vemos como una simple laguna propicia para el turismo y para la imaginación poética. Y es que Bacalar, así como toda la parte oriental de la Península que hoy forma el estado de Quintana Roo, se eslabona a una larga duración histórica que muy pocos conocen. Como los “corrientales” que irrigan este estado en tiempos de lluvias y temporales, los ríos de historia son profundos, y casi siempre trágicos.
En tierras de los “guamiles” se presentaron los Pacheco
Bacalar pertenecía a uno de los cacicazgos más populosos antes de la llegada de los españoles a estas tierras peninsulares: a Uaymil-Chetumal. Esta región fue de las más reacias a la “conquista” (debido no solo al efecto Gonzalo Guerrero). Cuando se dio la etapa final de esta (1543-1545), las crónicas aún recuerdan la genocida campaña de los Pacheco (Gaspar, el padre, Melchor su hijo, y Alonso el sobrino). A Alonso Pacheco, el padre fray Lorenzo de Bienvenida, lo recordaba así en 1548: “Nerón no fue más cruel que este”. En Uaymil-Chetumal, los españoles entraron, “como lobos y tigres y leones crudelísimos de muchos días hambrientos” (Las Casas):
“Habiéndose añadido a la guerra desoladora que ya se había creado en Cochuah, Pacheco inició la invasión de Uaymil-Chetumal. Resistieron los indios fieramente desde el principio, pero él impelió violentamente y comenzó una de las campañas más sangrientas, ciertamente de las más crueles de toda la conquista… El pueblo de Uaymil-Chetumal practicó los métodos que habían sido comunes entre los mayas en la desesperada defensa de su tierra. Construyeron sólidas fortificaciones, abandonaron sus poblaciones, desaparecieron entre los matorrales para emprender sus guerrillas y destruyeron sus mieses […] Este tipo de oposición empujó a los capitanes españoles, Melchor y Alonso Pacheco, hasta la exasperación, y deliberadamente recurrieron a irreflexivos actos de crueldad, de tal clase que los Montejos y otros de sus principales capitanes fueron rara vez, si acaso, culpables. Los mayas, tanto hombres como mujeres, fueron muertos numerosos con garrote, o eran lanzados a las lagunas con pesas atadas para que se ahogaran. Perros salvajes utilizados en la guerra, desgarraban en pedazos a muchos indígenas indefensos. Se dice que los Pacheco les cortaban las manos, las orejas y las narices a muchos indios […].
Las guerras de conquista, al menos en esta región de la Península, harían no solo mermar la población indígena, sino generar un sentimiento “levantisco” de los grupos indígenas contra el proyecto colonial. Para cerrar el cuadrángulo imperial, Salamanca de Bacalar sería fundada en 1544 por Gaspar Pacheco, pero su consolidación como pueblo o villa estaría lejos de darse durante casi toda la colonia, y apenas despuntaba un incipiente comercio y contrabando cuando a sus habitantes les sorprendió la terrible Guerra de Castas. En el tramo de tres siglos (1544-1847), levantamientos e “idolatrías” indígenas, acechanzas de piratas y la condición pantanosa de buena parte de la costa oriental, harían de Bacalar y de todo lo que es el actual estado de Quintana Roo, una región poco propicia al dominio español. De hecho, desde el primer momento del proyecto colonial, ya se visualizaba lo difícil que era domeñar la feraz naturaleza de lo que se conocería como “La Montaña”, sin hablar de lo que en leguas representaba la lejanía de Bacalar, rodeada de pantanos, esteros, brazos de ríos donde abundaba la malaria, un Caribe picado de cayos e isletas laberínticas, y una inextricable selva húmeda y soporífera.
Juan Farfán, el viejo conquistador, al hacer la relación de Kampocolché y Chocholá, cuenta que después del alzamiento de los cupules, se hizo “la conquista de los guaymiles [Uaymil], que por otro nombre es llamada provincia de Chetemal y Bacalar”. Al hablar de esta región, Farfán apuntaba: “esta laguna es muy grande”, y en las campañas de los Pacheco, se tuvo que pelear en ciénagas, en atolladares, y “por ser la tierra pobre y tan fragosa de lagunas y humedales lo dejé [su encomienda] y se dieron a otro conquistador y me vine a esta villa de Valladolid”. Farfán no fue el único de los encomenderos en irse y desatenderse de sus encomendados indígenas. El mismo Melchor Pacheco, que había heredado la encomienda de su padre Gaspar Pacheco, abandonó a los indios de Bacalar bajo su encomienda, y mejor decidió quedarse con otra que tenía en Yucatán.
Los piratas y el fuerte de Bacalar
De hecho, como apunta Villa Rojas, fueron contadas las encomiendas que lograron prosperar, y casi todas estas se encontraban en Tihosuco, Sabán, Sacalaca y Chunhuhub, pueblos de indios y cercanos a la frontera de lo que es ahora Yucatán. La lejana Bacalar, vivió casi toda la colonia en una condición de pobreza debido a la inseguridad de la región, su apartamiento boscoso, el carácter levantisco de los indios, y, desde la segunda mitad del siglo XVII, el peligro de los piratas que se asentaron en la Bahía de Honduras y que pronto comenzarían sus rapiñas e incursiones tierra adentro. Lo que hoy conocemos y nos sorprende por su fortaleza granítica, el Fuerte de Bacalar, o mejor conocido como el Castillo, es una estructura militar cuya construcción se debió al gobernador de la Capitanía General de Yucatán, el extremeño Don Antonio de Figueroa y Silva, quien reconstruyó Bacalar y la recolonizó con gentes de las Islas Canarias. El drama en la costa oriental producida por las rapiñas de piratas, forzaron al Gobernador a actuar. Después de un rechazo a los piratas en Tihosuco; en 1732, Figueroa, como Mariscal, parte desde Mérida con un compacto Batallón de 700 infantes de mar y tierra, iban a batir en sus mismas guaridas a los bucaneros. El ataque se dio el 21 de febrero de 1732, Figueroa triunfa y hace huir a los piratas. Acto seguido, la reconstrucción de Bacalar fue necesaria para asegurar esa punta sur-oriental del cuadrángulo peninsular. Pero los piratas, más tardaron en irse que en regresar, y a partir de la segunda mitad de ese siglo XVIII, pasaron a quedarse de forma legal en las tierras del otro lado del Hondo, porque las coronas anglo-hispánicas pactaron un convenio en 1763. Desde entonces, entre los de “Walix” y Bacalar comenzaría un productivo trato comercial que catapultaría a la segunda, a ser cabeza prominente del contrabando en la región.
Momentos antes del estallido de la Guerra de Castas, existe una estampa en el Registro Yucateco que da muestra de un incipiente renacer de Bacalar y su región, “la Montaña”. Es un texto escrito, o terminado de escribirse, el 13 de marzo de 1845. En dicho texto, “J.J. de T.,” apunta sobre la industria de la “La Montaña de Bacalar”: ingenios de azúcar producían panela y mieles para la elaboración de aguardientes de diversas clases. El palo de tinte o Campeche, la extracción de pimienta Tabasco, mamey, copal, eran uno de los productos que los de Bacalar mercaban y traficaban con los de Belice; y de otros pueblos lejanos como Tihosuco y Peto, acudían caravanas de indios y arrieros en tiempos de cosecha o explotación de la madera. Los de Bacalar y “Walix” [Belice] explotaban los recursos forestales para construir buques y muebles preciosos, desde el Hondo los ingleses arriaban las trozas hacia Londres.
Y llegó la Guerra
Pero la Guerra de Castas vendría cuando todo pintaba bien para los comerciantes de Bacalar y Belice. Entre mayo de 1848 y abril de 1849, menos de un año, Bacalar fue tomada por los mayas y recuperada luego por las tropas yucatecas. Más de una década tuvo que pasar para desembocar al fatídico año de 1858 para Bacalar. En ese lapso, se dio el advenimiento de la Cruz Parlante, la muerte de los primeros caudillos, y las pugnas políticas entre Campeche y Mérida subsistieron. Los cruzob, de ser casi borrados del mapa en tiempos de Rómulo Díaz de la Vega, se recuperan y comienzan a ganar fuerza a partir de 1856. El saqueo de Chikindzonot y la matanza de Tekax (ambas de 1857), fue un claro ejemplo de esa fuerza bélica que ya poseían. Lo de Tekax fue en septiembre, ríos de sangre irrigaron la Sierra, fue una hecatombe, una “noche de San Bartolomé” que hizo correr el pánico como pólvora seca entre los pueblos de la Sierra. En Tixmehuac, pueblo sujeto a la jurisdicción de Tekax, los de dicho pueblo enviaron una carta al gobernador el 29 de octubre de 1857. Decían que si no se actuaba para poner fin a la Guerra de Castas, “llegará entonces la hora en que no encontrando los bárbaros resistencia se desbordarán de los bosques y montañas, como las aguas que inundan los llanos, y nuestra patria nublada, entre el humo y las llamas, que inundará la retirada de los que puedan salvar sus vidas, quedará borrada del catálogo de los pueblos cultos”.
La acción se repetiría en Bacalar. Era lógico que eso pasaría. Bacalar era punto estratégico para que los cruzob comerciaran con los ingleses, se avituallaran de pertrechos y demás bastimentos. Y es que Bacalar había pasado, en una década, de ser un pueblo prometedor por su comercio inglés, a ser una colonia militar con sus familias y uno que otro ranchero que vivía en el peligro de la Montaña. En 1852, Venancio Puc había sustituido al anterior patrón de la cruz. Su cargo espiritual lo llevó al paroxismo de la irrealidad. Era borracho consuetudinario y violento al extremo, durante 12 años de reinado siniestro hubo matanzas inmisericordes de blancos prodigadas por la “Santísima Cruz”, es decir, por sus fiebres dipsómanas. Fue Puc el que el 15 de febrero de 1858, se presentó en el Hondo con 1,500 cruzoob, iban al parecer a trocar caballos y mulas con los ingleses, cosechadas en las matanzas y saqueos de 1857. El fuerte Bacalar -300 soldados y 250 mujeres y niños viviendo en el incipiente pueblo- se le presenta como buen botín para su regreso a Santa Cruz. Deciden poner en acción el siniestro plan. La noche del 20 de febrero, o la madrugada del 21 de febrero de 1858, entraron a Bacalar, guiados por dos prácticos que habían hecho prisioneros, lo tomaron en cosa de no más de una hora, haciéndose dueños del “Castillo” y del cuartel. Hicieron 54 prisioneros, y hay cifras que dicen que cayeron 250 personas, y puede que más. Al saber la noticia, el Comisionado de Corozal, Mr. Blake, así como el capitán Anderson y otro oficial militar inglés, se arriesgan el pellejo para salvar a los inocentes. Fueron a Bacalar para tratar la liberación. La Cruz, es decir, Puc, exige pólvora y dinero constante, 4 o siete mil pesos en un plazo de tres días. Los ingleses aceptan, van por el dinero a Belice, lo consiguen. El “patrón” de la Cruz, Puc, insta a Mr. Blake y acompañantes que esperen a la noche para ver qué decide la “Santísima”, es decir, Míster Puc. Decidió la muerte de los prisioneros. Estos fueron asesinados de forma espantosa por la barbarie de Puc: primero los desvistieron, para acto seguido matarlos a puro machetazo. Los gritos ensombrecieron aún más la laguna que recogía la sangre de inocentes. Fue un regreso a la barbarie, y no hay justificación “antropológica” e “histórica” que valga la pena enarbolar. El historiador tiene que salir de esas trampas hermenéuticas de justificación para todo tipo de barbarie, justificaciones hermenéuticas con que buena parte ha sido escrita la historia de la Guerra de Castas. El Herald de Nueva York, al saber de la hecatombe de Bacalar, publicó un artículo responsabilizando a los ingleses al proporcionarles armas a los rebeldes para la continuación de la guerra, pero ¿quién responsabilizaba a Puc? Sin duda, otro crimen de guerra que la historiografía actual -empezando por esa historiografía criolla que se escribe desde Chetumal o Cancún, y con ecos destemplados en las miradas indianistas- se niega a asentar culpables, a condenar manifestaciones de la irracionalidad, provenga de donde provenga. ¿Solo los ingleses son culpables de la matanza de Bacalar?
Dos relatos de la matanza de Bacalar de febrero de 1858
A continuación, como elemento histórico donde se rescata la cotidianidad en tiempos de guerra, trascribo dos cartas de dos bacalareños que le hicieron llegar al Coronel Juan María Novelo. Describe de primera mano los horrores que se vivieron esos días de febrero de 1858. Son cartas que localicé en el periódico Las Garantías Sociales, del día miércoles 7 de abril de 1858.
Carta de Leonardo Canto
Sr. D. Juan María Novelo.- Consejo, marzo 6 de 1858. Explica su situación a su amigo Novelo:
“El 21 del pasado mes, tan fatal para mí, fue asaltada la plaza de Bacalar, hallándome por desgracia en mi rancho San Isac; y en una hora ya era de los bárbaros quedando en poder de ellos las infelices familias en cuyo número están mi esposa, hijo, suegra y concuñas.
Entre una y dos de la madrugada se metieron por el número primero. Según Anselmo Mena, que fue hecho prisionero en Zuccanela, le exigieron que los metiera por donde no corrieran riesgo, y así se verificó. Sabido, con una partida, tomó la dirección del Castillo, y Mena, con otra partida, la del principal, siempre por la playa; y otra partida para tomar el cuartel del Fijo permanente.
A un tiempo rompieron sus fuegos y en una hora ya eran dueños de la plaza, salvándose el comandante con su familia, sus criados, alhajas y seguramente dinero, Pablo Espíritu con solos su esposa, Luis García con su familia, el padre Sales con doña Marcelina, y de allí sin excepción de personas, todas fueron atadas y puede V. rezar por sus almas.
Así es que me tiene V. casi loco, sin mujer, sin hijos y sin recursos, siquiera para pasar a la brigada de su mando como quisiera hacerlo; sin embargo, le ofrezco que tan pronto como pueda hacerme dos o tres mudas de ropa, me tendrá allí a sus órdenes; en la inteligencia de que mi objeto es vengar la muerte de mi desgraciada familia y no mezclarme en la guerra civil; pues, amigo, esa guerra de Campeche ha sido la causa de tantas muertes en la ciudad de Tekax, donde pereció una parte de mi familia, y el último golpe á Bacalar me la extinguió del todo.
Carta de Tiburcio R. Esteves
[Esteves perdió a su mujer y seis hijos que se hallaban en Bacalar, mientras él trabajaba en su rancho San Miguel].
Sr. D. Juan María Novelo.- Consejo, marzo 4 de 1858.
“No encuentro a quién culpar de estas desgracias: ¿culparemos al gobierno que nos ha abandonado? … Quisiera en este momento estar dotado del talento necesario para extenderme más sobre la triste situación de los pueblos á que les ha cabido por suerte pertenecer a Yucatán: entremos, no obstante, en pormenores sobre lo ocurrido. Los que no mataron al momento de entrar los indios, “fueron encadenados y las metieron en una casa bien custodiada, y allí los hacían labrar el pan del rancho”.
Blake, comerciante del Corozal, intercede para liberar a los prisioneros, Venancio Puc pide 4,000 pesos en un plazo de tres días. Blake regresa con un capitán inglés a Bacalar con el dinero y se mandó que fuesen llevados a la presencia de las cruces.
“Los ingleses quisieron de inmediato entregar el dinero y recibir a los prisioneros para embarcarlos; más la traición estaba ya tramada”.
El patrón de las cruces, Venancio Puc, les dijo que esperaran la noche pues tenían que hablar con las cruces.
“Llegó la noche; se presentaron los ingleses, y el resultado fue de que las cruces sentenciaron, sin más aquí ni más allá, que tanto las mujeres como los hombres muriesen. En el acto se mandó tocar llamada en los cuarteles, escoltaron a los hombres por delante y a las mujeres por atrás, rompieron marcha al son de cajas y cornetas…y a poco andar hicieron alto, les mandaron quitar sus vestiduras de encima y en seguida fueron sacrificados a puro machete y las criaturas aporreadas”.