Todo empezó por una conquista militar
La guerra de “conquista” de la parte oriental de la península de Yucatán, había comenzado en la década última del siglo XIX, y era voluntad del supremo gobierno porfiriano de se diera fin, de que se lograra eliminar a esa “mancha” para la soberanía de la República, que era la actitud autónoma de los mayas del centro de Quintana Roo. Habían sido cincuenta largos años de resistencia indígena cruzoob contra cualquier intento de recuperación por parte de yucatecos y mexicanos, de un vasto territorio oriental que colindaba con otras porciones autónomas indígenas al sur, y con pueblos fronterizos al oeste y norte de Yucatán, así como con un río, el Hondo, que no era frontera sino puente comercial con sus socios los ingleses, al sur de las comarcas selváticas donde los tatiches eran amos y señores de la selva, y cuyas voluntades descansaban en los sermones de la cruz parlante.
Con la ocupación territorial de Chan Santa Cruz por los batallones de Ignacio Bravo, en mayo de 1901, en la mente de los porfirianos, soliviantadas las ideas por las ansias de riqueza forestal del círculo científico y la casta divina porfiriana;[1] es decir, en la mente del tirano se llegó a la conclusión de que la medida definitiva para controlar a los mayas era crear un territorio que dependiese directo de la federación, pues los gobiernos locales como el de Yucatán, que reclamaba para sí esta parte oriental, supuestamente carecían de medios suficientes para pacificar y colonizar la región oriental. Con la erección del Territorio Federal de Quintana Roo, cuyo decreto porfiriano fue firmado por don Porfirio el 24 de noviembre de 1902, hace 121 años atrás, don Porfirio buscaba el control militar, pero también político, así como controlar la frontera con Belice y, por supuesto, controlar o repartir el pastel forestal de las ricas tierras y recursos naturales de esta sección selvática de la Península de Yucatán.
En el Proyecto que presentó don Porfirio a la Cámara de Diputados para erigir el Territorio Federal,[2] el discurso estaba confeccionado con un paladino retintín racista de “reconquista” de “la mayor parte del Territorio donde una tribu salvaje imperó por medio siglo”. Se hablaba también de “regiones recobradas”, de “territorio reconquistado”, de “tribus mayas…que no han depuesto su actitud rebelde”, y que por eso era de urgente medida implantar una administración legal reguladora…bajo cuyo amparo se estimule la colonización y repoblación de comarcas hasta hoy desiertas y lleven a cabo la multitud de trabajos materiales y providencias administrativas que hoy más que nunca se hacen necesarias para devolver aquella región a la vida civilizada”.
“Colonización y repoblamiento”, sería una de las improntas que había dejado don Porfirio como escuela en el Caribe mexicano, y que retomarían sin chistar los militares revolucionarios. La otra impronta, la otra actitud porfiriana, era el control, como diera lugar, de la “tribu salvaje” de los mayas. Los militares revolucionarios, cambiarían los métodos de dicho control, ya no mediante la guerra sino por pactos con caudillos mayas, y la presencia que se iría siendo más real al correr de las siete décadas del Territorio, del aparato disuasorio cultural de una administración estatal que comenzaría su larga marcha de construcción en medio de la selva, del desierto candente de la selva. Lo que se buscaba, al fin y al cabo, era “devolver aquella región a la vida civilizada”, es decir, a la explotación sistemática del elemento indígena por parte de los civilizados porfirianos. Sin duda, la creación del Territorio de Quintana Roo, está manchada en su raíz con la conquista militar porfiriana, con la “tierra arrasada” y otras barbaridades que hicieron los militares como Victoriano Huerta y Aureliano Blanquete que habían venido con Bravo.[3] En el proyecto de Díaz para erigir en Territorio el antiguo territorio maya, esta “tierra arrasada” se logra contemplar en este siguiente párrafo:
“Las tropas expedicionarias han conseguido desalojar de todos los poblados, incluso el principal de ellos, que es el de Chan Santa Cruz, a los indígenas hostiles y continúan estrechándose de cerca en los bosques donde se han refugiado; pero aún no se logra que depongan su actitud rebelde. En consecuencia es indispensable que se haga la ocupación militar, para impedir que se rehagan y que aprovechando las condiciones (para ellos propicias de aquellos) terrenos de riguroso clima y abundantes en maderas, bosques y pantanos, intenten resurgir la continuidad armada, que hoy toca a feliz término, y asigne con estas nuevas y costosos sacrificios para redundarlos al orden, paralizando a la vez, aunque sea temporalmente, la obra de paz y de civilización que allí estaba llevando a cabo el Gobierno de la República”.[4]
De 1902 a 1944, el Territorio de Quintana Roo fue gobernado en su mayoría por militares: porfirianos y revolucionarios. Era una zona donde la guerra de Castas aún emanaría sus últimos estertores hasta la década de 1930, y en donde el Estado pactaría al principio, para después excluir a caciques mayas, con el fin de “pacificar” y traer al “carril de la civilización” a los mayas, y comenzaría incipientes proyectos de infraestructura en Santa Cruz de Bravo (la ex Chan Santa Cruz), en las islas, y en el antiguo Payo Obispo. Una incipiente mancha urbana donde lo que abundaba era la feracidad de la selva, y donde la federación enviaría a hombres de la guerra para empezar el andamiaje estatal en este lejano punto de la patria, a costa de la exclusión del antiguo territorio indígena.
En ese lapso de 42 años, el Territorio pasaría de ser una zona de conquista militar, a convertirse en la Siberia Tropical, para posteriormente ser región de proyectos “pacificadores” de los mayas, así como se comenzaría la larga colonización y repoblamiento de un territorio imaginado como vacío, como desierto, lo que no era, evidentemente, así. La actitud de violencia contra los mayas por parte de militares porfirianos, tiene en la figura del general José María de la Vega (gobernó por breves momentos el Territorio) a su excepción, pues en la guerra de pacificación se diferenció de la sádica escuela del general Bravo, buscando atraer a los mayas por medios pacíficos.
Ignacio Bravo es de la escuela siberiana. Kenneth Turner habla de él en su libro Mexico Bárbaro, y habla de la Siberia tropical. Se presenta como el “conquistador”, un abuelo conquistador que gobernó de 1903 a 1912 el Territorio. Chan Santa Cruz fue rebautizada por decreto del General Francisco Cantón, gobernador de Yucatán cuando se dio la entrada de los batallones de Bravo a un Santa Cruz desierto de mayas. Padre o padrastro, lo cierto es que a Santa Cruz “de Bravo”, el general jalisciense la dotó de una fachada moderna, al edificar alguna infraestructura, como la construcción de edificios de mampostería, un cuartel donde alojó a sus tropas, dotó de agua potable al antiguo santuario, introdujo la luz eléctrica y el telégrafo. Su obra más importante, hecha con esclavitud de los “operarios” (la mayoría, disidentes del régimen de Díaz), fue la construcción del ferrocarril de Santa Cruz de Bravo a Vigía Chico, 58 kilómetros de vías Decauville que conectaba la capital del Territorio con el Caribe. La modernidad de Santa Cruz descansó en buena parte en el hecho de que Bravo había convertido al Territorio en lo que Turner bautizó como la Siberia mexicana.
Tuvo que venir otro general al Territorio, Manuel Sánchez Rivera, en septiembre de 1912, y como representante del Maderismo, le exigió a Bravo su renuncia y su acatamiento a las órdenes del nuevo gobierno, que requería su presencia en la Ciudad de México. Ese año fue el fin de la Siberia mexicana, y el comienzo de gobernadores revolucionarios que modificaron sus maneras para ganarse la voluntad y la fe de las tribus mayas. Tal es el caso del General Rafael Eguía Lis Salot (1912-1913) que comenzó el reparto de los ejidos y estableció contactos con los mayas de Muyil. Pero el que buscó con denuedo el acercamiento pacífico con los mayas, fue el General Octaviano Solís Aguirre (1917-1921), quien entendió que “por la persuasión y en buen trato y no por el terror y el engaño se atrae a los mayas del Territorio de Quintana Roo”. Tata Solís aún sería recordado por los mayas como un gobernador atento con sus luchas y derechos.
Croquis de la zona indígena cuando el Territorio fue desmembrado
En esta lista donde campean los militares hubo al menos dos civiles que gobernaron por breves momentos el Territorio, antes del cambio hacia el predominio de los civiles que sobrevendría con Margarito Ramírez. Me refiero primero a Pascual Coral Heredia, conocido como el primer gobernador nativo de Quintana Roo, que gobernaría el Territorio dos meses de 1921. El otro civil, fue Antonio Ancona Albertos (gobernó de febrero de 1926 a noviembre de 1927). Ancona Albertos fue un escritor y periodista de fuste, dueño de una gramática fina heredada de la pluma aristocrática de su padre, el gran literato e historiador Eligio Ancona. En las prensas de Yucatán y del centro del país, a este revolucionario lo conocerían más con el seudónimo de Mónico Neek. Se confrontó con los acaparadores de Payo Obispo, y su gobierno es ejemplo de la mayor presencia centralizadora de la federación.
El memorable viaje de Siurob en busca de la pacificación de los mayas
El Dr. y General José Siurob Ramírez fue otro importante gobernador (1927-1930) de esos primeros años militaristas y formativos del Territorio, donde los generales buscaban con insistencia el fin de la actitud rebelde de los mayas. Fue precursor del cooperativismo que se acentuaría con Rafael Melgar, promovió la afectación de latifundios, construyó los primeros aljibes en Payo Obispo para captación del agua, así como carreteras que conectarían la capital del estado con los pueblos del Hondo. Fue, además, el introductor del teléfono en el viejo Payo Obispo.
El 2 de junio 1929, el gobernador Siurob realizó un viaje memorable en lancha de motor por el río Hondo, se internó en el estero de Chac y pasó por toda la laguna de Bacalar. Junto con él iban autoridades militares y civiles del Territorio. Cuando se acabó la vía fluvial, Siurob y compañía seguirían a caballo pasando Chacchoben, Noh-Bec, Petcacab, San Antonio y Laguna Ocom, hasta llegar a Santa Cruz de Bravo.
Ahí, el General May y otros líderes mayas lo aguardaban, ansiosos. Siurob, representante de los sonorenses en el poder, llevaba un acta con concesiones para los mayas que tenía como objetivo la plena integración de ellos “al carril de la civilización”: concesiones forestales, participación en la explotación del chicle de los jefes, instrucción pública en los pueblos mayas para que difundieran los valores nacionales en unas “tribus” que apenas hace unos años enarbolaban en sus fiestas la bandera inglesa, el fin de la pena de azotes y el sometimiento a las leyes del estado; en una palabra, la fidelidad -léase el control político- de los mayas a la bandera nacional, al gobierno federal.
Muchos dicen que ahí terminó la Guerra de Castas, en ese memorable viaje de Siurob y su encuentro con una facción de los jefes mayas, pero lo que verdaderamente sucedió, fue el fin del poder del General May entre los suyos. El mismo Gobernador Siurob había interpretado los signos de los nuevos tiempos, al dar en ese año de 1929 una visión del real poder de May entre los suyos: “Por lo demás –apuntaba Siurob-, en la región donde domina May, él pretende ser la única autoridad auxiliado por dos o tres secretarios mal intencionados o perversos, y cómo ha visto [May] que el Centro de la [nación le] le hace caso, cree que no necesita ya respetar al Gobierno Local, quejándose apenas cree que se trata de restarle en lo más mínimo en su poder… Por otra parte es un fantasma la fuerza de este cacique, pues los propios indígenas están ya cansados de su opresión”.
Esta vez, el Gobernador del Territorio había atraído con buenas concesiones al viejo general rebelde, posibilitando que el centro de México se afianzara en el corazón de la antigua zona rebelde. La respuesta a esto provino de otros jefes mayas más jóvenes, más aguerridos y más autónomos. De inmediato, esa acta hizo que el capitán Concepción Cituk, y luego Zulub, desconocieran los tratados y se aislaran aún más.
El Cardenismo en el Territorio de Quintana Roo (1935-1940)
Finalicemos este primer aporte para entender el proceso de construcción estatal en el antiguo Territorio, refiriéndonos a la actuación del gobernador Melgar, representante del Cardenismo en esta parte alejada de la patria.
Durante los años de gobierno del Territorio de Quintana Roo del oaxaqueño Rafael E. Melgar, se buscó poner en práctica la reconstrucción de este Territorio, que junto con el de Baja California, Cárdenas había emitido desde el 28 de septiembre de 1936, una serie de directrices que era de urgencia realizar: “La transformación de las condiciones existentes en los territorios debe comenzar por los hechos fundamentales de su economía y de su vida pública, donde se cuente con población mexicana más numerosa, disfruten de protección más efectiva, vivan con el ritmo económico y social de nuestra nacionalidad, mantengan y afirmen las características de la cultura patria”. Es decir, casi to de lo que faltaba en el antiguo Territorio, aún en esa década clave de 1930. En el Territorio de Quintana Roo, al momento de la llegada de Melgar, se necesitaba crear fuentes permanentes de producción, urgía poner en circulación los productos regionales y nacionales mediante nuevas vías de comunicación tanto interiores como para enlazar los territorios con el resto del país. Eso fue, a grandes rasgos, el reto que el gobierno mexicano se propuso saldar con Melgar como representante de Cárdenas.
El gobierno de Melgar en Quintana Roo marca un decidido impulso en cuanto a obras, infraestructura y organización de los trabajadores y la intensidad del reparto agrario. Se considera su gobierno como un “parteaguas” con respecto a los gobiernos anteriores y la larga época que vendría luego, El Ramirismo. Del mismo modo, podemos decir que es la etapa contemporánea más documentada y analizada por los historiadores.
Rafael E. Melgar ocupó la Gubernatura el 8 de febrero de 1935, y entre sus actuaciones, podemos apuntar que elevó a categoría de pueblo a 15 comunidades mayas para la dotación de ejidos. Y en un vena laica y nacionalista del gobierno cardenista que Melgar representaba en esta frontera del país, cambió los nombres de varias poblaciones que tenían nomenclatura extranjera o religiosa: Payo Obispo pasó a designarse Chetumal, Mengel fue bautizada con el desaparecido nombre del presidente Álvaro Obregón, y Santa Elena fue transfigurada en el leal obregonista payoobispense, el Subteniente (Rosalino) López, fusilado junto con dos más, en 1924, en el Panteón de Chetumal cuando la rebelión Delahuertista.
Melgar impulsó obras de infraestructura, reorganizó la producción forestal y agrícola, y llevó a cabo un programa jamás visto de dotación de ejidos, combate a los latifundios y transformación de las jornadas laborales. Además, de 1935 a 1936, Melgar puso la primera piedra e inauguró un aljibe de piedra –llamado aljibe Lázaro Cárdenas- para la captación de agua en Chetumal, y otros aljibes en Pucté, en Botes y en Cocoyol se erigieron. Melgar comenzó a construir el actual Palacio de Gobierno, logrando terminar el primer piso (don Margarito Ramírez terminaría la obra hasta su acabado final de tres pisos). Se perforaron en varios pueblos pozos artesianos. El Hospital Morelos, el Hotel Los Cocos y la escuela Belisario Domínguez, son de tiempos de Melgar. También se construyó un cementerio y un rastro municipal en Chetumal. Del año de 1936 es el decreto para la fundación de la primera secundaria en el Territorio.
En los ámbitos de la defensa del laicismo, en tiempos de Melgar se prohibió la estancia de ministros de cualquier culto religioso en Quintana Roo, se combatió la apertura de iglesias o templos, y se pugnó por el cierre de prostíbulos. En el aspecto nacionalista, en esta frontera caribe se buscó el reforzamiento de la mexicanidad y el nacionalismo y las escuelas fungieron como el elemento idóneo para, según la pedagogía indigenista de ese tiempo, “la incorporación de los indios a la vida nacional”. También con Melgar se diseñaron unos “trajes regionales” de Chetumal y Cozumel.
En el ámbito económico y laboral, Melgar le dio un enorme impulso al cooperativismo, para una explotación más ordenada y justa del chicle y la madera. En cuanto a la cuestión agraria, el gobierno de Melgar repartió 291,401 ha y fraccionó a los grandes latifundios: Santa María y El Cuyo, cuyas tierras fueron entregadas provisionalmente a los ejidos aledaños. Con el reparto agrario efectuado por Melgar, antiguos pueblos abandonados durante la Guerra de Castas, comenzaron a ser repoblados con yucatecos y repatriados de Belice.
Para sacar del aislamiento a las comunidades mayas, en tiempos de Melgar comenzó un incipiente desarrollo de las vías de comunicación de la zona maya. Melgar construye el primer campo de aterrizaje en Felipe Carrillo Puerto y contrata la compañía de Transportes Aéreos de Chiapas, propiedad de Francisco Sarabia, para comunicar vía aérea a Chetumal, Cozumel y Carrillo Puerto, con Yucatán y, por ende, al resto del país.
Melgar gobernó el Territorio de Quintana Roo hasta diciembre de 1940, año en que el nuevo presidente, Manuel Ávila Camacho, lo sustituyó por el general Gabriel R. Guevara. Moriría en la ciudad de México, el 21 de marzo de 1959, teniendo 72 años.
[1] Véase al respecto, mi artículo, Avilez, Gilberto. “La creación del territorio de Quintana Roo: el negocio forestal del viejo don Porfirio”. Noticaribe Peninsular. 2 de junio de 2023.
[2] Este proyecto aparece en un apéndice del libro de Juan Álvarez Coral, Historia de Quintana Roo. Chetumal, Edición del Gobierno de Quintana Roo, 1971, p. 201-205.
[3] Véase mi artículo “Victoriano Huerta en la Siberia Quintanarroense”. Noticaribe Peninsular. 31 de enero de 2018.
[4] “Proyecto que presenta Porfirio Díaz a la Cámara de Diputados para erigir en Territorio Federal una porción de Yucatán”. En Juan Álvarez Coral, Historia de Quintana Roo. Chetumal, Edición del Gobierno de Quintana Roo, 1971, p. 201-205.