Gilberto Avilez Tax
Hay ciertos paralelismos entre el periodista e ideólogo liberal del siglo XIX, Justo Sierra O’Reilly (1814-1861), y el periodista e historiador del siglo XX, Carlos R. Menéndez González (1872-1961): ambos fueron pueblerinos,[1] ambos trataron la Guerra de Castas a su modo; uno execró a los “bárbaros” que osaron rebelarse con el machete y la cruz contra la sociedad neocolonial yucateca, el otro espetó como “bárbaros” a los políticos de Yucatán que solaparon la infame venta de mayas a los esclavistas cubanos, dando sobradas pruebas irrefutables de ello; ambos, además, fundaron periódicos definitivos para Yucatán en dos siglos de periodismo yucatanense, y ambos no rehuían la polémica erudita.
Aunque la prosa romántica del Dr. Sierra O’Reilly se encuentra a años luz de la prosa completamente periodística de Menéndez, algo los emparienta, y es ese prurito por preservar la memoria de la Península de Yucatán. Sierra O’Reilly, mediante sus “Museos” y “Registros yucatecos” de la primera mitad del siglo XIX, hasta su obra cumbre en términos estrictamente históricos: su ameno y controversial libro Los indios de Yucatán, donde tal vez se emparientan estos dos espíritus yucatanenses.
Recordemos, en ese sentido, que Los indios de Yucatán[2] fue al principio una serie de trabajos de investigación periodística que aparecieron por primera vez en el periódico campechano El Fénix, del Dr. Sierra, en el No. 3 de ese hebdomadario del día 10 de noviembre de 1848, en pleno inicio de la Guerra de Castas. El título de esas columnas investigativas del Dr. Sierra sugiere claramente que su objetivo era indagar en la historia de larga duración del pasado colonial de la “raza indígena”: para eso, Sierra daba unos barruntos del pasado prehispánico pero siempre escorado este paisaje hacia los inicios de la conquista y terminando en la independencia, para dar cuenta de los motivos de la presente guerra, pues bajo el título de “Consideraciones sobre el origen, causas y tendencias de la sublevación de los indígenas, sus probables consecuencias y su posible remedio”, Sierra O’Reilly buscaba presentar:
[…] una historia de la raza indígena en sus relaciones con la europea. Hemos querido de pronto detenernos en la independencia, porque hasta allí los indios estuvieron en la primitiva condición, que cambiaron políticamente con ella. En la época colonial era preciso, pues, buscar el origen del mal cuyas consecuencias hoy resentimos. Para completar aquel cuadro, y comprender mejor la actitud y tendencias de la raza conquistada al ocupar los españoles esta península, nos ha parecido bien dirigir una ojeada retrospectiva a los tiempos anteriores a la conquista, y examinar con los mejores datos que hemos podido procurarnos la organización social que tuvieron los naturales de esta tierra, antes de que se presentase en ella el hombre blanco. Por fuerza ha de ser imperfecto aquel cuadro, y así lo reconocemos; pero aún no hallamos el medio de completarlo.[3]
El último texto que el Dr. Sierra escribió en El Fénix sobre estas “Consideraciones” sobre el origen de la Guerra de Castas, se publicó en el No. 203 del miércoles 20 de agosto de 1851. El Fénix cerró su ciclo periodístico el 25 de octubre de ese año. Sierra quiso hacerlo en forma de libro, y en 1857 ya había impreso, en ese molde, hasta el capítulo XI, 130 páginas solamente. Fue Carlos R. Menéndez, que casi un siglo después, en 1954 terminó la obra de edición del trabajo del Dr. Sierra[4], a partir del capítulo XII, siguiendo el texto tal y como apareció en El Fénix, “aunque –palabras de Menéndez- dividiéndolo en Capítulos, con Sumarios que nos tomaremos la libertad de poner, tratando de interpretar, en lo posible, la idea del autor”.[5]
Menéndez, a través de su recopilación exhaustiva de los periódicos del siglo XIX, y los que fundó y dirigió en el XX, fue, además, el creador del repositorio hemerográfico y bibliográfico privado más importante de Yucatán en el siglo XX, con verdaderas joyas bibliográficas que fueron dadas a conocer a las nuevas generaciones y salvarlas, al mismo tiempo, de la polilla y el olvido por el ojo avizor de Menéndez, y que tuvo vigencia de 1964, año en que se inauguró, hasta su cierre –no sabemos si definitivo- entre 2012 y 2013: nos referimos a la biblioteca que lleva su nombre, la Carlos R. Menéndez, que se encontraba a una de las contra esquinas del Parque de las Américas de Mérida.
Con dicha biblioteca, abierta al pública y gratuita en sus consultas, Menéndez se emparienta con el Dr. Sierra en su faceta de curador, archivista, bibliófilo e indagador del pesado yucatanense. Con el cierre de la biblioteca Carlos R. Menéndez, que ya va para una década, nos hacemos estas siguientes preguntas: ¿aún están en tierras yucatecas ese abundante tesoro bibliográfico y hemerográfico que Menéndez conjuntó en vida?, ¿hasta dónde es el límite de los derechos privados en casos como este, donde paladinamente existe de por medio un acervo cultural que es de beneficio colectivo de la memoria yucatanense? Ojalá y los miles de libros, algunos ejemplares únicos en su especie, varios incunables que pude ver y trabajar, periódicos completos de momentos torales del pasado nuestro,[6] no se encuentren ya en una biblioteca gringa, para beneplácito único del yucatecólogo norteamericano.
Arguyo que no existe, hasta ahora, ningún estudio que toque el tema de las vidas paralelas de estos dos grandes escritores yucatanenses, que se emparientan en los caminos cruzados del periodismo, la historia y el rescate de la memoria de Yucatán.
[1] Sierra O’Reilly nació en Tixcacaltuyub, y Menéndez en Tixkokob.
[2] Utilizo los dos tomos de la edición de 1994 de Ediciones de la Universidad Autónoma de Yucatán, que se basa en la edición de 1954 de Carlos R. Menéndez.
[3] Justo Sierra O’Reilly. Los indios de Yucatán. Consideraciones sobre el origen, causas y tendencias de la sublevación de los indígenas, sus probables resultados y su posible remedio. Tomo I. Mérida, Ediciones de la Universidad Autónoma de Yucatán, 1994, pp. 21-22.
[4] Consideremos que Menéndez no solo fue editor de periódicos, periodista de fuste e historiador, también llevó a cabo una ingente labor editorial de textos imprescindibles para Yucatán, como este que comentamos, y de varios más (fue editor de Francisco Molina Solís, de Francisco Cantón Rosado, entre otros). Su obra de editorialista responde a sus afanes investigativos del pasado yucatanense.
[5] Ibíd., p. 12.
[6] Por ejemplo, La Voz de la Revolución, todos sus ejemplares solo se podían consultar en la Carlos R. Menéndez.