Por: Agustín Labrada
José Luis Cuevas es un espectáculo y también un narcisista, se celebra y se canta a sí mismo como Walt Whitman en su poema interminable Hojas de hierba y a la vez —entre una y otra teatralización mediática o no— esculpe, dibuja y pinta, demostrando así que su histrionismo estéril no está en guerra con el artista real que hoy nos entrega estas fugaces, pero hondas confesiones.
¿Encontró semejanzas entre el orbe de Kafka y su propia visión humanista?
Sí, me identifiqué mucho con él. Franz Kafka fue el primer autor que ilustré en el año de 1957. Me llamaron de la editorial Falcon Press, de Filadelfia, para hacer ese libro. En aquel tiempo, todavía no conocía a profundidad la obra del escritor checo. Yo vivía en un apartamento miserable y allí me encerraba por las tardes a leer El proceso, El castillo, América… y, desde luego, La metamorfosis, los cuentos, las biografías de Kafka y las cartas a sus novias.
Para mí fue una experiencia terrible porque no es un autor fácil, definitivamente. Leía por las tardes y en las noches de insomnios, y por las mañanas me iba caminando hasta el taller, donde me esperaba el encargado de la edición, Jim Feerman, quien se parecía mucho a Kafka y como yo tenía que hacer unos retratos de Kafka lo usaba a él de modelo, en vez de recurrir a las fotografías. Jim tenía un aspecto tan terrible como el propio Franz.
¿Volvió nuevamente sobre las páginas de este autor que, como usted, expone el lado oscuro de humanidad?
Muchos años después, me llamaron de Nueva York para que ilustrara la obra de un autor importante que no hubiera sido ilustrado hasta entonces. Era una editorial espléndida, de mucho prestigio, que tenía, incluso, un libro ilustrado por Pablo Picasso. Allí me propusieron ilustrar un libro de Elias Canetti, quien también había escrito un ensayo sobre Kafka, titulado Las voces de Marrakech.
Canetti obtuvo el Premio Nobel, pero, como muchas veces sucede, a los escritores premiados no los conocemos hasta que le dan el premio. Antes yo había ilustrado obras del Marqués de Sade y de Francisco de Quevedo. Entonces me llevé el libro a mi estudio de Nueva York, lo leí y luego le dije al editor que no podía ilustrar los relatos de Canetti, porque en ellos salían muchos burros y camellos.
Pero son imágenes figurativas y su obra es esencialmente figurativa.
El asunto es que yo no sé dibujar ni burros ni camellos, le dije al editor, y es una pena porque nunca ilustraré El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, donde aparece el burro de Sancho Panza. El editor no entendía mi negativa y finalmente me pidió que ilustrara La metamorfosis. Él sabía que existía un libro mío sobre Kafka y que era una interpretación, una lectura muy personal mía del mundo kafkiano.
¿La metamorfosis ya estaba incluida en el anterior proyecto?
Sí, de modo que tenía que encontrar algo distinto, algo diferente, y así fue que releí las primeras líneas del libro que comienzan cuando Gregorio Samsa despierta convertido en un insecto. Entonces yo ilustré lo que Franz Kafka no contó, la inquietud nocturna de Gregorio Samsa, su angustia mientras dormía, antes de levantarse con la apariencia de un escarabajo.
Como sabemos, gravemente enfermo, Franz Kafka le pide a su amigo Max Brod que le destruya toda su obra literaria porque no vale la pena. Max no le hizo caso y por eso transcendió Kafka como escritor, pero Brod dejó bien claro que los futuros ilustradores de La metamorfosis no podían reproducir el insecto, que esa imagen debe dejarse a la imaginación de los lectores.
¿Cuál fue la salida?
¿Qué podía hacer? Me puse a ilustrar lo que Kafka no contaba. Dejé a un lado el insecto, pero de todos modos metí entre las ilustraciones a Gregorio Samsa convertido en insecto, a ver si pasaba. El editor apartó esa imagen y simplemente quedó el relato de la noche inquieta de Gregorio Samsa.