Cruce de preguntas y respuestas en torno a la novela de Agustín Labrada Botas rusas, ganadora del IX Premio de Novela Corta Fundación MonteLeón, España, 2022.
Carlos Olivares Baró
El poeta, ensayista y narrador cubano, asentado en Cancún, Agustín Labrada (Holguín, 1964) ganó el IX Premio de Novela Corta Fundación MonteLeón, España, con Botas rusas (Eolas Ediciones, 2022): narración que transcurre en Holguín, ciudad del Oriente de Cuba, en que sucesos íntimos de un grupo de adolescentes dan cuenta de trances de su formación sentimental: descubrimiento del sexo, el rock, ensueños, fantasías, el amor, proyectos, frustraciones, marginación, violencia, complicidades juveniles y secuencias de concluyentes tramas familiares.
Prosa teñida de un lirismo nostálgico que arropa referentes testimoniales evocados en las improntas de recordaciones que suscriben unos años de confrontaciones ideológicas e imposiciones políticas de un régimen sometido a los dictados del imperio soviético. Fidedigno retrato de la Cuba de finales de los 70: Labrada, desde las coordenadas de la ficción, esboza la travesía apremiante de unos personajes que ven sus anhelos incluidos en las listas de actos ilícitos signados por los oscuros mecanismos del poder.
“Escribí una historia íntima de adolescencia, situada en un contexto geográfico definido y en una época precisa, donde los personajes exponen sus inquietudes y sueños, también prejuicios heredados y deseos de romper con los límites que imponen, como ley y única alternativa, los adultos y la propia sociedad politizada. Asimismo, es una historia del Oriente cubano, en medio de visiones habanocéntricas: no todas las trascendentes realidades de mis años juveniles transcurrían en La Habana”, comenta en entrevista Agustín Labrada, también Premio de Creación Dante, en Mérida, México, 2010.
¿Rony, Héctor, Ana… son personajes erigidos en la ficción o recreaciones de compañeros de la adolescencia?
Rony, Ana, Héctor, Adrián, Magnolia… son ambas cosas: recreaciones de mis compañeros de la Escuela Secundaria Básica Urbana Juan José Fornet Piña y personajes de ficción. El personaje más auténtico para mí es Gabriela Martínez. Son lo que recuerdo y lo que fabulé hasta sentirme a gusto con ellos y, aunque son inevitables el costumbrismo y el folclor, dado el contexto, creo que cada uno tiene una personalidad valiosa y singular en el entramado narrativo de esta historia. Como autor, uno termina queriéndolos para siempre, sin fronteras.
¿Se trata de un relato de aprendizaje, de formación sentimental?
Es una narración de aprendizaje y formación sentimental, tal vez, con escenas muy despiadadas para el protagonista, como la violencia que contra él desata su padre, la difícil comunicación con su mamá y el rechazo amoroso que le hace Ana, una “princesa” de la burguesía comunista. Todos los personajes van tropezando y aprendiendo en ambientes que en ocasiones se tornan hostiles y, en esos lances, algunos muy amargos, configuran miradas disímiles sobre sus entornos y se dibuja así una crítica sugerida, circunstancial y lacerante.
¿Uso de la tercera persona narrativa asediada por un “yo/tú” indirecto que devela referencias testimoniales de sueños y frustraciones?
La novela está narrada en tercera persona, pero a veces se infiltra la segunda persona para discutir de tú a tú con el protagonista. Desde luego que ese narrador no es tan omnisciente, va trazando para los lectores emociones e ideas de estos muchachos que se expresan con un poco de argot e inmadurez. A ratos, va al pasado o viaja al futuro, y deja que los personajes fluyan libremente con sus diferencias y contrastes, con sus oscuridades y su armonía. Hay una libertad en estas expresiones y cierta ternura que arropa un relato sumamente duro.
¿La memoria como huella emotiva?
Mi amigo Francisco López Sacha se refiere a las novelas de Cintio Vitier como “memoria novelada”. Creo que mi libro es eso. Claro que hay un trabajo de ficcionalización y escritura no testimonial. Aparecen en la fábula sucesos que me ocurrieron, anécdotas que me contaron y todo lo que inventé. Asimismo, hice una exploración histórica para que los detalles de ese año, en la ciudad de Holguín, fueran reales y no recuerdos confusos, pero lo que esencialmente hice fue recordar, que viene del latín re-cordis: pasar de nuevo por el corazón.
¿Botas rusas es una alegoría de la presencia soviética en Cuba?
En Botas rusas, la presencia soviética en Cuba aparece en el trasfondo y en la cotidianidad, como en las novelas de Milan Kundera. No puede negarse. Era el esquema gubernamental que se impuso, aunque los “bolos”, así llamábamos a los rusos, no tenían que ver ni remotamente con nuestra idiosincrasia caribeña, pero ahí estaban sus películas, sus dibujos animados, su marxismo, sus fábricas, sus revistas, sus asesores, sus autos, sus “Diecisiete instantes de una primavera”, su “Moscú no cree en lágrimas”, su vodka, su poderío…
¿El rock, como banda sonora de un relato nostálgico, quizás precisa de la prosodia de un bolero-son?
Estos muchachos holguineros, salvo Adrián, gustan más del rock y el pop en lengua inglesa que de los géneros musicales cubanos, que sienten impuestos desde el gobierno y las emisoras estatales de un modo reiterativo. Estallan las canciones que pueden oír en la radio, lo que escuchan en emisoras foráneas inventando antenas con alambres. Ellos quieren ser parte del Universo, vivir plenamente como pepillos rockeros, y todo eso implica una transgresión que no encuentra eco en un bolero ni en los sones domesticados del posquinquenio gris en Cuba.
¿Se impuso la tonalidad del rock en la conformación narrativa?
Tenía que ser una novela a ritmo de rock, porque el rock se encasilla en esa Cuba como lo prohibido y era mal visto por los representantes del gobierno y las familias ortodoxas; esa música la estipulaban como “diversionismo ideológico”, teniendo en cuenta que gran parte del rock y el pop se genera y viene de Estados Unidos, donde se habla inglés, aunque sabemos que en casi todas esas canciones lo que se aborda es el amor, la nostalgia, la alegría de respirar y ser jóvenes… John Lennon lo dijo alguna vez: “La felicidad es una pistola caliente.”
¿Están aquí la familia, el descubrimiento del sexo, la violencia, la marginación y lo represivo?
Por ahí va la novela, en ámbitos familiares distintos: Rony proviene de ex terratenientes venidos a menos y su madre vive noches disipadas; Héctor de un orbe proletario, machista y marginal; Gabriela de una familia sólida, pese a las acciones delictivas de su hermano, y Adrián (El Negro), aunque huérfano de madre, tiene una estabilidad y un camino. A fin de cuentas, todos son pobres, en un sistema que considera un gran pecado las posesiones materiales, como el sueño sencillo de Héctor Montiel de comprarse unos mocasines italianos.
¿Sobresale la figura de Héctor?
Héctor es un marginado y, al mismo tiempo, alguien que sueña. El sueño le da aliento y se refugia en libros de aventuras y música rock. En su relación con Gabriela, descubre la sexualidad, hace el amor por primera vez con una muchacha hermosa que lo quiere. Esta parte es quizás el oasis de mi novela. Ella lo salva de muchos abismos, le sube la autoestima, lo valora, y él le corresponde, al principio para olvidarse de Ana, y luego ya enamorado, mientras en el ámbito escolar confronta problemas con la asignatura de Química.
¿Violencia soterrada a lo largo de la novela?
La violencia discurre en casi todos los capítulos. Violencia física, violencia sicológica y violencia de poder. Los conflictos con la policía son inevitables, pero también las tensiones que hay en las familias: Rony abandonado por su padre, Héctor golpeado por su padre, Gabriela con un hermano casi delincuente… A esto se le suma el poder de los maestros ejercido con ventaja y alevosía. Todo ello se visibiliza en atmósferas de represión, racismo, homofobia, machismo ancestral, clasismo, leyes… y escenarios donde rige la pobreza.
¿Hay una configuración de un oscuro panorama, premisa de la realidad imperante hoy en Cuba?
Nunca quise escribir una novela política, ni configurar ningún panorama. La política es incomprensible para mí, llena de mentiras en todos los siglos y latitudes de los que tengamos noticia. Me siento sublime como para cruzar por esos lodazales. El jurado español que evaluó mi libro dijo que era una novela costumbrista. Ahí aparecen un rincón de Cuba del pasado milenio en la mirada de unos inquietos adolescentes, fragmentos de la microhistoria, lo que nunca se dijo con plenitud y claridad, un doloroso pedazo de mi propia vida.