Por Agustín Labrada
Cierto velo legendario ronda a la escritora mexicana Silvia Molina desde que se publicó su novela La mañana debe seguir gris, donde narra sus relaciones amorosas con José Carlos Becerra en Londres, semanas antes de que muriese el poeta –tras un accidente automovilístico– en una carretera italiana próxima al mar.
La muerte de Becerra, cuya poesía fue glorificada por la crítica, causó tristeza en los medios literarios y en la propia Silvia, quien era entonces (según el libro) una muchacha ávida de experiencias, que se debatía entre tradiciones familiares represivas y deseos, avivados por José Carlos, de reafirmación íntima y libertad.
Al margen de esa conexión con el poeta, Silvia ha escrito desde su madurez expresiva novelas comoLa familia vino del norte, Ascensión Tun, El amor que me juraste…; así como el conjunto de cuentosDicen que me case yo, la recopilación de ensayos Leyendo en la tortuga y la biografía novelada Imagen de Héctor.
¿Es su propia vida la principal motivación para escribir?
En realidad, sí. Escribo sobre la experiencia que me ha tocado vivir personalmente y de la gente que está cerca de mí. Después, todo eso lo transformo en material literario y tal vez en ello incidan mis lecturas y mi visión artística. Yo no sé inventar, no creo tener mucha imaginación. Soy muy buena, eso sí, para rehacer estéticamente la vivencia.
¿A los personajes de la realidad cotidiana cómo los transforma en personajes novelescos?
Los escritores somos traicioneros. Hay un autor ruso que señala a la zorra como el dios de los escritores. Tú vas observando a la gente cercana y vas armando los personajes de tus historias. Partes de una persona real que, a lo largo de la narración, vas llenando de atributos nuevos, que caben en su condición de personaje.
¿Comienza a escribir sus novelas a partir de un esquema?
Si no sé cuál es el fin, no puedo comenzar. Ignoro el modo en que llegaré, pero tengo claro a dónde quiero llegar. Mi hija menor fue gimnasta y llegó a ser campeona nacional. Recuerdo que una vez estaba haciendo sus ejercicios en la barra de equilibrio y le pregunté si se acordaba de cada uno y me contestó que buscaba el final. Aquello aún me impresiona porque ambas, en dos disciplinas diferentes, buscábamos lo mismo.
Pero en La mañana debe seguir gris hay una motivación sentimental.
Yo empecé a escribir La mañana debe seguir gris como cuento y luego se volvió novela. Es quizá lo más autobiográfico que he escrito y hasta los personajes tienen sus nombres reales, aunque la historia está sublimada. En ella, viví lo que soñaba y quería vivir con José Carlos Becerra, y en la vida real viví lo que me tocó.
¿Dónde se siente más cómoda, en el cuento o en la novela?
La novela me gusta más, porque tiene mayores posibilidades para jugar y expresarse. Es como una alcancía que uno llena con monedas de distintos tamaños. Escribir un cuento cuesta muchísimo esfuerzo, es un mundo concreto y cerrado que no admite el ensanchamiento narrativo ni la recreación de los personajes secundarios, como la novela.
Para escribir, ¿cuáles son las condiciones idóneas?
Muchos piensan que tener tiempo suficiente y una vida económicamente resuelta. Sin embargo, una vez me gané una beca en una universidad de Estados Unidos y cuando llegué no me salía una sola línea. Me costó un gran trabajo llenar una página, pues, como todos mis compañeros de letras, únicamente escribo con todas las presiones del mundo.
¿Le causan desasosiego los períodos vacíos entre una y otra obra?
No, ya me di cuenta de que el momento de la escritura llega. Lo interesante es saber que todos los instantes de la vida nos sirven para escribir. Los escritores podemos ir a cualquier parte y allí hacer cosas alegres o dramáticas, todo eso es experiencia acumulada para la escritura.
Con especial interés, ¿qué ha leído?
Suelo releer Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro. Se me hace la mejor novela escrita por una mujer en la literatura mexicana, aunque también me gusta su libro de cuentos La semana de colores. Es una novela donde se trasluce la inteligencia del autor. Está llena de malicia literaria, concebida con oficio, y de una prosa brillante.
Me apasiona la narrativa de una escritora inglesa llamada Jean Rhys. Sus novelas son espeluznantes si las comparas con la literatura latinoamericana, donde nos regodeamos un poco en la niñez, en la adolescencia y en las experiencias familiares. Esta autora nos habla de mujeres inmersas en la violencia, el sexo y el alcohol.
Cada vez que leía una de sus novelas (Cuarteto;Después dejar al señor Mc Kennzie;El vasto mar de los sargazos;Buenos días, media noche…) me parecía entrar en su intimidad y en su personaje de mujer susceptible. Creí estar leyendo su biografía, narrada con mucha crudeza. Me reconocí en ella y empecé a aceptar mis debilidades.
Yo decía: “¡Híjoles, cómo la conozco! ¡Qué bárbara esta mujer!” Luego supe que prohibió en su testamento que se publicase su biografía para que no descubrieran que todo lo escrito de un modo testimonial era pura invención. Me identifiqué con ella, porque yo también escribo con un aire confesional, sin que mis textos sean autobiográficos.
¿Por qué tiene tanto esplendor la literatura escrita por mujeres en América Latina?
A lo mejor porque escriben mejor que los hombres. Es algo bien raro, que a veces me da risa y a veces me da coraje. Se ve como un fenómeno extraño. Tradicionalmente, en nuestros países, las mujeres estaban en sus casas y de repente han salido al mercado editorial con una literatura bien hecha y eso ha causado asombro.
¿Sustenta alguna valoración sobre el discurso literario femenino?
Creo que las mujeres y los hombres tenemos sensibilidades distintas, aunque una mujer puede escribir desde el punto de vista de un hombre y un hombre puede hacer lo contrario. En Ana Karenina, León Tolstoi se mete con soltura en el mundo de la mujer. En México, esto se puede ejemplificar con el veracruzano Sergio Galindo.
Galindo, sin ser homosexual, entendió la sicología y la espiritualidad de la mujer mexicana a la perfección, y esto lo deduzco de sus narraciones, en las que desfilan variados personajes femeninos. Galindo es uno de nuestros principales escritores, serio y respetado. Se habla de la filmación de sus novelas.
¿Le gustaría incursionar en el cine, un espacio amplio igual que la novela?
Escribí el guión cinematográfico de La mañana debe seguir gris con entusiasmo, pero no había presupuesto. Querían que transcurriera en Xalapa y no en Londres y que fueran menos los personajes. Desistí del proyecto. Lo que salva a mi novela de no ser una historia cursi es precisamente la tensión de la protagonista debido a la distancia de su casa. No es lo mismo tomar un autobús, que no contar con suficiente dinero para abordar un avión y volver a tu país, a tus costumbres, a tu familia.