Gilberto Avilez Tax
Escribo este artículo periodístico con la buena nueva de que la reforma constitucional en materia electoral enviada por el Ejecutivo federal a San Lázaro, no obtuvo mayoría calificada para su aprobación (269 votos a favor, 225 en contra y una abstención), y que fue rechazada de forma conclusiva porque,1 desde luego, no necesitamos esgrimir aquí que fue una intentona regresiva para nuevamente instaurar el laberinto constitucional que falta –la disolución de la autonomía del INE– y que persigue el entronizamiento ad perpetuam de un régimen de corte autoritario y caudillezco; con un partido que no se distingue del gobierno en turno, y que acapararía la vida política de la nación, cegando los canales por donde discurre la democracia mexicana.
Eso fue lo que se rechazó el día de hoy en San Lázaro: el regreso de Huichilobos del Sistema autoritario y cerrado, y las elecciones a modo. Y esta situación, por supuesto, ya lo hemos vivido durante buena parte del siglo XX mexicano, y no queremos regresar a esos polvos de esos lodos, los mismos lodos del pantano tabasqueño que desean un país menos libre, menos diverso y complejo.
Por supuesto, el régimen actual que se ostenta de izquierda, y cuyo líder defiende a capa y espada la militarización, es el mismo régimen cuyo líder, el mismo, es amigo de Trump, es seguidor de la sarmentosa dictadura cubana y de las verracalidades somocistas de Daniel Ortega. Es, además, el régimen cuyo líder, el mismo de siempre, tiene una vocación, además de vendedor de taquitos de lengua cada mañanera, para arrejuntar sus horas –no las mejores- en los márgenes de Clío. ¡Muy en los márgenes de Clío!
Pues bien, siguiendo el mismo esquema ceremonioso del líder de marras mentado cuando habla de “conservadores” y “liberales” y de Méxicos profundos y los tontos aunque, desde luego, falta ver cómo se presenta y cómo se combate al ya famoso Plan B lopezobradorista.
Aspiracionistas del México imaginario, he estado leyendo las noticias de estos últimos días, terribles noticias, pues todo apunta que la segura ruptura entre los “aspiracionistas” a relevar al Caudillo, será la fatal consecuencia de la excesiva deturpación política del señor Caudillo, que considera que sus ucases mañaneros son más que ucases zarinos: son fatwas jomeinezcos inapelables, son encíclicas infalibles, son dogmas de fe donde no tiene cabida la duda socrática, el método descarteano, la burla del descreído ciudadano. Y en ese tren de decisiones lapidarias, se arguye que la decisión que tome el líder de la montaña chontalpeña, nadie osará cuestionarla o contrariarla: “será esta corcholata, o será la otra, pero a la que yo decida que sea, ustedes acatarán mis órdenes”.
Dudo mucho, por supuesto, que el consenso autoritario y la disciplina partidaria que campeaba en tiempos de lo mejor del viejo régimen que instauró Calles en 1929 y que consolidó Cárdenas en su sexenio (1934-1940), sea lo que prime en este tiempo actual en donde –recurriendo a lo que el sociólogo Zygmunt Bauman acuñó hace unos años con el concepto “tiempos líquidos”-, a partir del desgaste autoritario que se aceleró a fines del XX y el desencanto de las primeras dos décadas del XXI (los tiempos que se reconocen como el periodo neoliberal, y que se continua en múltiples aristas con el régimen actual), ni la sociedad mexicana, ni los políticos de ahora son “estables”, “repetitivos”.
Porque todos estamos insertos en una gran esfera digital donde la modernidad “líquida” produce modas líquidas, se deconstruyen mitos y se construyen otros de forma incesante, se acepta el fin de los “metarrelatos” (ya tiene décadas de esto último), se cuestiona una izquierda setentera (la cultura política del Caudillo actual), se presentan nuevas discursividades, pero lo que tal parece que otorga una pátina homogénea a este tiempo actual, es lo “líquido”, es decir, lo flexible, lo voluble de las circunstancias, y en donde ni estructuras sociales ni bloques graníticos ideológicos le dicen gran cosa al político actual que, en su obesa individualidad y sus intereses personales, no perdura y no se estanca en un solo tiempo (el tiempo del último caudillo), no acepta la inmovilidad o acatará sin chistar un trasnochado “consenso autoritario” si no quiere extinguirse. Y siguiendo a Bauman otra vez, la fragilidad del Caudillo estriba en su supuesta fortaleza: es un Caudillo, una estatua inmóvil, y el poco “movimiento” que regentea es para él, el Caudillo, pero cuando llegue el momento de salir de escena, el caudillo igual sabrá que todo tiene un fin, y aquí la ruptura, en ese preciso momento, llegará.
La fase de ruptura: dos momentos de la historia revolucionaria y las enseñanzas para el presente
Esto último, la ruptura, ocurre no solo en las democracias, sino que también se da en regímenes con un talante autoritario cuando las estructuras son frágiles (sea por disolución de un Estado, como el porfiriano, o por la llegada de nuevos bárbaros al poder, como en tiempos de los sonorenses). Y en ese sentido, el disenso que se convierte en cisma y ruptura, a veces triunfa derrotando a los delfines del caudillo, o sucumbe de forma total.
Recurramos brevemente a lo que la historia política del país nos cuenta al respecto, para tratar de entender los años venideros. En 1919, el Presidente del país, Venustiano Carranza, quiso dejar a su delfín, el “Ingeniero Bonillas”, un civil tenedor de libros que en ese año era embajador en Estados Unidos. Carranza no quiso que Álvaro Obregón lo sucediera porque el sonorense hablaba mal de su gobierno. Sabemos lo que pasó: el Plan de Agua Prieta llevó al poder a los sonorenses, y a don Venus a siete metros bajo tierra.
Otra ruptura que sucedió para esos años de flujo y reflujo de la aún candente Revolución mexicana, fue debida a la decisión, contra viento y marea, del presidente Álvaro Obregón por apadrinar en 1923 y defender la candidatura de Plutarco Elías Calles para la presidencia de la república: Calles aún no era el jefe máximo, y tampoco era el favorito entre los militares que habían secundado lo de Agua Prieta. El favorito de los militares era el ex presidente interino Adolfo de la Huerta, también sonorense. La ruptura entre Calles y Obregón, por un lado, y de la Huerta por el otro, desembocó en una guerra de charreteras que no duró ni más de medio año, pues desde el Plan de Veracruz del 7 de diciembre de 19232, hasta las últimas evacuaciones y salidas para mayo de 1924 al destierro forzado, Mejor conocido como Declaración Revolucionaria de don Adolfo de la Huerta.
Cruzando los vericuetos de las selvas chicleras de Quintana Roo de lo que quedaba de los “delahuertistas en la Península, habían transcurrido escasos seis meses.3 Sin embargo, esta guerra de militarotes, para el caso de Yucatán, significó la muerte de dos gobernadores que habían iniciado, uno, y radicalizado, otro, la Revolución en la Península: Salvador Alvarado, muerto por los obregonistas en el rancho el Hormiguero, en Chiapas, y Carrillo Puerto, asesinado por los “delahuertistas”, comprada su muerte con cañonazos de dólares por la “casta divina”.
En Todo es historia, el sabio san josefino, don Luis González y González, nos recordó la idea que Cicerón tenía de la historia: la historia como magistra vitae, es decir, toda historia digna de contarse debe servir como lecciones para el futuro y para la acción política y social. Esa es la función que rescato cuando se indaga en los meandros de ella: las enseñanzas de los errores, aciertos y desaciertos del pasado, nos dan elementos de análisis para zambullirnos en el palimpsesto actual del tiempo presente, donde capas sobre capas de tiempos periclitados han configurado la geografía y corografía a ras de suelo que vemos. Para entender lo que se viene en 1924, la ruptura inminente entre las corcholatas morenistas, la imposición del “Caudillo” para favorecer a su delfín (no Sheinbaum, no Ebrard, barajo la hipótesis que muchos ya comentan, será Adán Augusto López, A gusto con López, como se leen en algunas bardas que se han pintado en Quintana Roo), podemos abocarnos a estudiar un pasaje de la historia política de México con muchos parangones a lo que se vive hoy en día.
Futurismos del centenario de las dos rupturas
Y, precisamente, entre diciembre de 2023 y mayo de 2024 se cumple el centenario de la Rebelión Delahuertista. Para esas fechas ya el Caudillo –o el fantasma de Obregón en el nuevo Caudillo- habrá decidido de nuevo, ungido a su elegido, ya la ruptura estaría para la crónica nacional de ese periodo llamado la rebelión Delahuertista, véase a: John W. F. Dulles, Ayer en México: una crónica de la revolución, 1919-1936, FCE, México; Pedro Castro, 2010, Álvaro Obregón. Fuego y cenizas de la Revolución Mexicana, ERA, México, 2010, pp. 273-306; Enrique Plasencia de la Parra, Personajes y escenarios de la Rebelión Delahuertista, 1923-1924, UNAM-Miguel Ángel Porrúa, México, 1998. Para el caso yucateco, cfr. Faulo Sánchez Novelo, La rebelión delahuertista en Yucatán, Maldonado editores, Mérida, 1991.
Presentándose, ya la guerra electoral estaría a tambor batiente. Dicen que entre los mayas el tiempo es cíclico. Tal vez, para este caso que estamos comentando, en verdad lo sea.