En aras de llevar a la práctica social los fundamentalismos que rayan en un totalitarismo de la costumbre propia, de nuestras visiones personales y personalistas, de un tiempo a esta parte, en México y en el mundo, se han desatado una especie de era medieval inquisitorial con una enorme panoplia de prohibicionismos y cancelaciones sociales que rayan en las situaciones más inexplicables.
Estas van desde la negación y la condena al pasado colonial mexicano, cuestionando tradiciones que, en estas visiones obtusas de corte indianista, son consideradas imposiciones coloniales, o bien, se da incluso muestras irracionales de negar la historia misma de la conquista o de otro pasaje que contravenga nuestras visiones idílicas del pasado indígena.
Igualmente, el lenguaje incluyente que despedaza la correcta gramática y que casi nos obliga a alterar la semántica, forzados por lo “lingüísticamente correcto”; o bien, las condenas veganas a la ingesta de carne de todo tipo.
Por supuesto, no soy partidario del inmovilismo social o cultural, pero tampoco un convencido acrítico de cambiar todo desde la raíz en aras de una defensa darwiniana del evolucionismo de las costumbres. En esta especie de execración al pasado y las prácticas sociales, se encuentran desde hace casi dos décadas en jaque la tauromaquia. Las razones de los anti-taurinos son variadas, pero descansan en una sola idea: los toros son seres sintientes, que sufren el dolor como todo ser con vida. Es así que, en México, desde 2013, cinco estados del país han prohibido las corridas de toros: Sonora, Guerrerro, Coahuila, Quintana Roo y Sinaloa.
Estos estados, realmente, no cuentan con una historia y tradición de la tauromaquia que valga la pena, caso contrario de Aguascalientes, Tlaxcala, Hidalgo y Zacatecas, estados que han declarado a la corrida de toros como un bien cultural y material. La “prohibición” (las comillas son necesarias) en Quintana Roo se dio con la Ley de Protección y Bienestar Animal (LPBA) del 28 de junio de 2019, aunque fue una ley manca porque no contemplaba, en su artículo 121 y 122 ninguna sanción alguna, ni multa, para las personas que realizaran corridas de toros, peleas de gallos y actividades afines. En ese sentido, si no había sanción alguna, las fiestas de pueblos con corridas de toros y peleas de gallos se siguieron realizando al regreso de la pandemia. El año pasado, en la Expomor de José María Morelos, hubo corridas de toros, palenque y hasta carreras de caballos. Era una ley que había nacido sin dientes, no contaba con capacidad de “imperium”.
Esta falta de “punición” que no contaba el texto original de la LPBA, desde el año pasado ya se había hecho saber a los medios de comunicación, y se tenía la intención de reformarla.
Esta reforma se dio apenas hace unos días, el 26 de febrero de 2024, a iniciativa y propuesta del presidente de la Jugocopo, el morenista Humberto Aldana. En el afán de congraciarse con el electorado cancunense “progre” y que ve con buenos ojos la prohibición de la corrida de toros,[1] y con el aura verdista seudo defensora de los animales que cunde en el estado, Aldana y sus diputados reformaron la ley y por mayoría –salvo la digna negativa en contra del diputado de Isla Mujeres, Julián Ricalde Magaña- arremetieron contra calesas y violentaron fiestas patronales mayas, al meter en un mismo saco a la corrida de toros urbana, no distinguiéndolas de las muy pintorescas tradiciones de los pueblos mayas donde –y no necesitamos ser exhaustivos para dar la prueba etnográfica de nuestras aserciones- los “tablados” y todo lo que implica el ritual de la siembra del ceibo, de la organización de los palqueros, las vaquerías y gremios y el arte de levantar un tablado, del “baxaal toro” y el sacrificio de reses para su posterior venta en las inmediaciones del tablado (el verdadero chocolomo se hace en las tardes de fiesta), no tiene nada que ver con la tauromaquia urbana que execra el “diputede” “progre” “morene”, Humberto Aldana.
La tremenda loza de la LPBA para los alcaldes de la zona maya
Si antes esta ley prohibía pero no negaba la práctica social de la corrida de toros de los pueblos de la zona maya de Quintana Roo (José María Morelos, Felipe Carrillo Puerto, Lázaro Cárdenas y hasta el mismo Bacalar), desde este momento las reformas a la LPBA se vuelven draconianas en su prohibicionismo inquisitorial: con penas que van de uno a cinco años de prisión y de 50 a 100 días multa, estos delitos de celebrar corridas de toros, palenques o hasta carreras de caballos, serán perseguidos de oficio. Y en el mismo saco se ponen a las corridas mayas y de sedimento mestizo yucateco, de estos tres municipios que hemos apuntado líneas arriba. Y enhorquetándole una tremenda loza a los presidentes municipales, la reforma a la LPBA establece que si estos delitos –por ejemplo, hacer caso omiso y no interviner para que no se realicen las corridas de toros- son cometidos por servidores públicos (se equipara con los presidentes municipales, en teoría, los primeros en hacer respetar las leyes estatales en sus municipios), cuyas funciones sean el de proteger, conservar o cuidar a los animales, las penas se incrementarán con un tercio del máximo establecido y la inhabilitación para desempeñar otro empleo, cargo o comisión pública. Es decir, que si en esta próxima Expomor del municipio de José María Morelos, el Ayuntamiento accede para la realización de corridas de toros, palenques y carreras de caballos –cosa que sí se va a hacer-, por oficio alguien puede hacer valer esta ley y pedir sanciones inhabilitantes a los miembros todos del cabildo actual, y adiós posibles reelecciones.
De la Peninsularidad vs. la cancuhuachanidad
Creo que la única voz de concordia cultural, al no ser un político ajeno a la realidad social de Quintana Roo y conocer las tradiciones vivas del pueblo no solo maya, sino mestizo y de raigambre peninsular (la peninsularidad Vs. la cancunhuachanidad), fue Julián Ricalde Magaña. Y es que Ricalde hizo la distinción necesaria entre la corrida de toros de los centros urbanos, y esa muy sui géneris corrida de toros que se realiza en los pueblos mayas. En sus redes, Ricalde Magaña fue claro y preciso: “Mi voto en fue en CONTRA porque al prohibir las Baxaal Toro o charlotadas, se le da la espalda a cientos de palqueros y a sus familias que viven de estas tradiciones. En mi campaña en la Zona Maya me pidieron interceder para que, toda vez que prohibieron las corridas de toros se les permitiera por lo menos hacer el baxaal toro y con esto no sacrificar al animal”. Y continuaba el diputado de Isla Mujeres: “Hoy tenemos una ley prohibitiva pero inaplicable porque en todas las comunidades mayas donde hay corridas de toro nadie las detiene, ni hay rastros en donde se sacrifiquen estos animales para el consumo humano de acuerdo a la Norma Oficial Mexicana NOM-194-SSA1-2004”.
Ricalde Magaña, contrario a esa especie de mirada soberbia y “colonizadora” que destila el “Cancún-huach” Humberto Aldana, tal vez pueda aceptar las enseñanzas que para una crítica intercultural de nuestras pasajeras y variopintas costumbres, se lee en un clásico ensayo de Montaigne, De los caníbales, cuando el señor de la Montaña, al volver a su tema de las costumbres supuestamente “extrañas” de los antropófagos del Brasil del siglo XVI, halló “que nada hay de bárbaro, salvo que llamamos barbarie a lo que entra en nuestros usos. En verdad no tenemos otra medida de la verdad y la razón sino las opiniones y costumbres del país en que vivimos y donde siempre creemos que existe la religión perfecta, la política perfecta y el perfecto y cumplido manejo de las cosas”.[2]
Cuando hablo de la distinción entre peninsularidad y Cancún-huachidad, tiene que ver con una posición paladina no solo de respeto a las tradiciones locales, sino de reconocimiento, entendimiento y, ¿por qué no?, la urgente empatía porque los de fuera traten al menos, en aras de una perspectiva intercultural, de conocer la historia tan peculiar de la península en su conjunto, y que no se centren únicamente en su crítica y execración de ellas. Por supuesto que no somos partidarios de nativismos, “quintanarroísmos” o yucatenismos ramplones[3]. Somos partidarios de la Peninsularidad, que no es una posición dicotómica y excluyente de lo de fuera, sino que en su misma apertura, está encaminada hacia el diálogo necesario con los distintos sedimentos culturales traídos por los de fuera de la península, en estas décadas recientes.
Y no hablo de forma despectiva, pero hay que explicarnos qué entendemos por huaches: los “huaches” son la gente nacida fuera de la Península (pueden ser chilangos, pero igual norteños o de otros puntos lejanos a la península), y que al vivir entre nosotros los peninsulares de Yucatán, Campeche o Quintana Roo, con una mirada soberbia y de corte urbanocéntrico, no se adaptan a estas lajas y calores palúdicos, ni intentan conocer o interesarse por las costumbres locales o la historia regional, o saber el mínimo barniz de los usos del lenguaje regional (haciendo mofa del acento), ni menos interesarse por el correcto pronunciamiento de palabras mayas. Traen un retintín aztecoide colonizador, y consideran que las tradiciones locales son elementos derelictos que deben desaparecer porque ellos y su “México imaginario” son la punta de lanza de la “modernidad” turística. Sin hacerle caso al dicho quijotezco (“Cuando a Roma fueres, haz lo que vieres”. El Quijote II, 53), no ellos se adaptan a Roma, es Roma con sus gentes las que se tiene que adaptar a ellos.
Los cancunhuaches entran de lleno a esta categoría, al despreciar con fruición todo lo que tiene que ver con la mayanidad viva en Quintana Roo, pues el Cancúnhuach solo acepta al maya bien acotado en sus funciones serviciales en los hoteles, o bien, en las imágenes del pasado que va deformando y reconstruyendo de forma incesante la Xcaretización de la cultura maya. En ese sentido podemos leer las reformas a la LPBA de hace unos días: forman parte de las visiones sectarias y fundamentalistas de los huaches en el gobierno. Estos fundamentalistas anti taurinos – entre los que se encuentran, amantes de los animales, indianistas, “intelectuales mayas”, gente “pensante” y “distinguida”, así como diputados cancunhuaches con el falso discurso progresista- se han ido en contra de la corrida de toros no solo de zonas urbanas, sino hasta de los pueblos mayas mismos.
Alegan estos anti taurinos, que la corrida de toros de los pueblos mayas no es propiamente un asunto de la cultura maya, sino una imposición colonial. Al respecto, señalo que hace unos ocho a años, sostuve una polémica con el escritor maya Jorge Cocom Pech, cuando el halo prohibicionista contra los torneos de lazo[4] se cernía sobre Yucatán, poniéndose en el mismo saco prohibicionista, a la corrida de toros de los pueblos yucatecos, muy similar al caso que ahora tiene Quintana Roo con su LPBA, que homogeniza la prohibición tanto para las corridas de toros como las que se hacían en Cancún, con las “corridas mayas” de los pueblos quintanarroenses de raigambre peninsular. Para Cocom Pech, era un convencido de que la corrida de toros de los pueblos, no entra en el catálogo de las tradiciones de la “mayanidad”. Yo cuestionaba esa vena purista, como ahora cuestiono el halo prohibicionista de la LPBA: ¿En verdad cree aquella ramplonada purista?, ¿o creen que sus prohibiciones y hasta sanciones surtirán efecto alguno en la psique de la gente de las comunidades del centro de Quintana Roo? Que le diga eso a los simples pueblerinos de las aldeas más perdidas de Quintana Roo que anualmente esperan con ansias el inicio de sus fiestas patronales[5], que se lo diga a los de Tixcacal Guardia (bastión, según los fundamentalistas, más puro de la “mayanidad” donde he visto la mejor corrida de toros habida y por haber), que le digan a cada “macehual” que se encuentre, que ya no tendrá su corrida de toros anual, ni sembrará el yaxché con la ceremonia de irlo a buscar al monte para sembrarlo en el centro del tablado.
Por supuesto, tenemos que decir que la corrida de toros de los pueblos, no es originaria, ¿qué existe de originario en estas tierras después de 500 años de contacto con el mundo? No es originaria, no salió de la colmena de la mayanidad, pero lo importante es el hecho que fue adoptada, adaptada y recreada la corrida de toros. Tanto fue mayanizada esa fiesta, que ya señalé su continuidad prehispánica en el árbol del yaxché, y algo que demuestra la plasticidad de la cultura maya, es que el toro y todo lo que implica la ganadería, entraron en el mito: Juan Thul y los ganados sirvieron mucho no solo a las haciendas, sino que en los pueblos, antes de la creación de una ley ganadera que dispuso llevar a potreros a los ganados (alrededor de 1970), los ganados sirvieron para la economía de la población maya y mestiza de los pueblos. No podemos seguir hablando de “imposiciones” ahora, porque si así fuera, no se comería tranquilamente el chocolomo….Juan Thul, ¿es maya, es español, es mestizo?
Es tan importante el proceso de formación de los “tablados” tradicionales hechos por los palqueros,[6] que en vez que esta LPBA vaya en contra de ellos homogenizándolo con las corridas de toros urbanas, debería señalar una distinción y defenderla para su preservación y vitalidad.[7] Es de importancia suprema, para la cultura de los pueblos mayas de Quintana Roo, defender la tradición de los tablados con sus corridas de toros que, por supuesto, inclusive se puede legislar para que el animal no fuera sacrificado, pero la ingesta de carne en la tarde es necesaria y juega un papel para la economía del pueblo.[8] Al respecto, en su estudio sobre las fiestas y gremios del oriente yucateco, la antropóloga Ella F. Quintal Avilés, señaló a las corridas de toros como la actividad festiva por excelencia en los pueblos, y apuntemos aquí, no solo del oriente yucateco, sino de los pueblos cruzoob y los pueblos quintanarroense de raigambre yucateca (José María Morelos, Lázaro Cárdenas, incluso Bacalar). Apunta Quintal Avilés: “Cuando uno llega a una comunidad del oriente y se ve a los hombres del pueblo trabajando en la construcción del ‘ruedo’, o para decirlo de otra forma, cuando los ‘palqueros’ de una comunidad empiezan a ‘amarrar’ el kax-ché para la corrida, puede uno pensar, sin temor a fallar, que habrá fiesta en el lugar. En el oriente no hay fiesta campesina sin corrida de toros”.[9]
El elemento irracional de la nueva clase política quintanarroense
Existe un elemento irracional de esta nueva clase política cancunense en el poder desde 2021 sino es que antes si hablamos de su feudo cancunense, desligada y desarraigada del proceso histórico de construcción del estado. Piensan que Quintana Roo comienza a partir de 1980 cuando agarra vuelo Cancún. Con una vena entre neo-conquistadora y chilangocéntrica, están convencidos de que lo único importante en el estado son las costas y los procesos turísticos y el imaginario urbano de Cancún y la Riviera “maya””. No conocen, ni les importa conocer, algunas palabras en lengua maya, menos cuentan con nociones de la historia del pueblo indígena de Quintana Roo, o del proceso formativo que está mucho antes de Cancún. Nombran hasta mal los pueblos con toponimias mayas (verbigracia: “Poyuc”), pues no ha habido un proceso de arraigo porque Cancún y las zonas turísticas no tuvieron ese anclaje regional, que fue azuzado dicho desarraigo por la ingenuidad de la vieja clase política avecindada en Chetumal y Cozumel con sus sueños nativistas de poder eterno. Hoy que esa antigua clase política (la chetumaleña y la cozumeleña) ha sido destrozada y reconfigurada a partir de 2021, los huaches-bárbaros del norte, no solo llegaron en la noche y tendieron sus redes en el Congreso, sino que ya legislan los bárbaros, y los bárbaros del norte, legislan para ellos y sus urbanismos cancunenses, y entre las pruebas de su magnífica estolidez, legislan llevándose entre las patas al pueblo maya de Quintana Roo.
Adenda: el silencio de la antropología de la UQROO, el escurridizo diputado xcaretizador y el ojo de hormiga del INPI
Van para más de una semana que se reformó la LPBA, prohibiendo y sancionando las fiestas tradicionales de los pueblos mayas de Quintana Roo. Hasta la fecha, ningún “especialista” en antropología y la “cultura maya”, ha levantado un posicionamiento fijo, paladino y a favor de los mayas. Su silencio corre en el mismo carril que el INPI logrero, que el INMAYA genuflexo, y hasta de los mismos “mayas” mismos que se dicen intelectuales y portavoces de su pueblo.
Pero el que simplemente se voló la barda fue al diputado estatal morenista supuestamente maya, Chema Chacón. En el momento de las votaciones a favor o en contra para las reformas a la LPBA, al Chema Chacón le dio un sorpresivo e incontrolable ataque de tirixtá (cagalera) por tomar sus brebajes en jicara cara y no perder su reelección como diputado estatal.
Le valió madres a este esperpento seudo maya la reforma a la Ley de Protección y Bienestar animal. Al momento de lo bueno para posicionarse a favor de la cultura maya y votar en contra de la ley Cancun anti corridas, decidió ir a defecar a los baños. Es, por supuesto, un diputadillo seudo maya agachón, que acepta la coyunda de sus neo-hacendados legislativos. Tal parece que a este payaso lame-jícaras solo le interesa tomar su atolito en jícara – carísima, por cierto- y decir que con eso es maya y defensor de su pueblito jicarero, pero sabemos que solo defiende su genuflexa diputación. Es es el famoso diputado xcaretizador.
[1] Desde principios de 2020, el Ayuntamiento de Cancún fue el primero en alinearse a la LPBA, negando permisos para realizar las corridas de toros. Ningún ayuntamiento secundó al Cancún gobernado por los morenistas-verdes.
[2] Montaigne, Michel de, “De los caníbales”. Ensayos completos. Porrúa. México, 2003, p. 155.
[3] Mi crítica al Quintanarroísmo y nativismo, lo he señalado en este siguiente artículo de 2015: https://gilbertoavilez.blogspot.com/2015/08/quintanarroismo-yucatanismo.html
[4] Cosa que aborrezco y detesto, porque estos “torneos de lazo”, sí son deformaciones y prostituciones de la tradicional corrida maya.
[5] En su siempre certera etnografía de los mayas del centro de Quintana Roo, Villa Rojas ya había apuntado que “las ceremonias y fiestas cristianas proporcionan a los indios la oportunidad de satisfacer necesidades emocionales y estéticas en forma tal, que les hacen más amena y variado la existencia”.
[6] Y los palqueros, por supuesto, la mayoría pertenece al extracto indígena, son milperos, algunos maestros, gente que obtiene recursos económicos, materiales y hasta espirituales, para levantar año con año sus tablados para hacer el ruedo para la corrida de toros.
[7] ¿Y no eso dicen las leyes en materia indígena en Quintana Roo?, ¿Qué el estado debe preservar y ayudar a defender las tradiciones del pueblo maya?
[8] Es decir, hay personas que crían a sus “ganaditos” de poste, los ceban y, cuando inicia la fiesta, aprovechan para vender su carne, llevando al torito a pasear al ruedo momentos antes de su sacrificio en las inmediaciones del ruedo.
[9] Ella F. Quintal Avilés. Fiestas y Gremios en el oriente de Yucatán