Por Jorge Manríquez Centeno
Con admiración, para Gustavo Villegas Villegas, mi tío Chavo
El diario de Ana Frank: tristeza imperecedera y canto de paz
(Todos tenemos un espejo especial. Basta con concentrarse para tenerlo en tus manos y verte en esa superficie lisa, diáfana, que te permite imaginar lo que te rodea. Y lo que te rodea son círculos que vas dejando atrás. Los instantes se deslizan hacia esos abismos, que pueden emerger en cualquier momento, como agua de pozo, pero el agua siempre se va entre tus dedos. Aunque los cierres, sólo quedan segmentos deshilachados, que te dejan con sed. Suelo pensar que el mundo es un espejo. Te puede llevar por todos lados, depende de cómo y cuándo lo mires. Veo mi espejo hacia arriba. Visto de esa forma, me hace ver el sol y el sol me irradia de energía. Me adentro en esos reflejos: Estoy en aquellos años de principios de los setenta. No puedo calibrar la fecha exacta. Veo a mi tío Chavo, escucho sus relatos sobre la Segunda Guerra Mundial y los crueles nazis. Esto es fabuloso: estoy hojeando El diario de Ana Frank, en esa versión que atesora la memoria, y de inmediato escucho la voz de mi tío: está leyendo ese genial libro de todos los tiempos, en el que debemos reflejarnos para que no vuelvan a pasar esas atrocidades. En El diario de Ana Frank, hay frescura y amargura.)
Al escribir en estas hojas, pienso en mi tío Chavo y en sus revistas, enciclopedias, postales, fotografías, y en El diario de Ana Frank, y su fotografía-portada vuelve a entristecerme, más que ayer vi la película El niño con el pijama de rayas, y esas púas que cercan el campo de concentración de los judíos hacen supurar sangre.
Esa obra fue desencadenante de muchos pensamientos personales y discusiones del grupo de aquellos chavos que, llevados de la mano por mi tío Chavo, reflexionamos sobre esa barbarie, y vimos cómo el ser humano es capaz de realizar actos inhumanos. Ese libro aún me deja con una terrible amargura, ya que es una muestra del destino infausto de más de seis millones de judíos cobardemente asesinados en cámaras de gas, muertos por infames hacinamientos o cercados por la hambruna, las enfermedades, como el tifus que terminó con la vida de Ana Frank, entre otros etcéteras. Por eso, El diario de Ana Frank es una obra inmortal: es una mirada en favor de la paz.
Recuerdo que mis amigos de infancia y yo nos quedábamos sin palabras al observar repetidamente las fotos de personas condenadas en Auschwitz, y nos entristecíamos por las miradas de sufrimiento, los cuerpos en los huesos y sus cabezas rapadas, de niñas, niños, jóvenes, personas mayores de edad, mujeres…, y nos daban ganas inmensas de llorar, más que nos imaginábamos el cruel destino de Ana Frank, y uno de esos chamacos, Hugo, de repente y enojándose con diosito, dijo: “¿Por qué permitiste tanto martirio? ¿Dónde estabas?” Hay un silencio sepulcral.
Hoy siento el mismo pesar, al ver en la Internet fotos de judíos enclaustrados en campos de concentración nazis, cadáveres “apilados”, listos para ser tirados en grandes zanjas o esas miradas hambrientas, cuerpos en los huesos, y resurge esa amargura, esa tristeza imperecedera, pero creo que en el cielo hay cantos de paz de esos seres maravillosos, como Ana Frank, que debemos escuchar para frenar la maldad humana, que desafortunadamente germina en ese mismo cielo. El diario de Ana Frank hoy y siempre es un canto de paz.
El tío Chavo
El Tote está en el cuarto-taller-oficina de su tío Chavo. Observa la imprenta azul y las hojas tamaño oficio o carta, colocadas conforme con las empresas respectivas. El olor de tinta aún es fresco. Se esparce por todo el cuarto. Al Tote le agrada ese olor de tinta. Desde entonces, lo trae grabado en la mente.
Como todas aquellas tardes, el Tote empieza a trabajar. Su tío da un volantazo a aquella imprenta azul, y él saca una hoja. En la parte superior aparece un logotipo de una empresa, recién grabado con tinta negra. El tío voltea, y sin que lo note, el Tote acerca a su nariz aquella hoja e inhala el olor fresco de la tinta. El Tote piensa lo que escribirá en esas hojas.
En el cuarto-taller-oficina, su tío es toda seriedad. Con él no hay nada de eso de estar contando chistes o de estar diciendo cosas que no valgan la pena: chismes. Ello tal vez se deba a que prácticamente no oye y hay que gritarle en uno de sus oídos para que le entren las palabras. Y otra cosa es que cuando te habla parece que te está regañando, y eso es por el tono fuerte de su voz y la seguridad de lo que dice. Con él no hay, como se dice, “medias tintas”. Dice las cosas como son o como piensa que son, dado que los momentos son piedras que podemos ir moldeando con nuestro diario caminar.
Pero en su casa, cuando toma su café de olla, la cosa es diferente: la tinta cambia de color, le da forma a esas hojas, va formando historias de la Segunda Guerra Mundial…
El tío Chavo bebe calmadamente su café de olla y, cuando el Tote le pregunta: “¿Cuál fue el destino de Ana Frank?”, dice: “No comas ansias, espérate a que vengan los demás. Ahorita, sólo te diré que la guerra es sangre, Tote, y, bajo ciertas circunstancias, los seres humanos se convierten en unas sanguinarias personas.” Van llegando varios chamacos y se va formando un remolino impaciente de voces.
El tío Chavo está bebiendo su café de olla. De repente, comenta a todos aquellos chamacos que Ana Frank nació en Frankfurt, Alemania. Su padre Otto Frank, a pesar de que había participado como teniente en el ejército alemán y era un conocido empresario, se dio cuenta de los problemas que se avecinaban, por lo que se va con su esposa, hija Margot y Ana a Ámsterdam, capital de Holanda, donde se hace cargo de una empresa, cuyo “Anexo” lo convierten en un escondite y se refugian, junto con otras cuatro personas, del asedio de los nazis. Casi al final de la guerra, son delatados y llevados a diferentes campos de concentración. Otto Frank es el único sobreviviente.
Los sobrinos y sobrinas del tío Chavo ahí reunidos, como el Ruso, Queso, Pichos, Pepón, Irma, Chela, y a algunos de los amiguitos del Tote como Hugo, Fidel, el Gallo, la China, el Barros Clay, el Donato, así como su hija Carmelita y su hijo el Gusi, se quedan sin palabras. Su esposa, a quien todos le dicen Chata, les ofrece un café, proveniente de una humeante olla de barro curado.
El tío Chavo les explica que, como todos los que se escondieron del acecho de la temible SS, Ana Frank no podía salir de ese “escondite”. Hay horas que les está vedado ir al baño o hacer ruido. Cuando hay ataques aéreos, no pueden ir al refugio antibombas, y el miedo a que sean descubiertos los tiene atenazados con sus garfios, y el Tote se la imagina ahí temerosa, pero prefiere verla escribir en su diario que ha llamado “Kitty”, donde va narrando todo lo que hará cuando termine la “odiosa” guerra. Seguramente, será escritora que ni duda quepa.
Cuando empieza a leer las partes que tiene subrayadas de El diario de Ana Frank, los chamacos reunidos a su alrededor están atentos y los minutos van pasando en su enorme reloj de cedro. El segundero es un péndulo. Es como una guadaña que va de un lado y luego hacia el otro.
(Cuando el tío Chavo empieza a leer, la luz en el espejo es fuertísima.)
“Viernes, 9 de octubre de 1942
“Querida Kitty:
“Muchos de nuestros amigos judíos son poco a poco embarcados por la Gestapo, que no anda con contemplaciones; son transportados en furgones de ganado a Westerbork, al gran campo de judíos, en Drente. Westerbork debe ser una pesadilla, cientos y cientos están obligados a lavarse en un solo cuarto, y faltan los W.C. Duermen unos encima de otros, amontonados, en cualquier rincón. Hombres, mujeres y niños duermen juntos. De las costumbres, no hablemos: muchas mujeres y muchachas están encintas…
“Imposible huir. La mayoría está marcada en el cráneo afeitado y otros, además, por su tipo de judío.”
Al Tote le da mucha tristeza la inhumana “caza” de las personas judías, que Ana Frank, explica claramente: “Muchos amigos han desaparecido y su destino nos hace temblar… Los alemanes llaman a todas las puertas para dar caza a los judíos. Si los encuentran, embarcan inmediatamente a toda la familia… Los que no se ocultan no se escapan a su suerte… Por la noche, veo a menudo desfilar a esas caravanas de inocentes, con sus hijos llorando, arrastrándose bajo el comando de algunos brutos que los azotan y los torturan hasta hacerlos caer. No respetan a nadie… Todos son buenos para el viaje hacia la muerte.
“Me da miedo cavilar que aquellos que estaban tan próximos a mí se hallen ahora en manos de los verdugos más crueles del mundo por la única razón de que son judíos.”
La faz de la tierra se vuelve a ensombrecer cuando el tío Chavo lee: “Nosotros, judíos, no tenemos el derecho de hacer valer nuestro sentimiento; sólo nos resta ser fuertes y valerosos, aceptar todos los inconvenientes sin pestañear… Un día terminará esta terrible guerra, un día seremos personas, como los demás, y no solamente judíos.
“¿Quién nos ha marcado así? ¿Quién ha resuelto la exclusión del pueblo judío de todos los otros pueblos? ¿Quién nos ha hecho sufrir tanto hasta aquí?”
También le impacta escuchar el heroísmo de algunas personas que no apoyaron a los nazis, con el riesgo inminente de perderlo todo:
“Todos los estudiantes que hayan terminado o piensan proseguir sus estudios este año han sido invitados a firmar una lista presentada por la Dirección, comprometiéndose a simpatizar con los alemanes y con el nuevo orden. El ochenta por ciento se ha negado rotundamente a renunciar a su conciencia y sus convicciones, por tal razón ha tenido que sufrir las consecuencias. Todos los estudiantes que no han firmado serán enviados a un campo de trabajo alemán. Si todos los jóvenes son condenados a trabajos forzados en tierra de nazis, ¿qué va a quedar de la juventud holandesa?”
(Me veo en el espejo y le pregunto al Tote: “Carnal, ¿qué hubieras hecho en ese momento: apoyar a los judíos o irte sobre ellos, por qué es más fácil irse con el impulso del agua? Responde: “¡Nel, qué chinguen a su madre hoy y para siempre los pinches nazis y neonazis!”)
El Tote cierra los ojos
El Tote cierra los ojos y se cuestiona: ¿cómo sería no poder salir a la calle, no ver a sus maestros Tomás y Olga, a sus amiguitos de la escuela primaria y a sus primas y primos?, ¿Cómo sería estar encerrado en su cuarto de vecindad con sus padres y hermanas y hermanos? El Tote sabe que el temor y la desdicha los invadiría por el incesante asedio de los crueles alemanes, que los pueden “cazar” y llevar a un campo de concentración. Luego de un momento de pensar en esa peligrosa situación, el Tote entiende cuando Ana Frank dice en su diario: “¿Puedes imaginártelo? ¡Salir a la calle! ¡Estar en la calle! Es inimaginable.”
También es imaginable el terror de Ana Frank cuando hay bombardeos y no pueden ir a un refugio antibombas, como lo hacen los demás. El Tote se imagina esos bombardeos de a deveras (y no como los de sus juegos), que destruyen vidas, casas, edificios, y esparcen la sangre por todos lados, como en las fotografías e imágenes de las enciclopedias de su tío Chavo, quien, en una parte de su lectura de El diario de Ana Frank, les dice: “Cierren los ojos e imagínense a Ana Frank en las siguientes escenas, escritas por su puño y letra.”
“No cabían engaños, la casa temblaba y las bombas no estaban lejos.
“Yo me aferré a mi maletita, más para asirme a algo que para huir, pues, de cualquier modo, nosotros no podíamos salir. Nuestra huida sólo sería la última instancia, y la calle nos reserva tantos peligros como los bombardeos.”
“¡Gulp!”, piensa el Tote al imaginarse no poder salir a la calle, al patio de su vecindad, por el que se va desenrollando su vida y entiende cuando el tío lee: “Voy de una habitación a otra, subiendo y bajando escaleras, y me veo como un pájaro cantor cuyas alas han sido brutalmente arrancadas y que, en la oscuridad total, se hiere al golpearse contra los barrotes de su estrecha jaula. Una voz interior me grita: ‘¡Quiero salir, quiero aire, quiero reír!’ Ni siquiera contesto ya, me tiendo en un diván y me duermo para acortar el tiempo, el silencio y la espantosa angustia…”
“Duermo para acortar el tiempo”, piensa el Tote, y lo invade una gran tristeza.
Ese pesar se ahonda cuando el Tote, escucha lo siguiente: “Nos vemos a las ocho en el Anexo, como si fuéramos un trozo de cielo azul rodeado poco a poco por nubes sombrías, pesadas y amenazantes. El circuito, este islote que nos mantiene aún a salvo, se achica constantemente por la presión de las nubes que nos separan todavía del peligro, cada vez más cercano. Las tinieblas y el peligro se estrechan a nuestro alrededor; buscamos un escape y, por la desesperación, chocamos los unos contra los otros. Todos nosotros miramos hacia abajo, allá donde los hombres luchan entre sí; todos nosotros miramos a lo alto, allí donde sólo reina la calma y la belleza de las que, sin embargo, nosotros estamos impedidos por la masa de las tinieblas que nos cierran el paso, tal un muro impenetrable que está a punto de aplastarnos, pero que aún no es bastante fuerte. Con todas mis fuerzas, suplico e imploro: ‘¡Círculo, círculo, ensánchate y ábrete ante nosotros!’”
El Tote soñaba con esas imágenes y hubo algunas ocasiones en que despertó con lágrimas por la mañana. A veces, el Tote tenía pesadillas: estaba con la luz apagada y miraba hacia el patio de la vecindad y pensaba que era como el “islote” de los que comentaba Ana Frank. De repente, estaba en medio de ese patio y lo veía cercado por enormes alambradas con púas. Hubo un momento, en que estuvo ahí con sus padres, hermanas y hermanos, azorados y apretujados, pero en silencio. Cada vez que hablaban, esas alambradas se iban cerrando… Eran paredes movedizas de púas. Las lágrimas también las hacían desplazar, cerrar… Están sangrando…
El Tote iba a la escuela y todo se iba sosegando por las clases de su maestra Olga o Tomás (debió ser alguno de ellos, la memoria, como lo dije, anda descalibrada), y sus juegos con sus amiguitos en el patio de la primaria que estaba por el rumbo del “Pueblo” de la Colonia Magdalena Mixhuca, del Distrito Federal. Luego, iba a trabajar con el tío Chavo, y de nuevo escuchaba sus pláticas grandiosas…
(Mi espejo se empieza a empañar, por más que lo esté limpiando con agua y periódico, sobre las pocas imágenes que va dictando la memoria. Se vuelve a empañar y lo vuelvo a limpiar… Y sé bien que, como tú decías, Ana Frank: “Todos nosotros miramos a lo alto…” y, como sabes, vamos formando círculos. La vida es un caudal de círculos que vamos entrelazando y haciendo girar, con calma o agitadamente, con nuestras acciones. El punto es, como bien lo sabes, no perder la fe. Aunque todo parezca perdido, hay que tener fe en uno mismo y en los demás, por eso te admiro, Ana Frank, cuando dices: “Puede perderse todo, la riqueza, el prestigio, pero esa dicha en tu corazón sólo puede, cuanto más, ensombrecerse, y volverá a ti siempre, mientras vivas. Mientras levantes los ojos, sin temor, hacia el cielo, estarás seguro de ser puro y volverás a ser feliz, suceda lo que suceda.”)
Ana Frank es eterna
Ana Frank es eterna. Sus palabras y su forma de pensar, delineadas en su diario, están en ese arcoíris que siempre debemos mirar. Los arcoíris son ráfagas de luz. Ahí están tus pensamientos, Ana Frank, en todo lo alto: “Aquel que es feliz puede hacer dichoso a los demás. Quien no pierde ni el valor ni la confianza jamás perecerá por la miseria.”
…
(La luz en el espejo baja de intensidad.)
Desde aquellos lejanos años de inicios de los setenta, sólo escucho o veo la solapa del libro, fotografía o cualquier cosa que evoque a Ana Frank y me da una terrible tristeza. Terrible por lo que pudieron (y siguen pudiendo) hacer los seres humanos a sus semejantes por creerse superiores o por pensar que sus atributos físicos, personales o de cualquier tipo están por encima de los demás, y les permiten llegar a la crueldad y hasta el exterminio de sus congéneres.
El nombre de Ana lo asocio naturalmente al nombre de Ana, mi hermana menor, que amo con toda la fuerza de mi corazón. De pequeña veía estrellas y osos menores y mayores en el cielo, que columpiaba con la luna para que se pudiera dormir. Recuerdo que, por aquel tiempo, comparaba su foto con la de Ana Frank impresa en su diario, que el tío Chavo me prestaba, y me angustiaba. Al poco rato, me sosegaba bebiendo un café de olla y me reanimaba como mi tío, y les volvía a leer a mis hermanas menores Ana y Silvia, y a mi cuasi gemela Teresita, a quien le llevo un año, las partes subrayadas de aquel libro. Ellas escuchaban y parecían entender la alegría, el desazón y las ganas inmensas de vivir de Ana Frank. Los semblantes de mis hermanitas, aunque pequeñas, reflejaban ese pesar, que era mío y de toda la humanidad.
Ahora que estoy recordando esos años lejanos, pienso que mi fascinación posterior por la historia griega y romana quizás se la deba a las referencias de Ana Frank a esas mitologías.
Además, El diario de Ana Frank, como su nombre lo indica, es un diario. Ahora lo tengo claro al recordar esos tiempos, que, desde aquellos lejanos años y en forma intermitente, me gusta escribir, sobre todo en hojas sueltas. Me acuerdo que, luego de las lecturas y narraciones de mi tío, llegué a escribir algunas palabras y frases, que el tiempo ha traspapelado. Espero que algún día esas hojas me las devuelva el viento que todo lo puede.
¡Claro, me cae el veinte en estos principios de marzo de 2023!: la pasión de leer y de escribir inicialmente me fue dada por los cuentos y las aventuras referidas por mi madre y las narraciones de mi tío Chavo sobre la Segunda Guerra Mundial, especialmente su lectura de El diario de Ana Frank. Por entonces, era un chamaco. ¿Qué será: de nueve, 10 u 11 años? Es decir, un poco menor de la edad de Ana Frank, que a los 13 años tuvo que esconderse con su familia y conocidos en un encierro total de dos años. Mi tío decía que ese diario estaba escrito con tinta que provenía de los latidos del corazón de Ana Frank.
Esas lecturas sembraron semillas de amor por los libros.
Considero que, independientemente del Monumento al Holocausto, construido en Berlín, Alemania, en memoria de los judíos asesinados en Europa, así como de los museos (entre ellos el dedicado a Ana Frank), existentes en algunas partes del mundo, entre otros símbolos instituidos, debería edificarse un enorme monumento a Ana Frank, en Führerbunker, Berlín, último cuartel general donde se refugió el lunático de Adolfo Hitler, y suicidó el 30 de abril de 1945.
La tinta de El diario de Ana Frank es roja
Como se dijo, la tinta de El diario de Ana Frank es roja. Esa estilográfica sigue por ahí y no fue incinerada como lo pensaste y escribiste ese 11 de noviembre de 1943, donde, con una lucidez inaudita, apuntaste: “Me queda un consuelo, por mínimo que sea, mi estilográfica ha sido incinerada y no enterrada. Confío que otro tanto será para mí, más tarde.”
También suelo pensar que un diario es un espejo: corres, brincas, lloras, ronroneas y gritas, pero estas rodeado de un silencio sepulcral, o a la inversa: pueden ser gritos verdes de júbilo.
El nombre que Ana le pone a su diario es “Kitty”: amiga inseparable, íntima, con quien puede platicar sobre sus problemas y anhelos sin reserva alguna. “Kitty” confidente, anverso y reverso de la moneda, de una Ana con mente prodigiosa que, como dijimos, tiene predilección por la mitología griega y romana y que bien pudo haber llegado a ser una periodista de renombre o escritora de altos vuelos, pero que, por una infame guerra, no pudo siquiera “ir en bicicleta, ir a bailar, poder silbar, mirar a la gente, sentirme joven y libre…”
Hoy y siempre tenemos tus palabras, tu diario, como un recordatorio para frenar de tajo el racismo y esa estúpida discriminación. ¡Carajo, todos somos iguales!
Ese diario está escrito con el corazón de una gran escritora. Prosa clara y contundente, oscilante y metafórica, como sus anhelos, que hoy y siempre nos hacen vibrar.
Da gusto imaginarte, Ana Frank, cuando escribes sobre tus ilusiones, tus dudas sobre tu porvenir: “Al escribir, me libero de todo, mi pesar desaparece y mi valor renace. ¿Seré alguna vez capaz de escribir algo de fuste, podré ser algún día periodista o escritora y ser amada? Me muero de ganas de un beso, del beso que se hace esperar.”
Le contesto: “Ana Frank, claro que trascendiste todos los confines de la Tierra y del Universo, al que diste la vuelta, una enorme vuelta con tu familia, conocidos de encierro, sobre todo Peter, quien por unos meses se convirtió en tu enamorado. Ana Frank, tu sangre es roja, roja, y, con sus latidos, escribiste: “No pienso ya en la miseria, sino en la belleza que sobrevivirá.”
“No hemos entendido nada del sufrimiento humano, que parece que es eterno”, escucho que dice mi tío. Me lo imagino y le contesto: “Cierto, tío, pero hay que seguir insistiendo.” Me contesta: “Así es, Tote.”
Tal vez por eso escucho que lee esta parte luminosa de El diario de Ana Frank:
“He sido favorecida por la naturaleza dichosa, por mi alegría y mi fuerza. Cada día me siento crecer interiormente, siento que se aproxima la libertad, que la naturaleza es bella; siento la bondad de cuantos me rodean, ¡y siento hasta qué punto esta aventura es interesante! ¿Por qué habría de desesperarme?”, y la cosa cambia, como el tono de la voz de mi tío Chavo que, aquí y siempre, está leyéndome esas partes subrayadas por la memoria.
Marzo 2023: releyendo El diario de Ana Frank
El Tote observa las partes subrayadas por el tío en ese libro y, además están marcadas con plumón amarillo fosforescente.
(Son luminosas y se reflejan en el espejo. Son imágenes fuertes porque el Tote se imagina el suceso narrado cuando se mira en el espejo. Debe decirse que ese espejo es especial, por eso está en todos lados reflejando lo que acontece. El espejo hoy tiene filos hirientes, como las risas de los desalmados nazis que llegaron a matar a más de diez millones de judíos, homosexuales, gitanos, disidentes políticos…, muchos de ellos jóvenes como Ana Frank. Los filos de la memoria pueden sangrar tristeza.)
El tío Chavo lee:
“Jueves 6 de julio de 1944
“¡Qué hermosa sería toda la humanidad y qué buena si, por la noche, antes de dormirse, cada quien evoca cuánto le ocurrió durante el día, y todo lo que hizo, llevando cuenta del bien y del mal en su línea de conducta! Inconscientemente y sin titubeos, cada quien se esforzaría por enmendarse, y es probable que, después de algún tiempo, se hallarán frente a un buen resultado… ”
El tío Chavo está platicando aspectos de la relación de Ana Frank con sus padres, las discusiones, la convivencia con su hermana Margot y demás personas que viven en el “Anexo”, así como de sus “protectores”, aquellos seres extraordinarios como Miep Gies, que trabajaba en la compañía de Otto Frank, padre de Ana, quienes, en el momento preciso y sin importarles los riesgos, escondieron a Ana Frank, sus padres, su hermana y otros conocidos en ese “Anexo”, que formaba parte de las oficinas de la empresa del padre de Ana Frank, que continuaba funcionando.
El tío Chavo señala que esos “protectores eran seres valerosos, que representan a la parte maravillosa de la humanidad, como Miep Gies”, de quien Ana Frank, escribe: “Miep está siempre cargada como un pequeño asno… Casi todos los días recorre kilómetros para descubrir legumbres que trae en grandes bolsas atadas a su bicicleta. Cada sábado, fielmente, llega con cinco libros de la biblioteca: los esperamos toda la semana con impaciencia. Exactamente, como niños a quienes se ha prometido un juguete.”
Pese a su adversa situación, el tío Chavo da realce al valor invaluable que los libros tienen para Ana Frank. Por ello lee: “Jamás las personas libres podrían concebir lo que los libros significan para las personas ocultas, como nosotros. Libros, más libros, y la radio… Eso es lo único que hay para nuestra distracción.”
El tío Chavo se pone serio. Explica que, el cuatro de agosto de 1944, Ana Frank, sus padres, su hermana Margot y las demás personas que estaban escondidas en el “Anexo” fueron arrestados y conducidos a campos de concentración. Excepto su padre, Otto Frank, nadie sobrevive. Ana Frank moriría en el campo de concentración de Bergen-Belsen, dos meses antes de la liberación de Holanda. De los trece a los quince años estuvo escondida en ese “Anexo”.
…
Amanece, es 31 de marzo de 2023 y leo en la Internet:
“Después de la publicación de El diario de Ana Frank en 1947, Otto insiste a Miep en que lo lea también. Sólo después de una larga insistencia, ella asiente. ‘Me alegré de no haber leído el libro justo después del arresto, (…) cuando estaba en el cajón de mi escritorio todos los días. Si lo hubiera hecho, habría tenido que quemarlo, porque era demasiado peligroso para la gente sobre la que Ana escribió. Más no pudimos hacer.’
“En los años posteriores a la guerra, la vida de Miep está dominada en gran parte por el recuerdo de Ana. Muchas veces cuenta sus historias sobre la Casa de Atrás y sus recuerdos de Ana….
“Todos los años, el cuatro de agosto, Miep y Jan Gies recuerdan la pérdida de sus amigos. Miep se da cuenta de que han hecho lo que pudieron. ‘En ese momento oscuro de la guerra, no nos quedamos al margen, sino que extendimos nuestras manos para ayudar a la gente, con todo el riesgo que eso suponía para nosotros mismos. No podíamos hacer más que eso.”’
Pienso: “Debemos releer toda la vida El diario de Ana Frank para que esos actos atroces no vuelvan a repetirse.”
…
El Tote y sus amigos están alrededor del tío Chavo
Me imagina al tío Chavo, sus increíbles historias de la guerra, los aplausos de aquellos chamacos cuando los “aliados” iban entrando a tropel en Normandía, en el día “D”, las granadas explotando, el sonido de las ametralladoras, las balas por doquier, todo para vencer a los nazis y poder liberar a los judíos en algún campo de concentración, las maldiciones a Hitler, sus secuaces alemanes, japoneses e italianos fascistas, que ni sabíamos el significado de esa palabra, pera ya los odiábamos.
(Me veo en el espejo. Cierro los ojos y toco y toco la memoria, y no pasa corriente sobre un dato que quiero precisar y que estoy seguro que le pregunté: ¿cuándo y cómo nació la pasión de mi tío Chavo por los acontecimientos relativos a la Segunda Guerra Mundial, incluyendo su sapiencia de El diario de Ana Frank y sucesos posteriores? En verdad, era increíble su erudición sobre la vida y la obra de Hitler y sus principales operadores militares como Goebbels, Hermann Göring, Rudolf Hess, Himmler, Heydrich, Eichmann, Josef Mengele, el “Ángel de la Muerte” y otros más; sus increíbles descripciones de los campos de concentración como Auschwitz. Tal vez de ese sinfín de revistas, libros, enciclopedias, fotos, que coleccionaba.)
Por eso, cuando iba a misa, recuerdo que rezaba por Ana Frank, y aquellos judíos atrozmente enclaustrados en los campos de concentración, esas personas que, aunque desconocidas, me habían sido presentadas por el tío Chavo, quien le llegó a decir a su sobrino: “Tote, en la vida todas las personas son iguales. Pueden ser diferentes por el color de su piel o religión, pero todos, y que no se te olvide, somos iguales, nunca te pases de listo o les faltes el respeto a esas personas.” Recuerdo que el Tote contestó: “Te lo prometo, tío.”
(No te he fallado tío, gracias por tus consejos de vida.)
…
A petición del tío Chavo, el Tote lee donde le indica:
“15 julio 1944
“Asombra que yo no haya abandonado aún todas mis esperanzas, puesto que parecen absurdas e irrealizables. Sin embargo, me aferro a ellas, a pesar de todo, porque sigo creyendo en la bondad innata del hombre… Veo el mundo progresivamente transformado en desierto; oigo, cada vez más fuerte, el fragor del trueno que se acerca, y que anuncia tal vez nuestra muerte; me compadezco del dolor de millones de personas; y, sin embargo, cuando miro el cielo, pienso que todo eso cambiará y que todo volverá a ser bueno, que hasta estos días despiadados tendrán fin, y que el mundo conocerá de nuevo el orden, el reposo y la paz.”
El Tote se queda pensativo, y dice: “¿Cómo alguien, acechada por tanta maldad, puede tener esos hermosos pensamientos de paz y amistad? Nadie le contesta.
Con esa emoción, el Tote sigue leyendo otra parte que le señala su tío:
“¿De qué sirve esta guerra? ¿Por qué los hombres no pueden vivir en paz? ¿Por qué esta devastación?
“¿Por qué se gastan cada día millones en la guerra y no hay un céntimo disponible para la medicina, los artistas y los pobres? ¿Por qué hay hombres que sufren de hambre, mientras que en otras partes del mundo los alimentos se pudren en el lugar porque sobran?” Otra vez nadie le contesta. No hay respuesta posible a esos acertijos inhumanos.
…
El tío Chavo les platica que Ana Frank fue enviada al campo de concentración nazi de Auschwitz el dos de septiembre de 1944 y más tarde al de Bergen-Belsen, donde murió de tifus alrededor de mediados de febrero de 1945, unos dos meses antes de que el campo fuera liberado. Su padre después publicaría el diario. Vuelvo a dar este dato para que no se nos olvide, como nos decía el tío Chavo.
…
El paso del tiempo decanta todo. En este correr del tiempo, que me dice que ya estamos en abril de 2023, estoy pensando en aquellos días de principios de los años setenta. Veo a mis amigos de la vecindad donde vivíamos y estoy con mi tío Chavo, quien siempre da buenos consejos. Ahora me dice: “Tote, aún estás chavo y la guerra y la maldad seguramente proseguirán en una historia sin fin. Haz lo que te corresponda. Crecerás y tendrás familia propia. Siembra en ellos la bondad y el amor por el prójimo. Nadie es superior. Todos somos iguales. Esperemos que la paz y el respeto mutuo, con sus flores de todos los tipos, se extiendan por siempre en aquellos campos de concentración.”
(La luz del sol va decayendo en el espejo.)
El Tote le contesta: “¡Esperemos que así sea, tío! De nuevo, ¡gracias por todo!”
Parece que lo escucha el tío Chavo, ya que, de inmediato, acierta a decir: “¡Te quiero mucho, Tote!”
“¡Te quiero mucho, tío!”
(Es la primera vez que dice esas palabras el Tote, quien no recuerda haberlas expresado en esos años. Emergen en este momento único, inigualable, formado en los cauces de la memoria que todo lo puede.)
…
El Tote está a la entrada del cuarto-oficina-imprenta de su tío Chavo, quien siempre mantiene abierta esa puerta.
El tío Chavo está a punto de dar un volantazo en aquella inmensa imprenta, que con su azul impone recuerdos.
Voltea y observa al Tote. Ambos se quedan pensativos. Al unísono, dicen: “¡Lo sentimos mucho, Ana Frank! ¡Perdónanos!”