Francisco J. Rosado-May
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Las precampañas han iniciado. Va a correr ríos de tinta, saliva y gigabytes digitales. La comentocracia, informada o no, va a usar diferentes enfoques, conceptos, paradigmas, datos, etc., a favor de uno u otro de quienes aspiran a la presidencia de la república y los otros cargos de elección popular.
Uno de los ángulos menos socorridos de análisis es el de la decolonialidad. No es de extrañarse, se debe a que ese tipo de análisis no es de dominio público, no es un tema que ha permeado adecuadamente en otros grupos sociales, aunque en círculos de intelectuales sí es tomado en serio.
De acuerdo con Andrade Guevara (2020, Rev. Mex., Cienc. Polit. Vol. 65), la decolonialidad tiene su origen en la Teoría Crítica que se originó en Europa hace como un siglo. Esta teoría analiza el papel de la visión europea en el desarrollo que estaban teniendo los diversos países del mundo.
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En los años 90’s del siglo XX, surge en Latinoamérica el concepto de Decolonialidad. Entre los autores más conocidos están Edgardo Lander, Ramón Grosfoguel, Enrique Dusel, Katherine Walsh, Silvia Rivera y, por supuesto, Boaventura de Sousa. El concepto diferencia colonización y colonialidad. El primero denota la apropiación de un territorio y la dominación sobre sus habitantes. El segundo se refiere a una forma de pensar que reproduce la ideología, visión, incluso prácticas, por parte de los colonizados, aún cuando la colonización ya haya terminado con la independencia de los países colonizados.
El concepto de decolonialidad revisa el “desarrollo” que tienen los pueblos colonizados y, con sustento en la ontología (estudia la naturaleza del ser y sus modos esenciales de existencia), epistemología (estudia la naturaleza, origen y validez del conocimiento), lingüística y filosofía, crea metodologías que demuestran que hay una correlación entre la dominancia de la visión eurocentrista (todas las colonias en el mundo lo fueron de algún país europeo), con sus valores formas de entender la naturaleza, la vida, la economía, etc., con la política pública, decisiones, acciones y conductas que vivimos en países como el nuestro. Nuestro desarrollo todavía refleja la colonialidad adquirida por ser colonia de España por muchos años.
Y es que no hemos sido capaces, por falta de condiciones, de ir generando nuestra propia identidad, visión, política pública, etc. La dominancia colonial persiste, en forma consciente o no, en gran parte debido al sistema económico mundial.
Con base en lo anterior, por ejemplo, si bien se escucha bien, y muchos lo consideran políticamente correcto, el himno nacional o del estado, o las mañanitas, etc., cantados en Maya, en realidad solo perpetúan, en lengua indígena, la colonialidad. Esto es porque la esencia del origen y mensaje de esas canciones no proviene de lo local. Como las canciones, hay muchísimo más cosas que hacemos, pero no dimensionamos como una extensión de pensamiento colonial.
En política también existe lo anterior. Incluso el pensamiento marxista es considerado colonial, mucho más lo son las prácticas de autoritarismo, de hegemonía de partido o de liderazgo dictatorial. Y no es porque en nuestro pasado indígena no haya existido prácticas semejantes, pero que no necesariamente son un reflejo de la cultura e identidad en las comunidades de los pueblos originarios. ¿O sí?
Necesitamos construir un sistema nuestro, no deberíamos asustarnos de la diversidad que de ello pueda emerger. La diversidad es estabilidad, la concentración de poder es polarización y causa de inestabilidad.
Es cuanto.