- Denuncia la absurda complacencia humana
- Es que ”bisnes are bisnes”
- Moderniza “Los amantes” de Magritte
- El consumismo salvaje, pandemia global.
Por Manuel Enríquez
Las obras de arte de Pablo Llana nos acorralan por completo, no casi casi, sino totalmente, y nos interrogan sin piedad:
¿Por qué el ser humano, tanto de un grupo como del otro, puede ser tan estúpido como para llevarse a la autodestrucción?
Ese planteamiento -que se deduce de sus obras- nos lo embarra en la cara, pero él lo hace con arte, con desechos de envolturas de golosinas y de comida chatarra, aderezado el coctel con resina y bien enmarcado. Utiliza las envolturas de todo tipo de frituras para transformarlas en arte pop de denuncia y, a la vez, en autocrítica severa con preguntas de conciencia.
El arte, en cualquiera de sus formas, constituye una refinada expresión espiritual que trasciende el tiempo y el espacio. Sin arte quién sabe que clase de seres seríamos: sin música, sin literatura, sin pintura. Sin estos deleites no es posible imaginarnos, o tan sólo de intentarlo se siente un nudo en el estómago. Desde mi punto de vista, no sería posible coexistir sin arte.
El arte explica, retrata, analiza, motiva, exalta, provoca, causa placer, da sentido, visualiza, busca, conmueve, sacude, sorprende, impacta, despierta, incentiva, altera, calma, sensibiliza, denuncia.
El arte alimenta el espíritu, lo renueva, reconstruye, revitaliza.
Para que la expresión sea arte, hay que crear algo pero con genialidad. Sólo así una obra puede trascender el tiempo y el espacio.
La Mona Lisa, por ejemplo, fue genialmente realizada a principios del siglo XVI (en 1503) y, ahora, en el siglo XXI (a más de 520 años transcurridos), aún sigue siendo admirada, se forman enormes tumultos para conocerla de cerca en el Louvre. La fama de ese cuadro de Leonardo da Vinci llega a todos los rincones del planeta y no tiene caducidad, así como el de Las Meninas de Velázquez (1656) o La joven de la Perla de Vermeer (1665) o alguna otra obra de arte de cualquier época, incluidas, claro, las pinturas rupestres de las cavernas como, por ejemplo, La Capilla Sixtina del neolítico” o las máscaras de las etnias africanas, o alguna obra medieval o renacentista o de los impresionistas como las de Van Gogh, de Monet o Renoir, o del arte moderno o del contemporáneo. O, por qué no, del Pop Art como ocurre con Andy Warhol o de Pablo Llana.
A partir de observar hechos continuos, masivos y muy cotidianos, como lo es por sí mismo el acto de comprar y de consumir todos los días y en todo momento, así como de realizar la desagradable labor de recoger desechos para luego lavarlos, desinfectarlos, seleccionarlos, clasificarlos y trabajarlos cuidadosa y muy pensadamente, Llana logra creaciones artísticas de gran impacto que van directo a la conciencia individual y colectiva.
Ahora miremos esta otra obra también realizada con puras envolturas de desechos de comida chatarra, lejos de generar ternura, da tristeza la condición de víctimas del consumismo en la que se
encuentran esos niños y, así como ellos, millones en todo el orbe; y nos pone en la frente el hecho de que México ocupa el Primer lugar en el mundo por niños y niñas con problemas de obesidad. Y de adultos también disputando el primer lugar con Estados Unidos.
Observar sus obras y reflexionar sobre las mismas, nos reduce a pensar que actuamos como zombis dominados por los desechos. Tal parece que Llana se empecina en gritarnos a la cara lo que hoy en día somos o en lo que nos estamos o hemos convertido: en mentes complacientes,
controladas y supeditadas al mercantilismo sin ética y sin escrúpulos de una ideología que en la práctica se ha descompuesto, que predomina en el mundo, que no permite virajes y que combate con todo el mínimo replanteamiento de su objetivo: vender, vender, ganar dinero, ganar, a costa de lo que sea.
Sus obras constituyen un fuerte manotazo sobre la mesa para decirnos tanto a los que venden como a los que compran: DESPIERTEN.
De esa forma Pablo Llana reclama entrar en razón haciendo a un lado “el valemadrismo” de todos en cuanto a todo lo que nos ofrece el mercado para consumirlo, consumirlo, consumirlo… en aras del dinero, del dinero y primero siempre del puro dinero.
Nos pone frente al espejo y cuestiona: ¿Quiénes somos ahora, qué estamos haciendo con nosotros mismos? ¿Dónde queda la ética? ¿Dónde quedan los valores? Y, lo peor, su obra nos hace una pregunta qué tiene mucho sentido: ¿Dónde está la inteligencia humana, a quién sirve y para qué?.
Francois Magritte, el gran pintor surrealista-existencialista belga, en sus obras es contundente en mostrarnos que los seres humanos somos máscaras. Esto, al parecer impacta a Pablo Llana, quien al reflexionar al respecto propone lo que somos detrás esas las máscaras o de la funda que coloca Francois a”Los amantes”. Pablo quita las fundas y toda las máscara para definir lo que somos de acuerdo a ésta época actual, algo tecnológicamente mucho más moderno para sus personajes, y de esa manera agudiza el planteamiento de Magritte de dos seres cercanos pero completamente desconocidos.
Veamos la obra de ambos autores:
Magritte propone que somos seres cercanos pero completamente desconocidos, incluso entre amantes. Ahora veamos la definición de Llana:
Así, el artista tijuanense ironiza y nos mete a una espiral sin fin: somos deseo, dinero, consumismo, somos seres autodenigrantes (vemos a la mujer como una deliciosa, rica y calientita hamburguesa) y además estamos ya todos encriptados, somos códigos. Y esto nos lleva a reflexiones más abundantes de autoconciencia:
No sólo somos seres cercanos desconocidos como lo propone René en su cuadro, sino que somos, además, hoy por hoy, seres cercanos en efecto pero individualmente aislados y herméticos por la tecnología. Somos seres cercanos pero encriptados en el individualismo salvaje, en el cada quien para su santo. Nuestros valores se pierden y nos deshumanizamos cada vez más. Ya no podemos ni queremos mostrarnos con nuestros semejantes. La sociedad, el consumo, el mercantilismo nos
encripta. Somos código de barras, somos envoltura, somos cifras, números, dígitos, somos precio (vales cuanto tienes, de lo contrario pasa uno a formar parte de las cifras masivas de “los
olvidados” de Buñuel). Somos cantidad no calidad. Y nos tienen bien checaditos y controlados en números y con logaritmos, empezando por Hacienda, en el INE, en la salud, en las redes sociales nos conocen hasta en lo íntimo (y un logaritmo nos observa y nos define,), incluso nuestro propio reloj nos monitorea, nos conoce y nos advierte.
Su obra, en general, cada vez que la vemos es como si Pablo Llana nos diera un zape, y otro zape y muchos zapes más, pero luego darse cuenta que no entendemos, y nos mete a todos en una sensación terrible de frustración e impotencia a la vez pero complaciente.
Los gobernados por consumidores bestiales y los gobernantes por permitir y ser parte cómplice del absurdo.
La obra de Llana es un acto de rebeldía al sistema capitalista salvaje que nos envuelve, un sistema que tiene sus virtudes pero que han caído en el libertinaje y en la perversa actitud destructiva.
Llana protesta, hace una fuerte protesta, es un gran grito desesperado por un despertar y no lograrlo:
Pablo Llana expresa denunciando con genialidad, pero es una denuncia aplastante, de tal forma lo hace que ridiculiza a la humanidad al colocarla como un enorme engranaje que nos lleva a la autodestrucción.
Para que una expresión sea artística, cómo ya dijimos, debe estar cargada de genialidad que
resume, que captura, que explica, que revela , que descubre, que lo es todo pero que, a la vez, es síntesis o nada, o vacío simplemente.
Es así como los artistas con su genialidad crean y generan maravillosas propuestas musicales,
literarias, plásticas, esculturales y de movimientos corporales con alto grado de complejidad y de expresión humana.
El mexicano tijuanense Pablo Llana, denuncia genialmente, el caos del consumismo salvaje como sistema que nos tiene atrapados mental y físicamente mediante la imposición avasallante del marketing o, muy frecuentemente, mediante la metralla.
Bien engranados estamos todos, de conciencia individual y colectiva, con el caos.
Y el mexicano Pablo Llana lo logra mediante la denuncia de lo absurdo, de lo rapaz. Sus obras son de tal una contundencia que generan un dolor en el pecho, causan sensación de vómito, pero lo curioso es que se quedan en la mente. ¿La razón? Su fuerza y claridad sintetizada para denunciar. Pablo Llana oscila entre la complejidad conceptual abstracta de Marcel Duchamp, el misticismo surrealista y aterrador de René Francois Magritte y la repetición apabullante de Andy Warhol.