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Cuando los poetas recuerdan la infancia

30 abril, 2023
in Litorales
Reading Time: 14 mins read
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Por Alejandro Querejeta

Sucede que la infancia es la época en que el hombre se detiene más en los detalles. Cuando los poetas recuerdan la infancia, en sus textos afloran de inmediato los detalles: el patio soleado, el mar que se oye en el tronar de un caracol, la partida de los padres, el abrazo de los abuelos, los ciclones…

Agustín Labrada es un poeta que en casi todo lo que escribe la niñez se deja ver con su magia, su sólo aparente irrealidad, porque muchas de las imágenes que dibuja constituyen símbolos de sus relaciones filiales, de sus impresiones del paisaje, de lo que para él representaba el mundo de aquellos primeros años.

Miles de acontecimientos y cosas, que en otras edades pasan inadvertidos, aquí se detienen. Hay una imagen particularmente curiosa en uno de los poemas de Labrada, la de un caballo en una desenfrenada carrera, con una libertad y elegancia asombrosas. Sólo en los ojos de un niño pudo salvarse.

Labrada escribe una poesía que se ocupa de indagar cada vez más en la infancia, pero sin soslayar problema alguno, por doloroso que sea. “Vientos que dejaron sus cenizas” es un poema que se inscribe en esta línea. Son versos fuertes, de corte autobiográfico, que nos inducen a la reflexión.

Alejandro Querejeta (Holguín, Cuba, 1947). Destacado catedrático, periodista y escritor. Fungió como docente en la Universidad de San Francisco de Quito y subdirector del periódico ecuatoriano La Hora. Figuran entre sus libros Los términos de la tierra, Arena negra, Cuaderno griego, Crónicas infieles, Cartas interrumpidas…Actualmente, vive en Estados Unidos.

Selección de poemas del libro de Agustín Labrada La soledad se hizo relámpago.

PATIO

El patio era una sorpresa.

Nos levantábamos con el sol

a cazar los colores

                                                 mariposas

y en ellos la inocencia.

Nuestras naves surcaban imaginarios mares

que poseían pájaros del verano.

Luego surgió un Ulises y una Penélope

y aparecieron los troyanos del barrio

armados con viejas tablas.

Así fuimos cómplices

                                    de muchas batallas

de tantas emboscadas a la luna

hasta el último guerrero.

VIENTOS QUE DEJARON SUS CENIZAS

Los vientos dejaron sus cenizas

entre las ramas del ciruelo

un leve otoño descendió

mientras oíamos cruzar viejos navíos

por el océano de un caracol.

La tierra se hizo inmensa

a la llegada de noviembre

y en la mirada de los perros

conocimos presagios de ciclones.

Un frío antiguo

nos dejó mi padre en la ventana

graznidos a medianoche

confundían el laberinto

             de una historia

grabada en sus espaldas.

Mi abuela abrió sus brazos

su amor              (único arroyo)

compartiendo la humilde ronda

aunque afuera girase la tormenta.

QUERÍAMOS UN REFUGIO UNA HOGUERA

Queríamos un refugio una hoguera

el atardecer

                         habitado de colibríes

y la tranquilidad de los manantiales.

Queríamos el maíz y los cerezos.

Pronunciamos el idioma del sol

en la época

                  soñada

                                 del vino.

Del abismo regresó la abuela

y tibios panes

alegraron la fiesta de la mesa.

Pero el rancho visitado por los demonios

                                                se incendió

las avispas

huyeron del verano

dejándonos el susto de las bestias…

Perdimos los frutos

el sendero que nos conducía al pozo

el escondite de las garzas…

Nadie impidió

la furia del diluvio

y no hubo barcas

                             ni delfines.

SIMPLE COMO LA FLOR DEL ROBLE

Aún desnudo los espejismos

               de la infancia

lejanas constelaciones

dibujo de los amigos

descalzos entre las orquídeas.

Llovía

y la casa era (blanca)

extenso paraíso

al que no bajaron

                               los ángeles.

La familia abandonó la flauta

y quedó ciega

                           imagen borrosa

                            en el traspatio.

Yo seguí danzando entre las trenzas

                 de la abuela

con la esperanza de una luz

simple como la flor del roble.

EN LOS ESPEJOS

Mi madre nace en los espejos

los objetos hábilmente puebla

y deshace

                              las fábulas

de la lluvia.

Mi madre busca la calle que no existió

la inmensa calle del tiempo

donde somos tímidos animales.

Si la casa es rondada

                                       por fantasmas

su canto dibuja siluetas

luces

          que quiebran

                                    la incertidumbre.

Mi madre traza nostalgias y límites

habla de antiguas paredes asustadas

y navega lentamente en la ternura.

OCÉANOS

Necesito unas palomas

la brisa de los bosques

hoy que las golondrinas se llevaron el pan

y el hogar sigue desierto y mudo.

Mejor no pienso en los espectros familiares

me nombro marinero

pero ignoro la ruta de los relámpagos

y el azuloso

                         país

                                   de las cascadas.

Mañana partirán los emigrantes

hacia la alucinación de la distancia

mientras quedo

con esta edad de océanos

        y el temblor de los símbolos…

CAMINATA

Vamos atravesando nubes y flores

con la certidumbre de encontrar

otra añoranza en el paisaje.

Pasa un caballo a trote

por el claro mapa de la pradera

cruza el río en un salto

                                     de leyenda

siente la libertad de la intemperie

y su relincho vaga entre las hojas.

Alguien

          se adelanta

                           con los pájaros

llevándose la tarde en la carrera.

Sobre el lomo de las yagrumas

cae una mansa llovizna

todos caminan y nosotros

confiamos los secretos a la hierba.

¿NO OYES EL VIOLÍN?

                                              ¿oye alguien mi canción?

                                                      José Lezama Lima

Tengo miedo

mis manos son demasiado pequeñas

y no alcanzan la ventana que da al cielo.

Mi madre pasa y vuelve a pasar y no me ve

hay una telaraña entre sus ojos y los míos.

Ella quiere que la casa se pueble de otros ecos

cuentos alegres

a la sombra feliz de la ignorancia

                                                          y no me ve

                                                          y no me ve

                                                          y no me ve.

¿No oyes el violín?

¿No oyes el violín?

Estos son mis buenos vecinos

jueces absurdos como el crimen

que ignoré en mis juegos

                         y en mis bailes ruidosos.

Esos adultos

dueños de una ética alucinante y antigua

pretenden rodearnos de fronteras

y no ven las luces violentas de mi tiempo.

¿No oyes el violín?

¿No oyes el violín?

Casi todo nos falta

la pobreza es un perro triste

no adornes con cal lo humilde que somos

diles que mi padre

nos dejó en la estación de la sequía

que crezco como puedo

y me enamoro de las estudiantes.

A él dile que no quiero sus monedas

ya aprendimos a sacar pan como los magos.

¿No oyes el violín?

¿No oyes el violín?

Nunca me dijeron: la ciudad

engaña tan bien como una puta fina

                  un adolescente se pierde

y puede ser devorado por los lobos

                                hay decadentes

matan con su apetito la alegría

trafican tu suerte

sin que respires

sin que digas nada

hasta ahogarte con sus propios derrumbes.

¿No oyes el violín?

¿No oyes el violín?

Qué difícil hallar

el llano transparente de la humanidad.

Tags: Alejandro Querejeta
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