(SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE)
Campeche se levanta e inicia los preparativos de su escisión definitiva de Yucatán
Este pequeño amotinamiento descalabrado de raíz de los tekaxeños, no terminaría ahí, con la derrota en Oxkutzcab. En Campeche, el 6 de agosto de 1857, un pronunciamiento encabezado por don Pablo García y don Irineo Lavalle, cercanos al político yucateco Liborio Irigoyen, que era contrario al gobernador, se erigió en contra de don Pantaleón Barrera. Barrera le declaró la guerra a la traición campechana, comenzó a reunir tropas y vituallas para emprender la campaña en los muros de Campeche, dejando desgraciadamente desguarnecido en parte los cantones militares del sur. El 6 de septiembre de 1857, tropas de Campeche y de Yucatán, se vieron las caras a pocos metros. A las cartas que envió con palabras duras el jefe militar del ejército yucateco, don Manuel Cepeda Peraza, instando a los campechanos a deponer las armas y a reconocer al gobierno de Barrera, don Pablo García respondió con palabras no menos altivas, y en su carta venía el signo de los tiempos que pronto haría seccionar por primera vez a la Península de Yucatán:
“Esto querría decir que el Distrito de Campeche no puede vivir en paz y bajo un mismo gobierno con los demás del Estado, y que en tal caso sería indispensable iniciar de todos modos una división legal para separar dos partes incompatibles que no pueden seguir formando un solo todo”.[1]
Mientras se ponía en juego toda la diplomacia –incluso se llegó a pedir que mediara en esta pugna regional el gobierno federal- para tratar de exorcizar la lucha fratricida de dos hermanos de la misma madre, pero que como Caín y Abel se enfrentaban en sus odios reconcentrados, sucedieron los horribles sucesos de Tekax.
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Bajaron de la Sierra camuflajeados como soldados campechanos
Desde la derrota del 11 de agosto en Oxkutzcab, los tekaxeños esperaban nuevos signos prometedores que los librara del “tirano” de la leva, curando su orgullo herido, cuando el 14 de septiembre de 1857, a las diez de la mañana, bajando la sierra y otros puntos de la población, se presenta un nutrido grupo de “soldados” gritando vivas a Campeche y mueras a Mérida. Los tekaxeños todos, incluida la guarnición local de soldados les abrieron las puertas a este ejército “campechano”. Ningún tiro fue pegado en una plaza que se prosternaba con el “libertador” “campechano”.
Solo 22 soldados, un tal Ávila, el bravo Eusebio Ramírez Escalante, entre otros soldados pundonorosos defendiendo los legítimos derechos de Yucatán, no se pasaron al bando que ya había invadido la ciudad sureña. Y es que el grueso de tekaxeños, soldados y vecindario, creían que estos invasores eran los pronunciados de Campeche contra el gobierno constitucional de don Pantaleón Barrera y la facción yucateca, o restos de las fuerzas tekaxeñas derrotadas en Oxkutzcab. ¡Cuán caro pagó su defección la altiva Tekax! En poco tiempo comenzaría una hecatombe que iba a bañar de sangre la sierra, uno de los episodios más cruentos de eso que conocemos como Guerra de Castas de Yucatán.
Apenas y los invasores tomaron las calles y se posicionaron de la plaza, cubriendo algunos puestos avanzados para no ser sorprendidos por los soldados de Onofre Bacelis que huyeron a otros pueblos en busca de refuerzos, comenzaron una de las peores masacres de la historia de tantas masacres que fue la Guerra de Castas. Primero desenvainaron sus machetes contra los soldados yucatecos que habían engrosado sus filas, que fueron fría y villanamente asesinados. Luego, los invasores se arrojaron machete en mano sobre las casas del pueblo, se cebaron en las tiendas de aguardiente para beber hasta hartarse de alcohol y sangre, matando sin distinción a niños, ancianos y mujeres. Fue entonces cuando los atribulados tekaxeños supieron que no se trataban de soldados campechanos, sino “indios bárbaros los que ocupaban la ciudad”.[2]
El héroe Ramírez Escalante: primero matan a mi familia antes que rinda la plaza
De tan terribles males ocurridos entre el 14 y 15 de septiembre de 1857, el patriota Eusebio Ramírez Escalante, de los pocos soldados yucatecos que no huyó ni defeccionó, no aceptó trato alguno con el “bárbaro” que sangraba impunemente su ciudad. Atrincherado con sus 22 soldados en el segundo piso del cuartel del Activo de Mérida, pegaba balas certeras a los cruzoob. Estos intentaron tomar a la fuerza el cuartel, siendo una empresa imposible. Ramírez Escalante no rindió la plaza ni cuando se le amagó por el enemigo con asesinar a varios de sus familiares, ni cuando irremediablemente se cumplió este vaticinio, viendo morir a su familia frente a sus ojos. Y tampoco cedió a las exigencias de rendición, en el momento en que una pira se había cebado contra la galería baja del edificio donde se recluían este puñado de valientes soldados yucatecos.
28 horas duró el festín
28 horas duró el festín de las huestes de Santa Cruz contra esta indefensa ciudad, confundida por tantas pasiones violentas de la política peninsular. El capitán Onofre Bacelis, retirado de Tekax, buscaba con insistente afán a voluntarios para liberar a Tekax, y todavía dudaba si eran campechanos o santacruceños los que habían entrado a saco a Tekax. La grandeza de Oxkutzcab ante estos terribles momentos que sufrían los tekaxeños, es digna de encomio perenne, pues en ningún pueblo de los alrededores, salvo en Oxkutzcab, Onofre Bacelis pudo reunir a 80 voluntarios, y con ellos emprendió su regreso a Tekax, y en la madrugada del 15, al saber plenamente que eran santacruceños con quienes se toparía, dividió a su tropa en tres secciones, y penetraron a Tekax. Los pocos cruzoob que quedaban, huyeron despavoridos a la Sierra. Tekax, en esos momentos, el atrio de la parroquia y las calles, representaban un túmulo colectivo con charcos de sangre, restos humanos y tantas huellas de violencia inenarrable.
¿Cómo interpretar los sucesos de Tekax? Alejarse del neo-indigenismo maniqueo
Esta breve descripción de los sucesos de Tekax, recientemente ha sido escamoteada por una vena indigenista de la Guerra de Castas. Sin embargo, antes de la vena indigenista en el que transcurre buena parte de las visiones literarias y políticas del Yucatán actual, los yucatecos sí celebraban ese tiempo como de pérdida y situación caótica para los pueblos yucatecos cercanos a la frontera. Apuntemos dos anécdotas para reforzar nuestro dicho: después de la matanza y saqueo de Tekax, los sobrevivientes, tal vez como una especie de mantra, celebraron “una misa conmemorando la captura y ejecución de Canek, presumidamente una expresión del deseo de regresar a tiempos más felices”, donde el orden colonial actuaba rápido y sin dilación alguna. Todavía entrado buena parte del siglo XX, muchos pueblos yucatecos, Tekax, Peto y Valladolid sobre todo, celebraban con gran pompa y ceremonia, el 30 de julio como día de duelo estatal. Los yucatecos celebraban esta fecha desde 1887. En un decreto de ese año, se decía que “para conmemorar y honrar la memoria de las víctimas de la civilización contra la barbarie, se declara día de duelo en el Estado, el 30 de Julio, fecha en la que en 1847 estalló la rebelión indígena en el pueblo de Tepich, al Oriente de la Península”. Aun con la distancia de más de un siglo, un hijo de Tekax se refirió de esta manera a lo que sucedió en esa ciudad sureña en septiembre de 1857, cuando “se desataron los demonios de la barbarie y el salvajismo”; cuando “los indios andaban por las calles rojas de la sangre de sus víctimas”.[3]
Sin embargo, en estos tiempos de sobrado indigenismo y pensamiento políticamente correcto, uno no puede escribir, so pena de ser condenado y excluido por ser parte de las tendencias revisionistas de la Guerra de Castas, como escribió Reed (y Reed no forma parte, precisamente, del revisionismo), que Crescencio Poot “había ido a matar dzulob” en Tekax, y que hacía “pocas diferencias de edad ni sexo; de los niños salían luego soldados o madres de soldados”. Uno no puede escribir, con Reed, el clásico, que al momento de saber de la salida de Onofre Bacelis con 80 soldados, cediendo Bacelis la plaza de Tekax a estos “campechanos” para que no corriera la sangre, Crescencio Poot, el Tata Chikiuc (jefe militar) de Chan Santa Cruz, ordenó que comenzara la matanza:
“La gente de la ciudad había echado las contraventanas y atrancado las puertas, temerosa de que se produjera una escaramuza en las calles y le alcanzaran algunas balas perdidas. Pero ahora les abrieron las puertas a golpes de ariete, les treparon por las redes, les penetraron por las ventanas. Los machetes eran más útiles de cerca que los rifles contra los inermes, y los amos de casa que tenían pistola o espada sólo podían diferir lo inevitable: los gemidos de los niños de pecho se interrumpían de repente; en las habitaciones traseras, donde intentaban esconderse, se oían ahogados gritos y maldiciones de hombres y mujeres; los mismos gritos y maldiciones resonaban fuertemente en los patios o las calles. Algunos, comprendiendo a tiempo el clamor, habían ganado el campo; otros se ocultaron en bodegas, en la pestilencia de las cloacas inmóviles entre los muertos, sufriendo en silencio inquisitivas patadas, culatazos o machetazos, mientras las moscas revoloteaban y se posaban en la sangre que se secaba. Más de un millar murieron”.[4]
Cinco días les llevó a los sobrevivientes enterrar a sus muertos. Después de aquella “noche de San Bartolomé”, el pánico corrió como pólvora seca por todos los pueblos de la Sierra. En el pueblo de Tixmehuac, cercano a Chacsinkín y de la jurisdicción de Tekax, los “sucesos de Tekax” forzaron a los notables de dicho lugar a escribir al gobernador, el 29 de octubre de ese año, una carta de preocupación no exenta de la retórica de la época. Esta parte de la Península, que antes de la guerra fue poblada y productiva, decían los de Tixmehuac, actualmente se hallaba casi en “ruinas y escombros”, con gente o muerta o migrada, y con pocos brazos que tuvieron que cambiar el azadón por el fusil. Los notables de Tixmehuac estaban convencidos de que, al no actuar para acabar con la Guerra de Castas, “llegará entonces la hora fatal en que no encontrando los bárbaros resistencia se desbordarán de los bosques y montañas, como las aguas, que inundan los llanos; y nuestra patria nublada, entre el humo y las llamas, que inundarán la retirada de los que puedan salvar sus vidas, quedará borrada del catálogo de los pueblos cultos”.[5]
Los intelectuales orgánicos con corte indigenista en sus interpretaciones, tanto de Yucatán como de Quintana Roo, sin qué decir de la romántica ringlera de gringos de paso por la Península, y algunos trabajos historiográficos de corte neoindigenista, dicen poco de esta brutal arremetida de las tropas de Crescencio Poot contra una ciudad indefensa como Tekax, y descreo que estos intelectuales indigenistas verían como «héroe» a don Eusebio Ramírez Escalante. Recientemente, el trabajo de Francisco José Paoli Bolio,[6]no toca para nada ni la matanza de Tekax de 1857, y aunque se trate de una historia gráfica de la guerra de castas, omite de sus páginas el grabado de 1879 de la Guerra de Castas que engalana este artículo.[7]
De hecho, es tanto el desconocimiento o la “ideologización” de la Guerra de Castas de la mayoría de la historiografía del siglo XX y XXI, que pensamos que las víctimas históricas fueron los de Santa Cruz, y los victimarios, los yucatecos en su conjunto. Esta interpretación es muy distinta a la que presentaron los trabajos clásicos de Serapio Baqueiro y la mayoría de los intelectuales meridanos de la segunda mitad del siglo XIX, que concebían distintas subregiones en conflicto y distintos actores sociales (no sólo “cruzoob” y yucatecos), hablaban de la región “fronteriza” y cercana al campo defendido por Santa Cruz, y no desdeñaban de narrar matanzas brutales como la de Tekax de 1857, de Tunkás en 1861, o de Bacalar en 1858.
Sin embargo, a partir de los trabajos de Nelson Reed, el soberbio narrador gringo que se puso del lado de los cruzoob desde el principio, del colmexiano Moisés González Navarro y hasta del mismo Dumond y su monumental trabajo historiográfico El machete y la Cruz…, la visión del paisaje peninsular de la segunda mitad del XIX resulta dividida entre dos campos diametralmente opuestos: Mérida y Santa Cruz, desconociendo la realidad que fermentaba en las regiones fronterizas, luchando y sobreviviendo entre dos fuegos que llegaban desde las dos regiones apuntadas. A partir de los trabajos de Paul Sullivan, de Martha Herminia Villalobos González, pero sobre todo, de Terry Rugeley y mis propias interpretaciones para la lejana Villa de Peto, estas visiones “bipolares” de la guerra de castas han sido modificadas.[8]
Hay que decir, desde ahora (véase mi propuesta reinterpretativa de la Guerra de Castas con las fronteras interiores y los pueblos fronterizos yucatecos como Peto y Tekax[9]), que los de Chan Santa Cruz fueron tanto víctimas como victimarios en esta larga, cruenta, desolada y bárbara guerra, que fue la Guerra de castas: fueron victimarios en la matanza de Tekax de septiembre de 1857, en la caída estrepitosa y sangrienta de Bacalar en 1858,en las considerables arremetidas contra Peto en tantos años de guerra en las fronteras, y matanza y “paseo” brutal de Crescencio Poot por Tunkás en 1861. Fueron tantos los golpes y las matanzas que los cruzoob hicieron a estos pueblos de frontera yucatecos (que va de Tekax, llega a Peto y se dirige a Valladolid), que llamar únicamente víctimas a los de Santa Cruz es desconocer plenamente el conflicto. La brutalidad, es cierto, comenzó con la arremetida meridana años previos de la guerra de castas, es cierto que lo de la venta de mayas a Cuba es un baldón del Yucatán racista del XIX, es cierto que el henequén fue una gigantesca mazmorra, es cierto que los de Santa Cruz crearon una “región de emancipación” en sus bosques orientales, pero también es cierto que la brutalidad también vino de Santa Cruz, convertidos en victimarios, contra estos “pueblos fronterizos” a lo largo de más de 50 años de «terror en las fronteras» yucatecas.
[1] Eligio Ancona. Historia de Yucatán. Desde la época más remota hasta nuestros días. Tomo Quinto. Mérida de Yucatán. Imprenta de El Peninsular. 1905, p. 28.
[2] Eligio Ancona. Historia de Yucatán. Desde la época más remota hasta nuestros días. Tomo Quinto. Mérida de Yucatán. Imprenta de El Peninsular. 1905, p. 30.
[3] “Recuerdos del tiempo viejo. 14 de septiembre de 1857”, por Andrés Ayuso Cachón. La Voz del Sur, periódico de Tekax, 15 de abril de 1959.
[4] Nelson Reed. La Guerra de Castas de Yucatán, México, Editorial Era, 2014, p. 168.
[5] AGEY, Poder Ejecutivo, sección Gobierno del estado de Yucatán, serie Gobernación, acta celebrada en los pueblos de Tiholop, Tixbaká y Tixmehuac en adhesión al gobernador del Estado para contribuir a poner fin a la guerra debido a los sucesos ocurridos en Tekax, c. 125, vol. 75, exp. 45 (1857). Las cursivas son mías.
[6] Francisco José Paoli Bolio, La Guerra de Castas en Yucatán. Historia Gráfica, Mérida, Dante, 2015.
[7] Véase la reproducción de este grabado en el número 2 de la Revista Saastun. Revista de Cultura maya, Mérida, agosto de 1997, pp. 58-59.
[8] De Rugeley, véase “Violencia y verdades: cinco mitos sobre la Guerra de Castas en Yucatán”, en La Palabra y el Hombre. Revista de la Universidad Veracruzana. Tercera época, número 21, verano de 2012, pp. 27-32.
[9] Avilez Tax. Paisajes rurales de los pueblos de las fronteras. Tesis Doctoral. México. 2015.