Por Gilberto Avilez Tax
En el expediente de la Visita Oficial que el vicegobernador yucateco José María Iturralde hiciera a los pueblos de Yucatán en 1878, existe un cuadro paisajístico de cómo las élites meridanas concebían a la autonomía de los mayas rebeldes del oriente de la Península y, a su vez, la forma como los políticos, intelectuales y varios hombres de empresa meridanos visualizaban a las tierras de la territorialidad rebelde: como tierras feraces que podrían ser “inagotables manantiales de riqueza pública”, pero que actualmente estaban sustraídas al poder meridano debido a la “plaga” de “la guerra de indios”.[1] Años antes, en un trabajo trunco para analizar los orígenes de la Guerra de Castas, Apolinar García y García, como tantos otros letrados yucatecos, al hacer un compendio rápido de la flora y fauna de Yucatán, no se despegaban de la idea de la inagotable riqueza forestal de la costa oriental de la Península: “La parte más abundante de estas producciones y de mejor calidad de terrenos, es la que tienen ocupada los indios rebeldes, en cuyos bosques se ocultan fácilmente”.[2]
“Un general patriota y denodado” y el “statu quo inexplicable”
El statu quo que subsistía para esas épocas, sólo se rompería en la década última del siglo XIX, cuando Porfirio Díaz había visto la conveniencia de repartir entre sus allegados y la oligarquía nacional y henequenera,[3] el rico territorio de los mayas rebeldes del oriente de la Península. Es interesante señalar, que antes del año de 1895, cuando en el sur de Yucatán se había comenzado el avance porfiriano para la “pacificación” cruzob, tan anhelada por las élites nacionales y regionales; entre la intelectualidad meridana ya se señalaba ese cambio de tónica en el Gobierno porfiriano, distinto a los gobiernos anteriores inmersos en convulsiones a lo largo de las primeras siete décadas del siglo XIX. Se escribían loas a la “virilidad” del gobierno del tuxtepecano, “un general patriota y denodado”, al mismo tiempo que se hacía la crítica de la imposibilidad del gobierno yucateco para pacificar a “un enemigo pequeño en número” y “pequeño en elementos físicos e intelectuales”.[4] Con un gobierno fuerte como el que se ejemplificaba con don Porfirio, ya no era tiempo de:
“[…] permanecer en un statu quo inexplicable, supuesto que la República tiene la suficiente virilidad para hacer que todo el suelo de la patria se halle comprendido dentro de la esfera constitucional…Ya no por necesidad cuanto por venganza y decoro debe reconquistarse el girón de la península en donde vegetan algunos millares de sublevados sin más ley que la del machete ni más aspiración que el exterminio de las razas civilizadas…Un empuje solo, un plan bien combinado, y sin gran efusión de sangre se logrará ese deseo del pueblo peninsular y de los mexicanos todos, á quienes duele naturalmente que en los mapas y otras obras de geografía se hable de un pedazo del suelo patrio sustraído a la civilización”.[5]
En la década de 1890, entre las élites del henequén, insertas para esos años en una serie sucesiva de crisis del agave, se buscó insistentemente una salida a ese laberinto del monocultivo. En esas fechas se comenzó a reactivar el sur de Yucatán con inversiones y adjudicaciones de tierras de los pueblos para la caña dulce. Y fue en 1895 en que se comenzaría la “pacificación” de los rebeldes, vía terrestre, iniciando en los cantones militares de Peto. En los recintos de la ciudad letrada meridana, desde los periódicos y libros, así como boletines de estadísticas y remembranzas históricas, se comenzó a hablar de esa interminable riqueza forestal que guardaban las tierras del oriente peninsular (lo que es el actual estado de Quintana Roo), que estaban fuera de la jurisdicción estatal debido a la guerra que la “barbarie” hacía a la “civilización yucateca”. Tierras ricas que, además, servían como fuente de renta de los mayas cruzob a los capitalistas ingleses, a cambio de que estos últimos les otorgaran pólvora, armas, vituallas y otros géneros. Este tráfico, el factor inglés del origen y durabilidad del conflicto, se había apuntado desde el primer momento de la Guerra de Castas, y que el sabio Hübbe, desde las páginas de El Eco del Comercio, lo había recordado entre 1880 y 1881: “Desde las márgenes del Río Hondo, hacia el interior de extensos bosques de las maderas más útiles y valiosas cubran estas comarcas de la Península, y dedicándose a su explotación, los indios con facilidad adquirían los medios de pagar el valor de los efectos que la colonia de Belice les proporcionaba”.[6]
Como otros investigadores han trabajado con perspicacia y erudición de archivos, las nuevas conformaciones agrarias, sociales y marítimas en el oriente de la península,[7] en este artículo de divulgación me limito a presentar un discurso agrario que fue acicate para la entrada de Bravo a Santa Cruz, una “entrada” distinta a las que se habían venido realizando más de 50 años atrás, porque esta “entrada” descorrería los cerrojos para la conformación del Territorio de Quintana Roo en la zona. La frontera tanto interior construida por los cruzob (la que recorrería los Chenes, pasando por Peto, Valladolid y el Partido de Tizimín), así como la frontera marítima que se constituyó desde la segunda mitad del siglo XIX; tuvieron que ser suprimidas debido a la codicia insistente de los capitalistas cercanos al primer círculo de Díaz, los científicos y otros oligarcas, en la territorialidad rebelde.[8]
Si a todo lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, el primer avance del capital a los montes del sur y del oriente fue detenido en seco por el levantamiento de los campesinos mayas desde 1847; para finales del siglo XIX, en México y, por supuesto en Yucatán, las características de un Estado débil que subsistía en 1847, era cosa del pasado. El capital yucateco había empezado a bordear las fronteras de la territorialidad de los de Santa Cruz desde la década de 1880. El Cuyo y Anexas y la Compañía Colonizadora de la Costa Oriental constituirían, a finales del siglo XIX, la “avanzada de la civilización” en esta región bajo la estrategia de colonizar esas tierras con mestizos y extranjeros.[9] Desde luego, hay que decir que no sólo en esas partes del norte del territorio de los mayas rebeldes, se encontraban esos avances del capital, sino también en Partidos fronterizos como Peto y Tekax, donde se había dado la reactivación del azúcar para la década de 1890.
La sociedad finisecular rebelde
Los mayas rebeldes tampoco habían declinado a establecer tratos comerciales con el capital, en este caso, el capital inglés: de su rico territorio salían recursos para la compra de armas y mercancías, y de sus bosques las casas comerciales inglesas resultaban beneficiadas. Pero podemos establecer que detrás de ese entramado comercial que se dio entre los de Santa Cruz y Belice, había una sociedad cruzoob dispuesta a vivir en paz a finales del siglo XIX,[10] una sociedad que había reformulado sus “entramados de significados”, lejos del cerco del neo coloniaje yucateco. Para agosto de 1894, aquella sociedad que había crecido en los montes del oriente de la Península, que había resistido tenazmente todo intento de “conquista” yucateca, que había retejido su entramado social, y creado un culto solidificatorio en torno a las cruces parlantes, no obstante los rompimientos que se generaron entre los líderes y las pugnas por el poder que se dieron a la muerte de Crescencio Poot en 1886, era una sociedad que se había, de algún modo, negado a ser parte de un proceso capitalista que había iniciado en las primeras décadas del siglo XIX, y que se presentaría con toda su inhumanidad durante el periodo henequenero. Para 1894, Romualdo Chablé, un desertor cruzob, decía que Santa Cruz no estaba habitada, que sólo era un cuartel que contaría, en dado requerido, con 6,000 hombres con sus armas, pero que las familias vivían alrededor de Santa Cruz. Esta sociedad contaba con dos escuelas dirigidas por Sostenes Kauil y Juan Pablo o Paulino Naa, hombres ya viejos. En los pueblos de Santa Cruz había carpinterías, herrerías y platerías. En los pueblos santacruceños pasaban buhoneros chinos que llevaban ropa para cambiar por cerdos y venderlos. Jabones y otros artículos como la sal, eran comprados en Belice, donde se llevaban a Corozal a vender puercos y reses, regresando los de Santa Cruz con pólvora, plomo, maíz y otras provisiones.
Esta sociedad finisecular rebelde, se abocaba en sembrar su milpa y practicaba la cacería. Y sobre esta sociedad autónoma se presentaría otra de las más encarnecidas luchas de “pacificación” porfiriana contra una sociedad indígena,[11] que salía fuera de los planes de la oligarquía regional y nacional; y en su territorialidad se dejarían oír, nuevamente, los “tambores de guerra” al final del siglo XIX.
Prescindir de la sociedad cruzob y apropiarse del territorio
Villalobos González apuntó que la serie de concesiones y nuevas empresas forestales como las de El Cuyo y anexas; las concesiones que en noviembre de 1887 se le dieron a Felipe Ibarra Ortoll de los “terrenos baldíos” que existían en los estados de Yucatán y Campeche; las concesiones a Fausto Martínez de noviembre de 1889, de terrenos baldíos que se encontraban en el norte de la costa oriental (desde Yalahau hasta Tulum); la concesión a la empresa norteamericana Stamford de los terrenos bajo control de Icaiché en el poniente del Río Hondo, implicaban que las autoridades habían determinado que, mediante concesiones de los bosques de la territorialidad rebelde, se buscaría ejercer una soberanía estatal, que implicaba “tomar las tierras cuyos recursos naturales eran objeto de explotación por los británicos, bajo la estrategia de reemplazarlos por empresarios nacionales, quienes con sus inversiones y actividades conseguirían la integración de este territorio al estado nacional”.[12] En una palabra, el Estado porfiriano prescindía de la sociedad cruzoob, excluyendo a esa misma sociedad autónoma –tanto de los mayas rebeldes como de los mayas “pacíficos”-, y señalándole a éstos que le iba a reconocer, cuanto más, sus tierras, así como a posibilitar su congregación a nuevos poblados. La guerra de “pacificación” no podía esperar ya más, porque el capital nacional y extranjero ya había visto la importancia de esa zona oriental.
En los discurso de la riqueza forestal se había conformado una negación de la territorialidad de los mayas rebeldes;[13] y asimismo, esta defensa de la territorialidad había dispuesto que las clases hegemónicas estatuyeran una serie de mecanismos jurídicos para la “pacificación” como un decreto aparecido el 20 de septiembre de 1895, en el que se señalaba que no se permitirían denuncios de terrenos en lugares de la costa oriental y el sur de Yucatán donde hubieran mayas establecidos, o en los que en otra época estuvieran establecidos, con el fin de que la pacificación corriera a tono con el repoblamiento de esta región oriental de la Península, y de que en caso de que se repartan tierras a concesionarios esto podría perjudicar la obra de pacificación. Lo cierto es que podemos ver que la defensa de la territorialidad de los mayas cruzob permeó las estructuras jurídicas en el mismo Porfiriato. Este apego a la tierra, llevó a Díaz a acordar la reserva de los terrenos de los mayas –tanto pacíficos como rebeldes- con el fin de restablecer en ellos las antiguas poblaciones, fundar otras nuevas en los lugares más convenientes y facilitar la reconstrucción de antiguas propiedades.[14]
No obstante, podemos decir que a pesar de que el gobierno de Díaz optara por darle una “seguridad” a las tierras de los mayas tanto pacíficos como orientales, al calor de las acciones militares que se habían instaurado a partir de 1895, y su simple anuncio del fin de la guerra en 1901, “desató una ola de especulación sobre los terrenos ocupados por los mayas orientales y los pacificados del sur de Campeche”.[15] Anterior a las normatividades de no concesión de terrenos situados en la parte oriental y sur de la Península por Díaz, la fiebre de concesiones se había expandido. Se dio hasta un caso de que, en plena campaña militar contra Chan Santa Cruz, para febrero de 1900 se habían presentado en el fuerte Balché un abogado, un ingeniero y “otro caballero” a medir unos terrenos y tomar posesión de ellos. A estos pintorescos personajes no se les permitió hacer sus “actos civilizatorios” de deslindes por estar ya abierta la campaña militar por esos rumbos. Los individuos se retiraron “más que de prisa”[16]
A mediados de la década de 1890, casi toda la costa oriental de la Península estaba, en teoría, en manos de algún concesionario. Salvo la Compañía colonizadora de la Costa Oriental, que explotaba directamente sus 241,083 hectáreas; concesionarios como Manuel Sierra Méndez y Felipe Ibarra Ortoll, decidieron arrendar los bosques a los británicos porque se les hacía imposible explotarlos de forma directa debido a la defensa de la territorialidad que hacían los de Santa Cruz. Esto fue el acicate para que Díaz mandara a sus ejércitos para traer, “al seno de la nación”, a un territorio indígena que no estaba dispuesto a conceder lo que consideraba y era suyo: su tierra. Estas ideas de los nuevos cantos capitalistas que se extendían a la territorialidad de los que en 1847 decidieron rebelarse ante el avance del capital, se comprende si establecemos, de acuerdo con Mandrini, de que a partir del siglo XIX, las nuevas naciones liberadas del dominio colonial se vincularon con el mercado mundial y el triunfo de políticas librecambistas generaron demandas y requerimientos que atrajeron la atención de las élites dominantes “sobre los territorios indios, generando proyectos y empresas de expansión que colocaron estas tierras bajo el control de los nuevos estados nacionales y redujeron su población indígena, cuando no se la exterminó, a la categoría de minorías étnicas dominadas”.[17]
En medio de concesiones de tierras todavía no explotadas del todo, a miembros de la oligarquía yucateca (Ibarra Ortoll, Ancona, Sierra Méndez), y en medio del tráfago de la guerra “pacificadora” que comenzaría a sentirse en la región desde 1895, se encontraba un discurso de la interminable riqueza que guardaban los bosques de la territorialidad rebelde.
[1] ITURRALDE, JOSÉ MARÍA. Expediente de la Visita oficial del Estado hecha por el c. José María Iturralde, Vice-Gobernador del mismo, en cumplimiento del Art. 56 de la Constitución Política de Yucatán, Mérida, Tipografía de Gil Canto. 1878: 19.
[2] Apolinar García y García. Historia de la Guerra de Castas de Yucatán. Tomo primero. Mérida. Imprenta de Manuel Aldana Rivas. 1865. Facsímil de la Universidad Autónoma de Yucatán. 2018, p. XIV.
[3] Quezada apunta que a fines del siglo XIX: “Desde las esferas del poder, la oligarquía [yucateca y nacional] comenzó la ‘pacificación’ de los cruzob, a la que destinaron fuertes sumas de dinero para la financiar la apertura de caminos hacia el santuario de Chan Santa Cruz. Por su parte, el gobierno federal mandó armamento y soldados. El 5 de mayo de 1901 las fuerzas del general Ignacio Bravo, comandante de la campaña, ocuparon la capital de los rebeldes sin resistencia armada alguna, pues el lugar se encontraba abandonado. Con el área que ocupaban los mayas cruzob, el 4 de noviembre el Congreso nacional creó el territorio de Quintana Roo…Aunque esta decisión motivó una amplia polémica en Mérida, los intereses territoriales de la oligarquía en el nuevo territorio quedaron a salvo con el gobierno porfirista”. Quezada. Yucatán. Historia breve. México. FCE-COLMEX, 2011.
[4] “Los indios sublevados. Necesidad de que concluya la guerra de castas…” La Revista de Mérida, 23 de febrero de 1886. En distintos informes militares se hablaba de ese odio incrustado, en lo más profundo de los rebeldes, hacia los yucatecos, considerados sus peores enemigos. Los mayas rebeldes nada querían con los yucatecos. Interpretando estos informes, Macías Richard apuntó que “la mejor garantía para que la Guerra de Castas se prolongara indefinidamente era seguir depositando en las fuerzas yucatecas la resolución del conflicto” (1997: 39).
[5] “Los indios sublevados. Necesidad de que concluya la guerra de castas…” La Revista de Mérida, 23 de febrero de 1886.
[6] HÜBBE, JOAQUÍN. Belice, Mérida, Yucatán, Compañía Tipográfica Yucateca. 1940: 131. La situación de esto cambiaría con la firma del Tratado Mariscal-Spencer, en 1893, entre México e Inglaterra.
[7] Gabriel Macías Zapata, La Península fracturada. Conformación marítima, social y forestal del Territorio Federal de Quintana Roo. 1884-1902, México, CIESAS-Miguel Ángel Porrúa y UQROO coeditores. 2002.
[8] En su memorable trabajo pionero de la conformación estatal en el oriente de la Península, Macías Richard apuntó que, posterior a la “pacificación” de los cruzob, “la fiebre colonizadora en la costa oriental de la península había llegado a los científicos y al gabinete: Olegario Molina, Justo Sierra, Joaquín Casasús y Rosendo Pineda”. Macías Richard. Nueva frontera mexicana. Milicia, burocracia y ocupación territorial en Quintana Roo. México. UQROO. 1997, p. 67.
[9] Macías Zapata. La Península fracturada. Conformación marítima, social y forestal del Territorio Federal de Quintana Roo. 1884-1902, México, CIESAS-Miguel Ángel Porrúa y UQROO coeditores. 2002: 89.
[10] WILHELM, BURKHARD (coordinación e introducción). ¿Indios rebeldes? El fin de la Guerra de Castas en Yucatán vista por El Estandarte de San Luis Potosí, México, San Luis Potosí, Editorial Lascasiana. 1997: 22.
[11] La otra era la campaña contra el yaqui.
[12] VILLALOBOS GONZÁLEZ, MARTHA HERMINIA. El bosque sitiado. Asaltos armados, concesiones forestales y estrategias de resistencia durante la Guerra de Castas, México, CIESAS-CONACULTA-INAH y Miguel Ángel Porrúa editores: 255.
[13] Podríamos decir, que con la conformación del estado de Quintana Roo a lo largo del siglo XX, el estado mexicano prescindió (tanto porfirianos como los gobiernos “revolucionarios”) excluyó y segregó a las comunidades macehualob, anteponiendo toda una estructura burocrática mestiza, así como a una clase política negadora de los grupos originarios. Se creó, de esta forma, una sociedad interétnica donde la sociedad cruzob fue constantemente mermada en su radio autonómico.
[14] Macías Zapata. 2013 Cortar la orilla de la tierra. La desamortización y los pueblos de mayas pacificados de Campeche y pacíficos de Yucatán durante la Guerra de Castas, tesis que para optar por el grado de doctor en estudiosmesoamericanos, México, UNAM.
[15] Macías Zapata. Corta la orilla de la tierra, p. 395.
[16] Wilhelm, 1997: 176.
[17] Raúl Mandrini. “Indios y fronteras en el área pampeana (Siglos XVI-XIX). Balances y perspectivas”, Anuario del IEHS, vol. VII, Tandil. 1992: 6.