Agustín Labrada
Cuando Salvador Gutiérrez me envió un mensaje trasatlántico, para decirme que había obtenido el Premio Internacional de Novela Corta Fundación MonteLeón, me resistí a creerlo, pero al final era evidente que no se trataba de un embuste. Venía yo en autobús desde Mérida hacia Cancún, a través de la península yucateca, y esta noticia, llegada desde las latitudes de otra península, puso en mi corazón un baile que aún perdura.
Agradezco a la Fundación MonteLeón que me haya distinguido con su premio, que me sitúa a la altura de otros escritores cuyas obras impactan en la comunidad lectora e imponen el reto de escribir mejor, con técnicas y oficio, y con una visión entrañable para retener esos universos que habrían acabado en el olvido, en una escritura incomprendida y tal vez ignorada. Un premio es una luz en medio de la noche.
Me emociona que Salvador Gutiérrez Ordóñez, Ángela Díaz-Caneja, Andrés Blanco Blanco y Francisco-Javier Sachez García se hayan asomado al trasfondo de identidades tal vez lejanas a sus dominios, en los confines de barrios de una ciudad ceñida por colinas, violencia y amor; y encontrasen en el trasiego de unos raudos capítulos, salpicados por el prohibido rock, una causa para legitimarme con este premio.
Estar aquí, como diría José Lezama de su isla, es una fiesta innombrable, y en nombre de esa fiesta celebro este ritual del verbo, en cuyas dimensiones nos une un idioma esplendoroso y la figura majestuosa de Miguel de Cervantes y Saavedra, quien con El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha inauguró para el mundo la novela moderna que, discurriendo en sus distintos afluentes, refulge hasta hoy con su utopía.
Vengo de la América hispana, del Caribe colorido y risueño y a la vez trágico y doloroso, a dar testimonio, a través de mi novela Botas rusas, de un pedazo marginal de la microhistoria en los cauces de la ficción. Vengo a compartir la fábula de dos adolescentes cubanos (Héctor y Rony), llenos de carencias y deseos, quienes se atreven a transgredir la ley y confrontar los dogmas en pos de sus alucinaciones.
No es una memoria novelada mi libro, sino una mezcla de sucesos autobiográficos con leyendas urbanas que a otra gente escuché y un lienzo ficcional en el que emerge un puñado de jóvenes que se encuentran finalizando sus estudios de secundaria en Holguín, una ciudad fundada por un español nativo de Cáceres, y exhiben sus pasiones por la música y el amor; su desafío contra las opresivas normas.
Me gustaría que aquí estuviera mi madre, quien, aunque no supo comprender del todo mis poemas, nunca reprimió los sueños de convertirme en escritor. Ella está en otro espacio, en el cielo suelen decir, pero estoy seguro de que desde alguna nube celebra esta ceremonia, aun sabiendo que muchas líneas de esta novela arrastran un auténtico dolor.
No puedo decir que tenga una influencia familiar en mi formación más allá de algunos relatos rurales que en las noches oí y canciones donde se usa como estructura lírica la décima. Por fortuna, tuve acceso a los libros y siguen siendo los libros mi talismán cuando se desatan tempestades y el paisaje cotidiano se vuelve hostil. Por ello elijo la metáfora antes que el discurso político, y apuesto por la imaginación.
Aunque todos queremos narrar, no es fácil escribir historias con una arcilla como las palabras. Por suerte, algo se puede aprender leyendo a esos maestros que poblaron sus obras con pericias narrativas y aciertos estilísticos. Es un peregrinaje despacioso, en el que se van sumando la interiorización de esas lecturas, las experiencias de vida y el ímpetu para expresar emociones y sueños en un tejido que arrope a quienes lean.
El acto de escribir deja que fabulemos existencias paralelas a la realidad, creando refugios contra las adversidades. Se eterniza el minuto con un rumor sublime y con el paso del tiempo se recuerdan más a los héroes y antihéroes de la ficción que a los personajes de piel y sangre que se creían prestigiosos y habitaron en las mismas épocas en que los libros se escribieron, a veces con terquedad, contra la marea, con mucha fe.
Ya sabemos que la literatura va dibujando subjetivamente otra verdad, podría decirse que es una falacia que nunca admitirían los historiadores, pero los cuentos, las novelas, los poemas… nos convocan a entender mejor nuestras vidas, nos liberan de tristezas y frustraciones, y también nos sumergen en los laberintos del ser humano y sus miradas en torno a las costumbres, los sentimientos, la trascendencia y la muerte.
Muchas satisfacciones me ha dado este premio, entre ellas pasear por León, henchida de belleza arquitectónica y de una historia insondable, de colores que impulsa la nostalgia. León no estuvo en mi horizonte, pero el destino con su misterio me trajo aquí y he saboreado los asombros del Barrio Húmedo, ya conocí la cortesía leonesa y llevaré conmigo a Cancún los perfumes y las luces que configuran esta ciudad.
Es un honor haber recibido este premio y les agradezco tanto al jurado, que puso sus ojos en mi libro, como a la Fundación MonteLeón, cuyo quehacer al servicio de la cultura es constante y traspasa las fronteras. Gracias profundas para cada uno de ustedes, y para Eolas Ediciones, que con tanto esmero y buen gusto trabajó en el diseño y la edición de Botas rusas. Gracias infinitas por este oasis de arte y libertad.
*Discurso leído en la ciudad española de León por haber obtenido el Premio de Novela Corta Fundación MonteLeón 2022.