En el tramo final de la invasión definitiva al territorio de los cruzoob realizada por los cuatro batallones federales a las órdenes del General Ignacio Bravo, entre abril y mayo de 1901, un reducido número de defensores cruzoob, no transigiría en pactar con los mexicanos y decidieron pelear hasta morir si es preciso para defender su autonomía y a su pueblo en resistencia. Y cuando el general Felipe Yamá quiso declarar la rendición, los cruzoob le darían muerte “por traidor”, en abril de 1901.
Prudencio Pat, o tal vez León Pat, como General en jefe, se encargaría de la defensa final de los cruzoob y estaría dirigiendo a sus guerrilleros mayas hasta finales de octubre de 1901, fecha en el que sería perseguido y capturado por el carnicero Aureliano Blanquet. Entre esa defensa tenaz que se daría con pocas armas, con pocos combatientes, con desbandada de su propio pueblo dejando desmoralizados a los combatientes cruzoob (un puñado nomás de 800 combatientes finales) que le hacían frente a una nutrida tropa de soldados mexicanos mayor equipados, con armas sofisticadas, con avituallamiento constante y circunvalando por mar y tierra el territorio de Santa Cruz, a la prensa de la época no le pasó desapercibida que, a pesar de todo, esos defensores finales del santuario rebelde no eran aquellos que antes habían catalogado como pusilánimes y “raza degenerada de la civilización actual”. Eran unos combatientes finales que defendían “palmo a palmo” su territorio, gritando vivas a la santísima Cruz y a su pueblo Noh Cah Balam Nah, al salir a pelear.
En los momentos finales de la entrada de los batallones de Bravo a Santa Cruz, entre Santa María a Nohpop (pasando por Hobompich y Tabí) se habían librado 27 encuentros, de los cuales 22 se librarían casi todos los días en los 17 kilómetros que existía entre Tabí y Nohpop. Encarnizado fue el adjetivo que utilizó el literato Francisco Pérez Alcalá para dos encuentros ocurridos entre Tabí y Nohpop, ya que los federales necesitaron hacer disparos de artillería para replegar a los combatientes cruzoob; y estas ráfagas hicieron, en las columnas rebeldes, espantables carnicerías: “En todos esos combates -señalaba Pérez Alcalá-, los mayas, en número de mil a mil quinientos hombres, opusieron viva y tenaz resistencia defendiendo su campo palmo a palmo, derribando árboles para obstruir el paso y parapetándose tras fuertes y escalonadas trincheras, a pesar de los cuales sufrieron bajas considerables que preocuparon a su Jefe principal General Juan Llamá” (Felipe Yamá).
Había una tenacidad de estos guerreros numantinos que cegaban pozos, que destruían sus casas, para no dejarles nada a los invasores, a esas “hormigas insolentes”361 de los uaocho’ob:
“Estos mayas rebeldes, con heroicidad digna de mejor causa, rehúsan someterse, no obstante que se ven perdidos sin elementos ni apoyos de ninguna clase. Han peleado bravamente haciendo honor a sus tradiciones guerreras, pero ¿qué van a poder sus viejas escopetas, sus fusiles de chispa y sus descompuestos rifles de percusión contra los terribles Máuser y las mortíferas ametralladoras? Es tal la valentía y la temeridad de esos desgraciados que han pretendido echarse sobre las ametralladoras, vomitando éstas fuego exterminándolos. En su retirada, cegaban pozos y devastaban los lugares donde acampaban cerca de Santa María (W WILHELM, BURKHARD, coordinación e introducción, 1997 ¿Indios rebeldes? El fin de la Guerra de Castas en Yucatán vista por El Estandarte de San Luis Potosí, México, San Luis Potosí, Editorial Lascasiana, p. 206).
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Uno de esos últimos comandantes rebeldes, que con el tiempo sería General del pueblo de Chancah, era Sóstenes Mendoza, el cual daría una fiera resistencia a las tropas de Bravo. “De aspecto puramente maya”, según Reed, la vida de Sóstenes Mendoza estaría muy relacionada con la historia que había corrido el Partido de Peto, aquella villa al sur de Yucatán que durante la segunda mitad del siglo XIX se convirtió en el parapeto de las incursiones de los cruzoob. Y es que es Sóstenes Mendoza era nativo de la Villa de Peto, y en realidad se llamaba Hipólito Vázquez.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, el partido de Peto, fue objeto de innumerables ataques, excursiones y escaramuzas de los rebeldes de Chan Santa Cruz. Estos ataques a la frontera de la “civilización”, con el final del siglo cesaron en su acritud, pero dejaron una impronta entre la población sureña en los años subsecuentes que se ahondaría en el “época del chicle”: la violencia rural pueblerina por un lado; y por el otro, la fuerte presencia étnica y de resistencia maya y mestiza en la región, con varios motines y rebeliones para defender sus tierras de los denuncios y divisiones de sus ejidos.
Chan Santa Cruz fue como un referente para la vida cotidiana de los pueblerinos petuleños, de los cuales, muchos pasaron por voluntad propia a vivir fuera del dominio yucateco, y otros fueron “capturados” para acrecentar la demografía rebelde. Un ejemplo de esto, es el caso del comandante Sóstenes Mendoza, que fue raptado de niño en una incursión de los rebeldes a Peto, y que cuando el “Torquemada de Quintana Roo”, en los estertores del Porfiriato, el viejísimo general Ignacio Bravo (tenía 70 años, y en verdad era un Torquemada despiadado) comenzó la “pacificación” de los rebeldes de Chan Santa Cruz a mediados de 1899, Sóstenes Mendoza, junto con su cuadrilla de aguerridos rebeldes hijos de la Cruz Parlante, se batieron en armas, haciéndole frente a un enemigo mayor equipado
Sobre su captura, El 18 de febrero de 1935, Gabriel Menéndez, el periodista que escribiera el Álbum Monográfico de Quintana Roo, le realizó una entrevista a Mendoza en el pueblo de “Santa Cruz de Bravo”. Mendoza rondaba los 80 años, y en la imagen que Menéndez logró tomarle se veía fuerte, con un bigote perceptible, vestido de manta cruda y todavía no encorvado, como sí su ayudante que aparece en la misma fotografía (véase la foto al inicio de este artículo). Mendoza le contaba en aquella entrevista con Menéndez, la forma en cómo fue capturado por los cruzoob:
“Desde muy niño caí en poder de los que hoy son mis hermanos, y esto fue en una ocasión, hace setenta y cinco años, poco más o menos, en que mis hermanos atacaron la plaza de Peto. Yo iba, en aquella ocasión, acompañado de mi padre, a una milpa cercana a aquella población. El ataque nos sorprendió en pleno monte, habiendo sido aprehendido mi padre y yo conducido por otro grupo a un lugar que después supe se llamaba Xpichil, a tres días de camino de Peto. De ese sitio me llevaron a Nohcá, pequeña población de la tribu que existía antes de que el actual camino entre Santa Cruz Chico fuese abierto. Como el idioma maya era y es el mío, desde entonces pude darme cuenta de que mis hermanos no trataban de matarme, aunque sí acordaron cambiarme de nombre, pues el mío propio no es el de Sóstenes Mendoza, sino el de Hipólito Vázquez (Menéndez, 1936. Álbum monográfico, p. 30).
Tomado por los cruzoob en una milpa cercana a Peto, es interesante el significado que hay detrás del cambio de nombre que los de Santa Cruz hicieron al niño petuleño Hipólito Vázquez. Ya adoptado por sus nuevos hermanos, Hipólito dejaría su vida anterior de milpero de las fronteras, para convertirse en una nueva persona con un nuevo nombre: Sóstenes Mendoza, el cual tendría la difícil misión, 40 años después, de combatir a las avanzadas de Bravo en Okop.
2200 rebeldes macehuales que al final se reducirían a 800, hacían frente a unas más pertrechadas, avitualladas y disciplinadas tropas mexicanas que casi les triplicaban en número a los rebeldes. Demasiados años de paz, señaló Dond Dumond, habían hecho estragos en el pulso combativo de la sociedad rebelde. El Eco del Comercio, en marzo de 1901, refería nuevamente sobre el tópico de la marcha inexorable del camino que se abría.
Para esa fecha, se había llegado hasta Nohpop, a diecisiete kilómetros apenas de Santa Cruz. Todas las posiciones ganadas por los batallones de Bravo, se dieron bajo una férrea defensa de los hijos de la Cruz Parlante, cosa que no pasó desapercibida para el corresponsal del periódico: “Por lo demás, y en honor a la verdad, justo es decir que en los referidos encuentros, el enemigo se ha defendido con intrepidez, especialmente en el asalto al fuerte de Okop, que lo intentó varias veces con brío, sufriendo la consiguiente derrota que llevó la desmoralización al campo rebelde” (El Eco del Comercio, 28 de marzo de 1901).
En Okop, como hemos dicho, el comandante Sóstenes Mendoza hizo lo imposible por defender las posiciones rebeldes. A Mendoza, que para 1899 tenía como 40 ó 45 años, se le había ordenado que hiciese resistencia a las fuerzas del Gobierno en ese punto. Okop estaba a veinticinco leguas de Chan Santa Cruz: “Apenas el general Bravo acababa de salir de Peto, hallándose a 17 leguas al Sureste, con intenciones de dirigirse a Chan Santa Cruz. Más de doce semanas (cuatro meses de veinte y ocho días) detuvimos la marcha del general Bravo, habiendo sabido que se trataba de este militar porque logramos rescatar a algunos hermanos nuestros que fueron hechos prisioneros por aquél” (Menéndez, Álbum monográfico, 1936, p. 30).
Mendoza, en la entrevista que Gabriel Menéndez le hizo en los años 30 del siglo pasado, daba la razón de por qué dejaron pasar tranquilamente a Bravo hasta Chan Santa Cruz. Al principio, la resistencia fue tenaz, porque sabían los rebeldes que Bravo y sus fuerzas “querían acabar con nosotros”. Seis meses después, en Xpecmachó (Sarteneja Verde), los ataques cesaron “debido a la epidemia de sarampión que comenzó a diezmar nuestras fuerzas. Entonces el general Bravo avanzó con las suyas, sin ser molestado por nadie, hasta un sitio denominado Nohpop, en donde permaneció algunos días, observando”. Chan Santa Cruz, para ese entonces, era un erial sin sombra de personas. Las magras fuerzas rebeldes en resistencia, “se replegaron hacia las rancherías de la montaña, acosadas por el sarampión”.
El pueblo en resistencia de la Cruz Parlante estaba, para esos momentos, sumamente diezmado tanto por las epidemias de sarampión, el poco y desfasado armamento que contaban, el hambre que se cebaba sobre las tropas y, en efecto, la tiranía de sus nuevos caudillos. Para marzo de 1901, La Revista de Mérida hacía palpable esta desmoralización, con las declaraciones de un sargento rebelde aprehendido. Este, de nombre Anastacio Puc, sargento 2º de los rebeldes, declaró que: “[…] hacía 3 días que habían comido desde que salieron á combatir: que pelean obligados contra su voluntad y obligados por los generales (León) Pat, (Prudencio) May y Ek; que sólo cuentan con unas 30 armas (?) y que ellos son como 800 á la más; que entre ellos mismos se proveen de municiones de boca y guerra; pues que con nadie comercian en este sentido…El fusil que le recogieron es de percusión y parece más bien una escopeta”.
El 20 de marzo de 1901, a días de la entrada pacífica de Bravo a Chan Santa Cruz, una carta de tres yucatecos escrita desde Corozal, referían la huida de “algunos indios rebeldes” del mismo Chan Santa Cruz:
“Desde el sábado 16 del corriente empezaron á llegar á Pahchakán, perteneciente á esta colonia, algunos indios rebeldes. Hasta el momento en que escribimos estas líneas han arribado á dicho punto treinta indígenas sublevados con sus respectivas familias. Traen algunas piezas de ganado vacuno para vender. Han referido que son obligados por medio de crueles castigos, por los titulados Generales May, Cob y Pat, á tomar parte en la guerra contra las fuerzas del Supremo Gobierno. Que á ellos no les conviene la guerra porque tienen la convicción de que son impotentes para oponerse al empuje de nuestros soldados, y que por ese motivo procuraron y consiguieron huir de Chan Santa Cruz. En su marcha pasaron por Bacalar, pues sabían que en dicho lugar no había soldados porque á todos se les había llevado al cuartel general, en donde se están reuniendo las fuerzas para combatir contra el señor General Bravo…Agregan que en la capital maya no hay ahora familias, pues todas se han ido al campo en donde se procuran el sustento. La carencia de maíz es casi absoluta entre los rebeldes. Cuando los jefes los mandan citar, ya reunidos les interrogan si están por la guerra, “como están juramentados”, ó por la paz. Y ¡ay! de aquel que opte por lo último, pues inmediatamente es asesinado de manera cruelísima”.
Mendoza, en la entrevista que Gabriel Menéndez le hizo en los años 30 del siglo pasado, daba la razón de por qué dejaron pasar tranquilamente a Bravo hasta Chan Santa Cruz. Al principio, la resistencia fue tenaz, porque sabían los rebeldes que Bravo y sus fuerzas “querían acabar con nosotros”. Seis meses después, en Xpecmachó (Sarteneja Verde), los ataques cesaron “debido a la epidemia de sarampión que comenzó a diezmar nuestras fuerzas. Entonces el general Bravo avanzó con las suyas, sin ser molestado por nadie, hasta un sitio denominado Nohpop, en donde permaneció algunos días, observando”. Chan Santa Cruz, para ese entonces, era un erial sin sombra de personas.
Las magras fuerzas rebeldes en resistencia, “se replegaron hacia las rancherías de la montaña, acosadas por el sarampión”. Mendoza señala cómo fue por equívoco “la entrada triunfal” a un Chan Santa Cruz desértico: “Por esos días, una de las bestias de carga de las fuerzas del general Bravo escapó, y uno de los arrieros, siguiendo las huellas del animal, llegó hasta Chan Santa Cruz, encontrando en la plaza de la población, que estaba totalmente abandonada por nosotros, a su mula, pastando. Inmediatamente regresó el arriero a su campamento informando al general Bravo de esa novedad. Y al día siguiente, sin resistencia de ninguna clase, las fuerzas del general Bravo tomaban posesión de nuestra plaza. No se disparó, según recuerdo, un solo tiro en esa ocasión” (Menéndez, 1936, p. 30).
Un año después, para 1902, los rebeldes, repuestos de nuevo, reiniciaron la defensiva contra el general Bravo, defensiva que perseguía “la defensa de nuestros derechos”: “Hasta pasado un año, que logramos reponernos, reiniciamos la ofensiva contra el general Bravo, quien ya había iniciado la apertura del actual camino de hierro de Santa Cruz a Vigía Chico. La explosión de las bombas de dinamita nos hicieron saber, recordar, mejor dicho, que nuestros enemigos nos habían despojado de todo lo que nos pertenecía. Así se reinició la defensa de nuestros derechos, defensa en la que perecieron miles de hermanos nuestros”.
Sirva este pequeño artículo para Noticaribe Peninsular, para rendirle homenaje a uno de los más fieros y dignos hijos de la Cruz Parlante, el comandante Sóstenes Mendoza-Hipólito Vázquez.
Posdata: en aquella entrevista con Gabriel Menéndez, Mendoza señaló hablar únicamente en maya, ser jefe de la tribu de Chancah, y que de sus padres y familiares no supo más nada desde su captura, únicamente que estaba enterado que tenía aún un hermano en Peto de nombre Patricio Vázquez, “al que no he vuelto a ver jamás”. Vivía de la agricultura y del chicle, y la mayor parte del año se dedicaba a la cría de animales domésticos. Tenía dos hijas viviendo con él, y un hijo radicando en Belice, del cual ignoraba su paradero.