redacción/NOTICARIBE PENINSULAR
AFGANISTA.- El avance de los talibanes en Afganistán les ha llevado a conquistar el gobierno de su país. Los insurgentes han tomado el palacio presidencial tras haberse hecho con las principales ciudades del país y tras la huida del presidente, Ashraf Ghani. Mientras tanto, Estados Unidos acaba de culminar la evacuación del personal de su embajada en Kabul, y más de 60 países solicitan la salida de extranjeros y afganos del país.
El primer teniente de alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, ha asegurado este lunes que la capital catalana “está lista para acoger a refugiados que huyen del fundamentalismo en Afganistán, especialmente mujeres y niñas”. “Hacemos un llamamiento a todas las administraciones para que abran canales seguros. No les podemos abandonar ahora”, ha expresado en un tuit recogido por Europa Press.
En contraste con el caos que se vive en el aeropuerto, la ciudad de Kabul ha amanecido en calma. A diferencia del domingo, en la que hubo disparos, algunos saqueos y focos de violencia, este lunes la ciudad está en silencio, mientras combatientes talibanes patrullan la ciudad en vehículos militares o permanecen en puestos de control. Aunque la mayoría de las tiendas y comercios continúan cerrados, los propietarios de pequeñas tiendas empezaron a abrir. La única diferencia del Kabul de los talibanes es que hoy la ciudad estaba casi vacía de mujeres, particularmente empleadas de oficinas y estudiantes universitarias que se quedaron en casa por temor al regreso del régimen talibán, recordado por la brutalidad de sus castigos y la opresión de las mujeres. Los talibanes han asegurado que mantendrán los derechos alcanzados por las mujeres en las últimas dos décadas, y cuya pérdida representaría uno de los peores retrocesos para este país. Pero muchas mujeres, entre ellas artistas, políticas y activistas afganas, no se fían.
Ahora, los insurgentes están a las puertas del poder, veinte años después de haber sido expulsados por una coalición liderada por Washington, a raíz de su negativa a entregar a Osama bin Laden, líder de Al Qaeda, tras los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos.
La derrota es total tanto para el gobierno como para las fuerzas de seguridad afganas, a las que Estados Unidos ha estado financiando durante viente años con decenas de miles de millones de dólares.
Poco antes del anuncio de los talibanes, el ex vicepresidente Abdullah Abdullah fue el primero en anunciar que Ghani había “dejado” su país, tras siete años en el poder, sin precisar adónde se había ido.
Ghani tampoco precisó dónde se encuentra, pero según el canal afgano Tolo News, estaría en Tayikistán.
Que Ghani dejara el cargo era uno de los pedidos clave de los talibanes en los diálogos de paz con el gobierno afgano, aunque el mandatario había optado por aferrarse al cargo hasta ahora.
Un portavoz de los insurgentes, Suhail Shaheen, declaró a la BBC que esperaban tener un traspaso pacífico del poder “en los próximos días”. Los talibanes también prometieron que no buscaban vengarse de nadie, tampoco de los militares o funcionarios que trabajaron para el actual gobierno.
Por su parte, el ministro de Interior, Abdul Sattar Mirzakwal, aseguró que se llevaría a cabo una “transferencia pacífica del poder” a un gobierno de transición.
El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, anunció que ya empezó la evacuación de diplomáticos estadounidenses y de civiles afganos que en el pasado cooperaron con Estados Unidos y que pudieran temer por su vida. La operación concierne a unas 30.000 personas y para ella se desplegaron 5.000 soldados estadounidenses en el aeropuerto de Kabul.
La embajada de Estados Unidos, por su parte, indicó que tenía “informaciones sobre tiros en el aeropuerto”, aunque estas no pudieron ser confirmadas.
El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, indicó que la alianza estaba ayudando a garantizar la seguridad y el funcionamiento del aeropuerto, adonde afluyen occidentales y afganos para huir del país.
El presidente estadounidense, Joe Biden, defendió su decisión de poner fin a 20 años de guerra, la más larga que haya conocido Estados Unidos.
“Soy el cuarto presidente que gobierna con una presencia militar estadounidense en Afganistán […] No quiero y no lo haré, transmitir esta guerra a un quinto”, declaró el domingo.
“Esto no es Saigón”, aseguró por su parte el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, a la cadena CNN, aludiendo a la caída de la capital vietnamita en 1975, un recuerdo todavía doloroso para Estados Unidos.
Ante esta situación, el primer ministro británico, Boris Johnson, instó a los occidentales a adoptar “una posición común” frente a los talibanes “para evitar que Afganistán vuelva a convertirse en un terreno fértil para el terrorismo.
Conforme avanzaba el día, el pánico se fue apoderando de la capital. Las tiendas cerraron y se formaron enormes atascos, y miles de policías y otros miembros de las fuerzas de seguridad abandonaran sus puestos y sus uniformes.
En la mayoría de los bancos se pudo ver una gran aglomeración, con gente que buscaba retirar su dinero mientras quedara tiempo.
En las redes sociales, se publicaron videos en los que aparecen grupos de combatientes talibanes fuertemente armados patrullando por las grandes ciudades, con banderas blancas y saludando a la población.
En el barrio de Taimani, en el centro de la capital, el miedo, la incertidumbre y la incomprensión eran visibles en el rostro de muchos.
“Tomamos nota del retorno de los talibanes en Afganistán, y esperamos que su llegada traiga paz y no un baño de sangre. Recuerdo, cuando era niño, las atrocidades cometidas por los talibanes” declaró a la AFP Tariq Nezami, un comerciante de 30 años.
Los talibanes impusieron una versión estricta del islam cuando gobernaron Afganistán de 1996 a 2001.
Las mujeres no podían trabajar ni salir sin estar acompañadas por un hombre, y se prohibía a las jóvenes y niñas ir a la escuelas. A los ladrones se les cortaba las manos, los asesinos eran ejecutados públicamente y los homosexuales eran liquidados.
Hoy, tratan de dar una imagen más moderada y prometieron que si volvían al poder respetarían los derechos humanos, en especial los de las mujeres, aunque de acuerdo con los “valores islámicos”.
Con información de El Comercio