Por Gilberto Avilez
En abril de este año comenzaron en la Península los días más intensos de la temporada de calor, y con ello, en lo que respecta a Quintana Roo, una serie de incendios llegaron a su culmen a mediados de mayo.
En la zona maya, no dudó en hablarse de una temporada “catastrófica” de siniestros ocurridos por el fuego, contabilizándose más de 200 incendios forestales. Del domingo 12 de mayo al lunes 13 de mayo, el incendio de un tramo de las curvas de Morelos, tapizadas de arbustos enanos, crearon una especie de paisaje lunar a ambos lados de la carretera federal 184 JMM-Polyuc: cenizas por doquier, piedras blanqueadas por la combustión, maderos que apenas se podían poner de pie después de ser devorados por el incendio.
El intenso calor de esos días, la sequía que todo lo devoraba, más las deforestaciones de nuestros montes y el camino impráctico de la reforestación que no es el fuerte de los gobiernos locales, nos hacían pedir, a más de uno, bañado en sudor y con la epidermis repleta de sarpullidos, por el comienzo de las lluvias de mayo, aunque bien sabemos que, con más de cincuenta años de cambio climático, que las lluvias de mayo nunca vienen sino para junio. Pasaron entonces los días clave para que una fuerza del más allá nos escuchara, según la conseja cristiana y otras creencias populares: día de la santa cruz, al menos que llueva un chaparrón, y nada. Día de San Isidro, ese santo labrador sí que no nos iba a fallar y nos falló.
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Pero la sequía y los incendios terminaron aquella noche del 14 de junio (8:30 de la noche) y madrugada del 15 de junio. Al menos en Chetumal, una vaguada que nadie había previsto (salvo los obsesionados con el estado del tiempo) hizo caer en menos de cinco horas, 135.2 milímetros de agua, dejando a varias colonias de la capital inundadas, con autos comidos por las aguas y personas varadas en centros comerciales (como el quien esto escribe). De inmediato se habilitaron refugios para personas afectadas por las aguas, se comenzaron a desazolvar pozos recolectores, pero el fastidio ciudadano ante un gobierno que legítimamente no lo representa (el de Yensuni Martínez y su polémica reelección) se ensañó contra la frivolidad de la alcaldesa, que aparecía para las fotos utilizando zapatos de alto costo (sus tenis Oncloud) y al mismo tiempo demostraba, en cada instantánea que sus paniaguados le tomaban, el muy lamentable estado en materia de servicios públicos que su gobierno ha dejado a Chetumal, donde no existe programas municipales de prevención ante inundaciones (si una simple vaguada dejó en ese estado tan lamentable a Chetumal, imagínese lo que haría un huracán), y tampoco un plan maestro de crecimiento urbano de la ciudad, sino que todo se deja a manos de la improvisación y del quien más puja por los cambios del uso del suelo, comiendo con ello pasos naturales de agua, invadiendo sabanas, haciendo una devastación ecológico a nombre de las ganancias personales.
Desde esa noche del 14 de junio, dos semanas de intensas lluvias han bañado e inundado a Chetumal y a otros municipios del estado. Se han dado casos de inundaciones en el “otro Bacalar” (no el Bacalar del pueblo mágico que crece apacible a la orilla de la laguna), ese Bacalar que no aparece en las revistas de turismo y en los planes de viaje de las turoperadoras, sino el Bacalar de raigambre campesina, indígena, donde las calles se llenan de polvo, hay animales deambulando al lado de niños, y las casas están hechas de madera y láminas de calamina. Las aguas en algún momento pasaron el cerco de carreteras y bañaron de nuevo el tramo de los Chunes y el camino de Dziuché. Las grandes ciudades turísticas del norte igual fueron bañadas por torrentes de agua como para el 19 de ese mes: Playa del Carmen, Puerto Morelos, Tulum y Cancún, igual sufrieron los estragos del mal tiempo.
Tantas lluvias han hecho olvidarnos de que apenas hace tres meses denostábamos con fruición los calores infernales. El ser humano es así, contradictorio por naturaleza. Una temporada intensa de huracanes en el Atlántico (y el Pacífico tampoco está calmado), de depresiones tropicales, de trombas como de elefantes, tormentas caribeñas, de uno que otro diluvio, de vaguadas que vienen y se van, al menos han hecho que a nivel nacional las presas del norte –vacías por tanta sequía y tantas multinacionales vampíricas- queden repletas, henchidas y embarazadas de agua, y ríos que se habían convertido en hilillos de verdura, vengan broncos a rugir de nuevo.
Hoy, en Chetumal, a vísperas de un huracán de nombre “Beryl” (el cálculo es que toque tierra quintanarroense el jueves 4 o viernes 5 de julio), se vive una comprensible zozobra. Pues después de haber pasado inundaciones por simples celdas de agua, ¿está preparada Chetumal, gobernada por uno de las peores administraciones en la historia de esa ciudad, para sortear una posible noche de aguas turbulentas?[1] No sabemos. Lo que sí sé es que el fantasma del Janet vuela de nuevo en Chetumal. ¿Es posible exorcizarlo?
[1] Hago un guiño, por supuesto, al libro de Francisco Bautista Pérez, Janet: la noche de las aguas turbulentas…