Redacción/NOTICARIBE PENINSULAR
CANCÚN.- En un emotivo y nutrido acto al que asistieron amigas y amigos del fallecido político, Antonio Mecler Aguilera, la avenida que conecta el sur de la ciudad de Cancún, ahora llevará el nombre del ex regidor y diputado, símbolo de la lucha contra la corrupción y el stablisment, así como principal impulsor de la nueva distritacíon del Estado: “quien siempre luchó por mejorar las instituciones democráticas”, según dijeron en uno de los discursos.
Desde ayer, la avenida 145 de Cancún (realizada durante el gobierno de Remberto Estrada Barbas, que ya presenta severos signos de deterioro) se llama Antonio Mecler Aguilera. Elección que estuvo a cargo de quienes impulsaron esta iniciativa ciudadana que acogieron sin problema alguno las autoridades gubernamentales.
A la ceremonia inaugural, celebrada cerca de la glorieta de Polígono Sur, acudieron funcionarios (que son o pertenecieron) a los tres niveles gobierno, familiares y vecinos que circulaban por la zona. El día estaba soleado (briznado de nostalgias, dirían los inspirados poetas que asistieron) y los concurrentes primero se arremolinaron en el café al que solía asistir Mecler Aguilera, que quedaba justo a una cuadra del lugar elegido y donde solía pedía un café americano y un rol de canela.
Cerca de las seis de la tarde la clase política y académica (melómana y psicodélica) cortó el simpático listón de color amarillo, dado que el homenajeado transitó durante gran parte de su carrera en la escena pública en el (ya desaparecido) partido político conocido como Sol Azteca. Incluso, a veces el homenajeado post-mortem vestía con amplias camisas de ese color, con bolsillos cuadrados al frente y, por ese entonces, usaba gruesos anteojos como fondos de botella, matizados éstos con un discreto filtro para el sol. Años después los dejaría para solamente aportarle a su rostro el característico y tupido bigote que dividía su rostro en dos.
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Julio Clark (conocido por rescatar a un fallido dirigente del Sol Azteca de una cantina: años después diría que allí debería haberlo dejado) se lamentó de que el evento no fuera en la avenida Andrés Quintana Roo y Kohunlich, porque ahí está la taberna con billar donde solían ver los partidos con el político, que siempre impugnaba acuerdos y que fue ampliamente defenestrado (diría a mucha honra) por lo bajo y por lo alto por conspicuos integrantes del viejo PRI (“fue un honor ser perseguido por viles hombres que hicieron a la sazón variopintas vilezas”, dicen que habría dicho al respecto).
Aún así, llamó la atención que el líder chetumaleño de la vieja guardia (que viajó 400 kilómetros con su guayabera inmaculada, comprada ex profeso para el evento, acotaría él mismo) se mantuviera atento al evento, a unos 50 metros de distancia, algo que fue tomado como una señal de sumo respeto al antiguo adversario. “Mecler fue un hombre que se avecindó en Quintana Roo y le aportó mucho. Brillante en el debate, respetuoso en todas sus formas”, dicen que habría dicho el dirigente. “Lo respetamos como lo que era: un hombre de firmes convicciones”, lapidó para irse a tomar un mezcal con sal de gusano en una camaronería que había ubicado antes de llegar al lugar. Allí se había formado el otro remolino de personas que, horas antes, se apostaron a recordar viejas rencillas en las que se enfrascaron con el hombre de izquierdas. “Yo tengo muchas anécdotas, pero solamente puedo decir que me pendejeaba seguido, tiro por viaje”, dijo uno de los ellos, aspirante fallido a discípulo. No menor fue la asistencia de magistrados y magistradas que, por razones de índole gubernamental, se abstuvieron de emitir una opinión, como si el acto de asistir ya fuera un desafío al orden institucional.
El acontecimiento también atrajo a rancios detractores que se colocaron sobre la banqueta, también distantes del epicentro del acto: “Hay al menos diez políticos que se merecen más el nombre de una calle, no sé qué hizo este Toño para merecer esta hermosa avenida”, remarcó uno de ellos. “Yo lo conocí y le gustaba ir a los cabarets de mala muerte, aquí en Cancún y en Chetumal, bares bien marginales. Iba mucho a la zona del Crucero y del Parián”, le comentó el otro. “Sí, pero eso qué carajos tiene que ver con su trabajo político. Hizo prácticamente solo la redistritación. No digas pendejadas”, lo calmó en seco pero en voz baja, para no llamar la atención de los perredistas.
Uno de los encargados de las palabras preliminares, que fueron dichas con aplomo y emoción, fue Andrés Silva Núñez (periodista de larga pero nebulosa trayectoria de Entronque Radio, dirigido entonces por “El Culebras”, Enrique Romeras, también de nebulosa trayectoria), quien conoció a Meckler en las cantinas y en los confines de Cancún, allí donde solían transitar la noche en busca de alguna pista de la estela de corrupción que supo exhibir de la ciudad turística.
“Yo todavía tengo fresca en la memoria que Toñito me pasaba muchos documentos de los viajes del alcalde, ese que siempre estaba borracho o duro, con todo y dinero público: ‘tengo una cajita feliz para ti’, me decía hablando en clave; también supo exhibir los dobles cobros del predial (como las tortas del Chavo del 8: uno iba para la caja del ayuntamiento y dos para las cajas de quién sabe qué cuentas)”.
Hizo una pausa para meterse en el presidium como un acto de magia y volvió a aparecer para decir: “Ahora ese alcalde es un acomodado hombre de gabinete. Un funcionario de círculo rojo. Y también supo alzar la voz sobre los espectaculares que dejaron a Cancún como Broadway, pero sin luces; y ni qué decir de sus logros para alcanzar la redistritación electoral, gracias a lo cual, y sobre todo, gracias a él, mi querido Toño, el Estado está dividido de manera correcta, democrática, pues. Si no fuera por eso, Chetumal tendría seis distritos electorales y Cancún dos, con menos de 300 mil habitantes el uno y más de un millón de habitantes el otro”, terminó antes de hacer otra larga pausa y tomarse lo que parecía de lejos una caguama y bien una de las Barrilito que había llevado protegida en una bolsa de supermercado color naranja.
De repente llegó Estela Picaña a reclamar que el listón fuera guinda y no amarillo, porque en la última fase del imponente político, que medía casi dos metros y pesaba entre 150 y 160 kilos de pura cortesía, militó en Morena.
Listón guinda y coladera
“Es que al menos una parte del listón, yo diría que la mitad, al menos, debería ser guinda”, reclamó airadamente, ante la sorpresa de los presentes. “Porque Toño fue de los primeros que apoyó al Licenciado AMLO para que en Quintana Roo haya, hoy por hoy, un Estado que diga: primero los pobres. Lamentablemente, contra los que luchó tantos años hoy son los que se han pasado, como por una coladera, al partido y al gobierno como si fueran Pedro o Pablo por su casa. No era este el cambio por el que luchamos, al menos no pensamos que fuera a acabar así”.
Nadie conoció a Meckler mejor el empresario Mariano Castillo, de la empresa de autobuses. “Se va un grande, pero un grande de verdad y queda al menos su recuerdo en esta calle, más que eso, una avenida y en nuestros corazones seguirá este caballero de la triste mirada y la fina política”, dijo para dar comienzo a la serie de discursos que transitaron la tarde que comenzaba a teñirse de naranja, en un cielo cubierto de nubes que se tornaron luego rosa y luego verdes, en partes se formaba como un arcoíris difuso o mal realizado. Todos dejaron de ver el evento para contemplar el cielo, lejos del turquesa de las playas o de la capa densa de selva que emerge tierra adentro entre las rocas. “Es una señal”, se atrevió a decir uno de los detractores. “Nos está saludando el Toño”, le contestó Silva Núñez. “El evento está en el cielo”, señalaron al cielo los poetas que ya estaban a mitad de una borrachera que se prolongaría por dos días. Nubes negras cubrieron rápidamente el cielo para acelerar la conclusión.
“El tío fue un guerreo de mil batallas, un Quijote para Quintana Roo”, lo definió Elio, El Canoero, uno de los mejores oradores de la tarde, que hacía gala (y ponía en práctica) las últimas lecciones del Toastmasters International. De todo lo que dijo (durante 20 minutos) sólo se rescata esta frase: “Esto es un acto de justicia a la clase política, a un hombre que luchó por robustecer esta democracia, a la que todavía le falta y le hace falta bastante. Yo quiero proponer que, además, una escuela lleve su nombre”, recalcó ante la mirada fija y también sobre el suelo de muchos de los presentes, como quien descansa la vista en una misa.
Como la masa humana se iba haciendo cada más grande la policía cortó la calle. Quizás por eso la vecindad orillera y marginal (que existe en Cancún y que le gustaba visitar a Mecler) comenzó a asomarse para ver si se trataba de un accidente o si estaban regalando cupones o descuentos para un supermercado que estaba por abrir cerca de la Virgen Desatanudos, también a pocos metros del encuentro, a quien algunos atribuyeron el efecto visual del cielo.
El último en aparecer (tuvo que abrirse paso entre la gente) con una carta en las manos, fue Tomás Contraeras, quien leyó ante el público el texto que le habría dejado Toño, poco antes de la última campaña. “Es una supina pendejada lo que están haciendo”, siempre me decía, arrancó. “Está clarito: aquí lo dice en la carta. Si Toño estuviera vivo, les aseguro, impugnaría el evento y también iría contra los nombres de políticos corruptos en las calles y avenidas. Esos que están en la cárcel o son hoy asesores. Los mandaría bajar. Yo diría que mejor ocupen el tiempo en otra cosa. Si conocían a Toño, deberían saber que estaba en contra de estas pendejadas. Siempre se puso al último.”
Tras esto, el gentío comenzó a dispersarse ante la lapidaria de la revelación de Contraeras.
Picaña, sin embargo, dijo: “Pues a nadie le consta lo que dice tu pinche carta, la avenida ya tiene nombre, es nuestra y, aunque le pesen a ti y al mismo Toño, donde esté mi querido comandante: hemos hecho justicia esta tarde.”
Con información de Bruno Marín/Vertice