Por: Fabián G. Herrera Manzanilla
Ciudad Chetumal y sus contornos se han ido desarrollando y adecuándose a la modernidad quizá no como esperábamos y la comunicación la fue dotando de vías con mejor seguridad y acceso, dándole un toque distintivo a nuestra ciudad capital y frontera.
Haciendo un recorrido histórico por el pretérito cuando se trazaron las primeras arterias, se les dieron toques urbanísticos, que hasta la fecha reflejan una originalidad propia que a pesar de cambios muy bruscos y “caprichosos” de quienes han administrado esta urbe, aún conserva en un gran porcentaje los trazos iniciales y donde se han borrado sobresale bruscamente el contraste con la armonía conservada desde antaño; simplemente basta con observar la antes Avenida Álvaro Obregón, en la actualidad una carretera con el mismo nombre, arteria que rompe la armonía vial de las que la rodean en el Centro Histórico y el caso más reciente fue el de la Avenida Efraín Aguilar, donde le colocaron un camellón central muy forzado y una gran cantidad de semáforos, cuando en otros puntos viales críticos están en deplorables condiciones y algunos su intermitente luz se ha apagado desde años atrás.
Narrar los cambios y desaparición de lo que hoy sería el Patrimonio Cultural Tangible, sería algo muy extenso, basta con transitar la añeja Avenida de los Héroes, sobre la cual otra vez, ya no están los próceres que forjaron la patria, que en el gobierno del general Rafael E. Melgar, hicieron su aparición para justificar la nomenclatura a la principal arteria de la capital, los cuales, desaparecieron en 1980 y luego surgieron con una versión similar en 1992 en el gobierno del Dr. Miguel Borge Martín, pero luego, los volvieron a quitar en 2015 y posteriormente colocaron otro diseño escultórico de cuerpo completo donde no deben estar y se incorporaron los de algunos que nunca estaban, ni hablar del vandalismo del que han sido objeto, sin que exista la mínima intención por mantenerlos con impecable apariencia, pues no son cualquier personaje, sino los paladines de lo que hoy es México.
Pero hoy, enfocaré mi atención, en el de un monumento al ilustre mexicano, Don Andrés Quintana Roo, develado en Abril de 1975 a la entrada de la ciudad, figura pétrea de este personaje de la vida nacional, cuyos apellidos con orgullo lleva por nombre este solar donde vivimos desde que fue creado el 24 de Noviembre de 1902 como Territorio Federal.
Se supone que la urbanización debe conjugarse con la modernización, sin embargo, al construirse el puente a la entrada ocasionó que este monumento pierda visibilidad como en un principio la tenía; su figura estuvo oculta parcialmente, muy abandonado y poco visitado como antes cuando el calendario nacional y quintanarroense lo indicaba y había que realizar una guardia de honor al pie de su imponente estatua.
Por ser un personaje relevante y emblemático para nuestro Estado, la presente administración gubernamental consideró reubicarlo a un lugar más visible, recordemos Don Andrés Quintana Roo fue una figura determinante en la acción liberal de la patria y para los quintanarroenses es la base y origen de nuestro gentilicio.
Lógicamente, no será en su lugar original, derivado de las obras del Tren Maya efectuadas en esa parte donde se encontraba, razón por la cual, he propuesto sea colocado siempre sobre la puerta principal a la capital quintanarroense, respetando la intención y naturaleza de su ubicación inicial.
Porque en la zona centro ya existen dos versiones: uno incrustado en el camellón de la confluencia de la Avenida de los Héroes con la Carmen Ochoa de Merino y el más reciente en la plazoleta del Recinto Oficial del Poder Legislativo del Estado desde 2020 y no es el caso saturar el primer cuadro urbano citadino con muchos monumentos en su honor, sino inspirarnos en ese prócer nacional para construir un mejor país cada día y un Quintana Roo digno de heredar a nuestra estirpe como nuestros padres y abuelos lo hicieron en su momento.
Porque Don Andrés Quintana Roo, desde la publicación del Decreto por el Presidente de la República, el general Porfirio Díaz Mori, su nombre y apellidos quedaron grabados en la mente de los habitantes del otrora territorio.
En ese tenor, su escultura debe reubicarse en un sitio visible por todo lo que representa: un baluarte de nuestra mexicanidad aquí donde inicia o termina la república de acuerdo al punto cardinal como la ubiquemos como referencia.
En nuestro Estado, siempre tendremos la oportunidad de honrar a Don Andrés Quintana Roo y trasladando su monumento a un lugar adecuado, visible y representativo sería una manera de hacerlo.
Sin olvidar, que existe el imperativo indeclinable, en su nombre y por el respeto y gratitud nacional, igual el conservar en su memoria un monumento que perpetuará su recuerdo y no debe esconderse si eso es lo que se pretende.
Ya no más “caprichos” arquitectónicos y cambio de nombres, respetemos nuestra historia e identidad, es muy poco lo que nos queda y hay que procurar conservar y preservarlo para las nuevas generaciones.