✓ Anestesia mental ante la inminente aniquilación.
✓ El “capitaloceno” nos engulle
✓ Preguntas rebeldes
Por Manuel Enríquez
II parte.
Lo que sigue es un texto pesimista y aburrido. Loco para muchos por catastrófico y no apto para prácticos y ligeros. Es contra corriente a lo que en la superficie de lo cotidiano se percibe y una “jalada” de medianía teórica para los frívolos. Y sí, en efecto, quizá sea todo eso en tanto no se pierda la esperanza y mientras en los hechos se muestre lo contrario. Al tiempo. Lo que por lo pronto si es verdad es que su lectura cansa cuando pudo haber sido de otra forma.
Va:
El genoma de la estructura política y económica de las sociedades en éste planeta, contiene una contradicción esencial disfrazada de “libertad” y “democracia”, misma que, de continuar así, nos predestina a la agonía cada vez menos lenta y al aniquilamiento global del entorno y de la especie humana. Estamos hablando de la era del “capitaloceno”, es decir, de la era de las sociedades basadas en el “consumismo salvaje” con simuladas restricciones. En estos sistemas se incluye, por supuesto, a los que se dicen ser, sin serlo, comunistas. La mecánica del capitaloceno, se funda en la mercantilización de todo, y todo es todo, dónde todo está a la venta y es precisamente ahí, donde crece y se desarrolla la contradicción que nos tiene ahora en grave peligro. Todo está a la venta en el sistema que vivimos como principio libertario para ser, estar y crecer, y como espíritu de vida. No obstante, este sistema, así como va, no lleva a la vida sino a lo contrario, al exterminio. Su motor es el todo se vende y se impone mediante las armas, las guerra. Se venden os frutos de la naturaleza sin consideraciones, el territorio planetario (y muy pronto ya estarán a la venta terrenos en la luna o en marte), las necesidades vitales de los humanos, la alimentación, la casa, el vestido, la salud, la educación, la cultura, los valores, la dignidad, el presente y el futuro, así como la identidad de individuos y de naciones enteras.
Todo a la venta, todo a la compra, sólo es cuestión de matices. Incluso a la venta está también la existencia misma del propio sistema; y todo por el dinero y su acumulación y por el poder tan solo por poder.
Dicho sistema tiene su origen en en el siglo XV, no en el XVIII como se cree con el inicio de la industrialización cuando a partir de lo cual nace, crece y desarrolla todo su potencial el capitaloceno.
Fue en el siglo XV cuando en las cúpulas del poder permea el espíritu clasista, la hipocresía, la soberbia, los privilegios para unos cuantos, la codicia y el instinto del dominio de unos sobre otros aplastándolos si es necesario y que a gran escal se traduce en el sometimiento de países y en la explotación y saqueo de sus recursos naturales y humanos.
Es otras palabras menos densas, el sistema en el que vivimos hoy en día, tiene por naturaleza propia comerlo todo desde el poder, sin moderaciones ni prudencias por los prejuicios que hay en las redes de cooperación que se construyen para llegar al poder. Al sistema actual no le importa que lo que engulle es su propia fuente de vida: al ser humano y a la naturaleza de la que formamos parte.
El israelita Yuval Noah Harari, lo dice de esta forma”:
“Nuestra tendencia a invocar poderes que somos incapaces de controlar no surge de la psicología individual, sino de la singular manera en que tiene lugar la cooperación entre un gran número de individuos en nuestra especie”
Y enfatiza:
“La humanidad consigue un poder enorme mediante la construcción de grandes redes de cooperación, pero la forma en que se construyen dichas redes las predispone a hacer un uso imprudente del poder. Nuestro problema, por lo tanto, tiene que ver con (esas) redes”. (Nexus, prólogo, p.4, muestra gratis).
Habrá quien no esté de acuerdo y quien diga que soy comunista, o socialista al menos, o que esto que escribo es una locura en un sistema donde presuntamente hay “libertades”, donde hay mayores derechos humanos que en otras épocas, dónde elegimos a nuestros gobernantes y dónde estamos cada vez más informados y gozamos de las comodidades de la tecnología. Visto así, con tal simpleza, habría razón para argumentar locura en quien diga lo contrario.
Sin embargo, la historia está repleta de ejemplos de lo que afirmó, basta con señalar de manera general tres de los más graves, incuestionables y trascendentales efectos que nos colocan, más que en cualquier otra época, al borde del exterminio total:
- En el mundo actual es una realidad el agotamiento, desgaste y destrucción del entorno natural y atmosférico (mares, ríos, bosques, selvas, lagos, cielos, recursos subterráneos) que hemos provocado y seguimos generando a un grado de gran peligro por los cambios climáticos y desequilibrios de la naturaleza que ya se registran.
- Ahí está el irracional empeño de los poderosos grupos económicos y políticos, al igual que de naciones que se reparten el mundo, en una carrera armamentista sin precedentes y de manera desenfrenada, por inventar y reinventar armas de destrucción masiva cada vez más letales como las nucleares, químicas, bactereológicas y ahora mediante esto que se ha dado por llamar “inteligencia’ artificial (IA) con una expectativa de potencial desarrollo destructivo inimaginable o que apenas comienzan a sospechar los expertos que advierten el gran peligro que dicha tecnología presupone (ver análisis de Marc Andreessen y Ray Kurzweil -a favor de la IA-, y de Yoshua Bengio, Geoffrey Hinton, Sam Altman, Elon Musk y Mustafa Suleyman -que están en contra-).
- Y, como factor y resultante común del consumismo salvaje, hay que enfatizar la miseria material, cultural, educativa, psicológica y espiritual en la que éste sistema ha sumido a la mayor parte de la humanidad, y que ha agudizado a niveles absurdos la concentración de la riqueza y la magnificación de la pobreza y de la extrema pobreza (pensemos en los cientos de millones de seres humanos que están a punto de morir de hambre todos los días, mientras que unos pocos acumulan y aumentan sus de por sí ya obscenas cantidades de dinero y de poder).
IDEAS INGENUAS DE LA INFORMACIÓN
En ese engranaje del capitaloceno, hay un factor fundamental que permite su avance auto destructivo: la anestesia colectiva en la que nos tienen sumidos mediante “ideas ingenuas de información” (leer al israelita Yuval Noah Harari), como la “fantasía” mediática -de medios de comunicación- que nos dan como opción para el escape de la angustia y la idea de que es la psicología individual lo que provoca los males y la no participación como una falsa opción. Vivimos en la anulación de la reflexión crítica mediante el internet, de los chatbots, de los algoritmos y de la inteligencia artificial (IA).
La tecnología (en otras palabras) está al servicio del genoma del sistema que predomina y que nos está llevando a la autodestrucción. Esta es la era del “capitaloceno”. (Ver a Jason W. Moore en “Capitaloceno y justicia planetariaria”, libro “Ciudad insostenible”, varios autores, coordinado y editado por el arquitecto Alejandro Hernández Gálvez).
La pregunta, sin embargo, nos persigue, nos acorrala y nos exige respuestas:
¿Debemos seguir fingiendo que no pasa nada, volteando hacia arriba “como si la vírgen nos hablara”, incluso censurando pláticas al respecto por catastróficas o reflexiones críticas por irreverentes y “alertas” en Whatsapps sobre lo que nos amenaza como algo que cada vez está más cerca, o debemos al menos cuestionamos a nosotros mismos -empezando por ahí- sobre qué hacer, sobre qué es lo que hacemos al respecto y si está bien o no hacer algo o si es mejor o no estar pasivos, resignados a no buscar siquiera la mínima información por nuestra propia iniciativa para estar medianamente informados sobre lo que pasa a nivel global o en nuestro entorno y no quedarnos sólo con la información que nos dan los del poder; o si solamente debemos quedarnos como receptores consumistas de lo que el capitaloceno nos ofrece: información sesgada, descontextualizada, hamburguesas, papas, coca cola, banalidad, sexo barato y caro, películas e información pre-dirigidas a la fantasía como escape, al “deber ser” de estarnos quietos, entretenidos, sin cuestionar nada, ni la frivolidad o los falsos caminos de la desesperanza, del ni modo, del no podemos hacer algo, ideas que nos han metido y que por lo mismo hay que seguir con la actitud separadora del individualismo, de vivir el presente y nada más y de que somos totalmente dependientes de lo que piensan, hacen, dicen y nos ofrecen otros, aquellos que poseen y controlan las estructuras y superestructuras del poder?
Lo que hoy llamamos civilización -impuesta mediante el fusil y la bota-, en el recuento global, resulta que se ha convertido en el sistema más incivilizado que hay en este planeta por la enorme capacidad destructiva y de deformación que posee, tanto de la naturaleza como de la condición humana.
Pero, ¿qué hacer, fingir que no pasa nada? ¿Estamos atrapados? ¿Tiene algún sentido pensar en el peligro inminente?
El poder y y el dinero potencian la maldad humana en individuos débiles de espíritu, envueltos en el la codicia, en el racismo, el clasismo, la vanidad y la banalidad.
El detalle de fondo no está sólo en esos prejuicios, sino en las redes de cooperación que se construyen para llegar a niveles de poder para dirigir el destino de las multitudes.
¿Sólo queda el esperar calladitos y rezar para que no aparezca el loco que apriete el botón?