Por Agustín Labrada
Crítica e irreverente, Astrid Hadad muestra en cada espectáculo la estilización del kitsch través de una imagen posmoderna que conforman sus canciones, su vestuario de diseños surrealistas, su diálogo provocador y el montaje escénico, donde se entrelazan teatro musical, estética del cabaret, música caribeña, fado, jazz, boleros, corridos…Toda una mezcla que ella define como heavy nopal.
Esta mujer de rasgos árabes y proyección universal, cuestiona a través de sus performances el machismo, la política, la estupidez continua y otros males, con ironía y humor, desde su debut en 1984 en la obra Donna Giovanni, adaptación de la ópera de Mozart dirigida por Jesusa Rodríguez, hasta espectáculos como Amores pelos, La tequilera, Se me perdió el punto G…
La canción ranchera, el mambo, el flamenco y el rock and roll son también ingredientes del proyecto artístico de Astrid, quien baila en escena con acentuada comicidad y satiriza comportamientos sexuales, programas televisivos, violencias domésticas, sicoanálisis…; con poderosa voz de mezzo y, muy en el fondo de su desafiante y cromática expresión, un nudo pesimista.
Nacida en Chetumal, en una familia libanesa, la vedette mucho debe a su pueblo de origen: el cosmopolitismo, lo real maravilloso cotidiano, la exuberancia del paisaje…Todo ello, transfigurado después en arte, se refleja —con singulares trazos— en su obra. Con nostalgia, Hadad rememora aquí esos años cuyas raíces se pierden en los colores de una bahía.
¿Cuál es el recuerdo más impactante de tu infancia?
El recuerdo más impactante de mi infancia fue cuando me pusieron a bailar en un estadio. Bueno, yo sentía que era un estadio aquel recinto de muñecas y me puse a llorar. Tenía cuatro o cinco años, me entró pánico escénico, imagínate. ¿Quién podría decir entonces en lo que yo iba a acabar? Comencé a bailar, pero llorando. Aunque estaba muerta de miedo, la considero mi primera actuación. Como no veía por allí a mi mamá, me sentí absolutamente abandonada en medio de un espacio tan grande.
¿Cómo se despertó en ti la pasión por el arte?
En mi casa, siempre se cantaba y se bailaba. Mi mamá me enseñaba a decir poesía. Desde que nos despertábamos, mis hermanos y yo escuchábamos música. Mamá cantaba y pintaba sobre tela para los vestidos. Todo eso despertó en mí la pasión por el arte, creo que aprendí a hablar cantando. Entonces, oíamos toda la música romántica, boleros, canciones rancheras…
Se compraban los discos que llegaban a Mérida y podíamos tener desde un disco de Edith Piaff hasta un disco de Federico Chopin, desde un disco de Charles Asnavour, Jorge Negrete o Pedro Infante hasta un disco de música árabe y un disco de música húngara. Escuchábamos todo lo que llegaba, además de oír la radio, pues entonces no existía la televisión en Chetumal.
¿El mestizaje étnico familiar te ha llevado también a las fusiones musicales?
El mestizaje étnico no me ha llevado sólo a las fusiones musicales, sino también a apreciar con más profundidad el país que tenemos. Mucha gente que vive en México desprecia muchas veces la cultura mexicana. Para mí es al revés: el hecho de venir de una familia emigrada del extranjero, me hizo amar a este país intensamente y apreciar con más corazón su cultura.
Ahora que he viajado tanto y he visto el mundo, me siento realmente orgullosa de vivir en México, donde tenemos una cultura muy diversa. Así como es de colorido México así es su generosidad. Desde muy joven comencé a fusionar el arte mexicano con el arte de otros países y regiones, y entendí que, pese a las diferencias, hay muchos elementos que nos acercan y unen.
Cuando vienes de visita, desde otra realidad como es la ciudad de México y la órbita escénica, ¿de qué manera ves el Caribe mexicano?
Como un paraíso con la añoranza de algo que he perdido. La primera vez que llegué a la ciudad de México, buscaba el mar. Caminaba por las calles y siempre pensaba que iba a ver la inmensidad del mar y todavía tengo ese sentimiento. Cuando me preguntan que de dónde saco tanto para mis vestuarios, les digo que del tiempo que pasaba contemplando los atardeceres.
Recuerdo que me iba a un extremo de la costa a ver caer la tarde y luego me iba a otro extremo a ver salir la luna. Tengo esta saudade, como dirían los portugueses, de algo que me falta y sé que voy a retornar a eso. La vida me ha llevado por otros caminos, pero cada vez que vengo a Chetumal trato de disfrutar al máximo. Siento mucha nostalgia también por la comida.
Aunque recurres mucho a la parodia y ello implica intertextualidad que hace referencia a otros autores y otras obras, es muy auténtica tu propuesta. ¿Cómo te autodefines?
Me autodefino como una mujer curiosa, apasionada y honesta con lo que hago. Es muy soberbio hablar de honestidad, pero yo puedo hablar de ella porque no soy política. Cuando empecé mi carrera, la gente se preguntaba por qué hacía lo que hacía, por qué no me dedicaba a cantar y ya, pues con mi propuesta escénica no iba a llegar a ningún lado. Eso decían de mí.
Un día me dije que si no vivía de lo que me gustaba hacer, prefería vender tortas en la calle. A fin de cuentas, cocino muy bien. Fue un reto que yo misma me puse. Vivo ahora de lo que hago. Ha sido una lucha fuertísima, una lucha tremenda porque partí de la nada y, aunque estuve en la escuela de teatro, mi formación ha sido autodidacta, aprendí sola, me formé a mí misma.
Como soy tan curiosa, siempre estoy investigando. A veces, entro en un local para comprar artesanías y salgo con seis libros. No sólo escucho música, leo muchos libros y en cada uno hallo sabiduría. Aprendo por mi cuenta y todo ese conocimiento lo sumo a mi proyecto artístico. Me defino como una mujer apasionada y también me defino como una dadora de placer.
Los efectos más perdurables de tus críticas en la sociedad, ¿cuáles son?
El efecto que provoco en la gente es quitarle un poco de su depresión. Me he encontrado con gente que está deprimida, ven mi espectáculo y en ese momento entienden otras cosas de la vida, entre ellas que la vida es muy corta y hay que gozar con intensidad los días que tengamos para vivir. Me ha tocado despedir a personas con enfermedades terminales y se han ido contentas. No creo que pueda cambiar la mente de nadie, no soy tan pretensiosa, pero sí creo que les dejo un poco de felicidad.
¿Puedes resumir el proceso de invención de un disco que a la vez sea espectáculo?
Es superdifícil. El disco lo hago después del espectáculo. Primero pienso en los temas, después voy eligiendo las canciones. Cuando hice ¡Oh- Diosas!, me metí tres años estudiando a las diosas y al final creo que sólo yo entendí el espectáculo. El escenario sirve para probar la eficacia de una canción. Si funciona allí, posiblemente funcione también dentro de un disco.
¿Qué te obsesiona como mujer y como artista?
Lo que más me obsesiona es tratar de mejorar lo que hago. Estoy obsesionada con que mi voz llegue a niveles más puros, a tratar de cantar siempre lo mejor posible. Tomo dos veces por semana clases de canto. Intento tener en condiciones óptimas el instrumento que Dios me dio. Pienso siempre que a esta vida vinimos a gozar y aprender, y yo gozo y aprendo cada día.
¿Tienes un concepto del humor?
El humor se tiene o no se tiene. Hay personas increíbles, como mi hermano José, que con una frase te pueden sacar una nota humorística. Hablábamos de las relaciones amorosas por Internet, que están tan de moda, y me dice: “Cuando apagas la computadora, se acaba el amor.” El humor hay que ejercitarlo. En el cabaret, se usan frases cortas e inmediatas. Es también un ejercicio intelectual.
¿Te gustaría repetir alguna vivencia trascendente?
Toda mi niñez con mis hermanas y mis hermanos, mis padres que siempre eran tan cariñosos. Tuve una infancia muy feliz y esos años son inolvidables. Fue una niñez creativa en un espacio de mucha libertad no muy lejos de la bahía. Como había muy pocos carros en Chetumal, jugábamos en la calle, nos subíamos a los árboles, cantábamos y el tiempo era todo nuestro.