Por Reinier del Pino Cejas.
¿Para qué sirve la literatura de ficciones? ¿Cuál es su valor de uso? ¿Qué es el éxito para un escritor? Estas y otras preguntas suelen ser recurrentes en muchas personas dedicadas a escribir y en mi caso confieso que he buscado las respuestas en muchos lugares y de diversas formas. La reciente premiación del Premio Iberoamericano de Cuentos Julio Cortázar me ofreció una perspectiva interesante con la primera mención del relato Picassos en el aire, de Alberto Guerra Naranjo.
Picassos en el aire cuenta, y lo hace con una maestría ya habitual en Guerra Naranjo, la historia del alien, del extranjero, el preterido y a la vez necesario emigrante que vive en la explotación y es víctima del sistema que ayuda a sostener. Un relato que visibiliza el rostro más feo de la economía de mercado.
Impresionan la atmósfera de Picassos…, su hondura. Nos toca la fibra al develar esa realidad desgarradora de “jugarse la vida allá arriba o morirse de hambre abajo” a la que Urbano Téllez se enfrenta cada día en una suerte de ruleta rusa pagada mejor que otros oficios como los fregaderos o el camión de la basura. La imagen de Urbano Téllez pintando, embelleciendo la ciudad a la que nunca pertenecerá a pesar de su salto al status de persona de clase media baja en ascenso, es la del mismo Urbano limpiando en la cocina o en las calles. Ejército de limpiadores despreciables, de forasteros prescindibles en los que no hubiésemos reparado sin la sensibilidad de Alberto Guerra que los trae a la escena en Picassos…
Sin embargo, es otro asunto el que motiva mi reflexión. No la excelencia narrativa del escritor. Alberto, trabajador también para un mundo en el que los escritores pueden ser una especie de aliens, extraños, extranjeros en su propia realidad, logra estabilizar el equilibrio de su andamio flotante, bamba, swinstage, o como quieran llamar a ese aparato. Comprende que los tiempos son otros y es constante el peligro de caer en el vacío. Por eso comparte su obra en redes sociales, viraliza su producción literaria y no se queda a la espera de publicaciones convencionales.
Entiende el escritor que un texto se realiza, cumple su cometido, cuando el lector lo disfruta, cuando se consume por aquellos para quienes se escribió. Esa necesidad del otro, esa urgencia de adornarnos la ciudad lo separa de otros en la fauna literatura y lo salva de colgar en el vacío como algunos de sus compañeros.
Se trata de un riesgoso ejercicio en el que cabe la posibilidad de estrellarse contra el pavimento, pero Guerra confía en su experiencia. Ha curtido su oficio con estudios, lecturas, análisis de referentes, buenas prácticas. Sabe lo que quiere el lector contemporáneo y alinea el tiro hacia esa diana poniendo todo su talento en cada disparo.
Romper la cripta, la burbuja, ese lugar sagrado y convencional del libro presentado con rimbombancia y alfombra, es uno de los méritos del escritor de Marianao. Lanzarse al ruedo. Poner su obra a disposición de todos. Cederla al mercachifleo de dispositivos de almacenamiento USB, al sano trasiego de WhatsApp, colocarla en móviles y tabletas electrónicas es una tarea que salva a los lectores de la inercia editorial, salva a Alberto de promociones oficiales perezosas, ayuda a no perder la fe en la vitalidad de las escrituras de ficción.
Por ahí va Alberto Guerra con esta primera mención con sabor a premio. Veo en las redes las resonancias de Picassos y lo imagino como Urbano Téllez, sintiéndose más amado que nunca, gracias a los riesgos en la altura. Lo escucho decir con su actuación a la Minerva nacional que necesitamos un cambio, una mirada otra a la dinámica literaria, a los resortes de la producción editorial, a los espacios para compartir libros, textos, historias, que ya no pueden deshacerse de la tertulia digital si aspiran a conquistar lectores.
Otros pueden no compartir esta visión. Me atrevo a decir que se juegan la vida porque los vientos superan las quince millas y somos hojas de papel vapuleables como el pobre pintor de Picassos en el aire… También es cierto que podemos relegarnos a la condición de emigrantes, extranjeros, aliens en el mundo literario. Podemos llenarnos de premios y no de textos y quedar al margen, ignorados por los lectores que son los verdaderos dueños de esta ciudad letrada.