Redacción/NOTICARIBE PENINSULAR
TULUM.- La inyección de recursos y el beneficio al famoso exbeisbolista contrasta con el desinterés en el equipo de mujeres de softbol que ha adquirido fama internacional porque juegan portando el huipil que ellas mismas confeccionan y bordan, además de correr descalzas en un campo improvisado en la localidad de Hondzonot, enclavada en la zona maya de Tulum. Ahí además han combatido con éxito al machismo a punta de batazos y anotaciones.
Los domingos son los días más esperados en Hondzonot. Los vecinos se reúnen en el campo de juego, se sientan bajo la sombra de cualquiera de los árboles del rededor, con cerveza en mano o con tamales de chaya que Liz Marleni ayuda a vender a su madre. La niña no despega el ojo del juego, y se incomoda porque la interrumpo cuando le pregunto por la entrada del juego, el marcador y formación. Solo responde con amabilidad cuando le pregunto si ella también juega. “Entreno con ellas, pero aún soy muy pequeña. Pero algún día”, dice con cara como si ya mañana fuera ese día.
A los más grandes se les ve involucrados con el juego, festejando un buen bateo, reprochando una salida en falso, bromeando en maya, del que nada entienden las Amazonas de Yucatán, las contrincantes del pasado 11 de julio, y que tal vez por eso provoca más carcajadas entre ellos.
Se ven también a muchas mujeres jóvenes, que sueñan con alguna vez pichar, cachar o batear, lo que sea si es con las Diablitas, porque el softbol les ha enseñado que se puede aspirar a algo más que a dedicarse a tareas del hogar, incluso, a ser respetadas.
Aquel domingo llegaron personas de otros lugares, de municipios y localidades vecinas, porque a diferencia de otros lugares donde se disputan juegos de pelota aquí Cofepris no alcanza a llegar para suspender eventos donde no se respeta la sana distancia y porque las Diablitas no han dejado de hacerse virales en redes sociales.
Al juego asistieron familiares del equipo, para apoyar, para presumirlas. “Sí, es mi hermana”. “La de allá es mi prima”. “Es mi cuñada la que juega”.
También comienzan a llegar equipos de otros estados. “Ya desde hace mucho queríamos venir. Es un honor jugar con ustedes”, se escucha entre el jolgorio que se ha vuelto el final del partido, cuando las Amazonas de Yucatán, que han olvidado la rivalidad, se confiesan admiradoras y piden autógrafos y fotos con las Diablitas. “¿Dónde está el fotógrafo? Háblenle al fotógrafo. ¿Dónde está!”, reclaman ansiosas.
Las Diablitas disputaron su primer partido en 2018. Ese año, las jugadoras —la gran mayoría amas de casa, bordadoras— y algunos de sus esposos podaron un predio, colocaron las marcas, apilaron unas rocas que hacen las veces de gradas e instalaron un pequeño techo. Luego comenzaron los entrenamientos entre semana.
“Jugamos el 2 de octubre del 2018. Subieron ese video y ¡pum!, que nos empiezan a buscar, que en dónde vivimos, que si íbamos a seguir jugando. Y pues sí íbamos a seguir, porque nos gusta. Entonces, yo dije al equipo: voy a seguir, quien guste puede jugar, pero con huipil, quien no, que forme su equipo. Y sí quisieron, mi equipo no me abandonó. Así se formó”, cuenta Fabiola May Chulim, capitana del equipo.
La fama que han ganado no les ha servido de mucho, pues ni el Ayuntamiento de Tulum les ha dado apoyos para continuar con el deporte.
“Lo que mayormente nos hace falta es el baño, porque somos puras mujeres y no tenemos dónde cambiarnos, dónde usar el baño”, dice Fabiola.
Para solicitar apoyo, la construcción de un baño, gradas y la instalación de iluminación, Fabiola viajó el pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, a Palacio Nacional, en la ciudad de México, donde entregó personalmente al ejecutivo federal la petición, sin embargo, no ha recibido respuesta alguna.
Si han podido continuar en estos cuatro años de existencia ha sido por el apoyo de Pio Jiménez, un empresario local, aficionado al juego de pelota y quien cubre parte de los viajes cuando las Diablitas juegan de visitantes, así como los alimentos que preparan cuando reciben en casa a las contrincantes.
“Para ellas es imposible cubrir esos gastos de transporte, de comida. Yo las ayudo con lo que puedo”, dice el filántropo.
Asimismo, el equipo de béisbol Diablos Rojos, de la Ciudad de México, donó algunas gorras, guantes y bates a quienes ahora son ejemplo para otras mujeres de la comunidad.
“Yo tenía tres sueños. Uno era ir a la Ciudad de México, otro ir a la Basílica de Guadalupe. Ya cumplí esos dos en marzo. Ahora solo falta la ayuda de tener un campo digno para que podamos jugar”, dice May Chulim posterior a la comida que ofrecieron a las Amazonas, en una mesa rodeada de puras mujeres, quienes conducen la plática, a la que los hombres solo intervienen para asentar lo dicho.
El secretario Román Meyer aseguró que evaluarán el caso para decidir si se concederán apoyos a las Diablitas en el futuro a través del Programa de Mejoramiento Urbano.
“Sí había escuchado de ellas, había visto una nota al respecto y creo que sí valdría la pena ponerle atención a este tema”, dijo.