Por Gilberto Avilez
Hace unos años, para Tierra de Chicle de Noticaribe Peninsular, realizamos un artículo recordando la vida de uno de los custodios del alto conocimiento entre los mayas, don Aniceto May Tun (1908-2020), que con 112 años a cuestas, nos dejó un rico legado de historia en resistencia de su pueblo cruzoob. En dicho artículo de hace casi cuatro años, apuntamos que don Aniceto, dueño del conocimiento científico de su pueblo maya del oriente de la Península en cuestiones botánicas, históricas y astronómicas, era el custodio del “A’almaj t’aan escrito por Dionisio Itzá, seguramente en el tráfago que duró la Guerra de Castas, durante la segunda mitad del siglo XIX, o a fines de ese siglo.[1]
May Tun fue contemporáneo de otro abuelo centenario, Abundio Yamá (1907-2024), hijo del guerrillero Paulino Yamá, descendientes de aquella partida de chinos que en la década de 1860, huyendo de los malos tratos y las condiciones cuasi esclavas a que los habían reducido sus contratistas ingleses de Belice, salvaron en cayucos o a nado limpio el río Hondo, se internaron a tierras de los Icaiché, donde no fueron aceptados por esa tribu sureña, y prosiguieron su largo camino en la selva hacia el norte, ganaron las aguas de la laguna de Bacalar y varias semanas después llegaron al santuario rebelde de Chan Santa Cruz, donde fueron recibidos y aceptados, haciendo familia con los cruzoob, teniendo descendencia que se dedicó al comercio, a la confección de pólvora (de importancia para las empresas bélicas de una sociedad guerrera como la cruzoob), a la cría de porcinos y a la buhonería entre los pueblos cruzoob.
El que ha trabajado a profundidad esta migración china a Yucatán, han sido José Juan Cervera[2] y, recientemente, el erudito trabajo de Luis Ramírez Carrillo[3], que me parece una obra definitiva sobre la presencia china en tierras peninsulares que ayudó para pintar y caracterizar con un eco oriental a la sociedad yucateca del siglo XX. Existen apellidos chinos que damos por descontado que son mayas: Chan, Chim, Quiam, Yam, Yamá, incluso May y hasta Chi, fueron trabajados por los descendientes de estos chinos yucatecos para camuflajearse en las tierras nuevas tropicales, y los chinos que hicieron familia en estas lajas decidieron cambiar la fonética y la grafía oriental de sus identidades, y mayanizaron sus apellidos.
Muy pocos dicen que tal vez el general “maya” Francisco May sea de origen chino, y casi nadie establece que el general y gobernador yucateco que le hizo la guerra a los cruzoob y endrogó las arcas de Yucatán para que se pudiera concluir a fines del XIX la guerra de Castas, Francisco Pancho Cantón, tal vez haya tenido orígenes orientales (véase fotografía 1), aunque sus ojos rasgados, su extraño mostacho y su pequeña nariz le delataban cadencias lejanas del Yang-Tse Kian.
Fotografía 1: ¿Es este F. Cantón, hijo del General Francisco Cantón? Fuente: Diario de Yucatán, 7 de julio de 1941.
Lo que si podríamos asegurar, es que el padrastro de Francisco May, el General Felipe Yamá –tal vez, pariente de Paulino Yamá, padre de don Abundio- sí fuera descendiente de aquel grupo de “coolies”[4] que 1866, cuenta Ramírez Carrillo en su libro, arribaron a Chan Santa Cruz y engrosaron a esta nueva sociedad “maya” donde, como dijimos, ayudaron mucho al pueblo rebelde por sus conocimientos en agricultura, ganadería, algunos trabajos manuales –forja de metales, producción de pólvora- y, a la larga, darían nuevos guerreros impetuosos que defendieron la autonomía de la sociedad maya ante la inminente neoconquista porfiriana de fines del siglo XIX, como es el caso del General Felipe Yamá y del guerrillero Paulino Yamá. Sin duda, el mentor bélico de Francisco May, fue el indoblegable Felipe Yamá. Recordemos que Francisco May no conoció a su padre biológico, Dámaso May, que murió cuando Francisco May (nacido en 1887) contaba con dos años apenas. Su madre, María Pech, contrajo nupcias de nuevo con el cacique y general Felipe Yamá, y su hijo creció bajo la protección de este, teniendo mucha influencia en el futuro general rebelde. Felipe Yamá, así como Paulino, tenía tanto desprecio hacia los yucatecos y mexicanos, que nunca reconoció al gobierno mexicano, pero sí el pabellón inglés y se sentía súbdito de su Majestad la Reina Victoria.[5]
Hace unos años, siguiendo estas pesquisas históricas de la presencia de chinos y negros en la sociedad cruzoob, dijimos que, al menos en la guerra de castas prolongada, la que va más allá de 1855, la sociedad cruzoob no puede entenderse únicamente en su “mayanidad”, pues en ella estaban presente mestizos, pardos (el caso de Bonifacio Novelo o de Crescencio Poot), y algunos chinos y negros provenientes de Honduras Británica.[6] A los que escaparon de los campos madereros en Belice para establecerse en 1865 en Chan Santa Cruz, Ramírez Carrillo los designa en su libro como “chinos mayas”, aunque sería mejor nombrarlos como “chinos cruzoob”. Otros chinos arribarían posteriormente en la época dorada del henequén y en los remanentes de esa riqueza hasta bien entrado la década de 1930.[7]
Para rendirle homenaje a don Abundio Yamá, nos interesa referirnos exclusivamente a esa presencia de chinos en tierras de los cruzoob, y apelar en los meandros de la historia oral del que fue partícipe tanto Abundio como su padre, el legendario guerrillero y fundador de la comunidad de Señor en el paradigmático año de 1910, Paulino Yamá. Don Abundio Yamá Chiquil, como su padre Paulino Yamá, viene de esa estirpe de maestros narradores orales de los pueblos mesoamericanos. Allans Burns, en un viejo libro interesante para conocer esta serie de consejas, mitos, cuentos y leyendas que conforman un corpus de oralitura maya, da cuenta de ello, al aprender de don Paulino no solo el idioma maya, sino también el estilo y la representación de mitos, acertijos, oraciones y otras formas de habla del pueblo maya.[8]
Elogio de la memoria de los abuelos mayas
La riqueza de la oralidad no debe ser obviada por los estudiosos de la Guerra de Castas. La historia oral se relaciona con el interés personal que uno tiene de poder entender la gran riqueza cultural de la tradición de los pueblos mayas del centro de Quintana Roo, y la curiosidad de investigar más a fondo la vida o las vivencias individuales o colectivas que son de interés comunitario y que aún es posible de reconstruir mediante las entrevistas a profundidad y los tsikbales (diálogos) cotidianos con los abuelos de los pueblos; considero que es muy interesante saber que por medio de esta brecha discursiva, que es la memoria que persiste, el arte de recordar que tiene cada persona, posibilitan a las nuevas generaciones el saber y comprender las cosas que han pasado y que definen de algún modo el presente, y después buscar alternativas de cómo poder convertirlas en algo de valor práctico y que sean recocidos los esfuerzos de las personas que se dedican a recordar-investigar las historias de las comunidades y los relatos que se están perdiendo con la vorágine de la “modernidad” producida por el turismo masivo y la migración del campo de los mayas actuales a los polos turísticos. El desaparecido Abundio Yamá Chiquil, así como su padre Paulino Yamá, así como Aniceto May Tun, entre otros intelectuales mayas de los pueblos cruzoob, cuya única fuerza es la memoria que resiste, formaban parte de esta rica biblioteca andante producida por la lengua maya. En sus últimos años, don Abundio, ya no pudiendo caminar por sus centenaria vida, se quedaba en su casa de guano esperando a los jóvenes de la comunidad, a antropólogos o investigadores que venían de vez en vez a conocer sobre medicina tradicional o sobre la historia de su pueblo y la guerra de castas: “Las fuerzas me están abandonando, desde hace más de un año estoy postrado en mi hamaca”. En esa hamaca esperaba a sus visitantes para contarles las historias que su padre Paulino le contaba: “Mi padre tuvo un fusil winchester con el que quitó la vida a muchos soldados para defender a nuestros hermanos mayas que estaban siendo liquidados”.[9] Eran los abuelos de los pueblos cruzoob que tenían el don del recuerdo porque básicamente su mentalidad se enraíza en la rica tradición oral del pueblo maya, que hoy se va perdiendo por factores que tiene que ver con esa modernidad agresiva, turística, desindianizante, y que hace navegar a las generaciones actuales del pueblo maya de Quintana Roo y de la Península en su conjunto, a contracorriente de la castellanización y la desmemoria que prosigue en el seno del Estado regional, a pesar de sus escuelas interculturales, sus INMAYAS y foros para “preservar la cultura y lengua maya”, así como de sus lingüistas exquisitos y su escritura y poetas mayas alejados del pueblo. Y uno de los factores principales de esta pérdida cultural, tiene que ver con una especie de discurso “xcaretizado” de la autonomía y los derechos del pueblo maya: culturalistas pero que en cuestiones como de salud –lo hemos visto en esos años recientes de pandemia- educativos, económicos y políticos, se encuentran en una exclusión que persiste.[10]
Y es así que sabemos, por la memoria y el tsikbal de Paulino Yamá, que en la década de 1970 fue informante no solo de Allan Burns sino de Miguel Alberto Bartolomé y Alicia Barabas (Paulino Yamá aparece en las portadas de los libros de Burns y Bartolomé y Barabas), sobre el origen mítico de la Cruz Parlante, esa cruz que posibilitó el advenimiento de la sociedad cruzoob: “El Santo-Cruz había sido parado en el pueblo de Xocén-Can por dos macehuales, pero fue colocado con la cabeza bajo tierra por tres ah-kines irrespetuosos y vengativos, por lo que el santo abandonó Xocén y salió por otro agujero de piedra en el cenote de Chan Santa Cruz. Cuando apareció la cruz dio su bendición al árbol y de él salieron las órdenes y mensajes de que Jesucristo enviaba a los macehuales por medio de la Cruz”.[11]
La memoria de Abundio fue la memoria de su padre, Paulino, el que derribaba zopilotes y soldados wacho’ob
La memoria de don Abundio es la memoria de su padre, Paulino. En 2018, la UNESCo lo declaró al hijo de Paulino como Tesoro Humano vivo. Además de ser capitán de la compañía del santuario de Tixcacal Guardia protegiendo a la Cruz Parlante, su función, más que nada, fue la defender la memoria de la Guerra de Castas que su padre tanto cuidó y tantos ejemplos nos dio.[12] Abundio hizo de su memoria un a’ almaj t’aan vivo, para conservarla y difundir esta historia de su pueblo y estos saberes mayas de su pueblo, a las nuevas generaciones. En un libro reciente donde los abuelos mayas cruzoob dieron su palabra y recordaron la guerra de sus mayores, Abundio se refirió de ella en términos casi sacros, donde la Cruz, el creador y los mismos ángeles, tomaron partido para pelear por los mayas: “Ellos consultaron a Dios por medio de un sacerdote maya, éste les dijo que no teman que Dios peleará por los mayas: ángeles y espíritus pelearán por nosotros porque Dios ha visto el sufrimiento de los mayas…Así fue entonces. Cuando se enfrentaron los mayas y los wacho’ob los mayas gritaron en alta voz: ¡viva Dios! Y los soldados vieron que en los árboles estaban los mayas como monos, disparándoles a los soldados waches, ellos dispararon de vuelta y los mayas ya no estaban en los árboles, estaban acostados en el suelo. En medio de la confusión los mayas se levantaron a la orden del sacerdote y con solo maderas, machetes y piedras mataron a 1 000 federales. Ningún maya murió ese día”.
Esta historia de resistencia es la que seguramente aprendió Abundio de su padre, Paulino, que nos recordó con precisión que Bravo no había ganado la guerra. En palabras de uno de los portadores de la memoria oral del pueblo cruzoob, Paulino Yamá, esta guerra asimétrica que se libró a finales del siglo XIX y principios del siglo XX en el Oriente de la Península, podría resumirse con estas sencillas imágenes:
“En la EPOCA de Ignacio Bravo,
había muchos SIGNOS que nos fueron dados por el Santo Yum
Jesucristo y el Hermoso Padre Rey de DIOS PADRE y la
Hermosa Virgen María…
Antes de que llegara hubo un gran ruido.
Im tal Bernardino Cen dijo “nos matará”…
Un día, llegaron como DOS MIL cañones.
Un día muchos ESTABAN DISPARANDO, como disparos de
rifle.
Las armas disparaban, pero era un auténtico misterio cómo lo
Hacían.
Decían que no era sólo un cañón, eran CIENTOS de disparos de rifle
que sonaban.
Bien, cuando se produjo el sonido no hubo ni siquiera un eco.
Decían que ese cañón
HIZO OCULTARSE AL SOL.
Hizo que oscureciera.
Cuando el sol estaba sobre el pueblo
Hizo ocultarse al sol.
Dicen que el cañón y el sonido oscurecieron el cielo…
Otro milagro fue dado, otro GRAN
SIGNO fue dado a los mexicanos.[13]
En efecto, la memoria de Paulino embona bien con lo que el historiador profesional recoge en los archivos. El 27 de abril de 1901, La Revista de Mérida informaba que días antes, para el 17 de abril, a uno de los rurales de caballería del ejército de Bravo se le había extraviado su caballo. Buscándolo, siguió las huellas de su cabalgadura, y como los batallones se encontraban cercanos en los cabos del santuario rebelde de Santa Cruz, en poco más de una hora el hombre se encontraba caminando en una ciudad fantasma: era el cuartel general de los rebeldes, la histórica Chan Santa Cruz, que al recorrerla el solitario soldado, notó que ninguna de las casas estaba habitada.[14] Santa Cruz estaba sin sus gentes, y la entrada de este soldado sería los umbrales del final de la autonomía rebelde. Más de 70 años después, el jefe máximo de Xcacal Guardia, el rebelde Paulino Yamá, con una resma de más de un siglo en sus espaldas, le contaría a González Duran estos momentos finales en que las pocas tropas de los cruzoob, así como algunas familias, habían optado por retirarse del santuario:
“El Tatich acarició silenciosamente los libros antiguos y los guardó en lugares nunca revelados. Contempló, a lo lejos, las hogueras casi extinguidas de Nohpop, vislumbró la tragedia irremediable, y sólo alcanzó a pronunciar, con la desgarrada raíz de su alma, con pesadumbre: “Dios, tú no nos puedes abandonar; tú sabes que somos los perseguidos; tú sabes que ellos no tienen razón”.[15]
Años después, Sullivan, consultando el Diario de Campo de Villa Rojas, rescata este discurso autonómico del gran guerrillero cruzoob, Paulino Yamá, que data de principios de la década de 1930. Yamá le explicó a Villa Rojas, en los días en que hacía de buhonero por los pueblos cruzoob para sondear el terreno y ver la posibilidad de hacer su estancia etnográfica,[16] donde saldría su memorable libro Los elegidos de Dios, que “los maestros son emisarios de los federales” que en esos años habían ocupado “Noh Cah Santa Cruz”, el mayor de los pueblos cruzoob, la capital rebelde. Pero eso era temporario, pues se acercaba la hora en que los mayas recobrasen su libertad “tal como cuando sólo nosotros éramos amos del país”. Para Paulino Yamá, guerrillero al servicio del General Felipe Yamá (tal vez su pariente) en los años en que estaban haciendo la “guerra de bosques” contra las tropas porfirianas,[17] vivir sometidos al gobierno de los huaches era el peor de los castigos:
“No soportamos que el gobierno se entrometa en nuestros asuntos. Al fin de cuentas, el gobierno dejó de comprarnos chicle para empobrecernos y aplastarnos. El gobierno envía aviones para observarnos y ver cómo hacemos la guerra. ¿Por qué están construyendo esa pista de aterrizaje en Santa Cruz? Solo para dominarnos con muchos aeroplanos cuando estalle la guerra. Pero no estamos dormidos. Hace tiempo que nos preparamos. Y ahora todos tienen un Mauser, dos mil cartuchos y tres arrobas de pólvora. Los aviones no son suficientes para amedrentarnos. Sin duda podremos derribarlos con una andanada disparada por veinticinco soldados. Yo estoy practicando. He podido derribar zopilotes que volaban a gran altura”.[18]
Sirva este pequeño artículo para entender el legado que la historia oral guarda todavía para los que de alguna forma estamos interesados en la historia del pueblo que vino al mundo cuando la cruz comenzó a darnos sus sermones en la medianía del XIX allá en los montes de Chan Santa Cruz, y que tanto Paulino, Abundio y otros abuelos que guardaban la memoria, fueron sus custodios y curadores de su historia, haciendo gala de su rica memoria imperecedera.
[1] Gilberto Avilez. Tierra de Chicle: “Los libros de Chilam Balam y los últimos custodios del alto conocimiento maya”. Noticaribe Peninsular. 28 de septiembre de 2020.
[2] José Juan Cervera. La gloria de la raza. Los chinos en Yucatán. Mérida. Instituto de Cultura de Yucatán-UADY. 2007.
[3] Luis Ramírez Carrillo. El dragón y la ceiba. Chinos en el país de los mayas, siglos XIX a XXI. Ayuntamiento de Mérida-Dirección de Cultura. 2021.
[4] En español se escribe “culi” o “culí”. El Diccionario Panhispánico de dudas, asienta sobre su significado: “culi o culí. 1. La voz inglesa coolie, nombre dado por los colonos ingleses de la India y China al trabajador o criado nativo, y que también se usa, en general, para designar al trabajador de origen oriental, se ha adaptado al español con dos acentuaciones, ambas válidas…”
[5] Diccionario de Generales de la Revolución. Tomo II. M-Z. México. SEP-SEDENA-INEHRM. 2014, p. 626.
[6] Gilberto Avilez. “Pelando la cebolla: ¿Guerra social maya, Guerra de Castas o Guerra multiétnica?”. Desde la Península y las inmediaciones de mi hamaca. 28 de julio de 2014.
[7] Luis Ramírez Carrillo. El dragón y la ceiba. Chinos en el país de los mayas, siglos XIX a XXI. Ayuntamiento de Mérida-Dirección de Cultura. 2021.
[8] Burns, Allan. 1995. Una época de milagros. Literatura Oral del Maya Yucateco, Mérida, Yucatán, Ediciones de la Universidad Autónoma de Yucatán.
[9] “Abundio Yamá, dignatario maya de Quintana Roo que recuerda la Guerra de Castas”. En Por Esto! 25 de noviembre de 2020.
[10] Gilberto Avilez. Tierra de Chicle: “Los libros de Chilam Balam y los últimos custodios del alto conocimiento maya”. Noticaribe Peninsular. 28 de septiembre de 2020.
[11] Barabas, Alicia M. BARABAS, 2002. Utopías indias. Movimientos sociorreligiosos en México, México, CONACULTA-INAH-Plaza y Valdés Editores, p. 187.
[12] Pasajes de la guerra de castas de los últimos defensores del santuario rebelde cuando las tropas porfirianas de Bravo habían invadido por mar y tierra el territorio rebelde a fines del XIX y comienzos del XX, se encuentran en Burns (1995) y que rescato en mi tesis doctoral: Avilez, G. Paisajes rurales de los hombres de las fronteras. Tesis doctoral en Historia. México. CIESAS. 2015.
[13] Burns, Allan. 1995. Una época de milagros. Literatura Oral del Maya Yucateco, Mérida, Yucatán, Ediciones de la Universidad Autónoma de Yucatán, pp. 106-107.
[14] “No hay indios en Chan Santa Cruz”. La Revista de Mérida, 27 de abril de 1901.
[15] González Durán, Jorge. 1978. Los rebeldes de Chan Santa Cruz, Mérida, H. Ayuntamiento de Felipe Carrillo Puerto, p. 79.
[16] Su visita a X-Cacal Guardia donde tuvo la plática con Paulino Yamá, se dio entre el 13 de marzo al 8 de abril de 1932. Véase Andrés Medina Hernández. “Alfonso Villa Rojas, el etnógrafo”. Ciencia Ergo Sum, vol. 8, núm. 2, julio, 2001 Universidad Autónoma del Estado de México México, p. 218.
[17] Recordemos que después de la “conquista de Santa Cruz”, capital de los mayas rebeldes, en 1901, los cruzoob se replegaron a la selva y le hicieron la guerra de guerrillas durante más de una década a las tropas invasoras porfirianas. La Guerra de Castas se apaciguaría solo hasta bien entrado el siglo XX, y con la lenta pero inexorable ocupación del territorio por las instituciones que crearían los gobiernos posrevolucionarios (década de 1930).
[18] Sullivan, Paul. SULLIVAN. 1991. Conversaciones inconclusas. Mayas y extranjeros entre dos guerras, México, Editorial Gedisa, pp. 66-67.