Por Jorge González Durán
Fue el 30 de julio de 1974, en Felipe Carrillo Puerto, cuando se conmemoró por primera vez un aniversario del inicio de la insurrección de los mayas iniciada en Tepich.
El evento fue organizado a iniciativa de la Federación de Cooperativas Chicleras, cuyo gerente entonces era José Ascencio Navarrrete; y por la Sociedad Cultural Quintanarroense, cuyo presidente era Sebastián Estrella Pool, quien también era Delegado de Gobierno de Felipe Carrillo Puerto, delegación que abarcaba hasta lo que hoy es el municipio de José María Morelos, y por este escribano, que unos meses antes había publicado el libro La rebelión de los Mayas y el Quintana Roo chiclero, que pretendió ser un reportaje sobre la lucha de los mayas por reconquistar su tierra y su autonomía y la formación de las cooperativas.
En mi tarea de investigar los antecedentes y el desarrollo de la llamada “guerra de castas” me di cuenta de que casi en todos los textos se condenaba a los mayas. Quise dar la otra versión de los hechos. Para mi los héroes de esa lucha fueron los mayas. El Canek y la Conjura de Xinum, textos de Ermilo Abreu Gómez, fueron mi inspiración, así como la obra y el pensamiento de Felipe Carrillo Puerto, de la que me hablaban mis abuelos.
Desde que conocí la antigua Chan Santa Cruz supe que allí los mayas habían enterrado en un cofre de jade el secreto de su legado hecho de sagrados granos de maíz y de palabras que nombran y descubren lo profundo del alma y el palpitar del universo. Chan Santa Cruz es la piel de los mayas; es una piel cubierta de heridas, de profecías hechas carne, un camino de sueños y de sombras.
Ellos llegaron esta tierra agreste empujados por la violencia; vinieron para guarecerse de los malos tiempos; y aquí se quedaron, porque aquí escucharon la palabra santa.La memoria, ese soplo del tiempo en el corazón del hombre, resguarda esa palabra santa, esa que sólo se pronuncia cuando se piensa en la gracia de la Santísima Cruz.
En las piedras de la antigua región de Chan Santa Cruz Balam Nah Kampocolché está la indescifrable caligrafía de voces insumisas.Viendo jugar a esos niños por las callejuelas de las aldeas mayas, corriendo entre piedras con los píes descalzos, trepados a los árboles, aprehendiendo el sortilegio del arcoíris en las tardes después de la lluvia, se puede entender la razón de la sobrevivencia de este pueblo que tiene una fuerza nacida de una insondable ternura por la vida.
En Tepich, el 30 de julio de 1847, llevaron en las manos y en la voz el mito y la profecía para tomar por asalto el recinto de la historia. Un jaguar, insomne y sigiloso, es el guardián de esta historia inconclusa.El tiempo es un aleteo en el corazón, un abrir y cerrar de ojos.
Colaboración especial de Jorge González Durán