Por Ricardo Velazco
En esta fecha, 54 años después, seguimos recordando el acontecimiento social del México moderno que separó al país en un antes y un después.
Me refiero al movimiento estudiantil de 1968, que con sus exigencias de mayores libertades y de respeto a los derechos ciudadanos fue miserablemente ahogado en sangre, en aquel triste 2 de Octubre, por el fuego y las bayonetas de un régimen político que ya daba muestras de decadencia e insensibilidad frente a la modernidad fresca y progresista que en ese momento representaban los jóvenes en México y todo el mundo.
Nombres de algunos protagonistas has trascendido en los registros históricos como Heberto Castillo, Eduardo valle (el Búho), Luis González de Alba y el escritor José Revueltas (Preso por ser considerado ridículamente como el gran “instigador” de las protestas). Mujeres como Roberta Avendaño (la emblemática “Tita”) y Ana Ignacia Rodríguez, ambas sentenciadas posteriormente a más de 10 años de prisión. O el honorable rector de la UNAM don Javier Barrios Sierra, quien supo dar la cara y tomar la calle por la máxima casa de estudios y por su comunidad.
De aquella dolorosa experiencia, emergió toda una generación de aguerridos luchadores sociales que se asumieron, también, como hijos y herederos de las batallas democratizadoras de los obreros, campesinos y clases medias de los años cincuentas y sesentas.
Algunos más, muchos anónimos, en la frustración por la represión recibida y en la desesperación por tratar de cambiar rápido la condición de opresión de los más desprotegidos, entregaron su juventud u no pocos su vida al optar, infructuosamente, por la vía revolucionaria de las armas, formando parte de grupos de guerrilla urbana y rural.
Otros, por su parte, privilegiaron el iniciar una larga marcha de organización social y de lucha política en los márgenes de una legalidad que se mantenía monopolizada por el régimen presidencialista agonizante del partido casi único, ofensivo, elitista, excluyente y no pocas veces represor. Crecieron partidos políticos clandestinos como el Comunista Mexicano y surgieron otros nuevos de corte ideológico diverso como el Partido Mexicano de los Trabajadores o el Partido Revolucionario de los Trabajadores.
En general, todos aquellos jóvenes, como generación, se esforzaron por dar la batalla contra el pasado siendo mejores mexicanos, patriotas, buenos profesionistas, excelentes trabajadores, cumplidos servidores públicos o demandantes estudiosos.
A partir de entonces México pasó a ser parte del concierto mundial de la modernidad (difundiendo su cultura, realizando Juegos Olímpicos y Campeonatos Mundiales de Futbol, por ejemplo) a la vez que en su interior se fueron derribando, poco a poco y no sin dificultades, los muros de resistencia que se oponían al cambio profundo.
Largos e intensos años han transcurrido desde entonces hasta el día de hoy.
Tuvieron que suceder 30 años de incesantes tensiones y contradicciones para que finalmente cayera el régimen político emergido de la Revolución Méxicana y que había sido desvirtuado por una élite política que lo utilizó para beneficio propio.
Con la llegada del nuevo siglo, aquella generación de jóvenes, ya en la maduréz, empezó a ver los resultados positivos de un largo esfuerzo colectivo emergido desde el injusto y ofensivo derramamiento de sangre del 2 de Octubre de 1968.
La transición política se convirtió en alternancia electoral y hoy, nuevos gobiernos surgidos de diferentes partidos, mediante elecciones pacíficas, reconocidas y vigiladas por los propios ciudadanos, es una práctica común que en aquellos tiempos de batallas callejeras, de revueltas sociales y de litigios legales por el reconocimiento de partidos clandestinos, para los jovenes del momento parecía un imposible absoluto, una utopía.
Sin el 68 no hubiéramos llegado en estas condiciones a la alternancia presidencial del año 2000 y a las posibilidades de una nueva ola de transformaciones profundas que se han iniciado a partir del 2018.
Conmemoramos hoy una fecha triste y luctuosa. Rendimos tributo a los caídos. Nunca se supo excatamente cúantos fueron. El dato oficial dijo 20, pero desde entonces ha quedado en la memoria colectiva que las víctimas superaron los 300 estudiantes.
Pero a la vez, levantamos en hombros con nuestro reconocimiento y gratitud a toda una generación que sembró la semilla del México plural, diverso, tolerante y más justo que tenemos ahora.
En aquel entonces se coreaba una consigna esperanzadora. Decía: “El presente es de lucha, el futuro es nuestro”.
Hoy somos el futuro de aquel presente.
Y en este presente debemos reconocer que México ha cambiado: es más diverso, plural y complejo en un mundo globalizado y absolutamente distinto. La tarea por lograr un país y un mundo de igualdad y de bienestar para las mayorías está muy avanzada, pero a la vez debemos aceptar que aún tiene un buen trecho por recorrer.
Eso es lo que hemos identificado y nos hemos propuesto continuar quienes estamos transitando en el incontenible tren de la transformación que en México arrancó con nuevos bríos desde el 2018, jalado por la incansable labor del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Es solo principio. La nueva transición. El avance es accidentado y con contradicciones porque la historia nos enseña que toda acción de progreso siempre enfrente fuertes reacciones que intentan impedirlo o regresar al pasado. Los conservadores también trascienden en el tiempo.
Derrotarlos debe ser la tarea primordial de los jóvenes de hoy. Se requiere la participación activa y comprometida de la juventud para tomar en sus manos los controles de la máquina hacia un futuro con cambios progresistas y en beneficio de las mayorías.
De otra manera se corren riesgos de regresión autoritaria, de un mayor deterioro del medio ambiente, que se extiendan las desigualdades y las exclusiones.
Por ello, como memoria y herencia de los caídos en 1968 debemos decir:
Profundizar la vida democrática y participativa, está en manos de los jóvenes.
Ampliar y defender las libertades y los derechos humanos, está en manos de los jóvenes.
Cuidar las tradiciones a la vez que nos integramos con solvencia en la vida tecnificada y moderna, está en manos de los jóvenes.
Cuidar y restituir el medio ambiente para una vida sana, está en manos de los jóvenes.
Cerrar las brechas de desiguald y alcanzar el bienestar general, está en manos de los jóvenes.
El presente es de todos. El futuro es de los jóvenes.
Así lo entendió la generación de 1968 y ese mismo espíritu de grandeza, de miras altas, de objetivos concretos debe ser transmitido y heredado a los jovenes de hoy.
Para ellos, para todos, para nosotros y para los que vienen, debe tener sentido y contenido, causa y motivo, la frase que se repetirá por siempre:
¡ 2 de Octubre, no se olvida !
Mensaje con motivo del 2 de Octubre 1968, leído ante el Pleno de la XVII Legislatura